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Fern Michaels: Una Cinta Roja y Brillante

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Fern Michaels Una Cinta Roja y Brillante

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Dentro de la Antología “El Amor puede Esperar” A Gift of Joy Anthology A bright red ribbon (1995) Con la Navidad como tema común, estas cuatro historias dentro de la "Antología El amor puede esperar", demuestran que la nieve y el frío son un buen escenario para el amor: La Nochebuena de Eve, de Virginia Henley (Christmas Eve) El milagro, de Brenda Joyce (The miracle) Una cinta roja y brillante, de Fern Michaels (A bright red ribbon) Mi verdadero amor, de Jo Goodman (My true love) Sola en su coche y extraviada, una viajera cansada se pierde en una tormenta de nieve. Pero un perro que llevaba un lazo rojo la llevará a un lugar seguro… y en los brazos de un inverosímil héroe. Morgan Ames había estado esperando durante dos años a que su ex-novio le propusiera matrimonio. Él la había dejado en la víspera de Navidad, pero le había comprometido proponerle matrimonio dos años más tarde, si sentía que estaban destinados a estar juntos. Mo trata de volver a casa, pero se queda varada en una tormenta de nieve, es rescatada por un perro, y por Marcus Bishop. Mo empieza a preguntarse si realmente quiere casarse con Keith después de todo.

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– Un día más o menos. Hace una hora que ha dejado de nevar. He oído un parte que decía que las brigadas de emergencia ya están trabajando en ello. La electricidad es lo primero que arreglarán. En ese sentido, soy afortunado de tener calefacción de gas y un generador de repuesto por si se va la electricidad. Cuando se vive en el campo, este tipo de cosas son necesarias.

– ¿Cree que la casa de la colina tampoco tiene teléfono?

– Si yo no tengo línea, ellos tampoco -dijo Marcus con calma. -Es Navidad, ya sabes.

– Lo sé -dijo Mo, con lágrimas en los ojos.

– Come -dijo Marcus.

– Mi madre suele poner malvavisco en los boniatos. Y sazona con semillas de sésamo el brócoli cortado. Le da un sabor muy distinto. -Pidió un poco más de pavo levantando el plato.

– Me gusta como sabe así, pero lo tendré en cuenta y algún día lo probaré.

– No, no lo hará. Me parece que usted es una persona que hace las cosas a su manera y que no está dispuesta a cambiar porque sí. Me parece muy bien, pero no debería seguirme la corriente. Lo único que ocurre es que me gusta el malvavisco en los boniatos y las semillas de sésamo en el brócoli.

– No me conoces en absoluto, ¿por qué sacas esta conclusión?

– Sé que usted está acostumbrado a hacer las cosas a su manera. Me ordenó que me duchara y me quitara la ropa mojada. Ahora mismo, hace sólo un minuto, me ha ordenado que coma.

– Es por tu bien. Eres de las que tienen carácter respondón, ¿verdad?

– Sí. Por cierto, su ropa interior es áspera. Debería poner suavizante en el aclarado.

– ¡Aja! -gruñó Marcus. -Eso demuestra lo poco que sabes. El suavizante afecta a la fibra y hace que el material no absorba el sudor.

– Yo sólo decía que le quitaría aspereza. Lo siento. A veces hablo demasiado. ¿Qué hay de postre? ¿Tomaremos café? ¿Puedo traerlo, o prefiere que siga aquí sentada y que coma?

– Eres mi invitada. Tú quédate sentada y come. Hay budín de pasas y ciruelas, y claro, también tomaremos café. ¿Qué clase de cena de Navidad crees que es?

– La clase de cena en que las verduras son congeladas, los boniatos de caja y el relleno del pavo envasado. Y el budín de pasas y ciruelas puede comprarse congelado. Estoy segura de que el postre será tan delicioso como todo. De hecho, sé cuando algo me gusta. La mayoría de los hombres no saben cocinar en absoluto. Al menos los que yo conozco. -Volvía a barbotear -Puede llamarme Mo. Todo el mundo me llama así, incluso mi padre.

– No te encariñes con mi perro -dijo Marcus mientras servía el budín en un plato.

– Señor Bishop, más bien me parece que él se está encariñando conmigo. Debería servir el budín en un plato pequeño de postre. Cuidado, ha salpicado en el suelo. Yo lo limpiaré. -Fue a levantarse de la silla cuando él repuso tajante:

– Siéntate.

Mo lo hizo, desconcertada.

– Señor Bishop, yo no soy un perro. Sólo quería ayudar. Siento haberle ofendido, sólo quería ayudar. Creo que no me apetece postre o café. -Su tono era tenso y tenía los hombros rígidos. Necesitaba levantarse de la mesa, pues de lo contrario se echaría a llorar. ¿Qué le pasaba?

– Soy yo el que tiene que disculparse. He tenido que aprender a hacerlo todo solo. Al principio las salpicaduras eran un problema. Ahora sé cómo hacerlo: humedezco un trapo y lo restregó con el palo de la escoba. Tardé un poco en idearlo. Tienes razón sobre la comida congelada. Últimamente no he tenido muchos invitados a los que impresionar. Y puedes llamarme Marcus.

– ¿Intentaba impresionarme? Qué amable, Marcus. Acepto tus disculpas y te ruego aceptes las mías. Finjamos que yo pasaba por aquí para desearte feliz Navidad y me atrapó la tormenta de nieve. Como eres un hombre bueno, me ofreciste tu hospitalidad. Veamos, hemos dicho que eres un buen hombre y que yo quiero que aceptes mi palabra de que soy una buena persona. A tu perro le gusto. Hay que tenerlo en cuenta.

Marcus rió entre dientes.

– Bien dicho.

– Esta casita es encantadora. Apuesto a que tienes sol todo el día. Cuando sale el sol uno enseguida se siente mejor, ¿no crees? ¿Tienes flores en primavera y verano?

– Lo tengo todo. A veces Murphy planta las semillas. Deberías ver los tulipanes en primavera. La primavera pasada, después del accidente, me pasé casi todo el tiempo fuera, no quería estar en la casa porque me sentía demasiado abrumado. Soy ingeniero, así que en el jardín me las arreglo con las herramientas que tienen asa grande. En abril y mayo el jardín parece un arcoíris. Si por entonces pasas por aquí, para y compruébalo por ti misma.

– Me gustaría mucho. Bien, casi no me atrevo a preguntarte esto, pero ¿te sentirías ofendido si yo lavara los platos?

– ¡Cielos, no! Odio lavar los platos. Siempre que puedo utilizo platos de papel. Murphy también come en platos de papel.

Mo soltó una carcajada. La cola de Murphy golpeteó sobre el suelo.

Mo llenó el fregadero de agua caliente y jabón. Marcus le iba pasando los platos. Terminaron en veinte minutos.

– ¿Qué te parece un brindis de Navidad? Tengo un vino muy bueno. Antes de que nos demos cuenta, la Navidad habrá terminado.

– Es un buen vino -dijo ella.

– A mí no me lo parece. ¿Quieres decir que te parece bien? -En la voz de Marcus había cierta ironía, pero ella no se lo tomó mal. -¿A qué te dedicas, Morgan Ames?

– Soy arquitecta. Diseño centros comerciales. Mi mayor ambición es que alguien me contrate para que diseñe un puente. No sé por qué, pero tengo debilidad por los puentes. Trabajo para una empresa, pero estoy planteándome la posibilidad de independizarme el año que viene. Es una idea que me da un poco de miedo, pero si he de hacerlo alguna vez, ha de ser ahora. No sé por qué lo creo así, pero así es. ¿Tú trabajas aquí o en una oficina?

– El noventa por ciento en casa, el diez por ciento en la oficina. Tengo una furgoneta adaptada a mi condición. Claro, no puedo levantarme totalmente. Tengo varios empleados que son mis piernas. Es una forma de decir que me las arreglo bien.

– ¿Dónde dormiste anoche?

– Aquí, en el sofá. No es ningún problema. Como puedes ver, es bastante ancho y mullido… los almohadones son extra gruesos. Pero dime, ¿qué te parece mi árbol? -preguntó con orgullo.

– Me encanta. Siempre me ha gustado la Navidad. Debe de ser mi punto débil. Mi madre dice que en Nochebuena solía ponerme enferma de ansiedad por la llegada de Santa Claus. -Deseó acercarse al árbol e imaginar que estaba en casa esperando a que apareciera Keith y le pusiera el anillo en el dedo, y las lágrimas le afloraron a los ojos.

Se acercó al árbol y luchó contra el ardor que sentía detrás de los párpados frotándoselos, como si el motivo de ese picor fuera el humor de la madera que ardía en la chimenea. Al poco se acordó de que los leños de la chimenea eran de mentirijilla.

– A mí también. Siempre temía que se olvidara de nuestra chimenea o que se le rompiera el trineo. Me portaba tan malditamente bien durante diciembre que mi padre me llamaba santo. Tengo muy buenos recuerdos de la infancia… ¿Estás bien? ¿Te pasa algo? Si quieres hablar, yo sé escuchar.

¿Quería hablar? Observó la tranquila casa, al hombre de la silla de ruedas y al perro echado a sus pies. Ella pertenecía a ese cuadro. El único problema era que los ocupantes no eran los deseados. Nunca volvería a ver a «e hombre, así que, ¿por qué no hablar con él? Quizá él le diera alguna opinión o consejo en lo que se refería a Keith. Asintió con la cabeza y alzó la copa para pedir más vino.

CAPÍTULO 06

Hasta que terminó su triste historia no se dio cuenta de que seguía de pie delante del árbol de Navidad. Se sentó, sabiendo que había bebido demasiado vino. Volvió a tener ganas de llorar cuando vio preocupación en el rostro de Marcus.

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