Arundhati Roy - El Dios De Las Pequeñas Cosas

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Ésta es la historia de tres generaciones de una familia de la región de Kerala, en el sur de la India, que se desperdiga por el mundo y se reencuentra en su tierra natal. Una historia que es muchas historias. La de la niña inglesa Sophie Moll que se ahogó en un río y cuya muerte accidental marcó para siempre las vidas de quienes se vieron implicados. La de dos gemelos Estha y Rahel que vivieron veintitrés años separados. La de Ammu, la madre de los gemelos, y sus furtivos amores adúlteros. La del hermano de Ammu, marxista educado en Oxford y divorciado de una mujer inglesa. La de los abuelos, que en su juventud cultivaron la entomología y las pasiones prohibidas. Ésta es la historia de una familia que vive en unos tiempos convulsos en los que todo puede cambiar en un día y en un país cuyas esencias parecen eternas. Esta apasionante saga familiar es un gozoso festín literario en el que se entremezclan el amor y la muerte, las pasiones que rompen tabúes y los deseos inalcanzables, la lucha por la justicia y el dolor causado por la pérdida de la inocencia, el peso del pasado y las aristas del presente.

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¿Cómo hacer que se detenga

y lograr que a los consejos se atenga?

El hombre que estaba durmiendo sobre una fila de taburetes tras el Mostrador de los Refrescos, a la espera del intermedio, se despertó. Miró con ojos legañosos a Estha el Solitario, con sus zapatos beige puntiagudos y su tupé deshecho. Se puso a limpiar el mostrador de mármol con un trapo de color mugre. Y esperó. Y mientras esperaba, limpiaba. Y mientras limpiaba, esperaba. Y miraba a Estha, que cantaba:

¿Cómo detener una ola sobre la arena?

¿Cómo resolver un problema como Mariiía?

– ¡Eh! Eda cherukka! -dijo el Hombre de la Naranjada y la Limonada, con voz ronca y espesa por el sueño-. ¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?

¿Cómo coger un rayo de luna con la mano?

cantaba Estha en inglés.

– ¡Eh! -dijo el Hombre de la Naranjada y la Limonada-. Oye, es mi Hora de Descanso. Dentro de un momento me tocaba despertarme y trabajar. Así que no deberías estar aquí cantando canciones en inglés. ¡Cállate!

El reloj de oro que llevaba en la muñeca estaba casi oculto por los pelos rizados de su antebrazo. La cadena de oro que le colgaba del cuello estaba casi oculta por los pelos de su pecho. Llevaba la camisa blanca de terylene desabrochada hasta el punto en que empezaba la protuberancia de su vientre. Tenía el aspecto de un oso enjoyado y con malas pulgas. Tras él había espejos para que la gente se mirara mientras compraba bebidas y refrescos fríos. Para recolocarse los tupés y arreglarse los moños. Los espejos miraban a Estha.

– Podría presentar una Queja Por Escrito contra ti -le dijo el Hombre a Estha-. ¿Te gustaría que lo hiciera? ¿Que presentara una Queja Por Escrito?

Estha dejó de cantar y se puso de pie para volver a su sitio.

– Ahora que ya estoy levantado -dijo el Hombre de la Naranjada y la Limonada-, ahora que ya me has despertado en mi Hora de Descanso, ahora que ya me has fastidiado, por lo menos, ven a beberte algo. Es lo menos que puedes hacer.

Tenía el rostro fofo e iba sin afeitar. Sus dientes como teclas de piano amarillentas, miraban al pequeño Elvis la Pelvis.

– No, gracias -dijo Elvis educadamente-, mi familia me espera. Y se me ha acabado el dinero de la paga.

¿El dinero de la paga? -dijo el Hombre de la Naranjada y la Limonada con aquellos dientes que lo seguían mirando-. ¡Primero canciones en inglés y ahora me sales con el dinero de la paga! ¿Tú dónde vives? ¿En la Luna?

Estha giró sobre sus talones para marcharse.

– ¡Espera un momento! -dijo el Hombre de la Naranjada y la Limonada con brusquedad-. Sólo un momento -repitió más amable-. Creo haberte hecho una pregunta.

Sus dientes amarillos eran como imanes. Miraban, sonreían, cantaban, olían, se movían. Hipnotizaban.

– Te he preguntado dónde vives -dijo tejiendo su sucia telaraña.

– En Ayemenem -dijo Estha-. Vivo en Ayemenem. Mi abuela es la dueña de Conservas y Encurtidos Paraíso. Es socia comanditaria.

– ¿Ah, sí? -dijo el Hombre de la Naranjada y la Limonada-. ¿Y también se acuesta en comandita? -Se rió con una risa pícara que Estha no pudo entender-. Bueno, da igual. Aún no lo entiendes. Ven y bebe algo. Toma un refresco gratis. Ven, ven aquí y cuéntame todo eso de tu abuela.

Estha se acercó. Atraído por los dientes amarillos.

– Ven aquí. Detrás del mostrador -le dijo el Hombre de la Naranjada y la Limonada. Bajó la voz hasta convertirla en un susurro-. Tiene que ser un secreto, porque no me está permitido servir bebidas antes del intermedio. Es una norma de la dirección. -Y, tras una pausa, añadió-: Una norma muy discutible.

Estha fue detrás del mostrador para que le diera el refresco gratis. Vio los tres taburetes altos que el Hombre de la Naranjada y la Limonada había colocado en fila para dormir. La madera estaba brillante de tanto uso.

– Ahora ten la amabilidad de cogerme esto -le dijo el Hombre de la Naranjada y la Limonada, y le puso en la mano su pene, que acababa de sacarse de debajo del dhoti [8] de muselina blanca-. Te voy a dar el refresco. ¿De naranja o de limón?

Estha se lo sostuvo porque no podía hacer otra cosa.

– ¿Naranja? ¿Limón? -dijo el Hombre-. ¿O naranja y limón?

– Limón, por favor -contestó Estha, muy educado.

Le alcanzó una fría botella y una pajita. Así que Estha cogía con una mano una botella y con la otra, un pene. Duro, caliente, venoso. No era un rayo de luna. La mano del Hombre de la Naranjada y la Limonada se cerró sobre la de Estha. Tenía la uña del dedo gordo larga como la de una mujer. Movió la mano de Estha para arriba y para abajo. Al principio, despacio. Después, más deprisa.

El refresco de limón estaba frío y dulce. El pene, caliente y duro.

Las teclas de piano observaban.

– Así que tu abuela dirige una fábrica -dijo el Hombre de la Naranjada y la Limonada-. ¿Y qué fabrica?

– Muchas cosas -dijo Estha sin mirarlo, con la pajita en la boca-. Zumos, conservas, encurtidos, mermeladas, curry en polvo, pina en rodajas.

– Muy bien -dijo el Hombre de la Naranjada y la Limonada-. Estupendo.

Su mano apretó con más fuerza la de Estha. Una mano fuerte y sudorosa. Y la movió más deprisa aún.

Rápido, rápido, rápido,

corren las ruedas del ferrocarril.

Erre con erre, cigarro,

erre con erre, carril.

A través de la pajita de papel reblandecida (y casi aplastada por la saliva y el miedo) subía la dulzura líquida del limón. Al soplar por la pajita (mientras le movían la otra mano), Estha hacía pompas dentro de la botella. Pompas dulces de limón de una bebida que no podía beberse. Mentalmente, se puso a hacer una lista de los productos de su abuela:

ENCURTIDOS ZUMOS MERMELADAS

Mango Naranja Plátano

Pimientos verdes Uva Frutas variadas

Calabaza amarga Piña Pomelo

Ajo Mango

Lima salada

Y entonces aquel rostro fofo y barbudo se contrajo en una mueca y Estha sintió la mano húmeda, caliente y pegajosa. Llena de clara de huevo. Clara de huevo blanca. Poco cocida.

La limonada estaba fría y dulce. El pene estaba blando y empezó a arrugarse, como un monedero de cuero vacío. Con el trapo color mugre el hombre le limpió la otra mano a Estha.

– Anda, acábate el refresco -dijo, y le dio un pellizco afectuoso en una nalga. Ciruelas de carne firme dentro de unos pantalones tubo. Zapatos beige puntiagudos-. No hay que desperdiciarlo. Piensa en todos esos pobres que no tienen nada para comer ni para beber. Tienes suerte, eres un chico rico, con paga y la fábrica de tu abuela que heredar. Deberías darle gracias a Dios por no tener preocupaciones. Anda, acábate el refresco.

Y así, tras el mostrador de los refrescos, en el vestíbulo del anfiteatro del Cine Abhilash, la sala con la primera pantalla de 70 mm de cinemascope de Kerala, Esthappen Yako se acabó su botella gratis de miedo gaseoso con sabor a limón. Su limón demasiado amarillo limón, demasiado frío, demasiado dulce. El gas le subía por la nariz. Pronto le darían otra botella (de miedo gratuito y gaseoso). Pero eso aún no lo sabía. Mantuvo la otra mano, la pegajosa, alejada del cuerpo.

Se suponía que no debía tocar nada con ella. Cuando Estha se acabó el refresco, el Hombre de la Naranjada y la Limonada le dijo:

– ¿Has acabado? ¡Buen chico!

Cogió la botella vacía y la pajita aplastada y envió a Estha de nuevo a Sonrisas y lágrimas.

Cuando volvió a entrar en la oscuridad con olor a aceite para el pelo, seguía con la Otra Mano cuidadosamente separada del cuerpo (con la palma hacia arriba, como si estuviera sosteniendo una naranja imaginaria). Se deslizó por delante del público (que movió las piernas para acá y para allá), por delante de Bebé Kochamma, por delante de Rahel (aún inclinada hacia atrás), por delante de Ammu (aún enfadada) y se sentó, sosteniendo aún la imaginaria naranja pegajosa.

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