Peter Høeg - La señorita Smila y su especial percepción de la nieve

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La señorita Smila y su especial percepción de la nieve: краткое содержание, описание и аннотация

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Un día, poco antes de Navidad, la señorita Smila de regreso a su casa encuentra muerto en la nieve a su vecino y amigo, el pequeño Isaías. La versión oficial es que debió de resbalar y caerse. Pero Smila, que le cuidaba a veces y sentía especial ternura por él, sospecha que no es así. Los dos pertenecen a la pequeña comunidad de esquimales groelandeses que viven en Copenhague. Y Smila es, además, experta en las propiedades físicas del hielo. La investigación que lleva a cabo en privado acerca de la muerte de Isaías la conduce a la misteriosa muerte del padre de éste en una expedición secreta a Groenlandia, misión encomendada por una poderosa empresa danesa involucrada en una extraña conspiración que se remonta a la segunda guerra mundial.

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– …En polvo te convertirás.

Soy capaz de ver lo que hay de acertado en las acciones de los demás. Sin embargo, no soy capaz de acertar yo misma. Isaías estuvo a punto de ser un logro. Hubiera podido llegar a serlo. Hubiera sido capaz de acoger en sí a Dinamarca y transformarla hasta convertirla en un igual.

Encargué que le cosieran un anorak de seda blanca a Isaías. Incluso el dibujo hubiera sido aceptable para los europeos. El pintor Gitz-Johansen se lo había regalado a mi padre. Se lo habían dado a Gitz-Johansen en Groenlandia del Norte mientras estuvo ilustrando la gran enciclopedia de las aves de Groenlandia. Le puse el anorak a Isaías, lo peiné, y entonces lo deposité de pie encima de la tapa de la taza del retrete. Cuando se vio reflejado en el espejo, ocurrió. El tejido tropical, el recogimiento groenlandés al enfundarse en el traje de fiesta, la alegría danesa por el lujo; se fundió en un todo. Quizá también tuviera algo que ver con que se lo había regalado yo.

Un instante más tarde tuvo que estornudar.

– ¡Tápame la nariz!

Se la tapé.

– ¿Por qué? -le pregunté. Solía sonarse la nariz en el lavabo.

En cuanto abrí la boca, sus ojos encontraron mis labios en el espejo. Ocurría con cierta frecuencia que conociera mis pensamientos antes de que yo los pronunciara.

– Cuando annoraaq qaqortoc , cuando llevo puesto el hermoso anorak, no me apetece llenarme los dedos de mocos.

– …Y del polvo resucitarás.

Intento sondear a las mujeres que rodean a Juliana para saber si alguna de ellas está embarazada. De un niño que podría recibir el nombre de Isaías. Los muertos siguen viviendo a través del nombre. Hubo cuatro niñas a quienes llamaron Ane por mi madre. Las he visitado muchas veces y he hablado con ellas para vislumbrar a través o detrás de la mujer que tenía en frente a aquella que me abandonó.

Sacan las cuerdas de las anillas laterales del ataúd. Por un instante, el ansia se apodera de mí como una enfermedad enajenante. Si al menos abrieran el ataúd un momento y me dejaran echarme al lado de su pequeño cuerpo frío, en el que han clavado una aguja, que han abierto y fotografiado y del que han cortado algunas rodajas, cerrándolo de nuevo. ¡Si pudiera, una última vez, notar su erección contra mi muslo, un gesto de erotismo vislumbrado e infinito, el aleteo de unas mariposas nocturnas contra mi piel, insectos oscuros de la felicidad!

Está helando con tanta intensidad que se ven obligados a esperar para poder llenar la fosa, que permanece abierta tras nuestros pasos. El mecánico y yo nos alejamos uno al lado del otro.

Se llama Peter. Hace menos de trece horas que pronuncié su nombre por primera vez.

Dieciséis horas antes era medianoche. En la calle de la Calería. He comprado doce sacos de plástico enormes, cuatro rollos de cinta adhesiva, cuatro tubos de cola instantánea y una linterna de mano Maglite. He abierto los sacos con unas tijeras, los he colocado de dos en dos y los he pegado. Lo he metido todo en mi bolso Louis Vuitton.

Llevo un par de botas de caña alta, un jersey rojo con cuello cisne, unas pieles de foca de Groenlandia y una falda escocesa del Scotch Corner. Sé por experiencia que es mucho más fácil eludir cualquier cosa con algunas explicaciones cuando vas bien vestida.

Lo que ocurre a continuación carece, en cierto modo, de elegancia.

Toda la superficie de la fábrica está rodeada por una reja de tres metros y medio de altura coronada por una sola hilera de alambre de púas. En mi mente llevo impresa una entrada que se encuentra en la parte trasera y que da a la calle de la Calería y a las vías del tren. La he visto antes.

Lo que antes no había advertido es el cartel que anuncia que la Central Danesa de Pastores Alemanes está en guardia. Puede no significar nada. Al fin y al cabo se cuelgan muchos carteles con el único fin de mantener una buena atmósfera. Por lo que le doy unas patadas a la entrada. Cinco segundos después aparece un perro delante de la reja. Probablemente un pastor alemán. Parece algo que ha estado tirado delante de una puerta para que la gente tuviera algo en que limpiarse los zapatos. Quizás ésta sea la explicación de su mal humor.

Hay gente en Groenlandia que sabe cómo manejar a los perros. Mi madre sabía. Antes de que llegaran a ser corrientes las cuerdas de nailon, utilizábamos correas hechas de tiras de piel de foca como cuerdas de tiro en los trineos. Los demás tiros de perros solían comerse los correajes. Nuestros perros no lo hicieron nunca. Mi madre lo había prohibido.

También hay otras personas que han nacido con miedo a los perros y nunca lo superan. Yo soy una de ellas. Por lo tanto vuelvo al Strandboulevard y tomo un taxi de vuelta a casa.

No voy a mi piso. Voy al de Juliana. De su nevera saco medio kilo de hígado de bacalao. Un amigo que tiene en el mercado de pescado le regala los hígados que revientan. Del botiquín del baño de Juliana saco medio frasco de Rohypnol y me lo meto en el bolsillo. Hace poco que se lo recetó su médico. Ella los vende. Estas pastillas tienen buena acogida entre los drogadictos. Y ella emplea el dinero conseguido con la venta en comprar su propia droga, aquella que timbran las autoridades aduaneras.

La compilación de Rink incluye un cuento del oeste de Groenlandia sobre un espíritu intimidatorio que no puede dormir, y debe velar eternamente. Seguro que todavía no ha probado el Rohypnol. La primera vez que lo pruebas, media pastilla te sume en el coma más profundo.

Juliana deja que me aprovisione. Ha renunciado a todo, incluso a hacerme preguntas.

– ¡Te has olvidado de mí! -grita a mis espaldas.

Vuelvo en taxi a la calle de la Calería. Es inevitable, el coche empieza a oler a pescado.

De pie, a la luz del viaducto que llega al puerto franco, machaco las pastillas y las mezclo con el hígado. Ahora yo también huelo a pescado.

Esta vez no hace falta que llame al perro. Está allí, delante de la reja, esperándome. Ha estado deseando que volviera. Le lanzo el hígado por encima de la reja. Se oye hablar tanto del sentido del olfato refinado de los perros. Estoy preocupada. A lo mejor es capaz de detectar las pastillas. Mis preocupaciones son desmentidas. Se traga el hígado como si fuera un aspirador.

Nos quedamos esperando, el perro y yo. Él espera que le llegue más hígado. Yo espero ver lo que la industria medicinal es capaz de hacer por los animales insomnes.

En ese mismo instante aparece un coche. Una furgoneta de la Central Danesa de Pastores Alemanes. No hay ningún sitio donde esconderse ni forma alguna de disimular en la calle de la Calería, por lo que decido quedarme allí mismo. Un hombre de uniforme baja del coche. Intenta hacerse una idea de mí pero por lo visto no llega a ninguna conclusión que le satisfaga. ¿Una mujer sola enfundada en pieles a la una de la noche en las afueras de Oesterbro? Abre la reja y le pone la correa al perro. Lo saca a la acera. El perro me gruñe de una manera amenazante. De repente, sus piernas se convierten en goma y está a punto de tropezar. El guardia lo mira preocupado. El perro lo mira con ojos implorantes. Entonces el guardia abre la puerta trasera de la furgoneta. El perro logra meter las patas delanteras pero el guardia se ve obligado a empujarlo los últimos centímetros. Está extrañado. Pero arranca el coche y desaparece. Y me deja a mí con mis cavilaciones respecto a la manera de trabajar de la Central Danesa de Pastores Alemanes. Acabo pensando que sueltan los perros un poco al azar, de vez en cuando, y por poco tiempo en cada lugar. Ahora el guardia va de camino a un nuevo rincón en el que soltar al perro. Espero que el perro encuentre un sitio blando donde echarse a dormir.

Meto la llave en el cerrojo. Sin embargo, la reja no se abre. Puedo imaginarme lo que debe de haber ocurrido. Elsa Lübing siempre iba a trabajar a una hora en la que había un portero para abrirle la puerta. Por eso no sabe que en los accesos de la periferia se utiliza otro sistema de llaves.

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