C. Sansom - Invierno en Madrid

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Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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– La casa estaba medio en ruinas -dijo Maestre-. El mobiliario se había utilizado como leña. Todo estaba roto o destrozado. Las familias que la República instaló aquí ni siquiera sabían usar el retrete; pero lo peor de todo fue lo que ocurrió con las propiedades de nuestra familia, fotografías vendidas en el Rastro sólo porque estaban enmarcadas en plata. Ahora ya pueden ustedes comprender por qué razón el hecho de que se haya ofrecido una residencia en Londres a Negrín ha provocado el enfado de la gente. -Maestre miró por un instante con expresión de profunda ternura hacia el otro extremo del salón donde estaba su hija-. Milagros es una chica muy sensible, no lo pudo soportar. Y ahora no es feliz. Me temo que sea una planta demasiado delicada para florecer ahora en España. A veces hasta llego a pensar que quizá podría ser más feliz en el extranjero. -Rodeó con el brazo los hombros de su mujer-. Creo que tendríamos que abrir el baile, querida. Pediré a la orquesta que empiece a tocar. -Miró a Harry con una sonrisa-. Sólo lo mejor para Milagros. Le diré que les conceda un baile. Discúlpennos. -Y se retiró con su mujer.

– Dios mío -dijo Tolhurst-, con lo mal que a mí se me da el baile.

– Este Juan March -dijo Harry en tono imparcial- debe de ser un hombre muy importante, ¿verdad?

– Más bien diría que sí. Tiene millones. Un sujeto sin escrúpulos, empezó como contrabandista. Ahora vive en Suiza, se llevó todo el dinero antes de que empezara la Guerra Civil. Partidario de la monarquía. Probablemente, sólo ha venido para arreglar sus asuntos. -Tolhurst hablaba con ligereza, pero Harry vio en su rostro una expresión de alerta que lo indujo a cambiar de tema-. Terrible, lo de las pérdidas de los Maestre; todas las familias de las clases media y alta lo pasaron tremendamente mal. Una cosa que hay que decir en favor de este régimen es que, por lo menos, protege a la gente de… ¿cómo diría?… de nuestra clase.

– Sí, supongo que sí. Nuestra clase. He estado pensando, ¿sabes? En cierta manera, creo que el hecho de que ambos seamos ex alumnos de Rookwood ahora significa más para Sandy que para mí. Él sigue abrigando sentimientos al respecto, aunque sólo sean sentimientos de odio.

– ¿Y tú?

– Pues ya no lo sé, Tolly.

Cuatro hombres vestidos de esmoquin aparecieron con instrumentos musicales en compañía de la señora Maestre, seguidos por un grupo de sirvientes en caftán que empujaban un pequeño escenario de madera. Los invitados aplaudieron y lanzaron vítores. Harry vio que Milagros le hacía señas con su abanico desde el otro extremo del salón. Harry levantó su copa. A su lado, Tolhurst lanzó un suspiro.

– Ay, Dios mío -dijo éste-. Ya estamos.

18

A Barbara no le apetecía reunirse con Harry. Este había sido amable con ella tres años atrás y a ella le había resultado agradable contemplar un jovial rostro inglés; pero el hecho de volver a ver al mejor amigo de Bernie le parecía, en cierto modo, algo así como tentar al destino. Había considerado la posibilidad de decírselo a Harry, pero lo veía tan afectuoso con Sandy que no le parecía correcto. Además, Harry había cambiado. Se observaba en él una tristeza enfurecida, inexistente tres años atrás. Lo tendría que mantener todo en secreto. Ahora Harry estaba allí y Sandy se había encariñado de él, lo cual la obligaría a afrontar la situación y engañar también a Harry. Era la segunda persona a la que engañaba, y esta vez se trataba del mejor amigo de Bernie.

El sábado se había enterado, a través de la BBC, de un gran bombardeo alemán sobre Birmingham. Cerca de doscientas personas habían resultado muertas. Se quedó horrorizada, sentada junto a la radio. No le había dicho nada a Sandy. Éste la habría consolado, pero ella no lo habría podido soportar, no se lo merecía. Se había pasado dos días preocupada, pero aquella mañana había recibido un telegrama de su padre, informándola de que todos estaban bien y de que las incursiones aéreas habían tenido lugar en el centro de la ciudad. Se puso a llorar de alivio.

Tenía que volverse a reunir con Luis en cuestión de dos días. Temía que el dinero de su banco de Inglaterra no llegara a tiempo. Por más que hubiera dudado del relato de Luis después de su primer encuentro con él, ahora se mostraba más inclinada a creerle. Si éste se presentara en el café con la prueba que ella le había pedido, la cosa estaría resuelta. Se había estado diciendo a sí misma que eso era lo que ella quería creer y que no tenía que abrigar demasiadas esperanzas. Pero ¿y si fuera verdad? ¿Ayudar a Bernie a escapar de la cárcel de un campo de prisioneros y llevarlo a la embajada? En los últimos tiempos había comprendido que, entre el conjunto de sentimientos que Sandy le inspiraba, había un elemento de temor, temor a la crueldad que sabía que formaba parte de él.

La víspera había hecho algo que unas pocas semanas atrás le habría parecido inconcebible. Sandy había salido con unos amiguetes y ella había entrado en su estudio para averiguar cuánto dinero tenía. Se dijo que jamás se atrevería a robarle; pero, en caso de que sus ahorros no llegaran a tiempo, quizá pudiera sacarle dinero con una mentira. Siempre y cuando él tuviera suficiente. Como casi todos los hombres, Sandy no creía que el dinero fuera algo acerca de lo cual las mujeres tuvieran que estar informadas.

Con el corazón galopando en el pecho, consciente de que estaba cruzando para siempre una especie de frontera, Barbara buscó la llave del escritorio que Sandy tenía en su estudio. La guardaba en el dormitorio, en el cajón de los calcetines… Ella lo había visto guardarla allí algunas veces, cuando se iba a la cama después de haberse pasado la noche trabajando. La encontró al fondo del cajón, en el interior de un calcetín doblado. La miró, vaciló un instante y después se dirigió a su estudio.

Algunos cajones estaban cerrados, pero no todos. En uno encontró dos libretas del banco. Una era una cuenta de una sucursal de un banco español que contenía mil pesetas; en ella figuraban ingresos y reintegros regulares que ella supuso que correspondían a sus gastos. Para su sorpresa, la segunda era de un banco argentino. Había varios ingresos pero ningún reintegro y el total era de casi un millón de pesos argentinos; a saber lo que sería. Como es natural, no había manera de que ella pudiera retirar directamente el dinero. Las cuentas estaban exclusivamente a nombre de Sandy. Experimentó una curiosa sensación de alivio.

Abandonó el estudio, deteniéndose en la puerta para asegurarse de que Pilar no estuviera por allí.

Mientras volvía a dejar la llave en su sitio, se dio cuenta de que algo más duro que el acero estaba penetrando en su interior, algo cuya existencia jamás había sospechado.

Había acordado reunirse con Harry en un restaurante de las inmediaciones del Palacio Real, un pequeño local muy tranquilo que servía buena comida procedente del mercado negro. Llegaba con retraso. Su asistenta se había puesto muy nerviosa, porque los guardias civiles le habían pedido la documentación mientras se dirigía al trabajo y ella la había olvidado. Barbara había tenido que escribir una carta, confirmando que la chica trabajaba para ella. Unos cuantos hombres de negocios y algunas parejas acomodadas ocupaban las mesas restantes. Harry se levantó para saludarla.

– Barbara, ¿cómo estás? -Parecía pálido y cansado.

– Pues no del todo mal.

– Hace frío.

– Sí, el invierno está a la vuelta de la esquina.

El camarero tomó su abrigo y dejó los menús delante de ellos.

– Bueno, ¿y tú qué tal? -le preguntó ella jovialmente-. ¿Cómo es la embajada?

– Un poco aburrida. Me dedico, sobre todo, a actuar como intérprete en reuniones con funcionarios. -Se le veía nervioso e incómodo.

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