Aquí era donde se suponía que debía decir: «De acuerdo, he cumplido mi promesa, te he besado tal como he dicho.» Para luego levantarse e ir a la cama. Pero no quería ir a la cama. Quería… necesitaba…
– Aún sigo con los calcetines puestos -dijo Marcus. -Quizá debas intentarlo de nuevo. ¿O esta vez intento yo dejarte sin calcetines?
– Adelante -dijo ella mientras se pasaba la lengua por los encendidos labios.
Ella sintió sus manos sobre su cuerpo… suaves, buscando. Encontrando. Las manos de ella también comenzaron a buscar. Se sentía tan cálida y húmeda como él debido a los tanteos de sus dedos. Ella siguió acariciándole con excitación, abriendo la bata y dejando al descubierto sus pechos. Él acarició uno con la punta de la lengua. Cuando tuvo el endurecido pezón rosado en la boca ella creyó que nunca había sentido un placer tan exquisito.
Un minuto antes tenía la ropa puesta y ahora estaba desnuda. Ahora estaban cerca del fuego, cálido y excitante. Ella estaba sobre él sin recordar cómo había llegado allí. Se deslizó sobre él y quedó sorprendida por la erección de Marcus. Su melena negra caía como una cascada. Inclinó la cabeza y volvió a besarlo. Un sonido de exquisito placer se escapó de sus labios cuando él le cogió los pechos con las manos.
– Móntate -dijo él con gravedad.
Ella lo hizo y le cabalgó con frenesí haciéndole alcanzar el clímax.
Transcurrió cierto tiempo antes de que se movieran, y cuando lo hicieron ella quiso mirarlo, decir algo. Pero se acurrucó entre su brazo. La bata los cubría cálidamente. Ella tenía el pelo tan húmedo como él. Esperó a que él dijera algo, pero él yacía silencioso, acariciándole el hombro con la mano bajo la bata. ¿Por qué no decía nada?
Su imaginación se desató: relación de una noche, chica perdida en una tormenta de nieve, un hombre le ofrece cobijo y alimento. ¿Era éste el precio? ¿Por la mañana la respetaría? Maldita sea, ya era por la mañana. ¿Qué demonios la había llevado a hacer el amor con aquel hombre? Estaba enamorada de Keith. Estaba. En este momento no recordaba ni el aspecto de Keith. Había engañado a Keith. Pero ¿lo había hecho? No. Tuvo ganas de llorar, pero se calmó cuando Marcus la atrajo hacia sí.
– Yo nunca he tenido una relación de una noche. No me gustaría… no quiero que pienses que soy de las que saltan de cama en cama… ésta ha sido la primera vez en dos años… yo…
– Shhh, está bien. Ha sido lo que ha sido… cálido, maravilloso, y significativo. No nos demos ninguna explicación. Duerme, Morgan -susurró él.
– Te quedarás aquí, ¿verdad? -dijo ella con tono somnoliento. -Me gustaría despertar a tu lado.
– No me moveré. Yo también voy a dormir.
– De acuerdo.
Era una mentira, aunque pequeña. ¡Como si él pudiera dormir! Siempre el último de la fila, Bishop. Ella pertenecía a otro, así que no se hacía ilusiones. Qué perfecto había sido. Qué perfecto seguía siendo. Jódete Keith, o como te llames. No te mereces a esta chica. Espero que te mueras. No has sido fiel a esta chica. Lo sé con la misma certeza que sé que cada mañana sale el sol. Ella también lo sabe… sólo que se niega a aceptarlo.
Marcus fijó la mirada en el fuego con dolor y tristeza. Mañana ella se habría ido. Nunca volvería a verla. Él seguiría con su vida, su terapia, su trabajo, su próxima operación. Estaría solo con Murphy.
Eran las cuatro cuando Marcus llamó al perro para que ocupara su lugar bajo la manta. El perro mantendría el calor mientras él se duchaba y se preparaba para el día. Se deslizó por el suelo, se agarró al sofá y trató de ponerse en pie. Sintió que el dolor le recorría las piernas cuando se dirigió al baño ayudándose de unas muletas. Era su paseo diario, el paseo que los terapeutas consideraban obligatorio. Mientras apretaba los dientes le resbalaban las lágrimas. En la ducha, se sentó en el asiento de azulejos, abrió el agua y dejó que le mojara las piernas y el cuerpo. Siguió así hasta que el agua se enfrió.
Tardó veinte minutos en vestirse. Estaba poniéndose los zapatos cuando oyó el quitanieves. Ayudado de las muletas se dirigió a la sala de estar y a la silla de ruedas. Estaba pálido por el esfuerzo. El dolor tardaba unos quince minutos en desaparecer. Se inclinó, cogió la cafetera y la llevó a la cocina para preparar café. Mientras esperaba, miró por la ventana. Drizzoli y sus dos hijos intentaban sacar la furgoneta. Marcus encendió las luces, abrió la puerta y pidió al chico que se acercara. Le preguntó acerca de las condiciones de la carretera y sobre el tiempo en general. Le explicó lo del todoterreno. El chico prometió decírselo a su padre. Comprobarían si funcionaba y lo llevarían a la casa pequeña.
– En el garaje hay un bidón de cinco litros de gasolina -dijo Marcus. Extrajo un sobre blanco y se lo entregó: era el regalo de Navidad para Drizzoli. Dinero.
– Señor Bishop, el teléfono ya funciona -dijo el chico.
Marcus sintió un vuelco en el corazón. Podía desconectarlo. Si lo hacía, no se estaría comportando mejor que ese Keith o como se llamara. Al poco pensó en los angustiados padres de Morgan. Con dos tazas de café sobre la bandeja plegable, Marcus dirigió la silla a la sala.
– Morgan, despierta. Murphy, despiértala.
Ella estaba preciosa, con el pelo despeinado y rizado sobre la cara. La observó mientras ella se estiraba perezosamente debajo de la manta y caía en la cuenta de que estaba desnuda.
– Buenos días. Ya es casi mediodía. Y están despejando la carretera y me han dicho que el teléfono ya funciona. Puede que quieras ir arriba y llamar a tus padres. Tu ropa está en la secadora. El encargado del mantenimiento ha ido a comprobar el todoterreno. Si se pone en marcha lo traerá aquí. De lo contrario, lo remolcará hasta un garaje.
Mo se ciñó la bata alrededor del cuerpo y se levanto. Suspiró profundamente. Bueno, ¿qué esperaba? Una relación de una noche solía tener un final así. ¿Por qué había esperado algo distinto?
– Si no te importa, me ducharé y vestiré -dijo. -¿Puedo utilizar el teléfono del dormitorio?
– Claro. -Él había esperado que llamara desde la sala para poder escuchar la conversación. La observó dirigirse al baño con la taza de café en la mano. Murphy estaba medio levantado y soltó un gañido. Marcus sintió que se le ponía carne de gallina. Desde el día del funeral de Marcey Murphy no había gañido así. Sabía que Morgan se iba.
Marcus miró el reloj, el trabajo de los hombres al otro lado de la ventana. Transcurrieron treinta minutos.
Murphy ladró cuando vio a Drizzoli acercarse a la propiedad de su amo.
Dentro de la habitación, con la puerta cerrada, Morgan se sentó sobre la cama, ya totalmente vestida, y marcó el número de sus padres.
– Mamá, soy yo.
– Gracias a Dios. Estábamos muy preocupados, cariño. ¿Dónde estás?
– En algún lugar por Cherry Hill. El todoterreno se averió y tuve que caminar. No lo creerás, pero me encontró un perro. Ya te lo contaré cuando esté en casa. Mi anfitrión me ha dicho que las carreteras están despejadas y que ahora están comprobando si mi coche funciona. Pronto estaré preparada para salir. ¿Pasasteis una buena Navidad? -No preguntaría por Keith. No preguntaría porque de pronto descubrió que ya no le importaba si se había presentado delante del árbol o no.
– Sí y no. No fue lo mismo sin ti. Tu padre y yo tomamos ponche de huevo. Cantamos Noche de paz, claro, desafinando, y luego nos sentamos, preocupados por ti. Fue una tormenta muy fuerte. Creo que nunca había visto tanta nieve. Papá me dice que si el todoterreno no funciona irá a buscarte. ¿Cómo ha sido tu primera Navidad fuera de casa?
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