C. Sansom - Invierno en Madrid

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Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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– ¡Qué mañana tan estupenda! -dijo, contemplando el cielo-. No solemos disfrutar de muchas mañanas como ésta en invierno. -Abandonaron Madrid en dirección noroeste para subir a la sierra de Guadarrama-. ¿Te apetece venir a cenar a casa un día de éstos? -preguntó Sandy-. Sólo Barbara y nosotros dos. La sigo viendo un poco extraña. Puede que eso la anime.

– Me parece muy bien. -Harry respiró hondo-. Me alegro de que me hayas incluido en este proyecto.

– Faltaría más -contestó Sandy, sonriendo con expresión condescendiente.

Subieron hasta el final de la carretera de montaña; por encima de ellos, las cumbres más altas ya estaban cubiertas de nieve. Después bajaron de nuevo a la desnuda y parda campiña, cruzaron Segovia y giraron al oeste hacia Santa María la Real. Había muy poco tráfico y el campo estaba desierto y en silencio. Harry recordó el día de su llegada y el desplazamiento en automóvil a Madrid en compañía de Tolhurst.

Al cabo de una hora, Sandy enfiló un polvoriento sendero de carros que serpeaba entre las lomas.

– Ahora me temo que tendremos que prepararnos para unos cuantos brincos, nos queda todavía media hora hasta la mina.

En el sendero, las huellas de los cascos de los asnos quedaban tapadas por los surcos profundos de vehículos pesados. El automóvil empezó a experimentar sacudidas, pero Sandy circulaba con absoluta confianza y seguridad.

– No hago más que pensar en Rookwood desde que volvimos a encontrarnos -dijo en tono pensativo-. Piper se trasladó de nuevo a nuestro estudio cuando a mí me expulsaron, ¿verdad? Me lo dijiste en una carta.

– Sí.

– Apuesto a que debió de pensar que había ganado.

– No lo creo. Apenas volvió a mencionar tu nombre, que yo recuerde.

– No me sorprende que se hiciera comunista, siempre había sido un poco fanático. Me miraba como si nada le hubiera gustado más en esta vida que empujarme contra una pared para que me pegaran un tiro. -Sandy meneó la cabeza-. Los comunistas siguen siendo el verdadero peligro para el mundo, ¿sabes? Es contra Rusia contra lo que tendría que combatir Inglaterra, no contra Alemania. Pensaba que eso es lo que ocurriría después de lo de Múnich.

– El fascismo y el comunismo son malos de por sí, tanto el uno como el otro.

– Quita, hombre, por Dios. Por lo menos, con las dictaduras de derechas la gente como nosotros está a salvo; siempre y cuando sigamos las directrices del partido. Aquí apenas hay impuestos sobre la renta, aunque reconozco que el hecho de tener que bregar con la burocracia puede ser un engorro. No obstante, el Gobierno tiene que enseñarle a la gente quién es el que manda. Eso es lo que ellos piensan: conseguir que todo el mundo cumpla estas normas, enseñarles a los españoles el orden y la obediencia.

– Pero la burocracia es completamente corrupta.

– Esto es España, Harry. -Sandy lo miró con afectuosa ironía-. En el fondo, sigues siendo un hombre de Rookwood, ¿verdad? ¿Sigues creyendo en todos aquellos códigos de honor?

– Antes creía en ellos. Ahora ya no sé ni lo que soy.

– En los viejos tiempos, yo te admiraba por eso, ¿sabes? Pero son cosas del colegio, Harry, no es la vida real. Supongo que la vida académica también nos protegía mucho.

– Sí, es verdad, tienes toda la razón. Aquí se me han abierto mucho los ojos acerca de ciertas cosas.

– El mundo real, ¿eh?

– Más bien, sí.

– Ahora todos necesitamos seguridad con vistas al futuro, Harry. Yo te puedo ayudar a conseguirla si tú me lo permites. -Había algo así como una petición de beneplácito en el tono de voz de Sandy-. Y no hay nada más seguro que el oro, sobre todo en los tiempos que corren. Bueno, ya hemos llegado.

Más adelante, una alta alambrada de púas rodeaba una amplia extensión de terreno ondulado. En la tierra amarilla se habían perforado unos grandes hoyos, algunos de ellos parcialmente llenos de agua. Cerca de allí descansaban dos excavadoras mecánicas. El camino terminaba ante una verja con una cabaña de madera en la parte interior. A cierta distancia se podían ver otras dos cabañas, una de ellas bastante grande, y también un fortín de piedra de gran tamaño. Un letrero junto a la verja decía: «Nuevas Iniciativas S. A. Prohibida la entrada. Con el patrocinio del Ministerio de Minas.» Sandy hizo sonar la bocina y un escuálido anciano salió precipitadamente de la cabaña a abrir la verja. El hombre saludó a Sandy mientras el vehículo cruzaba la entrada y se detenía. Ambos bajaron del automóvil. Un viento frío cortaba las mejillas de Harry, que se encasquetó mejor el sombrero.

Sandy se volvió hacia el vigilante.

– ¿Todo bien, Arturo?

– Sí, señor Forsyth. Ha venido el señor Otero, está en el despacho. -El tono del vigilante era de respeto. «El que habría cabido esperar de un empleado más joven para con el jefe», pensó Harry. Aunque le resultaba extraño imaginarse a Sandy como un jefe al frente de una plantilla de empleados.

En un pliegue de las colinas se distinguía una finca de considerable tamaño rodeada de álamos. Unas cabezas de ganado negro pastaban en los campos circundantes. Sandy señaló en la distancia.

– Ese es el terreno que queremos comprar. Alberto ha estado allí en el más absoluto secreto y ha tomado algunas muestras. Por cierto, se alegra mucho de tu visita. Yo lo convencí. Temía confiar en alguien que trabaja en la embajada; pero yo le dije que tu palabra era tu garantía, le aseguré que no dirías nada.

– Gracias. -Harry experimentó una punzada de remordimiento. Procuró concentrarse en lo que Sandy le estaba diciendo.

– El filón de oro llega justo hasta debajo de la finca y allí es todavía más abundante. El ganadero cría toros de lidia. No es demasiado listo, ni siquiera se ha enterado de lo que hacemos aquí. Creo que lo podríamos convencer de que vendiera. -Sandy soltó una repentina carcajada mientras contemplaba los campos-. ¿No te parece maravilloso? Lo tenemos todo allí. A veces, ni yo mismo me lo creo. Y nos haremos con la propiedad de esta finca, no te quepa la menor duda. Le he dicho al ganadero que le pagaremos en efectivo para que se pueda ir a vivir con su hija a Segovia. -Se volvió para mirar a Harry-. Por regla general, se me da muy bien eso de convencer a la gente de que haga las cosas a mi manera, averiguar qué es lo que le interesa y colocárselo delante como un cebo -añadió, esbozando una nueva sonrisa.

Harry se agachó para recoger del suelo un puñado de tierra. Era muy parecida a la tierra de los botes del despacho de Sandy. Se notaba fría al tacto y se deshacía entre los dedos.

– Vamos a tomar un café en el despacho. Así nos calentamos un poquito. -Acompañó a Harry a la cabaña más cercana-. Hoy no hay nadie aquí, sólo el personal de seguridad.

El despacho era de una simplicidad espartana. Un escritorio y unas cuantas sillas plegables. Había un cuadro de una bailaora de flamenco colgado en una pared y una fotografía de Franco presidía el escritorio, detrás del cual permanecía sentado Otero leyendo un informe. Se levantó al ver entrar a Harry y Sandy y estrechó sonriendo la mano de Harry. Su comportamiento era más cordial que unos cuantos días atrás.

– Bienvenido, señor Brett, le agradezco que se haya tomado la molestia de venir hasta aquí. ¿Café para los dos?

– Gracias, Alberto -contestó Sandy-. Aquí fuera se nos han estado congelando los cojones. Siéntate, Harry.

El geólogo se acercó a un rincón donde había una tetera para calentar agua y un hornillo de gas. Sandy se sentó junto a una esquina del escritorio y encendió un pitillo. Tomó el documento que Otero había estado leyendo.

– ¿Es éste el informe sobre las últimas muestras?

– Sí. Los resultados son buenos. La sección junto al río es una de las mejores. Usted perdone, señor Brett, pero sólo tenemos leche en polvo.

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