Un músculo de su mejilla se contrajo involuntariamente.
– ¿Brett también estaba metido en esto?
– No.
Bernie ignoraba que Harry estaba allí. Barbara contempló la mano que Sandy se había metido en el bolsillo. Vio un bulto. ¿Él también iba armado?
– Han estado en casa, buscándote -dijo. El corazón le palpitaba con tal fuerza que le costaba mucho evitar que le temblara la voz, pero tenía que hacerlo-. La policía. Se llevaron todo lo que guardabas en el despacho.
– Sí. Me imaginaba que lo habrían hecho. Tengo un pasaporte que me permitirá embarcar. Pertenecía a uno de los judíos franceses que se dirigían a Lisboa, pero ahora le he colocado mi fotografía y saldré por Valencia. Decidí pasar por aquí de camino.
Barbara asió el arma, rodeando el gatillo con los dedos.
– ¿Dónde está Pilar? -preguntó.
Ahora su voz sonaba más firme.
– Se ha ido. Le pagué para que se largara. Sólo fue una pequeña diversión. Nada tan importante como tu manera de traicionarme. -Le arrojó la palabra en un sibilante susurro de rabia, respiró hondo y siguió burlándose de ella-. Pues vaya, el gusano se ha convertido en un dragón. Y pensar que soy yo quien te ha hecho. Debería haber dejado que te pudrieras en Burgos. -Barbara no contestó, se limitó a mirarlo en silencio. Sandy volvió la cabeza hacia el fondo del puente-. Él está por ahí, esperando carretera arriba entre unos árboles. Lo he visto. Lo esperaba escondido detrás del tronco de un árbol. Iba a matarlo. Quería que te lo encontraras muerto. Pero él me oyó cuando estaba encendiendo un puro detrás de un árbol y eso lo puso sobre aviso, así que me vine para acá. A fin de cuentas, no hay nada más peligroso que un hombre acorralado. No creo que nos esté viendo en este extremo del puente. -Sandy inclinó la cabeza hacia su bolsillo-. Por cierto, voy armado.
Barbara apenas podía distinguir la arboleda situada a unos cuantos cientos de metros carretera arriba. ¿Estaría Bernie realmente allí?
– ¿Por qué, Sandy? -preguntó-. Quiero decir, ¿de qué sirve… de qué sirve eso ahora? Todo ha terminado.
Sandy seguía hablando en voz baja, pero el tono se había vuelto muy frío.
– En el colegio me trataba como un trozo de mierda, lo mismo que mi maldito padre. Hizo todo lo posible por apartar a Harry de mí. Y ahora ha conseguido que me traiciones y lo saques de la prisión. Bueno, pues ahora me vengaré. -Sandy volvió a sonreír; una sonrisa extraña, casi infantil-. Me vengaré; hablo en serio. -Barbara se echó involuntariamente hacia atrás. Ahora había en su voz algo de profundamente salvaje y trastornado-. No me mires de esta cochina manera -dijo-. ¿Acaso he hecho yo algo peor que lo que Piper y todos los demás ideólogos le hicieron a España, eh? ¿He hecho yo algo peor?
– Bernie no me ha hecho hacer todo esto, Sandy; la idea fue mía. Hasta hace muy poco, él ni siquiera lo sabía.
– Pero, aun así, he sido traicionado -dijo Sandy-. No permitiré que me vuelva a ocurrir. No permitiré que me dejen tirado como un trapo. Y, si éste es mi destino, lucharé hasta el final. Te juro que lo haré. -Sus ojos oscuros estaban a punto de saltársele de las órbitas. Barbara no contestó. Ambos se miraron un momento en silencio entre ocasionales copos de nieve. Sandy respiró hondo, cerró los ojos y, cuando habló, lo hizo en afable tono familiar-. ¿Cómo llegaste aquí? ¿En tren?
– Sí.
Sandy ignoraba que Harry y Sofía estuvieran allí, creía que Barbara estaba sola. Pero, desde la catedral, los otros no podían ayudarla.
– Supongo que en esta mochila llevas una muda de ropa para él.
– Sí.
– Pues, bueno, yo te voy a decir lo que puedes hacer. Puedes dar media vuelta y regresar por dónde has venido. Puedes volver a Inglaterra. Después yo me encargaré de él. -Inclinó de nuevo la cabeza hacia el bolsillo-. Me encantaría liquidarte a ti también, pero un disparo desde aquí se podría oír. -Se inclinó hacia delante, haciendo visajes-. Simplemente, no olvides durante el resto de tu vida que yo te perdono, no olvides que el que ha ganado soy yo. -Pronunció las palabras casi entre dientes; parecía un niño tontito. Hizo señas con la cosa que guardaba en el bolsillo-. Y ahora, da media vuelta y echa a andar. -Barbara se soltó de la barandilla y respiró hondo-. Adelante -dijo Sandy, levantando la voz-. Ya. De lo contrario, te pego un tiro, me cago en la puta. Tres años, me pasé construyéndote de la nada para que ahora me traiciones. Puta de mierda. Vamos, da la vuelta y camina.
Barbara se metió la mano en el bolsillo y extrajo la Mauser. La sujetó con ambas manos y extendió los brazos quitándole el seguro mientras le apuntaba contra el pecho.
– Arroja el arma por el puente, Sandy. -Se sorprendió de lo clara que le había salido la voz. Separó las piernas para conservar mejor el equilibrio-. Hazlo ya. Hazlo ahora mismo o te mato. -Mientras lo decía, supo con toda certeza que podría hacerlo si no le quedaba más remedio.
Sandy retrocedió y la miró con asombro.
– Tú… ¿tú tienes un arma?
– Saca la tuya del bolsillo, Sandy. Despacito.
Sandy apretó los puños.
– Puta.
– ¡Arroja el arma al agua!
Sandy la miró a los ojos y después se sacó muy despacio la mano del bolsillo. «A ver si ahora la saca y me pega un tiro», pensó Barbara. Pero ella dispararía primero. No permitiría que Sandy acabara con Bernie, no lo permitiría.
Sandy sacó una piedra de gran tamaño. La miró, miró sonriendo a Barbara y se encogió de hombros.
– No tuve tiempo de conseguir un arma. Iba a machacarle el cerebro a Piper con esto. -Soltó la piedra al suelo del puente y ésta se desvió hacia un lado y se perdió en el vacío. No se oyó el menor ruido cuando llegó al agua de abajo, estaba demasiado lejos.
Barbara recorrió rápidamente con los ojos sus bolsillos restantes.
– Colócate las manos en la cabeza -dijo.
Su rostro se volvió a ensombrecer, pero hizo lo que ella le ordenaba.
– ¿Qué vas a hacer? -le preguntó. Ahora había temor en su voz, algo que ella jamás había visto. Se alegró; él había comprendido que hablaba en serio. Pensó rápidamente.
– Vamos a cruzar de nuevo el puente para ir junto a Bernie.
– No. -El rostro de Sandy se aflojó-. Así, no.
Barbara le apuntó a la cabeza con el arma.
– Date la vuelta.
Sandy vaciló.
– Está bien.
Se volvió y echó a andar muy despacio para regresar por donde había venido. Barbara lo siguió a la distancia de un brazo, por si él se diera repentinamente la vuelta y tratara de agarrarla. Llegaron al final del puente y pisaron la hierba del borde de la carretera. Había dejado de nevar y la luna había asomado por detrás de las nubes.
– Quieto -dijo Barbara.
Sandy se detuvo. Estaba ridículo allí de pie, con las manos en la cabeza. Barbara tenía que pensar qué hacer ahora. Se volvió para mirar hacia la arboleda. «¿Bernie nos puede ver? -se preguntó-. ¿Qué vamos a hacer con Sandy?» Sabía que ella no le podría disparar a sangre fría, pero Bernie probablemente lo hiciera.
De pronto, oyó un repiqueteo de pisadas. Se volvió y vio a Sandy corriendo por el puente. Había actuado con la rapidez de un rayo en cuanto ella había apartado la vista.
– ¡Quieto! -Sandy empezó a correr en zigzag de uno a otro lado del puente. Barbara trató de apuntar contra él, pero le fue imposible. Recordó lo que él había dicho anteriormente sobre el eco que provocaría un disparo desde aquel lugar. Barbara inclinó el arma mientras Sandy alcanzaba el otro lado del puente y echaba a correr volviéndose a cada momento mientras zigzagueaba colina arriba. Sandy desapareció entre los árboles. Barbara oyó el crujido y el susurro de las ramas.
Читать дальше