C. Sansom - Invierno en Madrid

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Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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– Me hirieron en Dunkerque.

– Sí, claro, la guerra. -Sandy hablaba como si fuera algo que ya hubiera olvidado y no tuviera nada que ver con él-. Nada grave, espero.

– No, ahora ya estoy bien. Me ha quedado un pequeño problema de oído. Sea como fuere, después ya no quise regresar a Cambridge. El Foreign Office estaba buscando intérpretes y me aceptaron.

– Conque Cambridge, ¿eh? ¿O sea que, al final, no te presentaste a la Oficina de Colonias? -Sandy soltó una carcajada-. Sueños juveniles. ¿Recuerdas que tú ibas a ser un funcionario territorial en Bongolandia y yo un cazador de dinosaurios? -Ahora la expresión de Sandy se había vuelto a relajar y mostraba un semblante risueño. Alargó la mano hacia el cigarro y le dio una larga calada.

– Pues sí. Es curioso cómo cambian las cosas. -Harry procuró que su tono sonara relajado-. ¿Y tú qué haces aquí? He notado una especie de sacudida al verte. Yo a éste lo conozco, he pensado, pero ¿quién es? Y entonces te he reconocido. -Ahora las mentiras le salían con la mayor fluidez.

Sandy dio otra calada a su cigarro y exhaló nuevas volutas de áspero humo.

– Vine a parar aquí hace tres años. Hay muy buenas oportunidades de negocios. Estoy aportando mi granito de arena a la reconstrucción de España. Aunque no descarto marcharme a otro sitio dentro de un tiempo.

El anciano camarero se acercó y depositó una tacita de chocolate delante de Harry. Sandy le hizo una seña al pequeño que vendía cigarrillos Lucky Strike a la flaca.

– ¿Te apetece un cigarro? Le daremos una alegría a Roberto. Tiene un par de habanos escondidos por aquí dentro. Un poco secos, pero no están mal.

– Gracias, no fumo.

Harry miró a la mujer. Ni siquiera se molestaba en disimular que vigilaba a los clientes. Su rostro demacrado ofrecía un aspecto un tanto oficinesco.

– Tú nunca caíste, ¿verdad? Recuerdo que jamás te reunías detrás del gimnasio con nosotros, los chicos malos.

Harry se echó a reír.

– Nunca me gustó. Las dos veces que lo probé, me mareé. -Alargó la mano hacia la tacita de chocolate y observó que no le temblaba.

– Vamos, Brett, tú lo censurabas. -Ahora la voz de Sandy había adquirido un matiz irónico-. Siempre fuiste un hombre de Rookwood de la cabeza a los pies. Siempre cumplías las normas.

– Es posible. Pero llámame Harry, hombre.

Sandy sonrió.

– Como en los viejos tiempos, ¿eh? -Ahora la sonrisa de Sandy era auténticamente cordial.

– Sea como fuere, Sandy, la última vez que supe de ti aún estabas en Londres.

– Necesitaba largarme. Algunas personas del ambiente de la hípica llegaron a la conclusión de que yo no les gustaba. Mal asunto, lo de las carreras de caballos. -Sandy miró a Harry-. Fue entonces cuando perdimos el contacto, ¿verdad? Lo sentí mucho porque me encantaba recibir tus cartas. -Lanzó un suspiro-. Tenía un proyecto muy bueno, pero a algunos peces gordos les molestaba. De todas maneras, aprendí unas cuantas lecciones. Después, un conocido mío de Newmarket me comentó que la gente de Franco buscaba personas para trabajar como guías turísticos de los campos de batalla de la Guerra Civil. Personas con unos antecedentes adecuados para conseguir unas cuantas divisas y buscar en Gran Bretaña un poco de apoyo a los nacionales.

Y así me pasé un año acompañando a viejos coroneles de Torquay en un recorrido por los campos de batalla del norte. Más tarde, me metí en un par de negocios. -Sandy extendió los brazos-. Y acabé quedándome. Llegué a Madrid el año pasado, inmediatamente después de la entrada del Generalísimo.

– Comprendo. -«Mejor no hacer demasiadas indagaciones», pensó Harry. Demasiado prematuro-. ¿Sigues en contacto con tu padre?

El rostro de Sandy se endureció.

– Ya no. Mejor así, porque nunca nos llevamos bien. -Sandy guardó silencio un instante y después volvió a sonreír-. En fin. ¿Tú cuánto tiempo llevas en Madrid?

– Sólo unos días.

– Pero tú ya habías estado aquí antes, ¿verdad? Viniste con Piper después de la escuela.

Harry lo miró asombrado. Sandy soltó una risita y lo señaló con el extremo del cigarro.

– ¿A que no sabías que yo lo sabía?

A Harry le dio un vuelco el corazón. ¿Cómo se habría enterado?

– Pues sí. En tiempos de la República. Pero ¿cómo…?

– Y después regresaste, ¿verdad? -Harry lanzó un suspiro de alivio al ver que Sandy lo miraba con semblante risueño, lo cual no habría sido posible de haber conocido éste el verdadero propósito de su presencia allí-. Viniste para intentar averiguar su paradero tras haber sido dado por desaparecido en el Jarama y entonces conociste a su novia. Barbara. -Ahora Sandy rió de buena gana-. No te sorprendas tanto. Lo siento. Es sólo que conocí a Barbara en Burgos cuando trabajaba como guía, la Cruz Roja la envió allí cuando Piper se fue al oeste. Ella me lo contó todo.

Así que era eso. Harry lanzó un suspiro y se volvió a reclinar contra el respaldo de su asiento.

– Le escribí a través de la oficina de la Cruz Roja en Madrid, pero jamás obtuve respuesta. Seguramente las cartas no se llegaron a enviar.

– Probablemente, no. Por aquel entonces, todo era muy caótico en la República.

– Pero ¿cómo demonios os conocisteis vosotros dos? Menuda casualidad.

– No tanta. Había muy pocos ingleses en el Burgos del treinta y siete. Fue una coincidencia que ambos nos encontráramos en la zona nacional, supongo. Nos conocimos en una fiesta organizada por la Texas Oil para los exiliados. -Sandy sonrió de oreja a oreja-. De hecho, nos fuimos a vivir juntos. Ahora está conmigo, vivimos en una casa de la calle Vigo. Seguro que no la reconocerías.

– El otro día me pareció verla cruzando la Plaza Mayor.

– ¿De veras? ¿Qué estaría haciendo allí? Quizá buscando alguna tienda donde hubiera algo que mereciera la pena comprar.

Sandy sonrió.

«Esto es una complicación -pensó Harry-. Barbara.» ¿Cómo demonios se habría liado con Sandy?

– ¿Sigue trabajando con la Cruz Roja? -preguntó.

– No, ahora es ama de casa. Lo de Piper la afectó mucho, pero ya está bien. Intento convencerla de que trabaje un poco como voluntaria.

– El hecho de que mataran a Bernie la dejó destrozada. Jamás averiguamos dónde estaba su cuerpo.

Sandy se encogió de hombros.

– A los rojos les daba igual lo que les ocurriera a sus hombres. En todas aquellas ofensivas fallidas que ordenaron los rusos. Sólo Dios sabe cuántos de ellos quedaron enterrados en la sierra. Pero ahora Barbara está bien. Estoy seguro de que se alegrará de verte. El martes tendremos un par de invitados, ¿por qué no vienes tú también?

Era la clase de acceso que a Harry le habían dicho que intentara conseguir, ofrecido en bandeja.

– ¿No será perjudicial… para Barbara? No quisiera despertarle… malos recuerdos.

– Le encantará verte. Sandy bajó la voz-. Por cierto, siempre decimos a todo el mundo que estamos casados; aunque no sea cierto. Es más fácil, estos del Gobierno son unos puritanos.

Harry se fijó en que Sandy lo miraba a la espera de su reacción. Sonrió, inclinando la cabeza.

– Entiendo -dijo con torpeza.

– Durante la Guerra Civil todo el mundo vivía a salto de mata; claro, nadie sabía el tiempo que le quedaba. -Sandy sonrió-. Sé que Barbara agradeció mucho la ayuda que tú le prestaste.

– ¿De veras? Ojalá hubiera podido hacer algo más. Pero gracias, iré con mucho gusto.

Sandy se inclinó hacia delante y le dio otra palmada en el hombro.

– Y ahora, cuéntame algo más de ti. ¿Cómo están aquellos ancianos tíos tuyos?

– Pues como siempre. Ellos no cambian.

– ¿No te has casado?

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