– Puedo olvidarme de los asuntos de otros, pero ¿cómo olvidar los tuyos?
Tal vez sea sincero. Tiene un puesto envidiable como secretario del Ministerio de Asuntos Exteriores. Además lo consiguió con la ayuda de Bai Fushan y de su padre. Tal vez sea porque el director Xie le hizo un favor a Bai Fushan.
– ¿Ha vuelto Bai de Hong Kong? No he tenido tiempo de verle. ¿Ha traído productos occidentales? ¿Me podría dar un magnetófono de bolsillo?
«¡Qué bandido!», piensa Liang Qian. No le da miedo morir por cupido. Vaya cara tiene para pedir. ¡Si actúa así con Liang Qian, cómo será con los demás!
Liang Qian le contesta con una risa forzada:
– Claro que sí. ¡Dígame cuando le van a dar el nuevo puesto. No tome a los demás por tontos!
El director Xie ya no tiene ganas de bromear. No sólo porque su padre, que sólo ve unas pocas veces al año, tiene poder, aunque a él no le podría hacer nada, pero sobre todo por el carácter de Liang Qian. No sabe bromear. En vez de una mujer parece un personaje benefactor de los cuentos antiguos. Según lo que le digas, se puede reír, bromear o enfadarse y maldecirte. Con ella nunca sabes cómo debes actuar. En un instante puede cambiar de rostro y hundirte. Si todas las mujeres fueran como ella, qué sería de los hombres. Mira a su secretaria quien acaba de darle un papel para que firme. Esa mujer tiene una boca grande y un rostro lleno de plenitud y de suavidad. A Xie Kunsheng le gustan más las mujeres como ella y no como Liang Qian. Estas últimas son duras y secas. Un pastel podrido con un olor de aceite rancio.
Xie Kunsheng le contesta con un tono muy serio:
– La semana que viene, ¿Vale?
– ¿Me lo promete?
– Prometido.
Al descolgar Liang Qian tiene una risa amarga. En poco tiempo ha desempeñado varios papeles. No ha perdido el tiempo en las clases de arte dramático, aunque en aquella época era una pésima actriz. Eso demuestra que se aprende más de la vida real que de los manuales. Las facultades de interpretación son más grandes de lo que uno se imagina. Cuando uno interpreta en el teatro a un personaje que sufre, todos esos sentimientos que expresan son ficticios mientras que en la vida real uno los siente en carne propia.
Todavía permanece la pequeña pajarita hecha con papel de aluminio sobre el sofá. En ella se refleja la luz de la lámpara. Le recuerda los trabajos manuales que hacían en los primeros años de la escuela primaria. Hacían pájaros, barcos, monos y ropa en miniatura con unos dedos poco hábiles en el arte del pliegue de papel.
Intenta recordar cómo eran sus dos amigas y las otras compañeras de escuela cuando eran unas chiquillas. Pero no recuerda nada. Sólo consigue verse a ella y a las otras dos tal como están ahora, con el pelo canoso, el rostro arrugado, los ojos sin brillo, siempre corriendo y descuidando su aspecto externo.
Muchas veces ha hablado de ello con Jinghua y Liu Quan. No pueden seguir viviendo como ahora. Deben elegir un día, coger las bicis, la merienda e irse a almorzar en el campo. Siempre atrasan este proyecto, de la primavera lo dejan para el otoño y de un año para otro. Siempre hay una de las tres que falla y no puede ir. A ver si algún día no están tan agobiadas y consiguen escaparse. Por ahora siempre dicen: «Espera que solucione tal o tal cosa…».
Ahora mismo las tres tienen pegas y dicen: «Esperemos que Liu Quan consiga su nuevo puesto de trabajo, que Liang Qian acabe su rodaje con éxito en las pantallas y que las polémicas que ha levantado un artículo escrito por Jinghua desaparezcan…» Entonces podremos pasear. ¿Pero cuándo acabará todo esto? Ninguna de ellas lo sabe.
Liu Quan sabe muy bien que no debería fumar. Cuenta las colillas que se hallan sobre la mesa, en el platillo blanco con bordes azules que trajo del comedor y que le sirve como cenicero: una, dos, tres… en una tarde ya ha fumado siete cigarrillos; saca el octavo del paquete.
Los círculos de humo se escapan lentamente de sus finos labios y se acumulan y dispersan de forma incierta delante de ella. Uno de los círculos ha tomado la forma de un punto de interrogación que se mueve bajo sus ojos.
¿Qué tipo de pregunta será y quién será su destinatario?
Qu Yuan escribió Preguntas al cielo y luego se ahogó en las aguas del río Miluo convirtiéndose en sus olas que vienen a romper el silencio de las orillas del río. El signo «Mi» del nombre del río Miluo le recuerda la palabra «lei» (lágrimas) del que se diferencia sólo por un trazado menos. Para ella es un río de lágrimas. Le da las gracias al Creador por dotarnos de conductos lagrimales para que podamos disipar las penas.
Con un soplo, el punto de interrogación desaparece. Liu Quan sonríe tranquila, como si hubiese despedido a una de esas ratas de biblioteca que pasan el tiempo llevando la contraria a los demás. Hace ya tiempo que Liu Quan no hace preguntas porque cree que la respuesta está en el destino. Nadie sabe definir el destino ni conocer con antelación lo que nos depara. Ella no se imaginaba que llegaría a fumarse ocho cigarrillos seguidos en una sola tarde. El fatalismo es una especie de droga, pero también sirve de consuelo. Se hace más soportable la vida.
Antes, cuando era una ¡oven y buena estudiante del departamento de inglés, con una larga cabellera negra de la que surgían dos trenzas, no entendía cómo una mujer podía fumar. Ahora no es más que una mujer divorciada, una simple empleada de una compañía de exportación.
El cigarrillo es una cosa extraña. Cuando uno fuma, ve cómo la punta se enciende y se apaga, y es necesario sacudirlo para que caiga la ceniza. Estos gestos ayudan a concentrarse en un punto y olvidarse de los problemas. Liu Quan no sabe decir quien de ellas tres empezó la primera a fumar.
Si uno compara Liu Quan con sus dos amigas, verá como Liu Quan es la que más se ha integrado en el seno de las masas. Si uno la ve en la calle o en la oficina, no podrá adivinar por su forma de hablar, de andar o de vestir que ha realizado estudios superiores.
La oficina del Ministerio de Asuntos Exteriores ha expresado su deseo de «acogerla». Tal vez sea cosa del destino. Jinghua ya le avisó que cuando uno toca fondo es que se avecina un cambio.
¿Será verdad que ya ha sufrido bastante? No se lo puede creer. Sería demasiado fácil. Eso le recuerda a Jia Gui que tenía tanta costumbre de permanecer de pie, que ya no se atrevía a sentarse. Jia Gui era un esclavo. ¿Y ella?
A Jinghua le gusta hablar de dialéctica y de materialismo. Liu Quan sabe que si una mujer no sabe hablar de otras cosas, espantará a los hombres por muy bella que sea. En cuanto acaba con su discurso, sus ojos parecen envolver a su interlocutor en un silencioso vapor. Lo que los hombres buscan es una esposa y no un profesor de teoría marxista leninista. Es imposible quitarle esa manía. Es como quitarle a un lesionado sus muletas o a un cantante sus cuerdas vocales.
¿Cuándo mejoraran las cosas para Jinghua? Por ahora está sometida a críticas muy duras. La peor fue un artículo firmado por El Comandante. ¿El comandante de qué o de quién?
Liu Quan sabe que, en las compañías comerciales, los precios al por mayor son más bajos que los precios al detalle.
Un día, Jinghua dijo sin pensárselo dos veces: «En los años cuarenta, las chaquetas occidentales con hombreras anchas estaban de moda. Después de la liberación, todo el mundo cantaba El cielo de las zonas liberadas es un cielo claro. Hasta los gamberros de Shanghai no cantaban otra cosa. Hace dos años se empezó a hablar de "reforma", de "democracia" y de "humanismo"… Mi discurso ya está pasado de moda, debo dejar expresarse a los demás. No me importa si no me dejan hacer mi trabajo. Volveré a la carpintería. Liang Qian, ¿no necesitas algunos marcos para tus cuadros? Ahora, tengo tiempo para el ocio, dame mañana las dimensiones».
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