C. Sansom - Invierno en Madrid

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Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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– No se preocupé. Veo que es una zona muy grande.

– Sí. Pero los terrenos qué tenemos han sido exhaustivamente inspeccionados. -Otero se volvió para mirar a Harry-. Las nuevas muestras corresponden a la finca dé aquí cerca. -Otero distribuyó las tazas de café y se volvió a sentar-. Todo eso me exaspera. No podemos iniciar labores intensivas hasta que el ministerio nos conceda su autorización. Según la legislación española, los minerales del subsuelo pertenecen al Gobierno y es cuestión de establecer nuestros derechos de explotación, nuestra comisión. El ministerio nos sigue pidiendo más muestras que cuestan más dinero, y necesitamos fondos para poder comprar la finca. En principio, contamos con el respaldo del Generalísimo; pero el ministerio le sigue diciendo que tenga cuidado y él sigue su consejo después del fracaso de Badajoz del año pasado.

– Si Madrid da su visto bueno y ustedes compran la finca, ¿cuánto podrían ganar? Digamos, en un año…

Sandy soltó una carcajada.

– La gran pregunta.

Otero asintió con la cabeza.

– No se puede decir exactamente, pero para mí que unos veinte millones de pesetas. Y, en cuanto la finca estuviera en pleno rendimiento, ¿quién sabe… treinta, cuarenta?

– Eso es más de un millón de libras el primer año -dijo Sandy-. Si tú adquirieras un tres por ciento de las acciones, serían quince mil libras por una inversión de quinientas. Y treinta mil, si invirtieras mil.

Harry tomó un sorbo de café. Era amargo, con unos grumos de leche en polvo que flotaban en la superficie.

Sandy y Otero lo miraron en silencio, mientras unas espirales de humo se escapaban de sus cigarrillos.

– Eso es mucho dinero -dijo Harry al final.

Otero se rió.

– Ustedes, los ingleses, siempre infravalorándolo todo.

– Y Harry, más que nadie. -Sandy soltó una carcajada y se levantó-. Ven, te vamos a enseñar las excavaciones.

Lo acompañaron al terreno, le mostraron de qué manera las mínimas variaciones de color de la tierra indicaban distintos contenidos de oro. Todo el terreno estaba salpicado por pequeños hoyos circulares; Otero explicó que allí se habían recogido las muestras.

Aparecieron unas nubes que se perseguían unas a otras en el cielo.

– Vamos a echar un vistazo al laboratorio -dijo Sandy-. ¿Qué tal va tu oído últimamente? Parece que bien, ¿no?

– Sí, ya casi se ha normalizado.

– Harry resultó herido en Dunkerque, Alberto. En la batalla de Francia.

– ¿En serio?

El geólogo inclinó la cabeza con interés. Llegaron a la cabaña del laboratorio y entraron. Se respiraba en el aire el olor áspero y penetrante de una sustancia química. Unos bancos largos estaban cubiertos por filtros de vidrio, grandes bateas de metal y bandejas llenas de un líquido claro y de una tierra de color amarillo.

– Ácido sulfúrico -explicó Sandy-. ¿Recuerdas las clases de química en el colegio? No toques ninguno de estos recipientes.

Lo acompañaron en un recorrido por todo el lugar, mientras Otero le explicaba los procesos de extracción del oro a partir del mineral. A Harry no le interesó demasiado. Mientras se retiraban, éste volvió a ver el fortín y observó que las ventanitas estaban protegidas por barrotes.

– ¿Qué es eso?

– Aquí guardamos el mineral destinado a la segunda fase del proceso de purificación. Es demasiado valioso para dejarlo por ahí. La llave está en el despacho, pero echa un vistazo a través de los barrotes, si quieres.

El interior estaba oscuro; sin embargo, Harry pudo distinguir más material de laboratorio. Había también toda una serie de grandes recipientes, casi todos ellos a rebosar de tierra amarilla molida hasta dejarla convertida en una especie de polvillo.

Regresaron al despacho donde Otero, cordial como al principio, preparó más café.

– Yo tengo experiencia con los yacimientos de oro de África del Sur -dijo Otero-. Era el lugar adonde iban los geólogos cuando yo era joven. Allí aprendí un poco de inglés, aunque ahora ya se me ha olvidado.

Otero esbozó una sonrisa como de disculpa.

– ¿Y cómo es este lugar en comparación?

Otero se sentó.

– Mucho más pequeño, naturalmente. Los yacimientos de Witwatersrand son los más grandes del mundo. Pero allí la calidad del mineral es inferior y las vetas se encuentran a mucha mayor profundidad. Aquí, en cambio, la calidad es muy alta y el mineral se encuentra en la superficie o muy cerca de ella.

– ¿En cantidad suficiente como para darle a España unos importantes depósitos de oro?

– ¿Quiere decir suficiente para que suponga un cambio significativo para el país? Pues sí.

Sandy miró a Harry por encima del borde de su taza.

– ¿Qué dices ahora?

– Me interesa. Pero me gustaría consultarlo con el director de mi banco de Londres, escribirle sólo en términos muy generales acerca de una inversión en un yacimiento de oro con reservas comprobadas, no diré dónde, en comparación con otro tipo de inversiones, etc.

– Tendríamos que echar un vistazo a la carta -dijo Sandy-. Te lo digo en serio, se trata de un proyecto muy confidencial.

Otero lo miró con la perspicacia que Harry recordaba.

– Como ya dijimos, nadie en la embajada tiene por qué saberlo. Una carta a Inglaterra podría ser abierta por el censor.

– No, si la envío por valija diplomática. Pero no me importa que ustedes la lean antes de que yo la envíe, si quieren.

– El director del banco seguramente te dirá que es una inversión arriesgada -le advirtió Sandy.

Harry sonrió.

– Pero yo no estoy obligado a aceptar su consejo. -Meneó la cabeza-. El tres por ciento de un millón.

– El primer año. -Sandy hizo una pausa para dejar que sus palabras surtieran el debido efecto.

Harry pensó: «Quizá todo eso podría haber sido mío si yo no los estuviera espiando.» Experimentó el repentino impulso de echarse a reír. Sandy se levantó y se dio unas palmadas en las rodillas.

– Bueno, pues. Yo me tengo que ir. Ceno esta noche con Sebastián.

Otero sonrió una vez más mientras estrechaba la mano de Harry.

– Espero que se una usted a nosotros, señor. Es el momento adecuado para invertir. Mil libras nos serían muy útiles para impedir que el ministerio nos machaque. Y, en cuanto a usted… -agitó la mano en el aire- las posibilidades… -Enarcó las cejas…

Mientras Harry y Sandy se dirigían al automóvil, se abrió la verja y apareció otro hombre, menudo y delgado. Para su asombro, Harry reconoció en él al antiguo ordenanza de Maestre, el acompañante de Milagros.

– Teniente Gómez -dijo sin pensar-. Buenos días.

– Buen día -musitó Gómez. Su rostro conservaba la impasible expresión propia de un militar; pero la atormentada e inquisitiva mirada de sus ojos hizo que Harry se detuviera en seco y que a éste se le helara el corazón al darse cuenta de que había cometido un error, y muy grave, por cierto.

– ¿Os conocéis? -preguntó Sandy en tono cortante.

– Sí, nos conocimos en una… una recepción hace algún tiempo, ¿verdad?

– Sí, señor, en una recepción nos conocimos.

Gómez se volvió y abrió la verja manteniendo la cabeza apartada mientras pasaba el vehículo. A través del espejo retrovisor, Sandy lo vio regresar a su cabaña.

– Es nuestro portero -explicó-. Acaba de entrar a nuestro servicio. -Hablaba tranquilamente y como quien no quiere la cosa-. ¿Cómo lo conociste?

– Pues en una recepción, una fiesta.

– ¿Conociste a un portero en una fiesta?

– Era un criado o algo por el estilo. Un sirviente de la familia. A lo mejor, lo sorprendieron robando cucharas. -Harry soltó una carcajada.

Sandy frunció el entrecejo y permaneció un momento en silencio.

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