Marta Rivera de laCruz - En tiempo de prodigios

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La novela finalista del Premio Planeta 2006 Cecilia es la única persona que visita a Silvio, el abuelo de su amiga del alma, un hombre que guarda celosamente el misterio de una vida de leyenda que nunca ha querido compartir con nadie. A través de una caja con fotografías, Silvio va dando a conocer a Cecilia su fascinante historia junto a Zachary West, un extravagante norteamericano cuya llegada a Ribanova cambió el destino de quienes le trataron. Con West descubrirá todo el horror desencadenado por el ascenso del nazismo en Alemania y aprenderá el valor de sacrificar la propia vida por unos ideales. Cecilia, sumida en una profunda crisis personal tras perder a su madre y romper con su pareja, encontrará en Silvio un amigo y un aliado para reconstruir su vida.

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– Supongo que sí.

– Me imagino que eres consciente de que hay riesgos.

– Claro.

Me hubiera venido bien una copa, pero no me atreví a pedirla. Zachary encendió un cigarro y me ofreció otro a mí. Fumamos en silencio, y me pareció que el calor había dejado de ser insoportable.

– ¿Sabes una cosa, Silvio? No sólo Franco sabía lo que pasaba en los campos. Hubo algunos judíos, pocos, que consiguieron fugarse y llegar a Londres para contar lo que estaba ocurriendo. Pero nadie actuó. Y hubiese sido fácil. Bastaba con bombardear las líneas férreas que unían algunas ciudades con los centros de exterminio. Tan sencillo como eso. Cortar el paso de los trenes, y se acabó. Pero los aliados estaban demasiado ocupados intentando ganar la guerra como para interesarse por un montón de judíos conducidos al matadero. Se consideró la política antisemita como un problema menor. Una gota de agua en el maldito océano de la guerra. Pero pasará el tiempo, Silvio. Transcurrirán los años y el mundo tendrá que sobrevivir a la vergüenza de haber dejado a Hitler actuar a sus anchas. Porque no podremos defendernos hablando de ignorancia. Sabíamos lo que ocurría y cuál era la forma de actuar. Y no quisimos hacerlo. La comunidad judía pidió incluso la ayuda del Vaticano…

– Pero, Zachary, ¿qué hubiera podido hacer el Papa frente a Hitler?

– Anunciar la excomunión de los que participasen en el exterminio, por ejemplo. Pero, claro, Pío XII debió de pensar que el asesinato de judíos estaba fuera del negociado de la Santa Iglesia Católica. Ahí tienes otro motivo de bochorno para los gentiles. El jefe supremo de la Iglesia de Roma miraba para otro lado mientras los nazis acababan con miles de personas. Eso sí, la mayoría eran hijos del pueblo de Israel. Así que debieron de considerar que sus vidas no valían gran cosa.

Aquella noche permanecí en la casa hasta muy tarde. Zachary y yo nos dejamos llevar por la nostalgia, y pasamos un par de horas recordando otros tiempos mejores, cuando nuestras vidas eran distintas, cuando Elijah y yo éramos unos niños con un futuro espléndido por delante. Hicimos memoria de nuestros primeros tiempos de amistad, de los primeros viajes, del encuentro con los Sezsmann. Los dos evocamos al viejo y querido Amos, y creo que escuchamos en nuestras cabezas el sonido de su violín, aquel violín que cobraba vida en cuanto lo rozaba con sus dedos. Recordamos las calles de Varsovia, los edificios de colores cercanos al castillo, los cafés de la plaza del Mercado y las avenidas del parque Saski, donde yo había visto a Hannah Bilak por primera vez, con sus trenzas de colegiala y las mejillas encendidas por la llegada del amor. Aquel mundo ya no existía. Varsovia había quedado reducida a un montón de escombros tras la ocupación alemana, y de las personas que habíamos sido todos -Hannah, Ithzak, Elijah, yo- no quedaban más que un puñado de fotografías y todo lo que tuviese a bien brindarnos la memoria en un futuro próximo. Aquella noche pensé que quizá, algún día, me sería imposible reconstruir la fisonomía de la ciudad de los Sezsmann, que acabaría olvidando a la niña que había sido Hannah Bilak y también a los jóvenes venturosos que fuimos en otro tiempo mis amigos y yo. Que el paso del tiempo y la llegada de una época difícil acabaría arrasándolo todo, como las bombas de los nazis habían arrasado los palacios de Varsovia. Entonces no sabía que la memoria desarrolla un mecanismo para defender los buenos recuerdos de las asechanzas del olvido, y que lucha por preservar todas aquellas cosas buenas que servirán para reconstruir nuestras vidas. Los recuerdos de un tiempo mejor pueden parecer dolorosos, pero uno descubre que son también el único andamiaje para sobrevivir a la pérdida.

En algún momento, Zachary me habló de Efraín y de cómo había conseguido convertirse en reportero de guerra. El trabajo que desempeñaba como fotógrafo del diario de Ribanova había adquirido una cierta trascendencia, y un día mi hermano llamó a su padrino para pedirle ayuda: quería una recomendación para encontrar trabajo en otro lugar, más allá de las murallas de Ribanova, que parecían limitar el horizonte y la vida. Zachary le había puesto en contacto con el responsable en París de una agencia periodística americana. Efraín le envió una carpeta con sus fotos, y le hicieron un primer encargo: un reportaje gráfico de la actividad de un puerto de mar. Luego vinieron otros trabajos, y finalmente la oportunidad de seguir el avance de las tropas estadounidenses en los últimos meses de la guerra.

– Las fotos de tu hermano han aparecido en las portadas de muchos periódicos… es una pena que tus padres no estén al tanto, pero creo que Efraín prefiere no preocuparles. Si hubieran sabido que estaba en el frente… en una guerra, el trabajo de reportero puede ser tan peligroso como el de los propios soldados.

– ¿Sabes dónde se encuentra ahora?

– Según tu pobre madre, en El Hierro -Zachary se rió-, pero, entre tú y yo, te diré que está trabajando para la agencia Magnum, haciendo fotografías de los campos de prisioneros. Va a quedarse en Alemania hasta el otoño, para asistir a los juicios de Nuremberg.

Al escuchar el relato de las andanzas de mi hermano, volví a lamentar haberlas ignorado durante tanto tiempo. Efraín había crecido a mis espaldas, se había hecho adulto, había modelado su futuro y escogido el camino de su vida. De pronto reparé en que era mi hermano el que estaba viviendo la existencia que parecía reservada para mí: una vida de emociones, llena de experiencias, prometedora e intensa. Era yo quien se había anclado a conciencia en una rutina mediocre y provinciana después de haber vivido una envidiable adolescencia recorriendo Europa, hablando en otro idioma y conociendo el mundo exquisito de la alta burguesía internacional. Y mientras Efraín, mi hermano menor, que sólo salía de Ribanova para pasar un par de semanas en un hotel de la costa del Cantábrico, que no conocía más lenguas que la suya propia, había sido capaz de labrarse un camino digno de admiración, sin más ayuda que su talento y la vieja cámara de fotos que le había regalado su padrino cuando no era más que un crío. No era envidia lo que sentía por Efraín. Era una profunda vergüenza de mí mismo.

– ¿Puedes darme su dirección? La de Efraín, quiero decir. Me gustaría escribirle.

– Claro. Pero es mejor que mandes tus cartas a la agencia, ellos se las harán llegar.

– También quiero escribir a Elijah. ¿Crees que…?

– Silvio, mi hijo sigue acordándose de ti. Fuisteis como hermanos durante más de diez años. Estará feliz cuando recuperéis el contacto. Y más ahora, que está a punto de casarse.

– ¿Elijah? Vaya, ésta sí que es una noticia.

– Su novia se llama Mary Jo Connors. La conoció hace meses y acaban de comprometerse. Una buena chica. Celebrarán la boda en primavera: una ceremonia en San Patricio y la fiesta en el Waldorf Astoria. Todo de muy buen tono y muy previsible. Hasta tienen una exposición de regalos en unos grandes almacenes. Cosas de la familia de ella.

Me hizo gracia imaginar a Elijah involucrado en los preparativos de una boda de postín, pero más aún el saber que estaba enamorado y dispuesto a casarse. Yo ni siquiera había pensado en eso. Llevaba unos meses saliendo con una chica muy guapa, bastante más joven que yo, hija de uno de mis superiores en el ministerio, pero me gustaba pensar que no éramos novios formales ni nada parecido. Aunque, en el fondo, sabía que aquella muchacha soñaba con lo mismo que todas las chicas de la España de entonces: un traje blanco, un ajuar y un montón de regalos enviados por parientes y amigos.

– La boda de Elijah puede ser un buen momento para que volváis a encontraros. No creo que él pueda venir a España en los próximos meses, tiene mucho trabajo en el estudio de arquitectura, y además está la dichosa preparación de la ceremonia y la fiesta.

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