Xinran Xue - Nacer mujer en China

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Nacer mujer en China: краткое содержание, описание и аннотация

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Las voces silenciadas. Xinran Xue era presentadora de un influyente programa radiofónico chino cuando en 1989 recibió una carta angustiosa: una niña había sido secuestrada y forzada a casarse con un anciano que desde entonces la mantenía encadenada. Los hierros estaban lacerándole la cintura y se temía por su vida. Xinran obtuvo la liberación de la víctima, pero se percató de que un silencio histórico imperaba sobre la situación de las mujeres en su nación. Decidió difundir las historias de oyentes que cada noche llamaban a su programa. Esta iniciativa inédita tuvo por respuesta miles de cartas con increíbles relatos personales y convirtió a Xinran en una celebridad. Entre los numerosos testimonios que escuchó y dio a conocer, seleccionó quince para que integraran este libro. Nacer mujer en China es un relato colectivo revelador acerca de los deseos, los sufrimientos y los sueños de muchas mujeres que hasta ahora no habían encontrado expresión pública.

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Sin embargo, no llegué a comprender lo que verdaderamente significa ser madre hasta que en 1992 visité la ciudad industrial de Tangshan, que había sido reconstruida tras su total destrucción durante el colosal terremoto del 28 de julio de 1976, en el que perdieron la vida trescientas mil personas.

Puesto que la emisora de radio de Nanjing era una de las más importantes de China, a menudo tenía que asistir a conferencias regionales sobre el desarrollo de la programación de radio y televisión. El único propósito de estas conferencias era más bien repetir las consignas del Partido que comprometerse en algún debate genuino. A fin de compensar por la falta de estímulo intelectual, a menudo los organizadores preparaban visitas a los alrededores para los participantes de las conferencias, lo que me brindó múltiples oportunidades de entrevistar a mujeres de diferentes zonas de China.

Durante una de estas conferencias en Tianjin tuve ocasión de visitar de cerca Tangshan. El terremoto que afectó a la ciudad en 1976 fue especialmente conocido porque provocó el derrumbe total de las comunicaciones en la China de aquella época. En 1976 el gobierno chino estaba intentado hacer frente a la muerte de tres figuras cruciales: Mao Zedong, el primer ministro Zhouenglai, y el líder militar Zhu De. Su preocupación por esta crisis, sumada a las deficiencias de la tecnología china provocaron que el terremoto pasara en un principio completamente inadvertido. La noticia no se supo hasta que un ciudadano de Tangshan recorrió todo el camino hacia Beijing; pero incluso entonces muchos creyeron que se trataba de un lunático. La agencia de noticias locales de Xinhua, encargada de cubrir el territorio de Tangshan, no se enteró del terremoto por la oficina central del gobierno, sino por la prensa extranjera, que había recibido información sobre el terremoto gracias a los más sofisticados centros de control de movimientos terrestres de otros países.

Mientras estuve en Tangshan oí hablar de un orfanato cercano fundado y dirigido por madres que habían perdido a sus hijos durante el terremoto. Me contaron que lo financiaban con el dinero de la indemnización que habían recibido. Llamé para concertar una visita. El orfanato había sido construido con la ayuda de la guarnición militar de la zona, y estaba situado en un suburbio, cerca de un sanatorio militar. Al acercarme a su baja valla de madera y a los arbustos que lo rodeaban oí voces de niños. Era un orfanato sin funcionarios, algunos lo llamaban «una familia sin hombres». Allí vivían unas cuantas madres y varias docenas de niños.

Me encontré a los niños haciendo ejercicio en el patio, y a las madres haciendo la masa de los raviolis. Las mujeres me saludaron con las manos harinosas y me dijeron que les encantaba mi programa. Todavía con los delantales puestos, me llevaron a dar una vuelta por el orfanato.

Cada madre vivía con cinco o seis niños en una gran estancia, sencillamente amueblada pero acogedora. Las viviendas de este tipo son muy comunes en el norte de China: la mitad de la estancia está ocupada por un k ang, una especie de cama-estufa de ladrillos, o de tierra. En invierno, se puede encender un fuego debajo del kang para mantenerlo caliente, y por la noche todos los miembros de la familia duermen en él. Unos edredones individuales delimitan las áreas de descanso. Durante el día, los edredones permanecen enrollados a un lado y se coloca una pequeña mesa sobre el kang, que hace las veces de sala de estar y comedor de la familia. La otra mitad de la estancia está ocupada por armarios, un sofá y sillas para recibir a las visitas.

A diferencia de otras casas, las estancias del orfanato estaban decoradas con un derroche de colores, acordes a los gustos de los niños. Cada estancia tenía su propio estilo de decoración, aunque había tres cosas que estaban presentes en todas las habitaciones. La primera era un marco con fotos de todos los niños que habían pasado por el orfanato. La segunda era el tosco dibujo de un ojo rebosante de lágrimas, con dos palabras escritas en la pupila: «el futuro». La tercera era un libro en el que se recogía la historia de cada uno de los niños.

Las mujeres estaban muy orgullosas de los niños y me obsequiaron con historias de sus proezas, aunque eran las historias de las mujeres las que prefería escuchar.

Durante mi primera visita sólo conseguí entrevistar a una madre, la señora Chen. Había trabajado en el ejército y había tenido tres hijos. Hablé con ella mientras la ayudaba a hacer los raviolis para los niños, tratándola de «tía», como si perteneciera a la generación de mis padres.

– Tía Chen, ¿puedo preguntarle lo que pasó el día del terremoto? Lo siento, sé que los recuerdos deben de ser muy dolorosos…

– Está bien. No pasa un solo día sin que piense en aquello. No creo que nadie que haya sobrevivido al terremoto pueda olvidarlo alguna vez. Fue todo tan irreal… Aquella mañana, antes de que se hiciera de día, me despertó un extraño ruido, una especie de trueno que retumbaba y ululaba, como si un tren estuviera entrando en casa. Creí que estaba soñando (los sueños son tan extraños…) pero cuando estaba a punto de gritar se desplomó la mitad del dormitorio, junto con mi marido, que estaba en la cama. De pronto, como si fuera un escenario, apareció ante mis ojos la habitación de los niños, que se hallaba en el otro extremo de la casa. Mi hijo mayor se había quedado boquiabierto; mi hija lloraba y gritaba extendiendo los brazos hacia mí, y mi hijo pequeño todavía dormía dulcemente.

»Fue todo tan rápido… El decorado que tenía ante mí desapareció de pronto como si hubiera caído el telón. Estaba aterrorizada, pero creí que estaba teniendo una pesadilla. Me pellizqué con fuerza, pero no desperté. En la desesperación me clavé unas tijeras en la pierna. Al sentir el dolor y ver la sangre me di cuenta de que no era un sueño. Mi marido y mis hijos habían caído en un abismo.

»Grité como una loca, pero nadie me oyó. El sonido de paredes derrumbándose y de muebles quebrándose inundaba el aire. Me quedé ahí de pie, con la pierna sangrando, y contemplando el agujero abierto que, instantes antes, había sido la otra mitad de mi casa. Mi marido y mis preciosos hijos habían desaparecido ante mis ojos. Quise llorar, pero no tenía lágrimas. Simplemente no quería seguir viviendo.

Sus ojos se habían llenado de lágrimas.

– Lo siento, tía Chen… -tartamudeé, completamente sobrecogida.

Ella sacudió la cabeza.

– De eso hace ya casi veinte años, pero casi cada mañana, al amanecer, oigo un tren retumbante y ululante, y los gritos de mis hijos. A veces esos sonidos me dan tanto miedo que me acuesto muy temprano con los niños y pongo el despertador debajo de la almohada para que me despierte antes de las tres. Cuando suena me incorporo y me quedo sentada allí hasta que se hace de día; a veces vuelvo a dormirme después de las cuatro. Pero, pasados unos días, echo de menos esos sonidos de pesadilla porque entre ellos también están las voces de mis niños.

– ¿Te hace sentir mejor tener a tantos niños a tu alrededor?

– Mucho mejor, sobre todo de noche. Los contemplo mientras duermen y me siento reconfortada, de una manera que no logro explicar. Me siento a su lado y me llevo sus manos al rostro. Los beso y les doy las gracias por mantenerme con vida.

– Los niños te lo agradecerán cuando sean mayores; es un ciclo de amor.

– Es cierto, de viejo a joven y de vuelta. Bueno, ya están hechos los raviolis; debo llamar a los niños. ¿Quieres un poco?

Me excusé diciendo que volvería al día siguiente. Mi corazón estaba demasiado afligido para permitirme hablar con alguien más. Abandoné el lugar sintiéndome emocional y físicamente agotada.

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