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Fern Michaels: Una Cinta Roja y Brillante

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Fern Michaels Una Cinta Roja y Brillante

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Dentro de la Antología “El Amor puede Esperar” A Gift of Joy Anthology A bright red ribbon (1995) Con la Navidad como tema común, estas cuatro historias dentro de la "Antología El amor puede esperar", demuestran que la nieve y el frío son un buen escenario para el amor: La Nochebuena de Eve, de Virginia Henley (Christmas Eve) El milagro, de Brenda Joyce (The miracle) Una cinta roja y brillante, de Fern Michaels (A bright red ribbon) Mi verdadero amor, de Jo Goodman (My true love) Sola en su coche y extraviada, una viajera cansada se pierde en una tormenta de nieve. Pero un perro que llevaba un lazo rojo la llevará a un lugar seguro… y en los brazos de un inverosímil héroe. Morgan Ames había estado esperando durante dos años a que su ex-novio le propusiera matrimonio. Él la había dejado en la víspera de Navidad, pero le había comprometido proponerle matrimonio dos años más tarde, si sentía que estaban destinados a estar juntos. Mo trata de volver a casa, pero se queda varada en una tormenta de nieve, es rescatada por un perro, y por Marcus Bishop. Mo empieza a preguntarse si realmente quiere casarse con Keith después de todo.

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Fern Michaels Una Cinta Roja y Brillante CAPÍTULO 01 Incluso en su - фото 1

Fern Michaels

Una Cinta Roja y Brillante

***

CAPÍTULO 01

Incluso en su sueño, Morgan Ames sabía que estaba soñando, sabía que despertaría con la almohada empapada de lágrimas y que se enfrentaría a la dura realidad. Gritó, como solía ocurrir, en el instante en que Keith iba a ponerle el anillo en el dedo. Eso le hizo saber que era un sueño. Nunca pasaba de este punto. Despertó y miró el reloj de la mesilla de noche; eran las cuatro y diez. Se secó las lágrimas de las mejillas, pero en esta ocasión sonrió. Hoy era Nochebuena, el día en que Keith le regalaría el anillo y por fin fijarían la fecha de la boda. El gran acontecimiento que tanto había esperado tendría lugar delante del árbol de Navidad de sus padres. Keith y ella estarían en el mismo lugar en que estuvieron ese mismo día hacía dos años, y a la misma hora. Su romance estaba vivo y funcionaba.

Se levantó de la cama y se puso la cómoda y cálida bata amarilla y unos gruesos calcetines de lana. Se dirigió a la pequeña cocina para prepararse café.

Nochebuena. Para ella era el día más maravilloso del año. Antes, siendo todavía adolescente, sus padres trasladaron la cena y la apertura de los regalos a la Nochebuena para poder dormir hasta tarde el día de Navidad. La comida era abundante; antes de la misa recibían la visita de amigos, luego abrían los regalos, cantaban villancicos y bebían ponche de huevo.

Mo sabía que una tetera nunca hervía si no se dejaba de mirar, así que preparó tostadas mientras esperaba el zumbido. Estaba tan excitada que al untar la mantequilla y la mermelada le temblaban las manos. La tetera silbó. Al verter el agua en la taza con la bolsita de té salpicó la encimera.

Dentro de dieciséis horas vería a Keith. Por fin. Hacía dos años la había llevado junto al árbol de Navidad porque quería hablar con ella de un asunto. Él estaba bastante nervioso, pero ella aún lo estaba más, convencida de que el asunto sería el anillo de compromiso que le regalaría. Ella lo esperaba, sus padres lo esperaban, sus amigos lo esperaban. Sin embargo, Keith le cogió las manos y dijo:

«Mo, tengo que decirte una cosa. Necesito que lo comprendas. Es problema mío. Tú no has hecho nada para que… Lo que intento decirte es que necesito más tiempo. No estoy preparado para comprometerme. Creo que los dos necesitamos más experiencia. Los dos trabajamos, y acaban de ascenderme, comenzaré el año que viene. Trabajaré en la oficina de Nueva York. Es una gran oportunidad, pero las horas son largas. Alquilaré un piso en la ciudad. Lo que me gustaría decir es… que nos demos un respiro. Creo que nos iría bien una separación de dos años. Para entonces ya tendré treinta años, y tú veintinueve. Seremos más maduros y estaremos mejor preparados para dar este paso.»

El té caliente le quemó la lengua y ella dio un grito. Aquella noche también gritó. Hubiera deseado parecer moderna, mostrar indiferencia, decir de acuerdo, bien, no hay problema. Pero no pudo decir nada de eso. En cambio, estalló en lágrimas y se arrojó a sus brazos, preguntándole si lo que decía significaba que saldría con otras. Su respuesta le sentó tan mal que no dejó de sollozar. Él le dijo:

«Ssshhh, todo irá bien. Dos años no es tanto tiempo. Quizá no seamos el uno para el otro. Entonces lo sabremos. Sí, para mí también será duro. Mira, sé que te ha pillado por sorpresa… No quería que fuera así, quería llamarte… Esto es lo que te propongo: dentro de dos años a partir de esta noche nos encontraremos aquí, delante del árbol. ¿De acuerdo, Mo?»

Ella asintió humildemente con la cabeza. Al poco él añadió:

«Mira, Mo, tengo que irme. Mi jefe celebra una fiesta en su casa de Princetown. No puedo llegar tarde. Las fiestas de Navidad son perfectas para hacer contactos. Tengo un pequeño regalo de Navidad para ti.» Antes de que pudiera secarse los ojos y sonarse la nariz, o decirle que tenía regalos para él al pie del árbol, él se había ido.

Fue la peor Navidad de su vida. Y también el peor Año Nuevo. La Navidad y el Año Nuevo siguientes también fueron horribles porque sus padres la habían mirado con compasión y luego con ira. Sólo la llamaron para decirle: «Morgan, sigue con tu vida. Ya has malgastado dos años. En todo ese tiempo, Keith no te ha llamado ni una sola vez ni enviado ninguna postal.» Ella se mostró terca porque amaba a Keith. Siguieron palabras amargas, hasta que ella colgó y se echó a llorar. Pero esta noche todo cambiaría. La vida por fin sería maravillosa. Cuando sus padres vieran lo feliz que era, su relación se suavizaría.

Mo miró el reloj. Las cinco y media. Hora de ducharse, vestirse y preparar el coche para las dos semanas de vacaciones. Oh, la vida era tan buena. Lo tenía todo planeado. Irían juntos a esquiar, pero antes ella iría al apartamento de Keith de Nueva York, donde se quedaría y le prepararía el desayuno. Harían el amor hasta quedar exhaustos.

Dos años era mucho tiempo para seguir siendo fiel… y ella lo había sido. Se estremeció al imaginar a Keith acostado con otras mujeres. A él le gustaba el sexo más que a ella. De ningún modo le habría sido fiel; ella lo sentía en el corazón. Cada vez que su madre sacaba el tema, ella se iba de casa. A sus padres no les gustaba Keith. A su padre le encantaba decir: «Conozco esa clase de tipos No son de fiar. Morgan, olvídate y haz tu vida.»

Esta noche comenzaría una nueva vida. A menos… a menos que Keith no se presentara. A menos que Keith decidiera que la vida de soltero era mejor que casarse y adquirir un sinfín de responsabilidades. Dios santo, ¿qué haría si ocurría eso? Bueno, no ocurriría. Siempre había sido optimista, y ahora no vería razón para cambiar.

No ocurriría porque cuando Keith la viera, se volvería loco. Ella había cambiado en los dos últimos años. Había perdido unos cuantos kilos en los lugares adecuados. Estaba delgada y esbelta porque cada día iba al gimnasio y cada noche, después del trabajo, corría cinco kilómetros. Se hizo un nuevo corte de pelo en Nueva York. Y durante su estancia allí fue a un salón de belleza para que la aconsejaran sobre el color de pelo y el maquillaje. Tenía un aspecto más profesional, cada vez más parecido a las ejecutivas que se veían por Madison Avenue. Había perdido el aspecto de chica de pueblo. Aprendió a comprar ropa de moda a mitad de precio en los grandes almacenes. Ahora se miró el conjunto informal de Calvin Klein, las botas de Ferragamo y el bolso de Chanel que había encontrado en un mercadillo. Dentro de la maleta de diseño francés llevaba otros conjuntos de Donna Karan y Carolyn Roehm.

Al igual que a Keith, también la habían ascendido y aumentado el sueldo. Si todo iba bien, se plantearía abrir su propio despacho de arquitectos. Contrataría ayudantes que ella misma se encargaría de supervisar. Los clientes con los que trabajaba le decían que debería abrir su propio despacho, que se independizara. Uno en concreto le prometió que la financiaría después de ver los planos que ella le hizo para una casa en la playa de Cape May. Su padre, también arquitecto, le ofrecía su apoyo y había llegado a ocuparse de las gestiones. Ahora si quería, podía hacerlo. Pero ¿quería asumir tanta responsabilidad? ¿Qué le parecería a Keith?

Lo que quería, lo que realmente quería, era casarse y tener un hijo. Siempre podría trabajar de asesora y contar con clientes a título personal para mantenerse. Para que todo fuera perfecto lo único que necesitaba era un marido. Keith.

Sonó el teléfono. Mo frunció el entrecejo. Por las mañanas no solía recibir llamadas tan temprano. Cuando descolgó el auricular se le aceleró el corazón.

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