Carmen Posadas - La cinta roja

Здесь есть возможность читать онлайн «Carmen Posadas - La cinta roja» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La cinta roja: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La cinta roja»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La cinta roja — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La cinta roja», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

— Querido amigo–le dije-, sois demasiado gentil; claro que me encantará cabalgar con vos. Os lo ruego, dejad que me apoye en vuestro hombro para montar a Coquette .

Barras nos miraba sonriendo y debo reconocer que sentí una pequeña punzada al ver su rostro tan cerca del mío, por lo que giré la cabeza para volverme definitivamente hacia Ouvrard. Tout passe, tout casse, tout lasse… et tout se remplace . Las mujeres como yo no pueden (ni deben) permitirse mirar atrás. Yo no lo sabía en ese momento, pero comenzaba para mí una nueva vida.

UN NUEVO AMOR

A sus veintiocho años, Gabriel Ouvrard era ya dueño de una enorme fortuna. Sus comienzos se remontaban a 1789, cuando en pleno estallido revolucionario y con tan sólo diecinueve años, empezó a especular a pequeña escala con una fábrica de papel, y ahí pasó a probar fortuna en la banca. Sin embargo, muy pronto se dio cuenta de que los ejércitos de la Revolución eran una posible fuente de enorme ganancia, de modo que, para conocer el negocio desde dentro, se alistó en la armada de Kléber. Después del 9 de Thermidor casó con la hija de un rico negociante de Nantes que tuvo la mala fortuna de arruinarse durante la guerra de La Vendée, pero él, en cambio, supo obtener una indemnización de doscientas mil libras. A partir de ese momento su carrera fue imparable y unos años más tarde estaba en posesión de veinte millones de libras, suma que representaba una de las mayores fortunas de la época. Conocedor a fondo de su negocio como abastecedor, se decía entonces que Ouvrard era capaz de equipar en pocas semanas a un ejército completo. Era por tanto el hombre indispensable al que se recurría en momentos de emergencia, ya que sólo él podía salvar las situaciones creadas por la necesidad o por la desidia de los oficiales. Así las cosas, si bien su negocio estaba muy mal visto por algunos (Napoleón entre ellos, que lo consideraba un «depredador»), en aquel río revuelto y enfangado que era el Directorio, Gabriel Ouvrard había sabido pescar con astucia, también con mucho provecho. Por si sus méritos profesionales fueran pocos, Gabriel era un hombre de indudable atractivo físico, bien parecido, de ojos vivaces, mentón firme, gran conversador, de una generosidad sin límites. ¿Y Barras, preguntará tal vez el lector?, ¿con tanta facilidad se olvida a un hombre y se sustituye por otro? Tiempo habrá de hablar más de Paul, puesto que no desapareció del todo de mi vida.

Y es que en aquellos tiempos galantes uno nunca rompía con un viejo amor de forma irreconciliable. Al igual que Josefina siguió frecuentando a Barras (algunos sostienen que incluso sirviéndole de espía, puesto que continuó informándole durante mucho tiempo sobre las actividades de Napoleón), yo también me mantuve en buenas relaciones con él. Al fin y al cabo y a pesar de los pesares, era un hombre al que mucho había amado. Por eso no fue sin una punzada de tristeza que me despedí de Grosbois y también de él. Recuerdo que lo hicimos a la antigua usanza: tal como lo había hecho de mi primer marido, Fontenay, igual también que nos despedíamos antes de la Revolución ceremoniosamente las esposas y los maridos tras l’act passionnel : con un « Adieu, monsieur, merci ». « Adieu, madame, au revoir ».

Y es bueno que así fuera porque, si bien hay heridas que nunca cicatrizan del todo, es importante guardar siempre las formas. Por encima de otras consideraciones yo era una mujer de mundo. «No explicar, no protestar y, sobre todo, jamás mirar atrás». ¿Acaso no había sido ése siempre el nunca explicitado lema de nosotras las merveilleuses ?

— Y también de las necias–rezongó Frenelle al oírme decir esto. Nos encontrábamos por fin en el carruaje que había de conducirnos lejos de Grosbois hacia mi nueva vida y yo me entretenía mirando con cierta tristeza el paisaje que se cerraba a nuestro paso y el modo inexorable en que la casa de Barras iba haciéndose más pequeña a medida que nos alejábamos.

— Dudo mucho de que yo por mi parte le dedique ni un pensamiento a todo esto–añadió ella al tiempo que se afanaba en cerrar la ventanilla como quien cierra también un pasado que desea olvidar cuanto antes-. Adiós y hasta nunca, Grosbois; adiós y ahí te pudras, pomposo, fatuo y corrupto ciudadano Barras. En cuanto a Ouvrard, Teresa, ya sé que tú y él os conocéis desde hace años, pero apuesto a que puedo contarte detalles de su persona más que interesantes que tú desconoces…

Era agradable que Frenelle me volviera a llamar Teresa como antes, y también me agradaba sobremanera el entusiasmo que demostraba por mi nuevo amigo. Ignoraba a qué detalles podía referirse Frenelle, pero siempre me ha parecido prudente y también productivo prestar oídos a lo que se dice escaleras abajo; en otras palabras, a lo que corre por los siempre bien informados mentideros del servicio doméstico. Mi hija María Luisa, que desde que me conminó a que escribiera estas memorias ha adquirido una cierta pasión por las letras, dice que aún no se ha escrito lo que ella llama «la otra historia». La que cuentan quienes más saben de los protagonistas de la Historia con mayúscula, en otras palabras, los criados, ésos para los que, según el refrán: «Nadie es un gran hombre ni una gran mujer». Yo, por mi parte, siempre he escuchado atentamente lo que ellos tienen que decir, puesto que tengo más que comprobado que se trata de una fuente inagotable y muy precisa de información.

— Cuéntame, Frenelle, ¿qué se dice escaleras abajo, qué chismes corren?

— Chismes no, querida–corrigió Frenelle-, simple observación, y también intercambio de inteligencia más que útil. ¿A que no sabes que a Ouvrard le llaman Monsieur Mystére ?

— ¿Señor misterio? — inquirí sorprendida porque Gabriel siempre me había parecido un hombre encantador y sin dobleces.

— ¿Acaso no te parece suficiente misterio que un muchacho de su edad haya logrado que se le tema y se le respete tanto en este París de vientres podridos? Entre nosotros, los criados, se dice que su arma secreta para sobrevivir en vuestro mundo lleno de ladrones y tramposos con capas de armiño y cuajados de diamantes es más que admirable y también desconocida para vosotros. Se llama «generosidad».

— No es mala virtud–respondí incómoda por las explícitas alusiones de Frenelle a lo que ella llamaba «mi mundo»-. ¿Qué más sabes de Ouvrard?

— Lo mismo que tú, pero con detalles curiosos que estoy segura te interesarán. Sé por ejemplo que tiene varias propiedades y más de diez casas repartidas por París. Y luego está Raincy…

— Raincy–repetí yo, porque éste era un nombre del que también se hablaba mucho no sólo escaleras abajo, sino también escaleras arriba. Se trataba, por lo visto, de una inmensa propiedad que antaño había pertenecido al inefable Philippe Égalité, cuya cabeza había acabado rodando como tantas otras en la guillotina. Una vez muerto, el castillo había pasado a manos del Estado, y el Directorio, siempre ávido de dinero, se lo había vendido a Ouvrard-. Dicen que es sin lugar a dudas espléndido–comenté-, pero no creo que tenga nada que envidiar a Grosbois.

Dije esto con toda intención, sabiendo lo mucho que Frenelle detestaba todo lo que tuviera que ver con Barras y riendo para mis adentros.

— ¡Grosbois! — exclamó Frenelle tan enfadada como era de esperar-. ¡Ese monumento al mal gusto, esa tarta de merengue llena de oropeles y angelotes en donde no he tenido más que pesadillas! Pronto verás por ti misma la diferencia entre una propiedad y otra, pero déjame que tenga el placer de ser la primera que te abra los ojos sobre las maravillas que encierra Raincy.

— Vamos, Frenelle, si nunca has estado allí–bromeé-. Además, según tengo entendido, hace muy poco que pertenece a Ouvrard, seguro que ni la casa ni los parques están terminados de acondicionar.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La cinta roja»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La cinta roja» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La cinta roja»

Обсуждение, отзывы о книге «La cinta roja» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x