C. Sansom - Invierno en Madrid

Здесь есть возможность читать онлайн «C. Sansom - Invierno en Madrid» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Invierno en Madrid»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

Invierno en Madrid — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Invierno en Madrid», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Estoy de servicio.

– ¡Ah, claro!, lo había olvidado. Hay tantas fiestas en esta época del año. Mañana tiene el día libre, ¿verdad?

– Pues sí, he pedido un automóvil para ir a dar una vuelta por el campo.

– Hace un poco de frío para eso, ¿no? Pero, en fin, que lo pase bien. Nos vemos la semana que viene.

Tolhurst estaba sentado a su escritorio con un montón de carpetas al lado. Había montones de hojas de papel llenas de cálculos anotados con su pulcra y redonda caligrafía.

– ¿Gastos de los agentes?

– Sí, los tengo que tener todos listos antes de Navidad. ¿Vas a ir mañana a la recepción de la embajada norteamericana? Supongo que estará bien.

– No, tengo el día libre. Llevaré a Sofía a dar una vuelta por el campo. -Harry volvió a experimentar una chispa del antiguo afecto que había sentido por él-. Oye, Tolly, en cuanto a la boda, te agradezco tu ayuda.

– ¡Ah!, bueno, faltaría más.

– Siento que las cosas no dieran resultado con Forsyth. -Tolhurst entrelazó las manos sobre su prominente estómago. Estaba cada vez más grueso.

– Bueno, por lo menos, sabemos que no tienen oro.

– ¿Alguna noticia más a este respecto? -preguntó tímidamente Harry.

– Según el capitán, Sam estaba considerando la posibilidad de comunicarle a Maestre que la mina era un timo. Él sabe hasta qué extremo estábamos implicados en este asunto; pero, por lo menos, le habríamos facilitado una información que él habría podido utilizar. Que el ridículo lo hagan los falangistas.

– Ya. -A Harry ya nada le importaba.

Tolhurst lo miró sonriendo.

– Tengo entendido que estás a punto de irte.

– Sí, después de la boda.

– ¿Ya tenéis padrino? -preguntó Tolhurst.

– Le hemos pedido al hermano de Sofía que lo sea.

Harry sabía que Tolhurst esperaba que se lo pidieran a él. Tolhurst, su vigilante. Harry le estaba agradecido por su ayuda en la cuestión de la boda, pero la idea ni siquiera se le había pasado por la cabeza.

– ¿Y tú regresarás a Inglaterra por Navidad? -le preguntó, para cambiar de tema.

– No -contestó Tolhurst en tono malhumorado-. Me quedo de servicio. Estaré por ahí, por si surgiera algún problema con nuestros agentes. -Sonó el teléfono. Tolhurst levantó el auricular y asintió con la cabeza-. Son los de recepción. Han terminado con tu chica. Dice que todo ha ido bien y que te espera abajo.

– Pues voy para allá.

Tolhurst lo miró.

– Por cierto, ¿has visto por ahí a la señorita Clare? ¿La chica de Forsyth?

– Ayer estuve tomando un café con ella -contestó cautelosamente Harry.

– Parece que Forsyth se ha largado en toda regla. Supongo que ahora la mujer regresará a Inglaterra.

Llamaron a la puerta y entró un anciano secretario vestido con levita. Parecía nervioso. Miró a Harry a través de unos quevedos de oro.

– ¿Es usted Brett?

– Sí.

– El embajador desea verle en su despacho.

– ¿Cómo? ¿A propósito de qué?

– Si es usted tan amable de acompañarme, señor. Es urgente.

Harry miró a Tolhurst, pero éste se limitó a encogerse de hombros con semblante perplejo.

Harry dio media vuelta y siguió al secretario, bajando por el pasillo. Estaba al borde del pánico. ¿Habrían descubierto algo sobre Cuenca?

El secretario hizo pasar a Harry al despacho de Hoare. No había vuelto a visitar aquella lujosa estancia desde su llegada. El embajador permanecía de pie tras su escritorio, vestido con traje de calle. Su enjuto rostro estaba arrebolado por la cólera. Miró a Harry con expresión ceñuda.

– ¿Es el único que hay aquí? -preguntó bruscamente al secretario.

– Sí, señor embajador.

– No comprendo cómo han permitido que todos los traductores se fueran a esa recepción.

– El señor Weaver se acaba de marchar, señor, era el último. He intentado llamarlo a la Real Academia, pero sus teléfonos comunican.

Hoare le dirigió a Harry una gélida mirada.

– Bueno, pues me tendré que conformar con usted. ¿Por qué no ha ido a la recepción?

– Mi novia está aquí ultimando la documentación para nuestra boda.

Hoare soltó un gruñido. Mandó retirarse al secretario con un irritado gesto de la mano.

– ¿Dónde está su traje de calle? -le preguntó a Harry en tono cortante.

– En casa.

– Pues tendrá que pedir uno prestado de los que hay aquí. Y ahora, escúcheme bien. Llevo semanas tratando de conseguir una entrevista con el Generalísimo. Pero él me hace esperar, se niega a verme mientras Von Stohrer y los italianos entran y salen de allí cada cinco minutos como Pedro por su casa. -La voz de Hoare rebosaba de furia-. Pero, de pronto, recibo noticias de que me quiere ver esta misma mañana. Tengo que ir. Hay cuestiones importantes que plantear y necesito hacer sentir mi presencia. -El embajador hizo una pausa-. Yo leo el español, naturalmente, pero hablar no se me da tan bien.

Harry experimentó el impulso de echarse a reír de alivio por el hecho de que no hubiera ningún problema y por la pose de Hoare; todo el mundo sabía que apenas hablaba una palabra de español.

– Sí, señor.

– Por consiguiente, voy a necesitar un traductor. Me gustaría que usted se preparara en cuestión de media hora, por favor. Nos vamos a El Pardo. Usted ha traducido para subsecretarios, ¿verdad?

– Sí, señor. Y también he traducido algunos discursos de Franco.

Hoare meneó la cabeza con gesto irritado.

– No se refiera a él en estos términos. Usted quiere decir el generalísimo Franco. Es el jefe de Estado. -El embajador volvió a menear la cabeza-. Por eso necesitaba a un hombre experto. Vaya a prepararse. -Mandó retirarse a Harry con un gesto semejante al de quien espanta un insecto molesto.

Era largo, el trayecto hasta el palacio situado al norte de la ciudad del que Franco se había apropiado para convertir en su residencia. El vehículo se adentró en la campiña circulando por la carretera que bordeaba el curso del río Manzanares, cuyas frías aguas grises discurrían entre unas altas y boscosas riberas de árboles esqueléticos. Sentado en la parte de atrás con Hoare, Harry levantó la vista al cielo. Esperaba con toda su alma que no volviera a nevar hasta el día siguiente.

Tras elegir uno de los trajes de calle de repuesto que había en la embajada, Harry regresó al despacho de Hoare y bajó con él a recepción. Sofía, que lo esperaba sentada, los miró con asombro. Él se le acercó para explicarle rápidamente adonde se dirigía mientras Hoare esperaba con una irritada mirada de impaciencia. Al mencionarle el nombre de Franco, observó que Sofía apretaba los labios y sintió sus ojos clavados en ellos cuando abandonaban la embajada.

El embajador permanecía sentado hojeando una carpeta, y tomaba apuntes con una pluma estilográfica. Al final, Hoare se volvió para mirar a Harry.

– Cuando traduzca, asegúrese de que transmite el sentido exacto de mis palabras. Y no mire al Generalísimo a los ojos, se considera una impertinencia.

– Sí, señor.

Hoare soltó un gruñido.

– Hay fotografías de Hitler y Mussolini en su escritorio. No mire, simplemente ignórelas. -Hoare se pasó una mano por el ralo cabello-. Voy a tener que parecer muy duro con la propaganda de la prensa en favor del Eje. Pero usted mantenga el tono normal y hable sin la menor emoción en la voz, como un mayordomo. ¿Entendido?

– Sí, señor.

– Si el Generalísimo fuera un hombre razonable, me daría las gracias por la cantidad adicional de trigo que he convencido a Winston de que le permita recibir. Pero razonable es precisamente lo que no es. Todo esto ha sido repentino, muy repentino. Hoare sacó un peine y empezó a alisarse el cabello.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Invierno en Madrid»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Invierno en Madrid» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Invierno en Madrid»

Обсуждение, отзывы о книге «Invierno en Madrid» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x