Array Array - Los cuadernos De don Rigoberto

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Los cuadernos De don Rigoberto» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los cuadernos De don Rigoberto: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los cuadernos De don Rigoberto»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Los cuadernos De don Rigoberto — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los cuadernos De don Rigoberto», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Ahora, era un abotargado sesentón e iba por la vida armado de una libretita y unos prismáticos con los que, en sus andanzas por el centro y en la luz roja de los semáforos cuando conducía su anticuado Cadillac color concho de vino, veía y anotaba, además de la estadística general (feas o bonitas), una más especializada: las respingadas nalgas, los encabritados pechos, las piernas mejor torneadas, los cuellos más cisnes, las bocas más sensuales y los ojos más brujos que le deparaba el tráfico. Su investigación, rigurosa y arbitraria a más no poder, dedicaba a veces un día, y hasta una semana, a una parte de las anatomías femeninas transeúntes, de manera no muy diferente a la que don Rigoberto configuraba para el aseo de sus órganos: lunes, culos; martes, pechos; miércoles, piernas; jueves, brazos; viernes, cuellos; sábados, bocas y domingos, ojos. Las calificaciones, de cero a veinte, las promediaba cada fin de mes.

Desde que Fito Cebolla le permitió hojear sus estadísticas, don Rigoberto había comenzado a presentir, en el insondable océano de los caprichos y las manías, una inquietante semejanza con él, y a consentir una incontenible simpatía por un espécimen capaz de reivindicar sus extravagancias con tanta insolencia. (No era su caso, pues las suyas eran disimuladas y matrimoniales.) En cierto sentido, aun restando su cobardía y timidez, de las que Fito Cebolla carecía, intuyó que éste era su par. Cerrando los ojos — en vano, porque las sombras del dormitorio eran totales— y arrullado por el rumor vecino del mar al pie del acantilado, don Rigoberto divisó la mano con vellos en los nudillos, decorada con aro de matrimonio y sortija de oro en el meñique, aposentándose a traición en el trasero de su mujer. Un quejido animal que hubiera podido despertar a Fonchito rajó su garganta: «¡Hijo de puta!».

—No fue así —dijo doña Lucrecia, sobándose contra él—. Conversábamos en un grupo de tres o cuatro, Fito entre ellos, ya con muchos whiskies adentro. Justiniana pasó la fuente y entonces él, de lo más fresco, se puso a piropearla.

—Qué sirvienta más bonita —exclamó, los ojos inyectados, los labios babeando su hilito de saliva, la entonación desguasada—. Una zambita de rompe y raja. ¡Qué cuerpito!

—Sirvienta es una palabra fea, despectiva y un poco racista —reaccionó doña Lucrecia—. Justiniana es una empleada, Fito. Como tú. Rigoberto, Alfonsito y yo la queremos mucho.

—Empleada, valida, amiga, protegida o lo que sea, no pretendo ofender —siguió Fito Cebolla, imantado, a la joven que se alejaba—. Ya me gustaría tener en mi casa una zambita así.

Y, en ese momento, doña Lucrecia sintió, inequívoca, poderosa, ligeramente mojada y caliente, una mano masculina en la parte inferior de su nalga izquierda, en el sensible lugar donde descendía en pronunciada curva al encuentro del muslo. Por unos segundos, no atinó a reaccionar, a retirarla, apartarse ni enojarse. Él se había aprovechado de la gran planta de crotos junto a la cual conversaban para ejecutar la operación sin que los demás lo advirtieran. A don Rigoberto lo distrajo una expresión francesa: la main baladeuse. ¿Cómo se traduciría? ¿La mano viajera? ¿La mano trashumante? ¿La mano ambulante? ¿La mano resbalosa? ¿La mano pasajera? Sin resolver el dilema lingüístico, se indignó de nuevo. Un impávido Fito miraba a Lucrecia con su insinuante sonrisa mientras sus dedos comenzaban a moverse, plisando la gasa del vestido. Doña Lucrecia se apartó con brusquedad.

—Mareada de cólera, fui a la repostería a tomar un vaso de agua —explicó a don Rigoberto.

—¿Qué le pasa, señora? —le preguntó Justiniana.

—Ese asqueroso me puso la mano aquí. No sé cómo no le di una trompada.

—Debiste dársela, romperle un macetero en la cabeza, rasguñarlo, botarlo de la casa —se enfureció Rigoberto.

—Se la di, se lo rompí, lo rasguñé y lo boté de la casa —Doña Lucrecia frotó su nariz esquimal contra la de su marido—. Pero, después. Antes, pasaron cosas.

«La noche es larga», pensó don Rigoberto. Había llegado a interesarse en Fito Cebolla como un entomólogo por un insecto rarísimo, de colección. Envidiaba en esa crasa humanidad que exhibiera tan impúdicamente sus tics y fantasías, todo eso que, desde un canon moral que no era el suyo, llamaban vicios, taras, degeneraciones. Por exceso de egoísmo, sin saberlo, el imbécil de Fito Cebolla había conquistado mayor libertad que él, que sabía todo pero era un hipócrita, y, por añadidura, un asegurador («Como lo fueron Kafka y el poeta Wallace Stevens», se excusó ante sí mismo, en vano). Divertido, don Rigoberto recordó aquella conversación en el bar del César's, registrada en sus cuadernos, en que Fito Cebolla le confesó que la mayor excitación de su vida no se la había provocado el cuerpo escultural de alguna de sus infinitas amantes, ni las bataclanas del Folies Bergère de París, sino la austera Luisiana, la casta Universidad de Baton Rouge, donde su iluso padre lo matriculó con la esperanza de que se graduara de químico industrial. Allí, en el alféizar de su dormitory, una tarde primaveral, le tocó asistir al más formidable agarrón sexual desde que los dinosaurios fornicaban.

—¿De dos arañas? —se abrieron las narices de don Rigoberto y continuaron palpitando, feroces. Sus orejetas de Dumbo aleteaban también, sobreexcitadas.

—De este tamaño —mimó la escena Fito Cebolla, elevando, encogiendo los diez dedos y acercándolos con obscenidad—. Se vieron, se desearon y avanzaron la una hacia la otra, dispuestas a amarse o a morir. Mejor dicho: a amarse hasta morir. Al saltar una sobre otra, hubo una crepitación de terremoto. La ventana, el dormitory, se llenaron de olor seminal.

—¿Cómo sabes que estaban copulando? —lo banderilló don Rigoberto—. ¿Por qué no, peleando?

—Estaban peleando y fornicando a la vez, como tiene que ser, como tendría que ser siempre —bailoteó en el asiento Fito Cebolla; sus manos se habían entrecruzado y los diez dedos se restregaban con crujidos óseos—. Se sodomizaban la una a la otra con todas sus patas, anillos, pelos y ojos, con todo lo que tenían en el cuerpo. Nunca vi seres tan felices. Nunca nada tan excitante, lo juro por mi santa madre que está en el cielo, Rigo.

La excitación resultante del coito arácnido, según él, había resistido a una eyaculación aérea y a varias duchas de agua fría. Al cabo de cuatro décadas y sinfín de aventuras, la memoria de las velludas bestezuelas agarradas bajo el inclemente cielo azul de Baton Rouge venía a veces a turbarlo y, aun ahora, cuando los años aconsejaban moderación, aquella remota imagen, al emerger de pronto en su conciencia, lo empingorotaba más que un jalón de yobimbina.

—Cuéntanos qué hacías en el Folies Bergère, Fito —pidió Teté Barriga, sabiendo perfectamente a lo que se exponía—. Aunque sea mentira ¡es tan chistoso!

—Era invencionarlo, meter la mano al fuego —apuntó la señora Lucrecia, demorando el cuento—. Pero, a Teté le encanta chamuscarse.

Fito Cebolla se revolvió en el asiento donde yacía semiderribado por el whisky:

—¡Cómo, mentira! Fue el único trabajo agradable de mi vida. Pese a que me trataban tan mal como me trata tu marido en la oficina, Lucre. Ven, siéntate con nosotros, atiéndenos.

Tenía los ojos vidriosos y la voz escaldada. Los invitados comenzaban a mirar los relojes. Doña Lucrecia, haciendo de tripas corazón, fue a sentarse junto a los Barriga. Fito Cebolla empezó a evocar aquel verano. Se había quedado varado en París sin un centavo, y, gracias a una amiga, obtuvo un empleo de pezonero en el «histórico teatro de la rué Richer».

—Pezonero viene de pezón, no de pesas —explicó, mostrando una sicalíptica puntita de lengua rojiza y entornando los salaces ojos como para ver mejor lo que veía («y lo que veía era mi escote, amor». La soledad de don Rigoberto comenzaba a poblarse y afiebrarse)—. Aunque era el último pinche y el peor pagado, de mí dependía el éxito del show. ¡Una responsabilidad del carajo!

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los cuadernos De don Rigoberto»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los cuadernos De don Rigoberto» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los cuadernos De don Rigoberto»

Обсуждение, отзывы о книге «Los cuadernos De don Rigoberto» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x