Ella vio su cabeza y parte del hombro.
– ¡Marcus! ¿Eres tú? ¿Por qué entras por la puerta de Murphy? -Los hombros se le relajaron con alivio.
– Todas las puertas están cerradas con pestillo. Estoy atascado. ¿Qué demonios estás haciendo en mi casa? Y con mi perro.
– Lo he traído por Navidad. Te echaba de menos. Pensé… podías haber llamado, Marcus, o enviar una postal. Te juro que creí que habías muerto en la mesa del quirófano y que nadie de tu empresa quería decírmelo. Marcus, tuve que mudarme de apartamento porque en el mío estaba prohibido tener animales. He abandonado la oficina por tu perro. Bueno, aquí lo tienes. Me voy y sabes qué te digo… no me importa que estés atascado en esa puerta. Has desperdiciado casi un año de mi vida. No hay derecho. No tienes excusa, y aunque la tengas no quiero escucharla.
– ¡Abre la maldita puerta!
– ¡Y un cuerno, Marcus Bishop!
– Escucha, somos personas adultas y sensatas. Discutámoslo racionalmente.
– Que pases una feliz Navidad. La cena está en el horno. Tu árbol en la sala, decorado, y en la puerta Principal hay una corona. Aquí tienes a tu perro. Supongo que es todo lo que necesitas.
– No puedes irte y dejarme así atascado…
– ¿Qué te apuestas? Has jugado con mis sentimientos. ¡Me has dejado sola con tu perro! Eres mucho más idiota que Keith. ¡Y yo me he creído tus sandeces! Supongo que la culpa es mía.
– ¡Morgan!
Mo se dirigió apresuradamente hacia la puerta principal. Murphy ladró. Ella se detuvo.
– Lo siento. Tú le perteneces a él. Te quiero… eres un compañero y amigo maravilloso. Nunca olvidaré que me salvaste la vida. De vez en cuando te enviaré bistecs. Cuida de ese… ese gran bobo, ¿me oyes? -dijo, y cerró la puerta violentamente.
Estaba abriendo la puerta del garaje cuando sintió alguien a su lado. A su izquierda oyó los ladridos de Murphy.
– Vas a tener que escucharme quieras o no quieras. Mírame cuando te hablo -dijo Marcus Bishop frente a ella.
La rabia y la hostilidad de ella se desvanecieron.
– ¡Marcus, estás de pie! ¡Caminas! ¡Es maravilloso! -La ira le volvió tan repentinamente como había desaparecido. -Esto sigue sin justificar tu silencio de nueve meses.
– Mira, envié postales y flores. Te escribí cartas. ¿Cómo demonios iba a saber que te habías mudado?
– Ni siquiera me dijiste a qué hospital ibas. Intenté llamarte pero en tu oficina no me decían nada. Por un dólar, en la oficina de correos te hubieran dado mi nueva dirección. ¿Se te ocurrió alguna vez?
– No. Pensé que… bueno, pensé que te habías fugado con mi perro. Perdí la tarjeta que me diste. Me desanimé cuando me enteré que te habías mudado. Lo siento. Toda la culpa es mía. Tenía el gran sueño de entrar caminando en casa de tus padres el día de Nochebuena y estar junto a ti frente al árbol. Mi operación no fue tan fácil como el cirujano esperaba. Tuvieron que hacerme una segunda operación. La terapia fue tan intensa que apenas podía pensar. No me estoy lamentando, estoy tratando de explicártelo. No tengo nada más que decir. Si quieres quedarte con Murphy, de acuerdo. No tenía ni idea… él te quiere. Cielos, yo te quiero.
– ¿Me quieres?
– Claro que sí. Durante la recuperación no hice más que pensar en ti. Era lo que me ayudaba a seguir. Hoy incluso he ido a esa tienda coreana y mira esto. -Alargó un montón de postales y sobres. -Parece que no sabes leer. Esperaban que fueras a buscar el correo. Dijeron que las flores que enviaba de vez en cuando les gustaban mucho.
– ¿De verdad, Marcus? -Se acercó y cogió la correspondencia. -¿Cómo te has salido de la puerta del perro?
Marcus resopló.
– Murphy me empujó. ¿Por qué no entramos y hablamos como dos personas civilizadas que se quieren?
– Yo no he dicho que te quiero.
– ¡Dilo!
– De acuerdo, te quiero.
– ¿Y qué más?
– Te creo y también quiero a tu perro. -¿Viviremos felices aunque ahora sea guapo y rico? -Claro que sí, pero eso es lo de menos. Cuando ibas en silla de ruedas ya te quise. ¿Funciona todo… tu cuerpo?
– Comprobémoslo.
Murphy los precedía en el camino hacia la casa.
– Te levantaré en brazos para cruzar el umbral.
– ¡Oh, Marcus!, ¿de verdad?
– A veces hablas demasiado. -La besó como nunca había besado a nadie.
– Eso me ha gustado. Hazlo otra vez, y otra, y otra.
Él lo hizo.
Fern Michaelses una reconocida autora de bestsellers del New York Times de EE.UU, con reconocidos libros como Fool Me Once, Sweet Revenge, The Nosy Neighbor, Pretty Woman, y docenas de otros libros y novelas cortas.
Hay más de setenta millones de ejemplares de sus libros impresos. Fern ha construido y financiado varios grandes centros de atención diurna en su ciudad natal, y es una apasionada amante de los animales, hasta ha equipado a los perros policiales de todo el país con chalecos especiales antibalas.
Ella comparte su hogar en Carolina del Sur con sus cuatro perros y un fantasma residente llamada Mary Margaret.
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