No sabe si Dong le está tomando el pelo. En primavera, cuando el administrador Wei designó a Liu Quan para que le acompañase a la feria de Cantón, Dong encontró una excusa para que no fuera. Dijo: «No puede ir. Nos están presionando para presentar el proyecto de investigación que dirige Liu Quan. No se puede ausentar».
Liu Quan nunca ha hablado con otra persona de los sentimientos que el administrador Wei siente por ella.
Sólo puede derramar lágrimas ante Jinghua y Liang Qian.
La escena se repite a menudo. Las tres mujeres se mantienen calladas bajo la luz de la lámpara, la mesa llena con la vajilla sucia de la cena, que nadie quiere limpiar. O a veces dos de ellas fuman, mientras escuchan a la tercera contar las humillaciones que ha tenido que aguantar. Sin embargo, ninguna se atreve a consolar a las demás, porque saben que nada cambiaría.
¿Por qué deben soportar tantos insultos y dificultades? ¿Será que se portaron mal en sus vidas anteriores y que ahora les toca sufrir? ¡Parece que las han elegido a ellas tres como víctimas del abuso del sexo masculino y sufrir en nombre del sexo femenino del mundo entero!
Liu Quan tiene realmente miedo. Miedo de ir con el administrador Wei, contarle cómo va el trabajo e incluso de subir con él en el coche. El año pasado, cuando fueron juntos a la provincia de Hunan, se pegó a ella en el autobús. Como era verano vestía poca ropa. Liu Quan tuvo que hacerse un hueco entre los pasajeros y se tiró por así decir en los brazos de otro viajero. Tuvo la impresión de que su cabeza tocaba la mandíbula inferior de ese hombre y olió un fuerte olor a tabaco, pero no supo decir si venía de la boca o de las narices del fumador. El olor era tan fuerte que creyó por un momento que ese hombre era una pipa grande que necesitaba una limpieza con un trozo de papel. Parece que ese hombre se dio cuenta del apuro en el que se encontraba, y le dejó sitio a la vez que con la ayuda de su mochila puso un obstáculo entre ella y el administrador Wei. Liu Quan le dio las gracias con una mirada triste.
Durante el banquete ofrecido por la compañía para festejar el 1 de Mayo, Dong, borracho o simulando estarlo dijo: «¿Por qué no le sube su sueldo? Todos estarían de acuerdo. Aunque seas guapa, la vida debe ser dura para ti. Pequeña Liu, debes casarte. Una vez casada, tendrás alguien en quien apoyarte, ¿No estás de acuerdo?».
¿Casarse? Eso es fácil decir. Hoy en día, hasta las chicas que están en edad de casarse no encuentran marido. Así que una mujer como ella, con más de cuarenta años y con un hijo… Cuanto más viejo es uno, más lúcido. Cuanto más lúcido más difícil acceder al matrimonio, ya que se le suele considerar como una calamidad. Si no es una calamidad es al menos una especie de lotería. Las posibilidades de obtener el premio gordo son casi inexistentes.
Sin embargo, las mujeres son distintas a los hombres ya que necesitan amar. Se podría decir que desde que nacen, sus vidas dependen del amor. Sea del amor por sus maridos o por sus hijos. Si no la vida no tiene sentido. Si no tienen ni marido, ni hijos, entonces dan ese amor a un gato, a un mueble o a la cocina. Menos mal que ella tiene un hijo.
Por suerte, su hijo no se parece a su marido. Su rostro siempre está iluminado. Sus ojos, su nariz, sus labios, todo recuerda a un panecillo recién sacado del horno. Mengmeng es un niño extrovertido y travieso. Nada tiene que ver con la mente estrecha, desconfiada y calculadora de su padre. Cuando se le pedía que trajera un bote de tomate, siempre traía una lata de kilo y medio. Según él salía más rentable que cinco latas de seis liang [14], ya que se ahorraba siete maos [15]y cinco fenes [16]. Como no tenían frigorífico, durante varios días toda la familia estaba obligada a comer tomate: potaje de tomate y huevos, patatas con salsa de tomate, arroz frito con tomate, macarrones fritos con tomate…
Mengmeng tampoco es nervioso como su madre. Se enfada por nada, pero enseguida se le olvida. Tal vez porque todavía es un niño. Cambiará al hacerse mayor. Liu Quan cuando era pequeña también era extrovertida y franca.
Al no tener alojamiento tuvo que renunciar a la educación de su hijo. Vivir dependiendo de otros, es una deuda que se mantiene para siempre, aunque uno viva con sus padres o con sus mejores amigos.
Después de su boda, las relaciones entre Liu Quan y los suyos pasaron por un «período glaciar». A su padre no le gustaba ese yerno con espíritu comerciante. Pero cuando le dijo que pensaba pedir el divorcio, se lamentó de haber dado a luz a una hija deshonrada.
Si uno se casa con un gallo, debe seguir al gallo; si uno se casa con un perro debe seguir al perro; es una ley establecida desde la más lejana antigüedad. Sin embargo, su padre hizo estudios en Inglaterra. Llevó la capa y el sombrero cuadrado de los diplomados. Podemos traer siempre de los occidentales todo tipo de artilugios: la electrónica, la Coca-Cola, los aviones Trident, las minifaldas… pero en cuanto a la moral seguiremos siendo los mismos. En algunos aspectos, seguimos prisioneros del viejo Confucio. Según Liu Quan, su padre es una enciclopedia viviente. Las enciclopedias que están en las estanterías de la biblioteca, llevan la tapa cubierta de cuero marrón oscuro que inspiran respeto y en los bordes se pueden ver las letras elegantes y los dibujos dorados e impresos con hierro. Son precisas y podemos encontrar en ellas las respuestas a las preguntas que uno se puede hacer. O mejor dicho a todas, menos una: ¿Con qué clase de hombre casarse? Como los hermanos mayores son incapaces de dar sobre ese punto una respuesta satisfactoria a la siguiente generación, y como la vida nos reserva muchas sorpresas, más vale dejar a los jóvenes investigar por su cuenta.
Además, como pocas veces necesitamos buscar citaciones clásicas, ¡es un estorbo tener que llevar consigo mismo una enciclopedia!
Durante un largo período tras su divorcio, Liu Quan ha llevado una vida de guerrillero, viviendo unos días donde una compañera de clase, otros donde una amiga… Puede dar las gracias a su madre, quien al ser diplomada en las labores de casa, la preparó para ser una buena criada. En todas las casas en las que se hospedó, entregó siempre sus billetes de racionamiento, y sin embargo no se atrevía a comer lo que le correspondía, ni a servirse ella misma. Tenía cuidado en comer los platos que los demás no querían o si no, los restos. Cuando estaba triste y tenía ganas de llorar, debía ocuparse de los niños y entretenerlos. Cuando pensaba en todo lo que tenía que aguantar y no tenía a nadie con quien compartir sus penas, hacía de tripas corazón y escuchaba las quejas de los amos, como si ella fuese una hambrienta oyendo a los ricos charlar sobre sus curas de adelgazamiento. A veces, para seguir la corriente a sus interlocutores se hacía la entendida sobre personajes que en realidad no conocía. No sabía si eran grandes o pequeños, gordos o flacos, si les gustaba la cocina con vinagre o con especias, pero declaraba que eran unos ingratos y que presumían criticando a los demás…
¡Un alojamiento! ¡Cómo lo necesitaba!
En aquella época, eso la obsesionaba hasta el punto de hacerle caer enferma.
Un día, Liu Quan hizo la demanda a su unidad de trabajo, y el administrador Wei le contestó:
– ¿Un alojamiento para qué?
– ¿No se ha enterado de que me he divorciado?
– ¡Ni hablar! Todavía hay gente aquí que se ha casado y sigue esperando conseguir un alojamiento. Si la gente divorciada empieza a exigir, ¡todos van a querer pedir el divorcio! -le contestó con un tono categórico.
– ¿Qué voy hacer? No voy a dormir en la calle.
– ¿Quién te dice de dormir en la calle? ¡Basta con quedarte donde estás! -le dijo riéndose.
– Eso no es posible. El alojamiento pertenece a otro miembro de la unidad de trabajo.
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