Zhang Jie - Galera

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Zhang Jie trata en sus libros problemas de actualidad como la corrupción, la burocracia o los cambios económicos, con unos principios literarios que no están en realidad muy lejanos del realismo y el didactismo que imperaba en la China maoísta. Una de sus novelas más representativas es Galera (Fang zhou), crónica de tres mujeres mayores 40 años en la China de finales del siglo XX las tres marcadas por el divorcio y por un entorno que a pesar de los cambios revolucionarios y de las reformas modernizadoras sigue siendo hostil a la mujer que escapa a los papeles tradicionales familiares. Lo que salva una literatura como la de Zhang Jie, que tiene todos los números para convertirse en un aburrido excurso sociológico, es la gracia sutil de una escritura aferrada a las pequeñas cosas y a la vida cotidiana. El feminismo de manual queda atemperado por la capacidad de dar vida al mundo que recrea.

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– ¿Qué quieres que haga?

– Quiero que escribas mucho… quiero que estés orgulloso de ser miembro del Partido y que luches para desarrollar la teoría revolucionaria. Si consigues crear algo, te felicitaré. Si no puedes, únete a los creadores y no les dejes solos en la lucha.

– Me sobreestimas.

– Lo mereces.

Liang Qian mira el cuerpo delgado y roto por el dolor de Jinghua, tumbado en la cama. Mira sus ojos hundidos en sus órbitas, sus piernas llenas de polvo de carbón, su camisa de algodón con las mangas y los cuellos usados. Le recuerda a una vela casi consumida que lanza sus últimos rayos de calor. Tiene derecho a decirle: «Para ya de quemarte». Una vez que la vela está apagada ¿A dónde se va la vida? No hay vida sin muerte.

– Me estás «recargando» las baterías.

Cuando eran pequeñas y una de ellas se desanimaba, las otras siempre la apoyaban. Por ejemplo, a Liang Qian le ocurría a menudo que no obtenía la media en los exámenes; a Jinghua le chillaba mucho el maestro; a Liu Quan le costaba persuadir a los demás de que se aprobasen las decisiones del comité de la clase. A menudo usan el termino «recargar», que es propio de aquella época. Lleva la marca de la amistad que les une y están muy orgullosos de ello.

– Bueno, ¿lo vamos a intentar?

Sobre el rostro de Jinghua aparece una leve sonrisa, que había desaparecido hace años, propia de su infancia cuando planeaba una broma de mal gusto.

Capítulo V

Otra vez vuelve esa vida de dependencia: divorciarse, buscar un alojamiento, un trabajo acorde con tus competencias… siempre solicitar en voz baja, la piedad, los favores y la comprensión de los demás. Pero a pesar de todo, esas solicitudes son legítimas. A ver cuando Liu Quan levanta la cabeza, aunque sólo sea un día, para que pueda experimentarlo. Todavía no es vieja; sin embargo, siempre tuvo el sentimiento de tener la columna torcida.

Unos pasos resuenan en el pasillo. ¿Y si alguien entrase en ese cuarto? Liu Quan baja inmediatamente los ojos y se fija en un trozo de hilo que cuelga del bajo de su falda. Teme encontrarse con esas miradas anormalmente educadas pero que en realidad reflejan una bondad simulada, como si ella acabase de molestar a alguien.

Los pasos se alejan. No, nadie entrará en ese cuarto. Pero Liu Quan permanece alerta esperando nuevos ruidos de pasos. ¿Era Xie Kunsheng? ¿Cuándo aceptará hablar con ella?

Desde que han entrado a trabajar, a las ocho de la mañana, Liu Quan ha intentado hablar con él y ya han pasado dos horas. Parece que Xie Kunsheng nunca ha tenido tanto trabajo como hoy. Sale, entra, coge el teléfono, cuelga; no sabe si la línea está ocupada o es que se ha confundido de número. Cuando Liu Quan ve la oportunidad para hablar con él, sólo consigue decir: «Director Xie…» y sin dejarle acabar la frase, Xie le interrumpe: «Espere, espere, ¿no ve que estoy ocupado?». Es verdad, cuando la gente es tan cortés, sientes que la estás molestando.

Eso es, «ocupado». Durante las dos horas que han transcurrido desde que llegó esta mañana, lo único que ha oído gira alrededor de la pregunta siguiente: ¿quién va participar en el banquete que se dará mañana por la noche? Desde hace varios días intentan hacer una lista de invitados para recibir en el banquete a una delegación extranjera surtidora de máquinas eléctricas. ¿Por qué no se han decidido todavía? El motivo es sencillo y complicado a la vez. Pasó lo mismo el día en que las ocho potencias aliadas que acababan de ocupar Pekín intentaban ponerse de acuerdo en el tratado de paz con el Gobierno Qing, para saber qué beneficios iba a sacar cada país con ese tratado. Tal ingeniero y tal jefe de servicio ya participaron en los banquetes; pero, por contra, no se sabe cuántas veces. Lo único que se sabe es que Xie Kunsheng no se perdió un solo banquete.

De lo que quiere hablar Liu Quan con él es referente a un asunto personal así que ¿cómo interrumpir algo tan importante como son las relaciones exteriores? No tiene más remedio que esperar.

Liu Quan juega con los pliegues de su falda de color lila. Eso la tranquiliza. Es como cuando uno sale de escena y todavía no se ha podido quitar el traje. Liang Qian le regaló esa falda amplia con cinturón del mismo color, muy a la moda en el extranjero, y Jinghua le regaló los zapatos blancos con tacón. Liang Qian sabe que a Jinghua le costó comprar esos zapatos por eso les tiene un gran cariño. Todo ello se debe a que desean una nueva vida y un nuevo trabajo para las tres. A pesar de lo mal que les ha tratado la vida, siguen igual de inocentes. ¿Será el mundo tan sencillo? Liu Quan recuerda una frase que a su abuela materna le gustaba decir para darse ánimos a ella y a los demás: «En la vida hay que pasar nueve veces por nueve pruebas. Si uno no sale asado con los ojos color oro como el rey de los Monos, no se debe salir». Por eso ha cumplido ochenta y un años, está en buena salud y parece más ¡oven. Supo prepararse psicológicamente. Es como si se hubiese puesto un dispositivo para amortiguar todos los golpes capaces de amenazarla.

– ¡Xie, Xie!

El señor Xie, no está. Zhu Zhenxiang se da cuenta cómo Liu Quan permanece sentada en el despacho de Xie Kunsheng, preocupada. Le mira al entrar y como lo hizo anteriormente, le sonríe como si no se hubiesen visto hoy.

– Xie Kunsheng estaba aquí hace poco pero ya ha salido. ¿Puedo darle un mensaje? De todas formas tengo que quejarme aquí hasta que regrese.

Liu Quan le sonríe y Zhu Zhengxiang tiene la impresión de sofocarse. Es como si en una fiesta en la que estuviese muy alegre, en el momento de brindar bromeando con sus amigos, alguien le diese un telegrama informándole que unos de sus empleados acababa de tener un accidente de moto.

Tal vez hubiese sido mejor que no le sonriese.

Sabe que Liu Quan debe tener motivos para estar triste. Necesita urgentemente ayuda. De lo contrario no se comportaría como una señorita excesivamente educada y paciente.

Zhu Zhenxiang no conoce muy bien a Liu Quan. Sin embargo por los contactos que tuvo con ella durante la veintena de días que duró la visita de la delegación americana, dio la impresión de ser competente y eficaz en su trabajo, con el conocimiento y la conciencia profesional que caracteriza a los diplomados de la universidad de los años cincuenta y sesenta.

Durante estos últimos años, las relaciones con el exterior se han multiplicado. Hasta el nuevo aeropuerto no logra absorber a todos los pasajeros. Muchos servicios del aeropuerto se ven desbordados. Un día, como los caddis escaseaban, los pasajeros perdieron más de media hora en el aeropuerto. Liu Quan propuso una solución: sugirió que cada intérprete pusiese los ojos sobre los caddis en servicio, para que los pudiesen recuperan en cuanto se liberasen.

Fue una buena sugerencia que permitió ganar algo de tiempo. Pero eso no gustó a todos. La distancia que suponía andar detrás de un caddi no era superior a 10 metros, pero algunos pusieron la misma cara que si hubiesen tenido que pagar 10 yuanes de su bolsillo.

Zhu Zhenxiang se fija en Qian Xiuying. Se está mirando en un espejo y menea todo su cuerpo. Su cinturón demasiado prieto hace que el exceso de carne en su cintura le sobresalga hacia adelante debajo de su vestido multicolor, y se parezca a una mariposa a punto de poner un huevo.

A Qian Xiuying le gusta pararse delante de todo lo que le pueda devolver su imagen: espejos, ventanas de oficinas, puertas de hoteles, coches, todo lo que brille al sol.

La mirada autoritaria echada por Xie Kunsheng le hace suponer que la propuesta de Liu Quan le fastidió sus planes. Esa mirada quería decir: la culpa es tuya. ¡A quién se le ocurre ir detrás de una bruja como ésa!

Hay muchas cosas en las que Zhu Zhenxiang no está de acuerdo con Xie Kunsheng. Pero no puede hacer nada para remediarlo. Aunque sea el director jefe la oficina del Ministerio de Asuntos Exteriores, su secretario tiene sus propias fuentes para solventar los problemas.

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