– Antes de que nevara ya lo teníamos todo. No necesitamos nada. Abrígate, hace mucho frío.
La primera parada de Mo fue en la carnicería de la calle principal. Pidió doce bistecs y pidió que los enviaran por correo a la dirección de Marcus. Pagó con la tarjeta de crédito. La siguiente parada fue en el centro comercial Menlo Park, donde se dirigió al Gloria Jean's Coffe Shop. Pidió medio kilo de café aromático, y repitió la operación.
Pasó un rato echando un vistazo a los grandes almacenes Nordstrom; estaban tan llenos de gente que sintió claustrofobia.
A las cuatro volvió sobre sus pasos, se detuvo en el Gloria Jean's para pedir un café y lo tomó sentada en un banco. No quería ir a casa. No quería ver a Keith. Lo que quería era llamar a Marcus. Y eso es exactamente lo que voy a hacer, se dijo. Estoy harta de hacer lo que la gente quiere que haga. Quiero llamarlo y voy a llamarlo. En cuanto terminó el café buscó un teléfono.
Mo marcó el número y, en cuanto oyó su voz, sintió que perdía la cabeza.
– Marcus, soy Mo. Dije que te llamaría al llegar a casa. Bueno, ya estoy aquí. De hecho, estoy en un centro comercial. Mi madre me ha enviado a buscar algo. No he podido llamar antes.
– Me he preocupado al ver que no llamabas. Una llamada no cuesta tanto.
Él se había preocupado y estaba reprendiéndola. Se lo merecía. Le gustó saber que se había preocupado.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella.
– Estoy pensando en la cena. Fiambres en conserva, algo fácil. Soy de los que miran partidos de fútbol por la tele. Me parece que Murphy te echa de menos. He tenido que ir a buscarlo dos veces. Estaba en mi habitación, tumbado en los almohadones en que dormiste.
– Qué gracioso. Le he enviado los bistecs por correo. Deberían llegar mañana. He atado la cinta roja en el cabezal de mi cama. La llevaré conmigo a Wilmington. ¿Se lo dirás?
– Se lo diré. ¿Cómo estaba la carretera?
– Mal, pero se podía conducir. Mi padre me enseñó a conducir con cuidado. -Debía de ser la conversación más banal de toda su vida. ¿Por qué el corazón le palpitaba tan rápido? -Marcus, esto no es ninguna reunión de negocios. Quería preguntártelo ayer. ¿Quién es la mujer de la fotografía de tu habitación? Si no quieres hablar de ello, no pasa nada. Es sólo que me recordó un poco a mí misma.
– Se llamaba Marcey. Murió en un accidente en el que yo también estaba. Yo llevaba puesto el cinturón, ella no. Preferiría no hablar de ello. Tienes razón, te pareces un poco a ella. Murphy enseguida se dio cuenta. Te quitó la toalla del pelo y te lamió el pelo. Creo que quería… enseñarme el parecido. Su muerte fue un duro golpe para él.
Ella sintió haberlo preguntado.
– Lo siento. No quería… lo siento mucho. -Estaba a punto de llorar. -Ahora debo colgar. Gracias de nuevo. Cuídate. -Entonces le cayeron las lágrimas y no hizo nada por detenerlas.
Al dirigirse hacia el aparcamiento caminaba como un autómata. No pienses en la llamada de teléfono, se dijo. No pienses en Marcus y su perro. Piensa en mañana, cuando ya no estés aquí.
Al ver el coche de Keith hizo una mueca. Sólo un adolescente tendría un Camaro de color amarillo canario. El día con que había soñado durante dos años había llegado.
– ¡Ya estoy en casa! -exclamó al entrar.
– Mo, mira quién está aquí -dijo su madre. Dicho esto, se retiró seguida del padre.
– Keith, qué alegría verte -dijo ella con cierta sequedad. ¿Quién era el hombre que estaba de pie delante suyo, con gafas de sol y un gorro de montar a caballo?
– Estuve aquí… ¿Dónde estabas? Creí que teníamos una cita delante del árbol de Navidad. Tus padres estaban muy preocupados. Estás muy cambiada, Mo -dijo él, tratando de abrazarla. Ella lo evitó y se sentó.
– No creía que vinieras.
– ¿Por qué pensaste una cosa así? -Él pareció algo desconcertado por el comentario.
– Mejor así -dijo ella, ignorando la pregunta -¿Qué has hecho estos dos años?
El rostro de él cobró una expresión recelosa.
– Un poco de todo. Trabajar, comer, dormir, divertirme un poco. Seguramente lo mismo que tú. He pensado mucho en ti. Mucho. Cada día.
– Pero nunca llamaste ni escribiste.
– Formaba parte del trato. El matrimonio es un gran compromiso, las personas necesitamos estar seguras jotes de dar ese paso. No creo en el divorcio.
Qué virtuosas sonaban sus palabras. Ella observó cómo rebuscaba en los bolsillos hasta dar con lo que buscaba. Le tendió una pequeña caja con un lacito rojo.
– Ahora estoy seguro. Sé que querías prometerte en matrimonio hace dos años. Yo no estaba preparado. Ahora lo estoy. -Le acercó la caja, sonriendo y Mo no hizo nada por coger la caja plateada. -¿No quieres abrirla?
– No.
– ¿No?
– No, no quiero abrir la caja. No, no quiero comprometerme y no quiero casarme contigo.
– ¿Eh? -Él pareció perplejo.
– ¿Qué negativa no has comprendido?
– Pero…
– ¿Pero qué, Keith?
– Creí que… estábamos de acuerdo… fue una separación temporal para ambos. ¿Por qué lo estropeas de este modo? Mo, siempre tienes una actitud negativa. ¿Qué estás diciendo?
– Estoy diciendo que he tenido dos años para pensar en nosotros. En ti y en mí. Hasta hace unos días pensaba que funcionaría. Ahora ya no lo sé. No soy la misma persona, y seguro que tú tampoco. Y otra cosa, aunque me pagaras no subiría en ese coche de chulo que tienes. Tú también hueles a chulo. Lo siento. Te agradezco este regalo… sea lo que sea. Keith, esta pausa fue idea tuya. Quiero que sepas que te he sido fiel. -Y lo había sido. No hizo el amor con Marcus hasta el día de Navidad, a partir de cuando supo que lo de Keith y ella no funcionaría. -Mírame a los ojos, Keith, y di que me has sido fiel. ¿No? ¡Lo sabía! Tienes una buena vida. Envíame una felicitación de Navidad y yo haré lo mismo.
– ¡Estás dándome plantón! -El tono de Keith era tan amenazador que Mo se echó a reír.
– Es exactamente lo mismo que tú hiciste hace dos años. Estaba demasiado ciega para verlo. Todas las mujeres que has tenido harían lo mismo que yo. Nadie te quiere. Keith, te conozco mejor de lo que creía. No me gusta la palabra plantón. Rompo contigo porque ya no te quiero. Ahora, por mucho que mereciera la pena, no tendría tiempo para una relación. He decidido montar mi propio despacho. ¿Podemos estrecharnos la mano y quedar como amigos?
– ¡Maldita sea! He conducido durante siete malditas horas desde Nueva York sólo para mantener mi promesa. Ni siquiera estabas aquí. Pero yo al menos lo he intentado. Podía haber ido con mis amigos a Vail. Eres tú la que ha puesto fin a esto. -Dicho esto, salió de la habitación raudamente, guardándose la caja plateada en el bolsillo.
Mo se sentó en el sofá. Se sentía aliviada, de algún modo más optimista.
– Mamá, siento como si acabaran de quitarme un gran peso de encima -le dijo cuando ésta entró. -Desearía haberos hecho caso a ti y a papá. ¿Lo has visto comportarse? ¿Siempre ha sido así?
– Cariño, siempre ha sido así. No quería decírtelo, pero dadas las circunstancias, lo haré. La verdad es que no creía que viniese estas Navidades, excepto por una cosa. Cada mes su madre le envía un buen cheque. Este año su madre quería que viniera para las fiestas y le dijo que se lo daría el día de Navidad por la mañana. De haberlo tenido antes se hubiera ido a Vail. Mo, no te sientas mal.
– No, mamá. Lo que estás cocinando huele de maravilla. Vamos a comer, abrir los regalos, dar gracias a Dios por ser una familia estupenda, y acostarnos.
– Me parece muy bien.
Читать дальше