C. Sansom - Invierno en Madrid

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Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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Un haz de luz se filtraba por debajo de la puerta de su dormitorio. Sandy estaba allí dentro, abriendo y cerrando cajones. ¿Qué estaría haciendo?

Regresó al salón y se sentó a beber y a fumar. Al cabo de un rato, oyó las pisadas de Sandy en la escalera. Se puso tensa a la espera de que él entrara en la estancia, pero entonces oyó cerrarse la puerta principal y, a continuación, el ruido de la puesta en marcha del motor del coche. El vehículo se alejó. Barbara subió corriendo a su dormitorio del piso de arriba. Sandy había recogido algunas prendas, un traje y una camisa. Miró por la ventana: todo aparecía envuelto en una espesa niebla, y la débil luz de las farolas de la calle traspasaba la mortecina bruma amarillenta. ¿Adónde habría ido? ¿Qué andaría haciendo? El tiempo no era seguro para conducir.

Se pasó horas sentada junto a la ventana, fumando sola en casa.

43

Todo estaba tranquilo en el restaurante de las inmediaciones del Palacio Real. Barbara le pidió un café al bajito y rechoncho propietario del local; adivinó que el hombre la recordaba del día en que ella había estado allí con Harry. Habían transcurrido tan sólo unas semanas, aunque parecían toda una vida.

Eran sólo las dos de la tarde; Harry y Sofía aún tardarían una hora en llegar, pero Barbara no aguantaba en la casa desierta y había salido. Sandy aún no había regresado. La asistenta había llegado a las nueve y Barbara le había ordenado limpiar la cocina. Después empezó a pasear por las silenciosas estancias en las que no se oía el menor sonido, aparte de sus pisadas y el incesante goteo de la lluvia en el exterior. La nieve ya casi había desaparecido. Entró en el estudio de Sandy. Todo parecía normal, todos los cuadros y los objetos de decoración estaban en su sitio. Abrió el cajón del escritorio donde él guardaba sus libretas de ahorro. Estaba vacío. «Se ha ido para siempre -pensó-, me ha abandonado.» Se sintió extrañamente abatida y desamparada. Trató de librarse de aquella sensación, diciéndose a sí misma que no fuera tonta, que eso era lo que ella quería. Pensó con una extraña indiferencia que, muy poco tiempo atrás, el hecho de que Sandy se acostara con la sirvienta, y ya no digamos que la abandonara a ella, la habría dejado absolutamente hundida y habría confirmado los peores conceptos que tenía de sí misma.

El restaurante se empezaba a llenar de clientes cuando llegaron Harry y Sofía. Ambos estaban muy serios.

– ¿Todo bien? -les preguntó ella.

– Sí. -Harry se sentó-. Sólo que Sandy se tendría que haber presentado esta mañana para una entrevista en la embajada y no ha aparecido.

Barbara lanzó un suspiro.

– Creo que se ha ido. Se ha largado. -Les contó lo que había ocurrido la víspera-. Ahora se entienden algunas de las cosas tan raras que decía. Creo que se ha ido con Pilar.

– Pero ¿adónde se pueden haber ido? -preguntó Sofía.

– A Lisboa, quizá -dijo Harry-. Anoche nos habló de no sé qué comité de ayuda a los judíos refugiados de Francia; aceptaban oro a cambio de visados para Portugal.

– Conque era eso -dijo Barbara-. Por eso los ayudaba.

– Fundían las joyas familiares de esa gente para obtener el oro que utilizaban para falsear las muestras. -Harry le contó lo que había averiguado la víspera: que la mina de oro era un timo.

Barbara se lo quedó mirando un segundo y después suspiró.

– Entonces todo era una impostura-dijo-. Absolutamente todo.

– Supongo que Sandy se habrá ido con pasaporte falso.

– Dios mío.

– Hillgarth dijo que casi lo esperaba, porque no pensaba que Sandy fuera una persona dispuesta a doblegarse y a recibir órdenes.

– No -dijo Barbara-, es verdad. -Lanzó un suspiro-. O sea que se acabó. Me pregunto qué va a hacer ahora.

Harry se encogió de hombros.

– Montar algún negocio en algún sitio, supongo. Tal vez en América. No sé por qué no ha querido aprovechar la ocasión que se le ofrecía de regresar a Inglaterra.

– Había dicho algo de que eso lo asfixiaría. Y temía ir a parar a la cárcel.

– No creo que eso hubiera ocurrido. Querían utilizar sus… habilidades. -Harry hizo una mueca-. Y, sin embargo… él dijo que todo empezó porque quería ayudar realmente a los judíos. Aunque parezca mentira, yo le creo.

Barbara guardó silencio.

– ¿Qué ocurrirá con la casa? -preguntó Sofía.

– Sandy la consiguió a través de un ministerio sin pagar alquiler. Supongo que la querrán recuperar. Entre tanto, yo acamparé allí. No será por mucho tiempo.

Se acercó el camarero y Harry y Sofía pidieron café. Faltaba todavía casi una hora para la cita con Luis; el café se encontraba a quince minutos a pie. Sofía miró inquisitivamente a Barbara.

– ¿Cómo llevas el que Sandy se haya marchado?

Barbara encendió un cigarrillo.

– De todos modos, yo lo hubiera dejado a él dentro de unos días. Me pregunto cuánto durará Pilar. Lo debían de tener preparado desde hace algún tiempo. -Exhaló una nube de humo.

– Eso nos facilita las cosas a nosotros -dijo Sofía en tono dubitativo.

– Sí. -Barbara respiró hondo-. Pero es que hay otro problema. Anoche llamó Luis. Han cambiado el turno de su hermano; se tendrá que adelantar un día. Tendrá que ser el viernes.

Sofía frunció el entrecejo.

– ¿Y por qué le han cambiado el turno en el último minuto?

– En el campo se cambian los turnos. No pregunté. Estaba en el vestíbulo, temiendo que de un momento a otro bajara Sandy -explicó Barbara con cierta irritación en la voz-. Se lo podemos preguntar a Luis cuando lo veamos.

Harry se acarició la barbilla.

– Tendré que cambiar la reserva del coche. Había conseguido uno para el sábado, uno de los pequeños Fords que la embajada pone a disposición de los miembros de menor antigüedad del personal; dije que quería hacer una excursión por el campo el fin de semana. Pero supongo que no habrá ningún problema, diré que he cambiado de idea. Mañana estoy de servicio… han organizado un fiestorro de Navidad para los traductores en la Real Academia y a mí no me apetece ir, por eso me he ofrecido para quedarme de guardia en el despacho. Pero el viernes tengo el día libre.

– Y yo me pondré enferma en la vaquería el viernes, en lugar del sábado.

Barbara la miró.

– Siento haber perdido antes los estribos, supongo que todos estamos un poco nerviosos.

Sofía asintió, sonriendo.

– No te preocupes.

Hubo unos minutos de silencio. Harry sonrió y tomó la mano de Sofía.

– Nos han concedido una autorización especial. Nos casamos el diecinueve. De mañana en una semana. Después nos iremos a Inglaterra en avión el veintitrés. Hemos conseguido un visado para Paco.

– Qué bien -dijo Barbara sonriendo-. Me alegro muchísimo.

– Paco figura con nuestro apellido en el formulario -dijo Sofía-. Se me hace extraño verlo. Francisco Roque Casas.

– Gracias a Dios que un niño puede salir de aquí. ¿Cómo está?

– La verdad es que no entiende demasiado lo que significa eso de marcharse. -Una sombra se dibujó en el rostro de Sofía-. Le entristece que Enrique no vaya con nosotros.

– ¿No ha habido manera de arreglarlo?

– No. -Harry meneó la cabeza-. Lo volveremos a intentar desde Inglaterra. Pero creo que será imposible, mientras haya guerra. Tuvimos suerte de encontrar pasaje para el avión.

– Me alegro mucho por vosotros.

– ¿Tú has reservado algo?

– No. Confío en la suerte, no pienso planear nada hasta que Bernie haya entrado en la embajada británica y esté todo listo para su vuelta a casa. Me preocupa que pueda haber problemas porque es comunista. Por lo que tú me has dicho acerca de Hoare, no me sorprendería que lo devolviera a los españoles.

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