Los menospreciados griegos nos habían llevado a posiciones donde podían rodearnos e interceptarnos fácilmente, pero aun así apenas los veíamos. Estábamos atrapados en el fondo de los valles, y desde los caminos veíamos a los griegos aparecer y esfumarse como espectros en los taludes superiores. Nunca sabíamos cuándo nos iban a atacar ni de dónde. Unas veces los morteros parecían disparar desde atrás, otras desde los flancos o desde delante. Girábamos como derviches. Disparábamos a fantasmas y a cabras montesas.
El heroísmo de los invisibles griegos nos desconcertó. Surgían de la tierra misma y caían sobre nosotros como si fuéramos los violadores de sus madres. Su actitud nos impresionaba. En la Cota 1289 asustaron de tal manera a nuestros albanos que éstos emprendieron la fuga, disparando a los carabinieri que intentaban detenerlos. El noventa por ciento de aquel Batallón Tomor desertó. Todo nuestro frente rotó en sentido contrario a las agujas del reloj -actuando nosotros de eje-, desprovisto de los dos brazos de nuestras líneas. Sin apoyo aéreo. Soldados griegos con uniforme británico y casco de soldado inglés nos ametrallaron y nos bombardearon con sus morteros, pero no hubo manera de verlos. «Dentro de dos años, Atenas», dijo Francesco. Estábamos completamente solos.
Los griegos tomaron Samarini y se situaron detrás de nosotros. No comíamos otra cosa que galletas secas que se descamaban como escrófula. Nuestros caballos empezaban a morir. Los pequeños caballos griegos lanzaban sus jinetes contra nosotros, pero éramos muy duros de pelar. Se nos ordenó retirarnos a Konitsa y tuvimos que retroceder peleando contra los soldados que nos rodeaban.
Nos habíamos vuelto gente anónima. Llevábamos largas y gruesas barbas, éramos sepultados por tormentas de aguanieve, teníamos los ojos hundidos e inyectados en sangre, nuestros uniformes desaparecían bajo coágulos de mugre congelada, nuestras manos parecían desgarradas por gatos y nuestros dedos se agarrotaban como cachiporras de plomo. Francesco tenía el mismo aspecto que yo y yo tenía el mismo que los demás; nuestra vida era neolítica. En cuestión de días nos convertimos en esqueletos que hozaban como cerdos en busca de comida.
Por fin un día vimos un bombardero italiano. Le hicimos señas, el aparato nos sobrevoló y lanzó una bomba que no nos alcanzó por muy poco pero mató a tres mulos. Cortamos la carne a tiras y nos la comimos cruda mientras aún estaban calientes y dando los últimos estertores. Las radios dejaron de funcionar. Era evidente que los griegos estaban concentrando tropas precisamente en los sitios donde éramos más débiles. Empezaron a disparar contra destacamentos aislados y a hacerlos prisioneros. «Qué suerte tienen esos cabrones -decía Francesco-, seguro que en Atenas hace calor.» De noche dormíamos los dos acurrucados uno contra otro para darnos calor. Yo estaba demasiado exhausto para la lujuria. Todos dormíamos así. Yo sólo quería protegerle.
A nuestro comandante le dieron la patada y lo sustituyeron por el general Soddu. Luego Visconti Prasca perdió su puesto como jefe del XI Ejército. ¡Cómo caen los poderosos! Prasca era un meteoro que había degenerado en pedo incandescente. Todos nuestros jefes eran pedos incandescentes, empezando por Mussolini, que los había elegido.
Nos retiramos hacia Konitsa como un coloso herido al que persiguieran jaurías de perros furiosos. Aquello fue un infierno de ametralladoras y artillería, de morteros y hielo. La población civil nos acosaba con escopetas y tirachinas. Transcurrió una semana entera sin tregua ni comida. Se producían batallas casi a quemarropa durante ocho horas consecutivas. Perdimos a cientos de camaradas. Las montañas se convirtieron en una congregación de muertos. Seguimos peleando, pero perdimos nuestros corazones. La tierra aparecía sumida en una gran oscuridad. Francesco hablaba con su ratón incluso en mitad de una emboscada o de una batida lateral, y todos estábamos al borde de la locura. Llegamos a nuestra primitiva posición en el puente de Perati tras haber sacrificado en vano una quinta parte de nuestras tropas. Miré en derredor y sentí el palpable horror de la irrecuperable ausencia de unos hombres a los que había llegado a amar y cuyo indómito valor nadie debería poner en tela de juicio o impugnar a la ligera. La guerra es una cosa maravillosa. En película y en los libros. Gladiators, Wellingtons y Blenhaims empezaron a aparecer en el cielo, y así los ingleses se sumaron a los puñales griegos que hurgaban en nuestras heridas. El general Soddu pasó revista y nos comparó con el granito. «¿Sangraba el granito en el Gólgota?», preguntó Francesco.
16. CARTAS A MANDRAS EN EL FRENTE
Agapeton:
Hace mucho que no tengo noticias de ti, no me has escrito desde ese triste día en que fui a despedirte a Sami. Yo te he escrito cada día, y empiezo a sospechar que no has recibido ninguna de mis cartas o que tus respuestas no me llegan por culpa de la guerra. Ayer escribí la mejor de todas y, lo creas o no, se la comió la cabra. Me puse furiosa y le di un zapatazo en la cabeza. Supongo que debí dar el espectáculo y sé que tú te habrías reído si me hubieras visto. Constantemente veo cosas y pienso que ojalá estuvieras aquí para verlas con tus propios ojos. Trato de ver las cosas por ti, de recordarlas, y fantaseo con la idea de que si me concentro mucho puedo enviarte esas cosas para que las veas en tus sueños. Si la vida pudiera ser así…
Me aterra no recibir carta tuya porque te hayan herido o hecho prisionero, y tengo pesadillas de que has muerto. Por favor, escríbeme para que pueda respirar tranquila y para que mi corazón tenga un poco de paz. Cada día espero que vuelva gente de Argostolion con la correspondencia para el pueblo, pero nunca hay nada para mí, me siento desesperada e impotente y me devano los sesos de preocupación. Como estamos en diciembre aquí los días se han vuelto muy fríos, no hay sol y llueve casi a diario. Me imagino que el cielo llora mientras yo también lloro. Tiemblo sólo de pensar en el frío que ha de hacer en los montes del Epiro. ¿Recibiste los calcetines que tejí para ti y el jersey de pescador y la bufanda? ¿Te pareció buena idea por mi parte teñirlos de caqui?, ¿o fue una estupidez no hacerlo todo en blanco? Espero que te haya llegado el café y el bote de miel y la carne ahumada. Pobrecito mío, cómo debes de sufrir con ese frío, en ese lugar tan remoto y salvaje que es casi otro país. Cuánto debes de echar de menos tu barca y tus delfines; ¿te fijaste en que sabía lo de tus delfines, que ahora no tienen un amigo que les dé de comer peces hasta tu vuelta?
Aquí todo sigue más o menos igual, salvo que empiezan a escasear algunas cosas. Ayer no pude conseguir petróleo para la lámpara y la semana pasada no había harina para hacer pan. Mi padre ha hecho lámparas a base de meter una mecha por un corcho y dejarlo flotar en un cuenco con aceite de oliva, que según dice es lo que hacíamos en la antigüedad. Pero dan muy poca luz, hacen mucho humo y el olor es desagradable. ¿Quién iba a pensar que sentiríamos nostalgia del queroseno?
Todo el mundo comenta lo silencioso y deprimente que se ha vuelto esto desde que se fueron los jóvenes, y nos preguntamos cuántos de ellos volverán. He sabido que mataron a Dimos y que el novio de Marigo fue hecho prisionero. Cuando me entero de estas cosas doy gracias a Dios de que no hayas sido tú, aunque sé que es terrible desear que las desgracias caigan sobre otros. Si te mataran, no podría soportarlo. Creo que yo también moriría. Creo que le propondría a Dios que me llevara a mí en tu lugar, con tal de que siguieras con vida. Las mujeres nos avergonzamos de no poder hacer sacrificios comparables a los vuestros, pero cada una de nosotras cogería un fusil y se iría al frente si eso fuera posible o estuviera permitido. Papakis me ha dado una pistola pequeña; duermo con ella bajo la almohada, y de día la llevo metida en el bolsillo de mi delantal. Si invadieran la isla, aquí hay mujeres y hombres mayores que lucharían hasta la muerte con escobas y cuchillos de cocina, y ya nos hemos acostumbrado a hacer las cosas que antes hacían los hombres. Lo único que no hacemos es ir a pasar el rato a la kapheneia y jugar al chaquete. Vamos mucho a la iglesia, eso sí, el padre Arsenios ha pronunciado unos sermones muy emotivos. Nos ha dicho que en una cueva que sirvió de refugio a Gerasimos apareció un icono de san Juan, y que ha sido declarado genuino archeiropoietion. Parece que hasta Dios nos manda mensajes y nos muestra que vamos por el buen camino. Alguien me hizo ver que somos el único país que sigue luchando, aparte del imperio británico. Cuando lo pienso cobro nuevos ánimos, porque ese es el mayor imperio que el mundo ha visto jamás y, de ser así, ¿cómo vamos a perder? A menudo veo los barcos ingleses, son tan enormes que parece imposible que puedan navegar. Sé que venceremos.
Читать дальше