C. Sansom - Invierno en Madrid

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Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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Experimentó un sobresalto al notar el roce de una mano en su hombro. Era Sofía, envuelta en su viejo abrigo negro y con el rostro arrebolado por el placer de verlo, comprendió Harry presa de una cálida emoción.

– ¿En qué estabas pensando? -preguntó ella, con una sonrisa en los labios.

– Nada. Unos problemas del trabajo. Anda, siéntate.

– ¿Aún no ha llegado Barbara?

– No. -Harry consultó su reloj y se extrañó de que ya fuera casi la una-. Se está retrasando. Voy a pedirte un café.

– De acuerdo -dijo ella, tras dudar un instante.

Había habido entre ambos algunas discusiones por el hecho de que Harry lo pagara todo y hasta le hiciera regalos.

– Tengo dinero -le había dicho él-, puede que no me lo merezca, pero lo tengo. ¿Por qué no gastarme una parte contigo?

– La gente dirá que soy una mantenida -había contestado ella, ruborizándose.

Harry se había dado cuenta de que Sofía no estaba tan libre como quería creer de lo que ella llamaba «las sensibilidades burguesas».

– Tú sabes que no es cierto, y eso es lo que importa.

Pero Sofía no permitía que le diera dinero para la familia, alegando que ya se las arreglaría ella sola. Harry habría deseado que le dejara hacer algo más; sin embargo, también admiraba su orgullo. Fue a pedirle un café.

– ¿Cómo está Paco?

– Muy callado y tranquilo. Hoy Enrique está con él; tiene el día libre.

Con Elena muerta y Sofía y Enrique trabajando, ahora el chiquillo se tenía que quedar solo en el apartamento casi todos los días. Pero se negaba a salir, a no ser que alguno de los mayores lo acompañara.

– Le han gustado los lápices de colores que le regalaste ayer. Quiere saber cuándo volverá la señora pelirroja. Lo dejó muy impresionado. La llama «la señora buena».

– Le podríamos preguntar si le importaría ir a verlo.

– Estaría muy bien. -Sofía arrugó la frente-. Tengo miedo de que algún día Paco le abra la puerta a la señora Ávila. Sé que ella llama. Le tengo dicho que no abra. Las llamadas lo asustan, le recuerdan la vez que se llevaron a sus padres. Pero yo temo que un día le abra la puerta y ella se lo lleve porque está solo.

– No le abrirá la puerta si le tiene miedo.

– Pero así no podemos seguir, dejándolo constantemente solo en casa.

– No -convino Harry.

– No quiero perderlo. -Sofía lanzó un suspiro-. ¿Crees que somos unos tontos, cargando con un peso como éste? A veces Enrique cree que sí, lo sé, pero él también quiere mucho a Paco.

Harry pensó: «Ha perdido a su madre, ahora teme perder al niño y, si a mí me envían a casa, también me perderá.» Frunció el entrecejo.

– ¿Qué ocurre, Harry?

– Nada. -Levantó la vista y, al ver acercarse a Barbara con el pañuelo que le cubría la cabeza y las gafas punteados de copos de nieve, levantó la mano para saludarla.

– Perdón por el retraso. Fuera ha empezado a nevar otra vez.

– En mi vida había visto cosa igual -dijo Sofía-. La sequía en verano y ahora esto.

Harry se levantó y recogió el abrigo de Barbara.

– ¿Pedimos el menú del almuerzo?

Barbara levantó una mano.

– No, verás. Lo lamento muchísimo, pero no me puedo quedar. Tengo una cita en la otra punta de la ciudad y los tranvías no circulan. Tendré que ir a pie. Pídeme sólo un café, si no te importa.

– De acuerdo. -Harry estudió a Barbara. Había algo serio y decidido en su manera de comportarse. Fue a pedir otro café. Al volver, Sofía y Barbara estaban enzarzadas en una conversación muy seria.

– Barbara dice que Paco necesita que lo vea un médico -le dijo Sofía.

– Pues sí, quizás un médico pueda ofrecer alguna idea sobre la mejor manera de ayudarlo. Yo podría colaborar en los gastos… -Se mordió la lengua al ver que Sofía fruncía el entrecejo. No tendría que haber hablado de dinero delante de Barbara.

– Si yo pudiera echar una mano al pobre chiquillo -dijo Barbara-. Pero comprendo que es difícil.

– ¿Ya has empezado a trabajar en el hospital militar? -le preguntó Harry, cambiando de tema.

– Sí, por lo menos es mejor que el orfelinato. Aunque las heridas de guerra son tremendas. Todo lo que la Cruz Roja trató de evitar. -Barbara suspiró-. En fin, ahora es demasiado tarde para pensar en eso. -Miró a Harry-. Es probable que, al final, vuelva a casa por Navidad.

– ¿A Inglaterra?

– Sí, ¿recuerdas que Sandy me lo sugirió y yo pensé, «bueno, por qué no»? Por lo menos veré qué tal están realmente por allí.

– ¿Y después te permitirán regresar a España? -preguntó Sofía-. Supongo que sí, porque tu marido trabaja aquí.

Barbara titubeó.

– Supongo.

«Pero es que Sandy no es su marido», pensó Harry. De pronto, se le ocurrió una cosa.

– A lo mejor sucede lo contrario, ¿verdad? Quiero decir que, si un inglés tuviera… digamos… una novia española, probablemente le pondrían pegas para llevársela a Inglaterra. En cambio, estando casados, los dejarían entrar a los dos.

– Sí -dijo Barbara-. Por lo menos, así era antes de la guerra. Recuerdo todas aquellas normas de la Cruz Roja. Para trasladar a los refugiados de un país a otro. -Se quedó momentáneamente en blanco-. Hace menos de cinco años. Y parece toda una vida.

. Sofía bajó la voz.

– Y sigue habiendo el peligro de que Franco declare la guerra.

Barbara se quitó las gafas empañadas por el vapor y las limpió con su pañuelo. Sin ellas, su rostro resultaba más atractivo, pero también más vulnerable. Removió cuidadosamente su café y después los miró.

– Seguramente no volveré -dijo, sin la menor inflexión en la voz-. No creo que Sandy y yo podamos seguir juntos.

– Lo siento -dijo Harry-. Supe que no eras feliz.

Barbara dio una calada a su cigarrillo.

– Estoy muy en deuda con él. Me ayudó a recuperarme después… después de lo de Bernie. Sin embargo, creo que ya no me gusta el papel que me asignó. -Se rió avergonzada-. Perdona que te haya soltado todo esto tan de repente. Pero es que no tengo a nadie con quien hablar, ¿sabes? ¿Tiene sentido lo que digo?

– Llega un momento en la vida en que uno se tiene que enfrentar con las cosas -dijo Harry-. Y quitarse la venda de los ojos. -Meneó la cabeza mirando a Sofía-. Ésta es la impresión que me ha dado España. Me ha hecho comprender que el mundo es más complicado de lo que yo pensaba.

Barbara lo miró con aquella extraña manera suya tan perspicaz e incisiva.

– Vaya si lo es.

Hubo unos momentos de silencio.

– ¿Le has dicho que no vas a volver? -le preguntó Sofía.

– No. De todos modos, ya no le importa. Tengo un… un pequeño asunto que resolver aquí y después espero poder irme por Navidad.

– Sandy podría tener algún problema con sus negocios -señaló Harry en tono dubitativo.

– ¿Sabes algo? -le preguntó Barbara.

Harry vaciló.

– Me iba a introducir en… en una de sus empresas. Pero todo se ha quedado en agua de borrajas.

– ¿Qué empresa?

– No sé. Apenas sé nada.

Barbara hizo un movimiento afirmativo con la cabeza.

– Siento parecer desleal -dijo-, pero te he estado observando cuando estabas con él. En realidad, ahora ya no te gusta, ¿verdad? Simplemente conservas la relación por el tema del colegio.

– Bueno… algo así.

– Es curioso, pero él busca tu aprobación. -Barbara se volvió hacia Sofía-. Aquí en España no hay nada comparable a los vínculos que se crean entre hombres que estudiaron en esas escuelas privadas inglesas. -Soltó una carcajada un poco histérica y Sofía se sintió incómoda. Harry pensó: «Está al borde de un ataque de nervios.» Barbara se mordió el labio-. Lo vais a mantener en secreto, ¿verdad? Perdona.

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