Liang Qian ha solido utilizar las relaciones de su padre para solucionar algunos problemas, pero nunca ha abusado de ellas. Además casi siempre ha sido para ayudar al prójimo. Cuando Jinghua y Liu Quan se divorciaron y se quedaron sin piso, no las podía dejar allí tiradas. Muchos son los que han podido ser rehabilitados con su ayuda. Ella también pudo empezar a rodar esa película que tanto deseaba gracias a su padre. Eso no lo puede negar, pero no hay nada malo en ello. Salió de la escuela de cine con matrícula, estuvo 10 años como ayudante y si hubiese esperado su turno por años de antigüedad ¿cuánto tiempo hubiese estado de espera? Si no hubiese tenido la suerte de ser la hija del señor X, hubiese luchado hasta conseguirlo. Lo que no ha hecho nunca es utilizar el prestigio de su padre para asuntos ilegales, como lo que propone Bai Fushan.
¡Tiene motivos para estar enfadada! Cuando le ha comentado que su padre estaba enfermo ni siquiera ha preguntado por qué. Cualquier otro, sin ser el yerno, hubiese añadido algunas palabras que aunque hipócritas, muestran una educación elemental. No ha dicho nada, sólo piensa en él.
Liang Qian tiene lástima por su padre. La gente cree que los funcionarios viven como reyes, pero nadie conoce los disgustos que tiene su padre.
Su padre debe de sentirse solo, muy solo. Además no tiene la posibilidad de hablar con Liu Quan o Jinghua para desahogarse. No está al alcance de todos poder expresar su alegría o su enfado tal como se siente.
Antes de casarse, Liang Qian veía a menudo a su padre sentado en un sillón de mimbre, debajo de la terraza, jugando sólo al ajedrez hasta que el cielo se oscurecía y no podía distinguir las fichas. Entonces dejaba de jugar y pasaba horas meditando o miraba cómo los pájaros construían el nido en el viejo árbol del patio. A veces decía frases sin sentido como «Hay que ser honesto…».
Ahora que sus hermanos y hermanas ya son mayores y se han ido del nido, como hacen los pájaros cuando ya les han crecido las alas, su padre está solo. Tal vez siga jugando al ajedrez o contemple los pájaros en sus horas de añoranza. Liang Qian recuerda aún ese día que vino a verle, y al entrar en la casa, levantó la cabeza y descubrió que el nido había desaparecido. Estaba de pie, detrás de su padre, y podía ver cómo ya no tenía casi pelo y su piel había oscurecido. Al verle así tuvo la impresión de tener delante de ella a un recién nacido, muy débil. Cuando le preguntó qué había pasado con el nido, su padre levantó la cabeza. Mirando hacia el lugar donde solía estar el nido le contestó casi llorando: «Desapareció hace dos años, después de una tormenta».
– ¿Le quieres adelantar la muerte? No sé lo que habrá hecho mi padre en vidas anteriores para tener tan mala suerte. Poco falta para que todos se lancen sobre su cuerpo, para devorar su carne, beber su sangre, y hacerle daño. Todo el mundo desea recoger las migajas. Añora quieres que te ayude a salir. Cada vez que te van mal las cosas recurres a mi padre, y si no salen las cosas bien, le culpas a él. Se pasa años sin verte. Ni siquiera sabe lo que estás haciendo. Nunca le has ofrecido un cigarrillo ni le has invitado a casa. Por favor, ¡largo de aquí!
Liang Qian se pone de pie y corre a abrir la puerta del estudio.
Bai Fushan la mira. ¡Vaya mujer más histérica! Sin rechistar, tira la colilla al suelo e imitando a un artista que acaba de terminar la función y de saludar al publico, se da media vuelta y se va a paso ligero.
Este tío nunca se olvida de cuidar su aspecto, pero no se preocupa por averiguar si la colilla que ha tirado al suelo sigue encendida y puede quemar el lino. Liang Qian la aplasta con el pie al pasar.
Desde los pasillos oscuros, Bai Fushan grita:
– ¡Recuerda que todavía tú sigues siendo mi mujer, tu padre mi suegro y Cheng Cheng, mi hijo!
Del pasillo sale un eco, parecido al de las películas donde el fantasma de un castillo murmura desde su tumba, testigo de un pasado lejano…
Liang Qian da un puñetazo al sofá, pero no siente nada. Lo mismo ocurre con sus reflexiones, no sirven para nada.
Lo único útil que puede hacer es llamar a Xie Kunsheng para tener noticias sobre el nuevo trabajo de Liu Quan. No consigue que le den línea. Cuando no falla la operadora, falla la línea. Desde que Liang Qian empezó a rodar la película, se pasa el día maldiciendo el teléfono. En un lugar tan grande como Pekín, se entiende que uno no pueda recorrer toda la ciudad para comunicarse con otra persona y que el teléfono sea de una gran utilidad. Pero hay tan pocas líneas disponibles y tan pocos aparatos. ¡Cuánto tiempo perdido al teléfono!
– Aló…
Oye una voz muy suave, debe de ser esa mujer que llaman Qian.
Esta voz le inspira a la vez desprecio y envidia. Al oírla le da la impresión de estar dentro de una bañera llena de agua caliente, con el poder de suprimir el cansancio y de apaciguar la mente y así eliminar los problemas. Por qué será que ninguna de las tres pueden imitar a esta mujer. Sus voces no tienen una pizca de dulzura. Son semejantes a las voces de los viejos guerreros de la Ópera de Pekín. Como están acostumbradas a oír sus voces, no se dan cuenta de sus defectos. ¿Y los hombres qué pensarán? Seguro que al oírlas les parecerá que tienen ante ellos a un hombre con voz de mujer.
– Perdone, quisiera hablar con el director Xie.
– No está aquí.
Esa voz suave se ha convertido de repente en una voz fría y tajante como una barra de hielo.
– Por favor, ¿me puede decir dónde lo puedo encontrar? ¡Clic! Ha colgado el teléfono. Una onda de furia recorre su cuerpo. Esta mujer no siente ningún respeto por su trabajo. Liang Qian recuerda que la vio un día en el despacho del director Xie. Sus cejas estaban cuidadosamente depiladas, su talla aunque prematuramente ancha, muy prieta y su gran boca tenía los labios pintados de un rosa pálido…
Liana Qian se enfada de verdad. Llama de nuevo. Oye ese zumbido que le indica que la línea está ocupada. Sin embargo no se da por vencida.
– Diga… -Otra vez esa voz suave.
Intenta presentarse con un tono agresivo:
– ¡Aquí Liang Qian!
– Ah, camarada Liang Qian, ¿Cómo está? Hace mucho que no la vemos por aquí. ¿Por qué no viene a vernos? ¿Cómo va el rodaje? Supongo que bien. Estamos impacientes por ver su película.
Por su tono agresivo, se ha dado cuenta de que la que hizo la primera llamada y la segunda, es la misma persona: Liang Qian. Le hace un montón de preguntas para que no recuerde que le colgó en su primera llamada.
Liang Qian aparta el teléfono y lo mira extrañada. No lo reconoce. Se da cuenta de lo peligroso y falso que puede ser el teléfono. Se convierte en un juego que no le agrada pero que todos deben consentir si quieren conseguir algo. Su tono se suaviza:
– Por favor, ayúdeme a contactar con el director Xie.
– De acuerdo, espere y no cuelgue. -Parece que ahora es la secretaria quien le está pidiendo un favor.
Percibe la voz del director Xie: «Ese asunto ya lo he solucionado, no tema, basta que les dé la señal…». ¡Vaya tono decisivo, quién sabe qué asunto se traerá entre manos!
– ¿Diga…? -Su tono de voz ha cambiado. No puede creer que la secretaria no le haya avisado quién está al otro lado del teléfono.
– ¡Soy yo, Liang Qian!
– ¡Ah, eres tú! -Parece que el señor Xie ya reacciona-. ¿Cómo estás?, ¿Me llamas para invitarme a una proyección de cine? -dice el director riéndose y hablando con Liang Qian como si fuese su hermano pequeño.
– ¿Una entrada para el cine?, de acuerdo. Quiero saber si lo de Liu Quan está arreglado. La última vez me dijo que esperase la respuesta, pero ya ha pasado un mes y no me han dicho nada. Pensé que era mejor llamarle para recordarle este asunto.
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