– Por supuesto. Esta semana papá no tiene nada que hacer. Es por la jubilación. No quiere viajar, no quiere cuidar del jardín, no sabe lo que quiere. Anoche mismo hablaba de hacer el curso de cocina de Julia Child. Nos prepararemos y saldremos dentro de una hora. -Su tono bajó. -Deberías ver el brillo de sus ojos… ya está preparado. Te veremos enseguida.
En cuanto llegaron a la oficina, Murphy se instaló en pocos segundos. Se apropió de un recuadro bañado de sol delante de la ventana. Junto a él tenía su pelota roja, un gato de goma que maullaba y su lata de caramelos de plástico. Se dedicó a lamer un hueso de caldo casi tan grande como él.
Mo trabajó sin interrupción hasta que a las doce y diez llegaron sus padres. Murphy los miró con recelo hasta que vio la entusiasta bienvenida que les daba Mo, momento en que se unió a ella, lamiendo la mano de la madre y ofreciendo la pata al padre.
– Esto es lo que yo llamo un caballero. Me siento más tranquilo sabiendo que estás acompañada por este perro en lugar de tan sola -dijo su padre.
– Sólo es temporal, papá. Marcus vendrá a buscarlo en cuanto… bueno, no lo sé exactamente. Papá, tengo mucho trabajo. Incluso tengo un problema con esto- echa una mirada y dame tu opinión. El cliente vendrá a las cuatro y estoy ofuscada. El sistema de calefacción no funcionará de la manera en que quiere instalarlo. Tengo que quitar paredes, mover ventanas… y no querrá pagar los cambios.
– Ahora mismo. Tu madre y yo hemos decidido que yo me quedaré a ayudarte. Ella ha quedado de verse con una agente inmobiliaria a las doce y media. Le telefoneamos y lo hemos arreglado todo. Le hemos dicho exactamente lo que necesitas, así que no hará perder el tiempo a tu madre con cosas inadecuadas. Conociendo a tu madre, estoy seguro de que encontrará el lugar perfecto antes de las cinco de la tarde. ¿Por qué no vas a verlo con ella mientras hecho un vistazo a estos planos?
– Mo, creo que deberías contratarle -bromeó su madre. -Seguramente trabajará gratis. Un par de días a la semana le irían de maravilla. Yo podría quedarme aquí y cocinar para ti o pasear el perro. Sería un placer para nosotros, Mo, si te parece que funcionará y no piensas que nos entrometemos en tu vida.
– Me encantaría, mamá. Murphy no es mi perro, pero me gustaría que lo fuera. Me salvó la vida.
– Háblame de Marcus Bishop, y no me digas que no hay nada que decir. Veo cierto brillo en tus ojos, y no precisamente a causa del perro.
– Más tarde, ¿de acuerdo? Creo que es hora de ver a la agente inmobiliaria. Mamá, ve por ello. Recuerda, necesito un lugar cuanto antes. De lo contrario tendré que dormir en un saco en la oficina. Si pierdo el apartamento por tener un perro no creo que me devuelvan la fianza, y era considerable. Si encuentras algo sería perfecto Porque mi contrato actual vence en mayo. No sabría como pagártelo. Te lo agradezco, mamá.
– Para eso están los padres, cariño. Hasta luego. John… ¿me oyes?
– Ummm.
Mo guiñó el ojo a su madre.
Padre e hija trabajaron sin pausa, deteniéndose lo para comerse la pizza que encargaron. Cuando el cliente de Mo cruzó la puerta a las cuatro en punto, presentó a su padre como su socio John Ames.
– Ahora, señor Caruthers, verá la conclusión a que hemos llegado Mo y yo. Tiene todo lo que quería, con el sistema de calefacción incluido. ¿Ve esta pared? Lo que hemos hecho ha sido…
Sabiendo que su cliente estaba en buenas manos, Mo fue a la cocina a preparar café. En el último momento añadió galletas en la bandeja. Cuando entró en el despacho con la bandeja en la mano, su padre estaba dando la mano al cliente con una sonrisa.
– Al señor Caruthers le ha gustado tu idea. Tiene lo que quería más el atrio. Está dispuesto a asumir los gastos extras.
– Señor Caruthers, dentro de unas semanas me mudo otra vez. Como he decidido asociarme necesito más espacio. Le informaré de mi nueva dirección y número de teléfono. Si se entera de alguien interesado en subarrendar un local, llámeme.
Menos de diez minutos después de que Caruthers se fuera, Helen Ames irrumpió por la puerta acompañada de la agente inmobiliaria.
– ¡Ya lo tengo! ¡El lugar perfecto! Un agente de seguros que tenía la oficina en su casa quiere alquilarla. Está vacía. Puedes mudarte esta noche o mañana. Tiene luz y gas a su nombre, con lo que él se hará cargo de las facturas. Es parte del contrato. Es maravilloso, Mo, incluso hay un pequeño jardín vallado para Murphy. Me he tomado la libertad de apalabrar tu mudanza. La señorita Oliver tiene un cliente que tiene su propio camión. Hemos quedado que se ocupará del traslado de tus muebles. Lo único que tenemos que hacer es empaquetar los objetos personales, y si nos ayudas, tu padre y yo podemos ocuparnos. Esta misma noche ya puedes estar instalada. La casa está en condiciones habitables, así es como lo dicen los agentes inmobiliarios. La señorita Oliver está de acuerdo en ocuparse de subarrendar este lugar. Mañana su jefe se muda de oficina. Como mucho, Mo, sólo perderás medio día de trabajo. El jardín es muy bonito, con una magnífica glicina que te encantará. El agente de seguros que era el dueño se alegra de alquilarlo a alguien como nosotros. Es un contrato de tres años con opción a compra. La madre de su mujer vive en Florida, y esta última quiere ir allí porque por lo visto no está muy bien de salud. Me encanta cuando las cosas salen bien para todas las partes. Después de que le contara la historia de Murphy no ha puesto ningún reparo por el perro.
Todo salió como dijo su madre.
Los chaparrones de abril dieron paso a las flores de mayo. Junio entró con cálidas temperaturas y un brillante sol. El único fallo en la vida de Mo era la falta de comunicación con Marcus.
Poco después del Cuatro de Julio, Mo metió a Murphy en el Cherokee un soleado domingo y se dirigió a Cherry Hill.
– Algo va mal, lo presiento -murmuró al perro durante el trayecto a lo largo de New Jersey Turnpike.
Murphy estaba extasiado cuando el todoterreno se detuvo cerca de su vieja casa. Correteó alrededor de la casa, ladrando y gruñendo, antes de deslizarse por su puerta. Al otro lado siguió ladrando y luego aulló. Como todas las puertas estaban cerradas Mo tuvo que tomar el mismo camino de Nochebuena.
En el interior todo estaba limpio y ordenado, pero todo tenía una gruesa capa de polvo. Sin duda, Marcus se había ausentado para mucho tiempo.
– Ni siquiera sé en qué hospital está -se dijo. -¿Dónde está, Murphy? Él no te abandonaría, ni siquiera me abandonaría a mí. Lo sé, no lo haría.
Se preguntó si tenía derecho a husmear en el escritorio de Marcus. Preocupada, se sentó y pensó en su cumpleaños. Había esperado tanto que le enviara una postal, una de esas tontas postales que dejan su verdadero sentido en el aire, pero su cumpleaños había pasado sin ninguna noticia de él.
– Quizá te haya abandonado, Murphy. Supongo que no le intereso. -Suspiró mientras apoyaba la cabeza en la pelambrera del perro. -De acuerdo, es hora de irse. Sé que te gustaría quedarte y esperar, pero no podemos. Volveremos otro día. Volveremos tantas veces como sea necesario. Te doy mi palabra, Murphy.
En el trayecto de vuelta a casa, Mo pasó por su vieja oficina y se sorprendió al ver que se había convertido en un puesto de verduras coreanas. Sabía que la señorita Oliver la había subarrendado, pero era lo único que sabía.
– La vida sigue, Murphy. Cómo es ese viejo dicho, ¿el tiempo pasa para todos? No importa, algo así.
El verano dio paso al otoño y antes de que Mo lo supiera sus padres habían vendido su casa y alquilado una propiedad en el valle de Wilmington. Su padre trabajaba a jornada completa en la oficina mientras su madre asistía a todas las reuniones de mujeres del estado de Delaware. Era la mejor solución.
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