C. Sansom - Invierno en Madrid

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Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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Harry procuró que no le temblara la voz.

– Yo he venido aquí para interesarme por un amigo…

– El soldado Piper no vino aquí a través de los procedimientos establecidos de las Brigadas Internacionales. Se presentó sin más en Madrid el pasado mes de noviembre. Eso no es normal.

– Yo no sé nada de eso. Llevo años sin ver a Bernie.

– ¿Y, sin embargo, ahora viene aquí a preguntar por él?

– Sus padres me lo han pedido.

El ruso se inclinó hacia delante.

– ¿Y quién le ha dicho a usted que preguntara por el capitán Duro?

Harry respiró hondo. Se encontraba en un sótano de una ciudad extranjera bajo la ley marcial. No podría salir de allí, a no ser que lo autorizaran a hacerlo.

– La señorita Clare. Dice que el capitán Duro la atendió la primera vez que ella vino aquí para hacer indagaciones. Ya se lo he dicho, conoció a Bernie en la Casa de Campo. El capitán intentó averiguar algo más. Pero después dijeron que lo habían trasladado. Y ya no hubo nadie más que pudiera ayudarla.

– Ahora nos empezamos a aclarar. En realidad, el capitán Duro no fue trasladado. Fue detenido por saboteador. Le oyeron decir que habríamos tenido que negociar con los rebeldes de Barcelona. -El oficial se reclinó contra el respaldo de su asiento-. Negociar con los saboteadores trotskistas-fascistas.

– Mire, la verdad es que yo no sé nada de todo eso. Sólo voy a permanecer tres días en el país.

– La ficha del soldado Piper dice que, tras resultar herido en los combates de la Casa de Campo, se ofreció para atender a los voluntarios que llegaban desde Inglaterra. Pero se consideró que era un burgués, un sentimental que probablemente no aprobaría algunas de las duras medidas que aquí se imponen. Se consideró que se le debería permitir recuperarse para enviarlo posteriormente al frente. Tenía madera de soldado de a pie, no era la clase de hombre de acero como la que aquí necesitamos ahora.

Harry miró al ruso.

– Esta gente se deja seducir fácilmente por el trotskismo-fascismo. -El ruso se volvió hacia su compañero. El español se inclinó hacia él; Harry captó las palabras «Cruz Roja». El ruso frunció el entrecejo-. Eso ya lo discutiremos fuera. -Se volvió para mirar a Harry-. Usted, señor Brett, se queda aquí.

Harry notó que un escalofrío le recorría toda la espalda y sintió frío a pesar del bochorno que reinaba en la estancia.

Los oficiales se retiraron. Harry oyó un murmullo de voces. Pensó con inquietud en lo que iba a ocurrir en caso de que se lo llevaran a alguna parte. Barbara lo esperaba en el apartamento. Parecía más calmada, después del estallido de la víspera; esperaba que no le hubiera vuelto a dar a la botella. Saldría en su busca en caso de que él no regresara. Le sudaban las manos. Se dijo a sí mismo que tenía que calmarse.

Las voces del pasillo sonaban más fuerte. Oyó los gritos del ruso.

– ¿Quién manda aquí?

Unas pisadas se alejaron y se hizo el silencio, un espeso silencio que casi se podía tocar con las manos. Recordó a los chicos en la escuela, cuando hablaban excitados acerca de las distintas clases de tortura. Lo que hacían el potro, las empulgueras, las nuevas torturas con descargas eléctricas.

Se abrió la puerta y entró el oficial español, solo y con la cara muy seria. Le entregó a Harry su pasaporte.

– Deles las gracias a sus contactos de la Cruz Roja -dijo fríamente-. Dé gracias porque nosotros necesitamos sus medicinas. Puede irse. Lárguese ahora mismo, antes de que el otro cambie de idea. -Miró a Harry a los ojos-. Dispone de veinticuatro horas para abandonar España.

De regreso en el apartamento, Harry le contó a Barbara lo ocurrido. Tenía que abandonar España de inmediato, y ella también convendría que lo hiciera; jamás debería regresar al cuartel general del ejército. Pensó que, a lo mejor, ella no le creería, pero le creyó.

– Sabemos lo que ocurre -dijo en voz baja-. En la Cruz Roja, quiero decir. Las detenciones y las desapariciones. -Meneó la cabeza-. Simplemente, lo había olvidado. Sólo pensaba en averiguar algo acerca de Bernie. He sido muy egoísta. Siento que hayas tenido que pasar por todo esto.

– Yo me ofrecí voluntariamente a hacerlo. Puede que los dos hayamos sido unos ingenuos.

– Pues yo tengo menos excusa, llevo nueve meses aquí.

– Barbara, tendrías que regresar a Inglaterra.

– No. -Barbara se levantó, animada por una nueva determinación-. Regresaré al trabajo, le contaré a Doumergue lo ocurrido. Veré si puedo conseguir un traslado.

– ¿Estás segura de que lo podrás soportar?

– Me encontraré mejor trabajando, eso me ayudará a salir adelante.

Harry hizo el equipaje y después regresó al apartamento de Barbara para cenar. A ninguno de los dos le apetecía cenar fuera.

– Necesitaba un poco de esperanza -dijo ella-. No podía aceptar que Bernie hubiera muerto.

– ¿Qué vas a hacer ahora?

Barbara esbozó una valerosa sonrisa.

– Convenceré a Doumergue de que me traslade a otro sitio. Voy a ayudar a organizar los suministros médicos en Burgos.

– ¿En la zona nacional?

– Sí. -Soltó una sonrisa incierta-. Veré el otro lado de la historia. En Burgos no hay combates, queda muy por detrás del frente.

– ¿Y lo podrás soportar? ¿Eso de trabajar con la gente contra la cual luchaba Bernie?

– Bueno, los nacionales y los comunistas no son mejores los unos que los otros. Lo sé muy bien, yo sólo quiero hacer mi trabajo, ayudar a la gente que se ha quedado atrapada en medio. Así reviente toda la maldita política. Ya todo me da igual.

Harry la miró, preguntándose si tendría fuerzas para cumplir su propósito.

– ¿Sientes la presencia de Bernie? -preguntó ella de repente-. ¿Aquí, en el apartamento?

– No. -Harry esbozó una azorada sonrisa-. Yo no siento nada de todo eso.

– A veces experimento una especie de calor, como si él estuviera aquí. Supongo que eso demuestra que está muerto.

– Pase lo que pase, conservas unos cuantos recuerdos muy buenos. Y eso será un consuelo con el tiempo.

– Supongo. ¿Y tú?

Harry la miró sonriendo.

– Vuelta a casa, a las costumbres de siempre.

– Parece una buena vida. ¿Eres feliz?

– Me conformo, supongo. Quizás eso es lo máximo que podemos esperar.

– Yo siempre quise más. -Por un instante, los ojos de Barbara se perdieron en la distancia-. Bueno, tendré que hacer un esfuerzo para trabajar en Burgos. -Sonrió-. ¿Me escribirás?

– Sí, claro.

– Háblame de Cambridge, mientras yo esté hasta la coronilla de formularios. -Volvió a esbozar su triste y fugaz sonrisita de costumbre.

17

La casa del general Maestre era una mansión del siglo XVIII situada en una zona residencial al norte de la ciudad. El general envió un automóvil para recoger a Harry y Tolhurst, un impresionante Lincoln americano; circulaban a gran velocidad por la Castellana, donde ya se habían retirado las banderas nazis. Himmler se había ido, pero la víspera los periódicos habían publicado una noticia aún más sensacional. Hitler y Franco se habían reunido en la ciudad de Hendaya, en la frontera con Francia, para una ronda de conversaciones de seis horas de duración. La prensa vaticinaba que España no tardaría en entrar en guerra.

– En realidad, la reunión no fue bien, o eso es lo que dice Sam -les había dicho Hillgarth a Harry y Tolhurst aquella tarde.

Los había convocado para una reunión en el despacho de Tolhurst. Vestido aquel día de paisano, mostraba una expresión de profundo cansancio. Permanecía sentado con las piernas cruzadas y no paraba de mover el pie libre.

– El embajador tiene una fuente en el entorno de Franco. Dice que Franco le comunicó a Hitler que él sólo entraría en guerra en caso de que Hitler le garantizara enormes cantidades de suministros. Sabe que nosotros no permitiríamos pasar nada a través del bloqueo. Bueno, esperemos que así sea.

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