C. Sansom - Invierno en Madrid

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Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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El guardia civil que había ahuyentado al chiquillo los escoltó hasta la puerta de la embajada.

– Gracias por su asistencia -dijo ceremoniosamente Tolhurst.

El hombre inclinó la cabeza, pero Harry vio una mirada de desprecio en sus ojos.

– Los niños causan una impresión algo fuerte al principio -dijo Tolhurst, mientras hacía girar el tirador de la enorme puerta de madera-. Pero hay que acostumbrarse a ello. Ahora ha llegado el momento de que conozca usted a su comité de recepción. Los peces gordos lo están esperando.

Tolhurst parecía un poco celoso, pensó Harry mientras el otro lo acompañaba al caluroso y oscuro interior.

El embajador permanecía sentado tras un enorme escritorio en una estancia imponente en cuyo techo había unos ventiladores que en verano emitían un suave zumbido. Había grabados del siglo XVIII en las paredes, y el suelo de mosaico estaba cubierto por unas alfombras mullidas. Una ventana daba a un patio interior lleno de plantas en macetas, donde unos hombres en mangas de camisa conversaban sentados en un banco.

Harry reconoció a sir Samuel Hoare de haberlo visto en los noticiarios. Había sido ministro con Chamberlain, un pacificador despedido con la llegada al poder de Churchill. Era un hombre menudo de rangos severos y delicadamente angulosos y cabello ralo y blanco, enfundado en un chaqué con una flor azul en el ojal. El embajador se levantó y se inclinó sobre el escritorio para tenderle la mano.

– Bienvenido, Brett. -El apretón fue sorprendentemente fuerte. El embajador miró por un instante a Harry con unos ojos fríos y azules, antes de llamar por señas a otro hombre-. El capitán Alan Hillgarth, nuestro agregado naval -añadió-. Es el máximo responsable de nuestros Servicios Especiales.

Hoare pronunció las últimas palabras con un leve tono de desagrado.

Hillgarth era un cuarentón alto y misteriosamente apuesto, con unos grandes ojos pardos, de expresión dura pero provistos de una cierta malicia casi infantil que también se advertía en su boca ancha y sensual. Harry recordó que Sandy leía en Rookwood relatos de aventuras escritos por un tal Hillgarth. Trataban de espías y de aventuras en los más remotos y atrasados rincones de Europa. A Sandy Forsyth le encantaban, pero Harry los encontraba un poco embrollados.

El capitán le estrechó cordialmente la mano.

– Hola, Brett. Responderá directamente ante mí con Tolhurst aquí presente.

– Siéntese, por favor, siéntense todos. -Hoare le indicó a Harry un sillón.

– Nos alegramos mucho de verlo -dijo Hillgarth-. Hemos recibido informes acerca de su instrucción. Parece ser que usted lo captaba todo razonablemente bien.

– Gracias, señor.

– ¿Preparado para contarle su historia a Forsyth?

– Sí, señor.

– Le hemos conseguido un apartamento. Tolhurst le acompañará más tarde por los alrededores. Bien, ¿ya conoce las instrucciones? ¿Lo han puesto al corriente de la tapadera que deberá utilizar?

– Sí, señor. Me han contratado como intérprete tras la marcha por enfermedad del anterior.

– El bueno de Greene -dijo Hillgarth, soltando una repentina carcajada-. Todavía no sabe por qué razón lo enviaron tan rápido de vuelta a casa.

– Un buen intérprete -terció Hoare-. Conocía el oficio. Brett, tendrá usted que ser muy cuidadoso con lo que diga. Aparte de su… mmm… otro trabajo, llevará a cabo tareas de intérprete por cuenta de algunos altos funcionarios, y ha de saber que aquí las cosas son delicadas. Muy delicadas. -Lo miró con dureza.

Harry se sintió intimidado. No acababa de creer que estuviera hablando con un hombre al que había visto en los noticiarios. Respiró hondo.

– Lo sé, señor -dijo-. Recibí instrucción en Inglaterra. Lo traduciré todo a un lenguaje lo más diplomático posible y jamás añadiré comentarios por mi cuenta.

Hillgarth asintió con la cabeza.

– Hará una sesión con el subsecretario de Comercio y conmigo el jueves que viene. Me hago cargo.

– Sí, maestro -masculló Hoare-. No queremos disgustarlo.

Hillgarth sacó una pitillera de oro y le ofreció un cigarrillo a Harry.

– ¿Fuma?

– No, gracias.

Hillgarth encendió el suyo y exhaló una nube de humo.

– No queremos que tropiece con Forsyth de inmediato, Brett. Tómese unos cuantos días para instalarse y para que lo conozcan en el ambiente. Y acostúmbrese a que lo vigilen y lo sigan… El Gobierno espía a todo el personal de la embajada. Casi todos los espías son bastante inútiles, se les ve a un kilómetro de distancia, aunque ahora empiezan a llegar hombres muy bien preparados de la Gestapo. Observe si alguien le pisa los talones e informe a Tolhurst. -Sonrió como si todo aquello fuera una aventura, de una manera que a Harry le recordó a la gente de la escuela de instrucción.

– Así lo haré, señor.

– Bueno -continuó Hillgarth-. Hablemos de Forsyth. Usted lo conoció muy bien durante un tiempo en el colegio, pero no ha vuelto a verlo desde entonces. ¿Correcto?

– Sí, señor.

– ¿Cree que a pesar de ello podría mostrarse receptivo con usted?

– Así lo espero, señor. Pero la verdad es que no sé qué ha estado haciendo desde que dejamos de escribirnos. De eso hace diez años. -Harry miró hacia el patio. Uno de los hombres de allí los estaba mirando.

– ¡Esos malditos pilotos! -exclamó Hoare-. ¡Estoy harto de que vengan aquí a fisgonear!

Agitó autoritariamente la mano, y los hombres se levantaron y desaparecieron por una puerta lateral.

Harry observó que Hillgarth le dirigía a Hoare una mirada rápida de desagrado antes de volverse de nuevo hacia él.

– Son unos pilotos que tuvieron que saltar en paracaídas sobre Francia -dijo Hillgarth con una clara indirecta-. Algunos de ellos han venido a caer aquí.

– Sí, sí, lo sé -replicó Hoare en tono malhumorado-. Tenemos que seguir.

– Por supuesto, embajador -dijo Hillgarth con ceremoniosa formalidad antes de volverse de nuevo hacia Harry-. Bueno, pues tuvimos noticias de Forsyth por primera vez hace un par de meses. Tengo un agente en el Ministerio de Industria de aquí, un joven administrativo que nos informó de que todos estaban muy nerviosos por algo que ocurría en el campo, a unos ochenta kilómetros de Madrid. Nuestro hombre no tiene acceso a los documentos, pero oyó un par de conversaciones. Yacimientos de oro. Muy grandes. Geológicamente comprobados. Sabemos que están enviando equipos de minería al lugar. También se habla de mercurio y otras sustancias químicas; pero tienen escasez de medios.

– A Sandy siempre le había interesado la geología -dijo Harry-. En el colegio era muy aficionado a la geología y siempre andaba por allí en busca de huesos de dinosaurio.

– ¿De veras? -dijo Hillgarth-. Eso no lo sabía. Jamás obtuvo un título oficial, que nosotros sepamos; pero está trabajando con un hombre que sí los tiene: Alberto Otero.

– ¿El que adquirió experiencia en Sudáfrica?

– Exacto. -Hillgarth asintió con la cabeza-. Ingeniero de minas. Creo que le facilitaron a usted algunas lecturas sobre la minería de oro en su país.

– Sí, señor.

Le había producido una sensación muy extraña bregar con aquellos complicados textos por la noche, en su pequeño dormitorio.

– Como es natural, por lo que a Forsyth se refiere, usted no sabe nada sobre el oro. Está usted en la inopia al respecto.

– Sí, señor. -Harry hizo una pausa-. ¿Sabe usted cómo se conocieron Forsyth y ese tal Otero?

– No. Tenemos muchas lagunas. Sólo sabemos que, cuando trabajaba como guía turístico, Forsyth entró en contacto con el Auxilio Social, la organización de la Falange que se encarga de gestionar lo que aquí pasa por bienestar social. -Hillgarth enarcó las cejas-. Es lo más corrupto que hay. Cuantiosas ganancias y muy pocas prestaciones.

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