Array Array - Los cuadernos De don Rigoberto
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Los cuadernos De don Rigoberto» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los cuadernos De don Rigoberto
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los cuadernos De don Rigoberto: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los cuadernos De don Rigoberto»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los cuadernos De don Rigoberto — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los cuadernos De don Rigoberto», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Resumiendo, le diré que todo movimiento que pretenda trascender (o relegar a segundo plano) el combate por la soberanía individual, anteponiéndole los intereses de un colectivo —clase, raza, género, nación, sexo, etnia, iglesia, vicio o profesión— me parece una conjura para embridar aún más la maltratada libertad humana. Esa libertad sólo alcanza su sentido pleno en la esfera del individuo, patria cálida e indivisible que encarnamos usted con su clítoris beligerante y yo con mi falo encubierto (llevo prepucio y también lo lleva mi hijito Alfonso y estoy contra la circuncisión religiosa de los recién nacidos —no de la elegida por seres con uso de razón— por las mismas razones que condeno la ablación del clítoris y de los labios superiores vaginales que practican muchos islamistas africanos) y deberíamos defenderla, ante todo, contra la pretensión de quienes quisieran disolvernos en esos conglomerados amorfos y castradores que manipulan los hambrientos de poder. Todo parece indicar que usted y sus seguidoras forman parte de esa grey y, por lo tanto, es mi deber participarle mi antagonismo y hostilidad a través de esta carta, que, por lo demás, tampoco pienso llevar al correo.
Para levantar algo la seriedad funeral de mi misiva y terminarla con una sonrisa, me animo a referirle el caso del pragmático andrógino Emma (¿debería, tal vez, decir andrógina?) que refiere el urólogo Hugh H. Young (asimismo de John Hopkins) que la/lo trató. Emma fue educada como niña, pese a tener un clítoris del tamaño de un pene, y una hospitalaria vagina, lo que le permitía celebrar intercambios sexuales con mujeres y hombres. De soltera, los tuvo sobre todo con muchachas, oficiando ella de hombre. Luego, casó con un varón e hizo el amor como mujer, sin que ese rol, empero, la deleitara tanto como el otro; por eso, tuvo amantes mujeres a las que horadaba alegremente con su virilizado clítoris. Consultado por ella, el doctor Young le explicó que sería muy fácil intervenirla quirúrgicamente y convertirla sólo en hombre, ya que ésa parecía su preferencia. La respuesta de Emma vale bibliotecas sobre la estrechez del humano universo: «¿Tendría usted que quitarme la vagina, no, doctor? No creo que me convenga, pues ella me da de comer. Si me opera, tendría que separarme de mi esposo y buscar trabajo. Para eso, prefiero seguir como estoy». Cita la historia la doctora Anne Fausto–Sterling en Myths of Gender: Biological Theories about Women and Men, libro que le recomiendo.
Abur y polvos, amiga.
BORRACHERA CON CARAMBOLA
En el sosiego de la noche barranquina, don Rigoberto se enderezó en su cama con la ligereza de una cobra convocada por el encantador. Ahí estaba doña Lucrecia, bellísima en su escotado vestido negro de gasa, hombros y brazos desnudos, sonriente, atendiendo a la docena de invitados. Daba órdenes al mayordomo que servía las bebidas y a Justiniana que, en su uniforme azul con mandil blanco almidonado, pasaba las bandejas de bocaditos —yuquitas con salsa huancaína, palitos de queso, conchitas a la parmesana, aceitunas rellenas— con desenvoltura de dueña de casa. Pero, el corazón de don Rigoberto dio un bote, quien pugnaba por ocupar toda la escena en su indirecta memoria de aquel suceso (él había sido el gran ausente de esa fiesta, que conocía a través de Lucrecia y su propia imaginación) era la voz estrambótica de Fito Cebolla. ¿Ya borracho? Camino de estarlo, pues los whiskies se sucedían en sus manos como cuentas de rosario en las de una devota.
—Si tenías que viajar —se enterró en sus brazos doña Lucrecia—, debimos cancelar el coctel. Yo te lo dije.
—¿Por qué? —preguntó don Rigoberto, ajustando su cuerpo al de su esposa—. ¿Pasó algo?
—Muchas cosas —se rió doña Lucrecia, la boca contra su pecho—. No te lo voy a contar. Ni te lo sueñes.
—¿Alguien se portó mal? —se animó don Rigoberto—. ¿Se propasó Fito Cebolla, por ejemplo?
—Quién, si no —le dio gusto su mujer—. Él, por supuesto.
«Fito, Fito Cebolla», pensó. ¿Lo quería o lo odiaba? No era fácil saberlo, pues despertaba en él uno de esos sentimientos difusos y contradictorios que eran su especialidad. Lo había conocido cuando, en un directorio, decidieron nombrarlo relacionista público de la compañía. Fito tenía amigos por todas partes y, aunque estaba en franca decadencia y lanzado hacia la dipsomanía más babosa, sabía hacer bien lo que sugería su nombramiento rimbombante: relacionarse y ser público.
—¿Qué barbaridad hizo? —preguntó, anheloso.
—A mí, meterme la mano —se avergonzó, escabulló y repuso doña Lucrecia—. A Justiniana, por poco la viola.
Don Rigoberto lo conocía de oídas y estuvo seguro de que lo detestaría apenas lo viera aparecerse en la oficina a tomar posesión de su puesto. ¿Qué otra cosa podía ser sino una canalla impresentable, un sujeto de vida jalonada de actividades deportivas —su nombre se asociaba, en los vagos recuerdos de don Rigoberto, a la tabla hawaiana, el tenis, el golf, exhibiciones de moda o concursos de belleza de los que solía ser jurado y a las páginas frivolas, donde con frecuencia irrumpían su dentadura carnicera y su piel tostada por las playas del planeta, vestido de etiqueta, de sport, de hawaiano, de noche, de tarde, de amanecer y de crepúsculo, una copa en la mano y enmarcado por mujeres muy bonitas. Se esperaba la imbecilidad integral, en su variante alta sociedad limeña. Su sorpresa fue mayúscula al descubrir que Fito Cebolla, siendo exactamente todo lo que podía esperarse de él —frivolo, cafiche de lujo, cínico, vividor, parásito, ex–deportista y ex–tigre del coctel— era, también, un original, un impredecible y, hasta el colapso alcohólico, divertidísimo. Había leído algo alguna vez y sacaba provecho a esas lecturas, citando a Fernando Casos —«En el Perú es admirable lo que no sucede»— y, entre carcajadas admonitivas, a Paul Groussac: «Florencia es la ciudad–artista, Liverpool la ciudad–mercader y Lima la ciudad–mujer». (Para comprobar este aserto estadísticamente, llevaba una libreta en la que iba anotando las mujeres feas y bonitas que cruzaba en su camino). A poco de conocerse, mientras tomaban un copetín con dos compañeros de oficina en el Club de la Unión, habían hecho una apuesta entre los cuatro a ver quién pronunciaba la frase más pedante. La de Fito Cebolla («Cada vez que paso por Port Douglas, en Australia, me zampo un bistec de cocodrilo y me tiro a una aborigen») ganó por unanimidad.
En la soledad oscura, don Rigoberto fue presa de un arrebato de celos que alteró su pulso. Su fantasía trabajaba como una mecanógrafa. Ahí estaba otra vez doña Lucrecia. Espléndida, hombros pulidos y brazos rozagantes, empinada sobre los zapatos calados de tacón de aguja y sus torneadas piernas depiladas, departía con los invitados, explicando, pareja por pareja, la urgente partida de Rigoberto a Río de Janeiro, esa tarde, por asuntos de la compañía.
—Y qué nos importa —bromeó, galante, Fito Cebolla, besando la mano de la dueña de casa después de su mejilla—. Qué más queremos.
Era flaccido, pese a las proezas deportivas de sus años mozos, alto, contoneante, ojos de batracio y una boca movediza que pringaba de lujuria las palabras que emitía. Por supuesto, se había presentado al coctel sin su mujer ¿sabiendo que don Rigoberto sobrevolaba las selvas amazónicas? Fito Cebolla había dilapidado las modestas fortunas de sus tres primeras esposas legítimas, de las que fue divorciándose a medida que las exprimía paseándolas por los mejores balnearios del ancho mundo. Llegada la hora del reposo, se resignaba a su cuarta y, sin duda, última mujer, cuyo disminuido patrimonio le aseguraba, ya no lujos ni excesos de orden turístico, vestuario o culinario, apenas una buena casa en La Planicie, una correcta despensa y escocés suficiente para cebar la cirrosis hasta el fin de sus días, a condición de no pasar de los setenta. Ella era frágil, menuda, elegante y como pasmada de admiración retrospectiva por el Adonis que en algún tiempo fue Fito Cebolla.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los cuadernos De don Rigoberto»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los cuadernos De don Rigoberto» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los cuadernos De don Rigoberto» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.