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Yu Hua: Vivir

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Yu Hua Vivir

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¡Vivir!, publicada por primera vez en 1992 y editada recientemente en nuestro país por Seix Barral, es un relato crudo y firme de la vida en China en la etapa de la Revolución Cultural a través de la voz de Fugui, un campesino que pierde su fortuna en sus visitas a los burdeles y su afición al juego, y que aunque intenta rehacer su vida padece los cambios políticos de su país y muchos avatares y desgracias, pero resiste a pesar de todo y termina sus días ya anciano labrando la tierra acompañado de su buey y con la única intención de seguir viviendo. Resistencia y perseverancia ante el sufrimiento. Las hambrunas, los cambios constantes impuestos por la Revolución Cultural, las enfermedades, la miseria, la mala suerte y la incongruencia se cebarán con Fugui y tres de sus generaciones pero el protagonista de ¡Vivir! le contará al lector también sus pequeñas alegrías y tesoros. Un libro para sufrir, para llorar y para disfrutar de la prosa del autor.

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– ¿A quién prefieren? -nos preguntó-. ¿A la madre o al pequeño?

Su pregunta nos dejó de piedra.

– ¡Eh, que les estoy hablando! -insistió.

Erxi cayó de rodillas a sus pies.

– ¡Doctora! -gritó llorando-. ¡Salve a Fengxia! ¡Prefiero a Fengxia!

Erxi se quedó llorando desconsoladamente en el suelo. Le ayudé a levantarse, diciéndole que se calmara, que eso no era bueno para la salud.

– Mientras Fengxia esté bien, no hay problema -le dije-. Ya lo dice el refrán: «Mientras queden montes verdes, no hay que preocuparse por la leña.»

– ¡He perdido a mi hijo!

Si era así, yo había perdido a mi nieto. Bajé la cabeza y me eché a llorar yo también. Así estuvimos hasta mediodía, cuando salió una médica.

– Ya está -dijo-. Es niño.

A Erxi le entró angustia.

– No le pedí que salvara al pequeño -vociferó levantándose de un salto.

– La madre también se encuentra bien.

¡Fengxia estaba bien! Se me nubló la vista, ya no tenía edad para esos tormentos. Erxi estaba loco de contento. Se sentó a mi lado, sin parar de temblar, de tanto reír.

– Ahora que ya estoy más tranquilo, puedo ir a dormir -le dije-. Vengo a relevarte dentro de un rato.

Quién iba a pensar que, nada más irme yo, Fengxia tuvo problemas. Llevaba yo fuera apenas unos minutos, cuando un montón de médicos entraron corriendo en la sala de partos, arrastrando una bombona de oxígeno.

Después del parto, Fengxia tuvo una hemorragia tremenda y, antes del anochecer, dejó de respirar. Mis dos hijos habían muerto de parto: Youqing del parto de otra mujer, y Fengxia de su propio parto.

Ese día nevaba muchísimo. Al morir Fengxia, la pusieron en aquella habitacioncita. Cuando fui a verla y me di cuenta de dónde estaba, no pude ni entrar: era la habitación donde vi muerto a Youqing más de diez años atrás. Esperé en la nieve, oyendo a Erxi llamar una y otra vez a Fengxia, tan destrozado que se quedó en cuclillas. Los copos caían flotando, yo casi ni veía la puerta de esa habitación, sólo oía a Erxi, que dentro lloraba y gritaba. Llamé a Erxi, lo llamé muchas veces antes de que contestara y se asomara a la puerta.

– Yo quería a la mayor -me dijo-, y me han dado al pequeño.

– Volvamos a casa -dije-. Algo habremos hecho en nuestra vida anterior para que este hospital nos trate así. Aquí murió Youqing, aquí ha muerto Fengxia. Erxi, volvamos a casa.

Entonces Erxi se puso a Fengxia a la espalda, y así volvimos los tres.

Para entonces ya era de noche, las calles estaban cubiertas de nieve, no se veía a nadie, silbaba el nordeste, y la nieve iba azotándonos la cara como una tormenta de arena. Erxi estaba ya ronco de tanto llorar.

– Padre -dijo al cabo de un trecho-, no puedo más.

Le dije que me pasara a Fengxia, pero él no quiso. Seguimos unos pasos, y se puso en cuclillas.

– Padre -dijo-, me duele muchísimo la cintura.

Eso era de llorar, había llorado tanto que le dolía. Cuando llegamos a casa, Erxi puso a Fengxia sobre la cama y se sentó a su lado a mirarla fijamente, tan encogido que estaba hecho un ovillo. Incluso sin mirarlo, sólo de ver su sombra y la de Fengxia en la pared, se me partía el alma. Dos sombras grandes y negras, una estirada, otra que parecía arrodillada, completamente quietas, sólo las lágrimas de Erxi se movían, y yo veía los puntos negros deslizarse uno a uno entre las dos sombras. Corrí a la cocina a poner agua en el fuego, para que Erxi pudiera tomar algo caliente. Cuando el agua rompió a hervir y fui a llevarle un cuenco, la luz se había apagado. Erxi y Fengxia dormían.

Pasé la noche sentado en la cocina hasta el amanecer. Fuera, el viento aullaba. Durante un rato estuvo cayendo granizo menudo, que iba dando en las ventanas, ¡cshh! ¡cshhh! Erxi y Fengxia dormían en la habitación de dentro, en un silencio total. El viento helado se colaba por las rendijas de la puerta, dejándome las rodillas frías y doloridas. Tenía el corazón entumecido como si se hubiera congelado. Mis dos hijos se habían ido así, sin más. En un momento como ése, aunque quisiera llorar, ya no tenía ni lágrimas. Pensé en Jiazhen, que a esas horas estaría despierta, esperando noticias. Cuando salí de casa, ella me pidió una y otra vez que, en cuanto diera a luz Fengxia, corriera a casa a decirle si era niño o niña. Pero al morir Fengxia, ¿cómo podía ir a decírselo?

Cuando murió Youqing, Jiazhen estuvo a punto de irse también. Ahora que Fengxia también había muerto antes que ella, ¿cómo iba a soportarlo la pobre madre? Al día siguiente, Erxi volvió conmigo a casa, llevando a Fengxia a la espalda. Seguía nevando, y Fengxia parecía cubierta de algodón, casi toda blanca. Nada más entrar, viendo a Jiazhen sentada en la cama, toda despeinada, con la cabeza apoyada en la pared, me di cuenta de que sabía que Fengxia había fallecido: yo llevaba dos días seguidos y sus noches sin volver a casa. Me empezaron a caer las lágrimas, y Erxi, que ya había dejado de llorar, al ver a Jiazhen volvió a sollozar.

– Madre… -farfullaba-. Madre…

Jiazhen movió ligeramente la cabeza, la separó de la pared, y miró fijamente el cuerpo de Fengxia en la espalda de Erxi. Ayudé a mi yerno a dejar a Fengxia sobre la cama. Jiazhen bajó entonces la mirada hacia su hija, con los ojos fijos, como a punto de salírsele de las órbitas. Yo no me esperaba en absoluto que Jiazhen reaccionara así, sin derramar ni una lágrima, sólo mirando a Fengxia, acariciándole la cara y el pelo. Erxi, llorando, se puso en cuclillas y apoyó la cabeza en el borde de la cama. Yo estaba a un lado, mirando a Jiazhen, sin saber qué iba a hacer mi mujer. Ese día, Jiazhen no lloró ni gritó, sólo, de vez en cuando, movía la cabeza. La nieve que Fengxia traía encima se fue derritiendo poco a poco, y la cama acabó empapada.

Enterramos a Fengxia con Youqing. En ese momento había dejado de nevar, y el sol brillaba en el cielo; el nordeste silbaba todavía con más fuerza, cubriendo casi el rumor de las hojas de los árboles. Después de enterrar a Fengxia, Erxi y yo nos quedamos allí, abrazando la pala de la azada, con el viento a punto de tirarnos. Todo el suelo estaba cubierto de nieve, que deslumbraba brillando al sol. Sólo la tumba de Fengxia estaba sin nieve. Erxi y yo mirábamos ese montón de tierra húmeda, incapaces de alejarnos de allí.

– Padre -dijo Erxi señalando un trozo de tierra pegado a la tumba de Fengxia-, cuando yo me muera, que me entierren aquí.

– Déjamelo a mí -le dije con un suspiro-, seguro que moriré antes que tú.

Una vez enterrada Fengxia, ya pudimos ir a buscar el niño al hospital. Erxi recorrió los más de diez li que había hasta nuestra casa con el niño en brazos, lo dejó encima de la cama. El crío, cuando abría los ojos, fruncía las cejas y miraba hacia aquí, hacia allá, a saber qué miraría. Al verlo así, Erxi y yo nos echamos a reír. Jiazhen no se rió en absoluto. Lo miró fijamente, tocándole las mejillas con los dedos. Al principio, su actitud era la misma que ante el cadáver de Fengxia. Yo estaba con el alma en vilo; me asustaba verla así, no sabía qué le pasaba. Luego, Erxi levantó la mirada y, al ver a Jiazhen, dejó inmediatamente de reír. Se quedó allí con los brazos colgando, sin saber qué hacer. Pasó un buen rato antes de que Erxi me hablara en voz baja.

– Padre, ponle un nombre al niño.

Sólo entonces habló Jiazhen, con voz ronca.

– Este niño se ha quedado sin madre al nacer. Se llamará Kugen. [17]

No pasaron ni tres meses de la muerte de Fengxia cuando también murió Jiazhen.

– Fugui -me decía unos días antes-, tú enterraste a Youqing y Fengxia. Pensar que me vas a enterrar tú con tus propias manos me tranquiliza.

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