C. Sansom - Invierno en Madrid

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Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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– Vamos, Sam, Maestre nos habría dicho algo si hubiera puesto en práctica su propio plan.

– ¿Y por qué iba a hacerlo? ¿Por qué? Es su maldito país. -Hoare se acercó a la frente una mano trémula de rabia-. Maestre es una de nuestras mejores fuentes. He sudado sangre durante estos últimos cinco meses para convencer a los monárquicos de que tenemos intereses comunes y de que Inglaterra no constituye una amenaza para ellos. He intentado convencer a Winston de que hiciera algún gesto amistoso a propósito de Gibraltar para expulsar a la chusma de Negrín. Y usted ya sabe qué otras cosas he hecho también. Y ahora se enterarán de que habíamos montado una operación secreta que choca con una de las suyas, pese a todas mis promesas de apoyo.

– Si le ocurre algo a este Gómez -dijo Hillgarth-, no se podrá relacionar con nosotros.

– ¡No sea necio! Si Maestre tenía a un hombre en el lugar, seguro que éste habrá metido las narices en sus papeles. Eso es lo primero que haría. ¿Y si hubiera alguna nota acerca de un posible inversor en este proyecto llamado señor H. Brett, traductor adscrito al Servicio Diplomático de su majestad? -El rostro enjuto de Hoare se aflojó como si estuviera profundamente cansado-. Supongo que será mejor que llame a Maestre y lo advierta de que intente limitar los daños.

– Disculpe, señor -se atrevió a decir Harry-. Si hubiera sabido…

Hoare lo miró con rabia mientras el labio superior se le curvaba sobre unos pequeños dientes muy blancos.

– ¿Si lo hubiera sabido? Saber las cosas no es ningún maldito asunto suyo, su misión es mantenerse alerta y parar las pelotas. -Se volvió hacia Hillgarth-. Será mejor que aborte este proyecto. Envíe a este maldito insensato a casa, que se vaya a luchar contra los italianos en el norte de África. Yo dije que, si tuviéramos que hacerlo, lo mejor habría sido abordar directamente a Forsyth y tratar de sobornarlo sin tantas historias de espías y misterios.

Hillgarth tomó serenamente la palabra, aunque en su voz se percibiera un cierto tono de cólera reprimida.

– Señor embajador, decidimos que este camino sería demasiado peligroso, a menos que supiéramos cuánto valía para él el proyecto. Ahora ya lo sabemos, sabemos lo importante que es. Y la tapadera de Brett aún no ha quedado al descubierto; si éste le dijera a Forsyth que conoce al hombre de Maestre, puede que ganara credibilidad.

– Tengo que llamar a Maestre. Hablaremos más tarde. -Hoare se levantó y Tolhurst se apresuró a abrirle la puerta. El embajador le dirigió una mirada asesina al pasar por su lado-. Debería haberlo comprendido, Tolhurst. Hillgarth, lo necesito para esta llamada.

Tolhurst cerró lentamente la puerta a su espalda.

– Será mejor que te vayas a casa, Harry. Se pasarán toda la noche discutiendo.

– Esta noche pensaba ir al teatro. Macbeth. ¿Puedo?

– Supongo que sí.

– Tolly, ¿qué ha querido decir Hoare con eso de que deberías haberlo comprendido?

Tolhurst esbozó una sonrisa irónica.

– Yo soy tu vigilante, Harry. Controlo de cerca todo lo que haces, informo al capitán Hillgarth. Todos los espías inexpertos tienen un vigilante y yo soy el tuyo.

– Ah. -Harry ya lo sospechaba, pero el hecho de saberlo le produjo una sensación de profunda decepción.

– Siempre dije que lo estabas haciendo muy bien; Hillgarth empezaba a perder la paciencia, pero yo le decía que estabas manejando el asunto de Forsyth con sumo cuidado. Y hasta ahora, lo has hecho muy bien. Pero no te puedes permitir ningún error, no en este trabajo.

– Ah.

– No pensaba que pudieras cometer un fallo tan garrafal. Eso es lo malo. Si un sujeto te cae simpático, acabas siendo parcial. -Tolhurst le dirigió a Harry una mirada de resentimiento-. Será mejor que te vayas. Apártate de la vista de Hillgarth. Te llamaré cuando te necesitemos.

Harry llegó tarde al teatro. Se había pasado horas caminando de un lado a otro de su apartamento, pensando en su error, en la cólera de Hoare y Hillgarth, en la revelación de que, en cierto modo, Tolhurst había sido su espía. «No estoy hecho para eso -pensó-; jamás quise hacerlo.» Si lo enviaran a casa, no lo lamentaría, aunque fuera una vergüenza y un descrédito para él. Se alegraría de no volver a ver a Sandy jamás. Pero no podía quitarse de la cabeza a Gómez, el súbito terror que había visto en los ojos del viejo soldado.

Se dijo que todo aquello no lo iba a llevar a ninguna parte. Consultó el reloj y experimentó un sobresalto al darse cuenta de lo tarde que era. Tras haberse pasado tanto tiempo pensando en Sofía, se dio cuenta de que aquel día apenas había pensado en ella. Se cambió a toda prisa, tomó el abrigo y el sombrero y salió corriendo.

Sofía ya lo estaba esperando cuando él llegó al teatro, una figura diminuta tocada con una boina y enfundada en su viejo abrigo negro, de pie a la sombra de la entrada mientras elegantes parejas subían los peldaños del teatro. No llevaba bolso de mano; puede que no se pudiera permitir el lujo de tenerlo. Al verla tan menuda y vulnerable, el corazón le dio un vuelco en el pecho. Cuando se le acercó, vio que un mendigo, un anciano en una silla de ruedas de fabricación casera, la estaba atosigando.

– Ya le he dado todo lo que puedo -dijo ella.

– Por favor, sólo un poquito más. Para que pueda comer mañana.

Harry se le acercó corriendo.

– Sofía -dijo casi sin resuello-. Siento llegar con retraso. -Ella lo miró con alivio. Harry dio cincuenta céntimos al mendigo y éste se alejó en su silla de ruedas-. Ha habido un… pequeño conflicto en el trabajo. ¿Lleva mucho rato esperando?

– No, pero es que, por el hecho de verme aquí, ese hombre pensaba que tenía dinero.

– Vaya por Dios, ¿qué puedo decir? -Harry la miró sonriendo-. Me alegro de verla.

– Y yo a usted.

– ¿Cómo está Enrique?

Sofía volvió a sonreír.

– Casi curado.

– Muy bien. -Harry carraspeó-. ¿Entramos?

Le ofreció tímidamente el brazo y ella lo aceptó. El calor de aquel cuerpo contra el suyo lo reconfortó.

Sofía había hecho un gran esfuerzo. Se había rizado elegantemente las puntas del cabello y se había aplicado polvos en la cara y carmín en los labios. Estaba muy guapa. El público que llenaba el vestíbulo lo integraban burgueses muy bien vestidos, y las mujeres lucían pendientes y collares de perlas. Sofía los estudió con expresión de divertido desprecio.

Harry había conseguido unas localidades situadas hacia el centro de la platea llena a rebosar. Alguien en la embajada había dicho que la vida cultural empezaba a renacer y que quien se lo podía permitir estaba evidentemente deseoso de salir una noche.

Sofía se quitó el abrigo. Debajo lucía un largo vestido blanco de corte impecable que realzaba su piel morena, con un escote más pronunciado de lo que en aquellos momentos se consideraba correcto. Harry apartó rápidamente la mirada. Ella lo miró sonriendo.

– Ah, qué calor hace aquí, ¿cómo lo consiguen?

– Calefacción central.

En el entreacto se fueron a tomar unas copas al bar. Sofía se sentía incómoda entre los apretones de la gente y tosió al primer sorbo de vino.

– ¿Se encuentra bien?

Ella rió con una carcajada nerviosa que contrastaba con su habitual confianza.

– Perdón, es que no estoy acostumbrada a tanta gente. Cuando no estoy en casa, estoy en la vaquería. -Sonrió con ironía-. Ahora estoy más acostumbrada a las vacas que a las personas.

Una mujer la miró, enarcando las cejas.

– ¿Y qué tal se está allí? -Harry sabía que las callejuelas de Madrid estaban llenas de pequeñas vaquerías, unos lugares muy poco saludables y con muy poco espacio.

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