C. Sansom - Invierno en Madrid

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Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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Tomó un ejemplar del ABC que descansaba sobre el estrecho escritorio de Tolhurst; el Generalísimo había sido sorprendido en el momento de bajar del tren real para saludar a Hitler, con una ancha sonrisa en los labios y un brillo de emoción en los ojos.

– Franco está que bebe los vientos por Hitler, quiere formar parte del Nuevo Orden. -Hillgarth meneó la cabeza y después miró inquisitivamente a sus dos subordinados-. Van ustedes esta noche a la fiesta, ¿verdad? Intenten averiguar a través de Maestre qué tal lo está haciendo el nuevo ministro de Comercio. El otro día Carceller pronunció un discurso profascista. Puede que Maestre no dure mucho más como subsecretario. En ese caso, habremos perdido a un amigo.

– ¿Leyó usted el informe de nuestro hombre en Gerona, señor? -preguntó Tolhurst-. ¿Trenes cargados de alimentos rumbo a la frontera francesa, con las palabras «Alimentos para nuestros amigos alemanes» pintadas en los costados?

Hillgarth asintió con la cabeza. Se revolvió en su asiento, y dejó de mover el pie.

– Ha llegado el momento de que se concentre en Forsyth, Brett. Averigüe algo más acerca del maldito oro. ¿Y qué me dice de esa tal Clare, qué pinta en todo eso?

– No creo que Barbara sepa nada.

Hillgarth lo miró con perspicacia.

– Bueno, averígüelo -dijo en tono perentorio-. Usted la conoce.

– No muy bien. Pero el lunes comeremos juntos. -La había llamado la víspera; Barbara había aceptado la invitación tras dudar un instante. Harry se sentía culpable pero, al mismo tiempo, lleno de curiosidad acerca de su relación con Sandy. «El hecho de ser espía despierta la curiosidad», pensó-. Creo que la mejor línea de actuación consiste en seguir indagando sobre lo que dijo Sandy a propósito de las oportunidades de negocios -añadió-. Eso me puede ayudar a formarme una idea de lo que está haciendo.

– ¿Cuándo lo volverá a ver?

– Tenía previsto organizar algo cuando me reuniera con Barbara.

El pie de Hillgarth volvió a moverse a sacudidas.

– Eso no puede esperar. Ya tendría que haber organizado algo cuando habló con la mujer.

– No conviene que se nos vea demasiado interesados -terció Tolhurst.

Hillgarth agitó una mano con impaciencia.

– Necesitamos esta información. -Se levantó bruscamente-. Me tengo que ir. Encárguese de ello.

– Sí, señor.

– Está preocupado -dijo Tolhurst, mientras se cerraba la puerta-. Será mejor que organices cuanto antes una reunión con Forsyth. -De acuerdo. Pero Sandy es muy listo. -Nosotros lo tenemos que ser más que él.

El baile tenía un tema morisco. Los dos guardias marroquíes que flanqueaban la entrada principal lucían turbantes y largas capas de color amarillo y empuñaban unas lanzas. Harry contempló sus impasibles rostros morenos al pasar por su lado, recordando la terrible fama de los moros durante la Guerra Civil. Dentro, el amplio vestíbulo estaba adornado con tapices moriscos y los hombres vestían de esmoquin. La mampara que separaba el vestíbulo del salón había sido retirada para crear una sala de enormes proporciones. La sala estaba llena de gente. Un sirviente español, pero vestido con fez y caftán, tomó sus nombres e hizo señas a un camarero del otro extremo de la sala para que les sirviera bebidas.

– ¿Conoces a alguien? -preguntó Harry.

– A una o dos personas. Mira, allí está Goach. -El anciano experto en protocolo estaba de pie en un rincón, conversando animadamente con un clérigo de elevada estatura vestido con ropajes morados-. Es católico, ¿sabes? Le encantan los monseñores.

– Fíjate en el disfraz de los criados. Se deben de morir de calor.

Tolhurst se inclinó hacia él.

– Hablando de cuestiones marroquíes, mira allí abajo.

Harry siguió la dirección de su mirada. En el centro del salón, Maestre permanecía de pie en compañía de otros dos hombres vestidos como él, de uniforme. Uno era un teniente. El otro, un general como Maestre, era una figura extraordinaria. De cierta edad, delgado y con el cabello cano, conversaba con tal vehemencia que amenazaba con salpicar a sus interlocutores con el contenido de la copa que sostenía en la mano. La otra manga colgaba vacía. Su cadavérico rostro surcado por una cicatriz tenía un solo ojo, mientras que la cuenca vacía del otro aparecía cubierta con un parche de color negro. Cuando se rió, dejó al descubierto una boca casi desdentada.

– Millán Astray -dijo Tolhurst-. Es inconfundible. El fundador de la Legión. Astray es profascista y está como una cabra, pero sus viejos soldados lo adoran. Franco sirvió a sus órdenes, y lo mismo hizo Maestre. Es el jefe de los novios de la muerte.

– ¿Los qué?

– Así se llaman los soldados de la Legión. Comparados con ellos, los de la Legión Extranjera francesa parecen unos catequistas. -Tolhurst se inclinó hacia delante y bajó la voz-. El capitán me contó una historia acerca de Maestre. Unas monjas de una orden religiosa dedicada al cuidado de enfermos llegaron a Marruecos durante la rebelión de las tribus del Rif. Corre el rumor de que Maestre y algunos de sus hombres las recibieron en el muelle de Melilla y les regalaron una enorme cesta de rosas… con las cabezas de dos jefes rebeldes marroquíes en el centro.

– Parece un cuento chino. -Harry volvió a mirar a Maestre. Los gestos de Millán Astray eran todavía más violentos que antes y Maestre daba la impresión de estar un poco nervioso; pero, aun así, mantenía la cabeza cortésmente inclinada hacia él para escucharle.

– Se la contó el propio Maestre al capitán Hillgarth. Al parecer, las monjas ni siquiera parpadearon. La Legión tiene cierta predilección por las cabezas, y antes solían desfilar con ellas clavadas en las puntas de las bayonetas. -Tolhurst meneó la cabeza con semblante inquisitivo-.

Y las malas lenguas afirman que ahora la mitad del Gobierno está integrada por ex legionarios. Es lo único que mantiene unidos a los bandos monárquico y falangista. El pasado en común.

Millán Astray había posado su copa y estrechaba el hombro del otro compañero de Maestre sin dejar de charlar animadamente con él. Harry observó que hasta aquella mano carecía de dedos. Maestre captó la mirada de Harry y murmuró algo a Millán Astray. El anciano asintió con la cabeza y Maestre y el teniente se acercaron a Harry y Tolhurst. Por el camino, Maestre le dijo algo en voz baja a una mujer menuda y regordeta ataviada con un vestido de flamenca y largos guantes blancos, y entonces ella los siguió.

Maestre le tendió la mano a Harry con una cordial sonrisa de bienvenida en los labios.

– Ah, señor Brett. Cuánto me alegro de que haya podido venir.

Y usted debe de ser el señor Tolhurst.

– Sí, señor. Gracias por invitarme.

– Siempre me alegro de poder saludar a los amigos de la embajada. Debería estar atendiendo a los invitados, pero recordaba viejos tiempos en Marruecos. Mi mujer, Elena. -Harry y Tolhurst se inclinaron ante ella-. Y mi mano derecha de entonces, el teniente Alfonso Gómez.

El otro hombre les estrechó la mano y se inclinó rígidamente. Era bajito y rechoncho, con una cara muy seria de color caoba y unos ojos de mirada penetrante.

– ¿Son ustedes ingleses? -preguntó.

– Sí, de la embajada.

La señora Maestre sonrió.

– Me han dicho que estuvo usted en Eton, ¿no es cierto, señor Tolhurst?

– Un lugar excelente -dijo Maestre, asintiendo con gesto de aprobación-. Donde se educan los caballeros ingleses, ¿verdad?

– Así lo espero, señor.

– ¿Y usted, señor Brett? -preguntó la señora Maestre.

– Estudié en otro colegio público, señora. Rookwood. -Observó que Gómez lo miraba como si lo estuviera evaluando.

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