Chris Bohjalian - Doble vínculo

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Mientras Laurel Estabrook practica ciclismo en una carretera solitaria, sufre el ataque de unos hombres que tratan de violarla, pero, por suerte, consigue aferrarse a su bicicleta y salvarse de milagro. Sin embargo, el choque emocional es muy fuerte y a Laurel le cuesta recuperarse, por lo que empieza entonces a trabajar en la entidad gubernamental BEDS, dedicada a buscar alojamiento a los sin techo. Cuando parece que su trabajo puede ayudarle a encauzar su vida, se produce la muerte de uno de los indigentes, Bobbie Croker.
Al limpiar las dependencias de Bobbie, aparece una caja llena de fotografías y negativos. Laurel es la encargada de restaurar las fotografías para organizar un homenaje al fallecido y Bobbie Croker resulta ser un fotógrafo lleno de talento por cuyo trabajo ella se apasiona. Pero la joven hace un descubrimiento que le hiela la sangre: entre las fotografías aparece la de una chica montada en bicicleta y que bien podría ser ella el día en que fue atacada.
Empieza entonces a investigar el pasado de Bobbie y a recrear su historia para olvidar su propia experiencia.

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– Ya he visto que tienes sus fotos.

– Pues… sí -dijo Laurel muy despacito, titubeando.

Sintió un repentino alivio al confirmar que el hijo de Bobbie era este hombre y no Russell Richard Hagen. También experimentó una profunda y gratificante ola de optimismo: en breves instantes, en esa misma estancia, iba a escuchar lo que necesitaba para convencer a todos esos incrédulos que la rodeaban de que tenía razón y ellos estaban equivocados. De que sí estaba en sus cabales.

Pero claro, esto significaba que, antes, tendría que informar a este hombre de que su padre había fallecido, y no tenía muy claro cómo se lo iba a tomar.

– La verdad es que apenas lo conocí -continuó Corbett-. Apareció tres o cuatro veces en mi vida. Se hacía llamar Bobbie.

– Tengo que decirte algo sobre él.

– ¿El qué?

– Murió de un ataque al corazón. Lo siento, señor Corbett.

– ¿Por eso has venido hasta aquí? -No había el más mínimo tono de dolor en su voz.

– En parte.

– Puede que fuera mi viejo, pero nunca vi a ese tipo como a un padre. Es verdad que, al final, no nos llevábamos mal, pero no, nunca hizo de padre.

– ¿Cómo te encontró, aquí, en Vermont?

– Coincidimos en un albergue en Boston. Fue él quien me reconoció. Le dije que me venía a Burlington para la feria, ya sabes. Iba a quedarme con Russ Hagen, y se lo dije. Russ también había sido feriante, pero luego encontró un trabajo de verdad en ese gimnasio.

Durante toda la mañana, Laurel había soportado unas crecientes oleadas de temor. Había notado los espasmos de sus nervios en tensión. Ahora, la simple mención del nombre de Hagen -ahí estaba, en medio de la estancia, como un gris nubarrón- le hizo temblar. Pequeños calambres recorrieron su cuerpo, como los aleteos de un colibrí. Notó la mano de Margot Ann posarse en su antebrazo.

– ¿Quieres un poco de agua, Laurel? -le preguntó.

Laurel negó con la cabeza y volvió con las preguntas:

– Cuando tu padre vino a verte, ¿te entregó algo? ¿Una foto, una caja?

– ¿Bobbie? ¡Qué va! Ese tío no tenía más que hambre.

– Tenía sus fotos.

– Es cierto, y nunca se apartaba de ellas.

– ¿Alguna vez lo asustaste?

– ¿A Bobbie? No lo sé. Supongo que, cuando me drogaba, todo el mundo me tenía miedo -pronunció esta frase con cierto aire de orgullo. Brian le susurró algo al oído que Laurel no fue capaz de oír. Luego, Corbett añadió-: Es verdad, lo asusté el día que te atacamos.

– ¿Cómo?

– Yo estaba fuera de control.

– ¿Él vio lo que pasó?

– ¿Lo que pasó? -preguntó Corbett. De nuevo, Brian miró al recluso, pero esta vez no tuvo que amonestarle verbalmente, porque Dan añadió-: No creo que lo viera. Pero nos oyó. Armamos bastante ruido. Pero verlo, no lo vio. Creo que llegó antes que los otros ciclistas, los abogados esos.

– ¿Antes?

– Sí.

– ¿Iba en la furgoneta con vosotros ese día?

– ¡Pues claro que no! Ese viejo tarado…

– ¡Era tu padre! -le gritó Laurel, y la estancia se quedó en silencio.

La mano de Margot Ann seguía en su antebrazo, acariciándole la piel bajo la manga de su camisa.

– No tengo por qué estar aquí -dijo Dan Corbett, sin dirigirse a nadie en particular-. No tengo por qué estar aquí.

– No, no tienes por qué estar aquí -intervino Brian-, pero a todos nos agrada que estés aquí. Creo que la señorita Estabrook estaba más sorprendida por tus palabras que enfadada, ¿no es así?

– Sí, es cierto.

El reo llenó sus carrillos de aire, como si fuera una ardilla, y luego lo exhaló de forma audible, como un globo deshinchándose.

– En esa época vivía con nosotros. Conocía ese camino del bosque y le gustaba sacar fotos en él. Pero Bobbie no sabía que ibas a pasar por ahí ese día. Tampoco sabía que Hagen y yo estaríamos esperándote. Pero Hagen sí que sabía que tú ibas a pasar por allí. Sabía dónde aparcabas y te había seguido un par de veces. Puede que tres, no sé. En fin, que Bobbie se presentó allí desde la casa de Hagen. No quedaba muy lejos. Bueno, puede que para un tipo de setenta años igual sí que fuera una buena caminata. Pero no era mucha distancia. No supimos que había estado allí hasta que los polis se presentaron en nuestra furgoneta. Bobbie se había largado antes de que apareciera la pasma.

– Nunca se lo contaste a la Policía.

– No preguntaron -dijo y, por primera vez, Laurel percibió un ligero deje de maldad en su voz-.Además, tampoco iba a regalarles otro testigo, no tendría mucho sentido. Y Hagen tampoco estaba por la labor.

Laurel bajó la vista a las fotos que tenía en su regazo y le pasó la imagen en la que aparecía la propiedad de los Buchanan en East Egg.

– ¿Reconoces esta casa?

– No.

– Pero sabes que tu padre sacó esta foto, ¿verdad?

– Supongo, pero con Bobbie nunca se sabe.

– ¿Alguna vez viste a tu abuelo?

– Pues claro. Conocía a los dos.

Laurel se reclinó sobre el respaldo de la silla.

– Háblame de ellos, por favor.

– ¿Qué quieres saber?

– Todo lo que puedas recordar.

– Bueno, vamos a ver: el padre de mi mami era músico de jazz. Tocaba la trompeta y vivía en el Bronx.

– ¿Y el padre de tu padre?

– ¿Te refieres al padre del hombre que me crio, el tipo con el que se casó mi madre? ¿O al padre de Bobbie?

– Al de Bobbie.

– Me lo suponía.

– Por favor -le rogó Laurel.

– El padre de Bobbie vivió en Long Island.

– Aja.

– Era revisor en los ferrocarriles de Long Island y…

– ¿Revisor?

– Sí, revisor. Ya sabes, ésos que cobran en los trenes. Su madre era profesora de escuela, de primaria, o secundaria, no sé. Bobbie a veces iba a sacar fotos de las estaciones de tren por allí, en Long Island. Supongo que en honor a su viejo. Y también sacaba fotos de las bonitas casas que hay. La verdad es que vi a los padres de Bobbie más que a los de mi madre. Y más que a los padres del hombre con el que se casó mi madre.

Antes de acudir a la entrevista, Laurel había barajado la posibilidad de que Corbett no tuviera ni idea de quiénes eran los padres de Bobbie. Del mismo modo, se imaginó que podría saber que su abuela era Daisy Fay Buchanan y creer, equivocadamente, que su abuelo era Tom. Pero en ningún caso se planteó la posibilidad de que estuviera tan mal informado, tan equivocado.

– ¿Un revisor de tren? -preguntó-, ¿y una maestra? ¿Por qué piensas eso?

– Porque eso es lo que eran, señorita. De niño pasé mucho tiempo con ellos. Hubo una época en la que mi madre pensaba que podría cargar con el loco de Bobbie mejor que sus propios padres, sobre todo después de que Bobbie se la metiera hasta el fondo y la dejara bien preñada…

– Dan, recuerda que estás hablando de tu madre -dijo Brian.

– Mi madre no era muy diferente de…

– Ándate con ojo -advirtió Brian al recluso-. Recuerda…

Corbett levantó los brazos en un gesto de resignación.

– Vale, vale, ya lo pillo.

– ¿Tu madre sigue viva? -preguntó Laurel.

– No, murió hace mucho.

– ¿Tienes hermanos carnales?

– Qué bien suena esa palabra… -dijo Corbett-. Carnales, carnales. Permítame que le pregunte, señorita Estabrook, ¿tiene usted hermanos carnales?

Margot Ann se giró hacia Laurel y la miró directamente a los ojos.

– ¿Quieres que nos marchemos, Laurel?

– No -contestó ella, y luego repitió la pregunta a Corbett-: ¿Tienes hermanos o hermanas de tu padre?

– No.

– El apellido Buchanan, ¿te suena de algo?

– No.

– ¿Y el nombre Daisy?

– ¿La novia del pato Donald?

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