Array Array - La guerra del fin del mundo

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - La guerra del fin del mundo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La guerra del fin del mundo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La guerra del fin del mundo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La guerra del fin del mundo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La guerra del fin del mundo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—Odio a los terratenientes locales y a los mercaderes ingleses que han mantenido esta región en la prehistoria —prosiguió el Coronel, con acento helado—. Odio a quienes el azúcar les interesaba más que la gente del Brasil.

La Baronesa atendía a sus invitados, inmutable. El dueño de casa, en cambio, había dejado de sonreír. Pero su tono siguió siendo cordial:

—¿A los comerciantes norteamericanos que el Sur recibe con los brazos abiertos les interesa la gente, o sólo el café? —preguntó. Moreira César tenía lista la respuesta: —Con ellos llegan las máquinas, la técnica y el dinero que necesita el Brasil para su progreso. Porque progreso quiere decir industria, trabajo, capital, como lo han demostrado los Estados Unidos de Norteamérica. —Sus ojitos fríos parpadearon al añadir —: Es algo que no entenderán nunca los dueños de esclavos, Barón de Cañabrava.

En el silencio que siguió a sus palabras, se oyó a las cucharillas moviéndose en las tazas y los sorbos del periodista miope, que parecía hacer gárgaras.

—No fue la República sino la monarquía la que abolió la esclavitud —recordó la Baronesa, risueña como si hiciera una broma, a la vez que ofrecía galletas a su invitado— . A propósito, ¿sabía que en las haciendas de mi marido los esclavos fueron libertados cinco años antes de la ley?

—No lo sabía —repuso el Coronel—. Algo loable, sin duda.

Sonrió, forzado y bebió un sorbo. La atmósfera era ahora tensa y no la distendían las sonrisas de la Baronesa, ni el súbito interés del Doctor Souza Ferreiro por las mariposas de la colección ni la anécdota del Capitán Olimpio de Castro sobre un abogado de Río asesinado por su esposa. La tensión todavía se agravó por un cumplido de Souza Ferreiro:

—Los hacendados de por aquí abandonan sus tierras, porque los yagunzaos se las queman —dijo—. Usted, en cambio, da el ejemplo volviendo a Calumbí. —He vuelto para poner la hacienda a disposición del Séptimo Regimiento–dijo el Barón—. Lástima que mi ayuda no haya sido aceptada.

—Nadie diría al ver esta paz que la guerra está cerca —murmuró el Coronel Moreira César—. Los yagunzos no lo han tocado. Es usted un hombre con suerte. —Las apariencias engañan —repuso el Barón, sin perder la calma—. Muchas familias de Calumbí se han marchado y los sembríos se han reducido a la mitad. Por otra parte, Canudos es una tierra mía, ¿no es cierto? He pagado mi cuota de sacrificio más que nadie en la región.

El Barón lograba disimular la cólera que podían causarle las palabras del Coronel; pero la Baronesa era otra persona cuando volvió a hablar:

—Supongo que usted no toma en serio esa calumnia de que mi esposo entregó Canudos a los yagunzos —dijo, con la cara afilada por la indignación. El Coronel bebió otro sorbo, sin asentir ni negar.

—De modo que lo han convencido de esa infamia —murmuró el Barón—. ¿De veras cree que yo ayudo a herejes dementes, a incendiarios y ladrones de haciendas?

Moreira César puso su taza sobre la mesa. Miró al Barón con mirada glacial y se pasó rápidamente la lengua por los labios.

—Esos dementes matan soldados con balas explosivas —deletreó, como temiendo que alguien pudiera perder alguna sílaba—. Esos incendiarios tienen fusiles muy modernos. Esos ladrones reciben ayuda de agentes ingleses. ¿Quién sino los monárquicos pueden fomentar una insurrección contra la República?

Se había puesto pálido y la tacita comenzó a temblar en sus manos. Todos, salvo el periodista, miraban al suelo.

—Esta gente no roba ni mata ni incendia cuando sienten un orden, cuando ven que el mundo está organizado, porque nadie sabe mejor que ellos respetar las jerarquías —dijo el Barón, con voz firme—. Pero la República destruyó nuestro sistema con leyes impracticables, sustituyendo el principio de la obediencia por el de los entusiasmos infundados. Un error del Mariscal Floriano, Coronel, porque el ideal social radica en la tranquilidad, no en el entusiasmo.

—¿Se siente usted mal, Excelencia? —lo interrumpió el Doctor Souza Ferreiro, levantándose.

Pero una mirada de Moreira César le impidió llegar hasta él. Se había puesto lívido y tenía la frente húmeda y los labios cárdenos, como si los hubiera mordido. Se puso de pie y se dirigió a la Baronesa, con una voz que se le quedaba entre los dientes: —Le ruego que me disculpe, señora. Sé que mis maneras dejan mucho que desear. Vengo de un medio humilde y no he tenido otra sociedad que el cuartel. Se retiró de la sala haciendo equilibrio entre los muebles y vitrinas. A su espalda, la voz ineducada del periodista pidió otra taza de té. Olimpio de Castro y él permanecieron en la sala, pero el Doctor fue tras el jefe del Séptimo Regimiento, a quien encontró en la cama, respirando con ansiedad, en estado de gran fatiga. Lo ayudó a desnudarse, le dio un calmante y lo oyó decir que se reincorporaría al Regimiento al amanecer: no toleraba discusión al respecto. Dicho esto, se prestó a otra sesión de ventosas y se zambulló de nuevo en una bañera de agua fría, de la que salió temblando. Unas fricciones de trementina y de mostaza lo hicieron entrar en calor. Comió en su dormitorio, pero luego se levantó en bata y estuvo unos minutos en la sala, agradeciendo al Barón y a la Baronesa su hospitalidad. Se despertó a las cinco de la madrugada. Aseguró al Doctor Souza Ferreiro, mientras tomaban un café, que nunca se había sentido mejor y volvió a prevenir al periodista miope que, desgreñado y entre bostezos, despertaba a su lado, que si en algún periódico había la menor noticia sobre su enfermedad, lo consideraría responsable. Cuando iba a salir, un sirviente vino a decirle que el Barón le rogaba pasar por su despacho. Lo guió hasta una pieza pequeña, con un gran escritorio de madera en el que destacaba un artefacto para liar cigarros, y en cuyas paredes había, además de estantes con libros, facas, fuetes, guantes y sombreros de cuero y monturas. La pieza daba al exterior y en la luz naciente se veía a los hombres de la escolta charlando con el periodista bahiano. El Barón estaba en bata y zapatillas.

—Pese a nuestras discrepancias, lo creo un patriota que desea lo mejor para el Brasil, Coronel —dijo, a manera de saludo—. No, no quiero ganarme su simpatía con lisonjas. Ni hacerle perder tiempo. Necesito saber si el Ejército, o por lo menos usted, están al tanto de las maniobras fraguadas contra mí y contra mis amigos por nuestros adversarios.

—El Ejército no se mezcla en querellas políticas locales —lo interrumpió Moreira César— . He venido a Bahía a sofocar una insurrección que pone en peligro a la República. A nada más.

Estaban de pie, muy juntos, y se miraban fijamente.

—En eso consiste la maniobra —dijo el Barón—. En haber hecho creer a Río, al Gobierno, al Ejército, que Canudos significa ese peligro. Esos miserables no tienen armas modernas de ninguna clase. Las balas explosivas son proyectiles de limonita, o hematita parda si prefiere el nombre técnico, un mineral que abunda en la Sierra de Bendengó y que los sertaneros usan para sus escopetas desde siempre.

—¿Las derrotas sufridas por el Ejército en Uauá y en el Cambaio son también una maniobra? —preguntó el Coronel—. ¿Los fusiles traídos desde Liverpool y metidos de contrabando por agentes ingleses lo son?

El Barón examinó con minucia la menuda cara impávida del oficial, sus ojos hostiles, la mueca despectiva. ¿Era un cínico? No podía saberlo aún: lo único claro era que Moreira César lo odiaba.

—Los fusiles ingleses sí lo son —dijo—. Los trajo Epaminondas Gonce, su más ferviente partidario en Bahía, para acusarnos de complicidad con una potencia extranjera y con los yagunzos. Y en cuanto al espía inglés de Ipupiará también lo fabricó él, mandando asesinar a un pobre diablo que para su desgracia era rubio. ¿Sabía usted eso? Moreira César no pestañeó, no movió un músculo; tampoco abrió la boca. Siguió devolviendo la mirada al Barón, haciéndole saber más locuazmente que con palabras lo que pensaba de él y de lo que decía.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La guerra del fin del mundo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La guerra del fin del mundo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La guerra del fin del mundo»

Обсуждение, отзывы о книге «La guerra del fin del mundo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x