Chris Bohjalian - Doble vínculo

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Mientras Laurel Estabrook practica ciclismo en una carretera solitaria, sufre el ataque de unos hombres que tratan de violarla, pero, por suerte, consigue aferrarse a su bicicleta y salvarse de milagro. Sin embargo, el choque emocional es muy fuerte y a Laurel le cuesta recuperarse, por lo que empieza entonces a trabajar en la entidad gubernamental BEDS, dedicada a buscar alojamiento a los sin techo. Cuando parece que su trabajo puede ayudarle a encauzar su vida, se produce la muerte de uno de los indigentes, Bobbie Croker.
Al limpiar las dependencias de Bobbie, aparece una caja llena de fotografías y negativos. Laurel es la encargada de restaurar las fotografías para organizar un homenaje al fallecido y Bobbie Croker resulta ser un fotógrafo lleno de talento por cuyo trabajo ella se apasiona. Pero la joven hace un descubrimiento que le hiela la sangre: entre las fotografías aparece la de una chica montada en bicicleta y que bien podría ser ella el día en que fue atacada.
Empieza entonces a investigar el pasado de Bobbie y a recrear su historia para olvidar su propia experiencia.

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– Sí, sólo… -dijo finalmente-, sólo recuerda que esas fotos pertenecieron a un hombre que… que no era quien tú te imaginas que fue. Y procura… -Miró a Laurel de un modo que la joven trabajadora social reconocía porque era precisamente como su madre la miraba cuando estaba preocupada-, procura no hablar mucho con ese abogado si te llama. Pero, si lo haces, no menciones que Bobbie era hermano de nadie, ¿vale?

Laurel asintió con la cabeza, pero estaba tan enfadada que sentía que le temblaba el rabillo del ojo. Se sentía molesta porque pensaba que le estaban poniendo un bozal y porque quedaba claro que hasta Katherine dudaba de algo que ella consideraba un hecho.

Katherine la abrazó y saludó a Tony desde la puerta, pero el muchacho contempló a la directora del albergue con tanta condescendencia y desprecio en la mirada que Katherine terminó entrando con brío en el despacho y pidiéndole disculpas formalmente. Después, se dio la vuelta y se marchó por el pasillo. Antes de desaparecer tras la esquina, se detuvo y añadió:

– Y hablo en serio respecto a este asunto de la identidad, ¿vale?

Laurel hizo un gesto afirmativo, pero su mente ya estaba en las fotos y en el trabajo que tenía pensado hacer en la sala de revelado de la universidad ese fin de semana.

PACIENTE 29873

…no demuestra interés por los demás pacientes o por socializar en la sala de recreo. Parece que disminuyen las alucinaciones auditivas, pero sigue negando elementos clave y presenta lapsos considerables en la memoria, síntomas propios de una disociación.

Fragmentos de las notas de Kenneth Pierce,

psiquiatra a cargo,

Hospital Público de Vermont,

Waterbury, Vermont.

Capítulo 14

El viernes por la mañana, David Fuller estaba con su hija mayor en la sala de espera del pediatra. Muy a su pesar, observaba cada animalito de peluche, juguete de plástico o revista de moda de la estancia como un potencial portador de agentes infecciosos. Y lo que era peor, los niños que los acompañaban en la sala no paraban de toser, moquear y estornudar. Le hubiera gustado ponerlos en cuarentena lo más lejos posible de Marissa quien, por el momento, no se encontraba mal. Era prácticamente la única niña de su clase que no tenía anginas. Si se encontraban allí se debía a un pequeño corte en el dedo pequeño del pie derecho que estaba tardando demasiado en curarse. David suponía que las playeras, los zapatos de claque y las zapatillas de ballet pasaban demasiado tiempo rozándole la herida.

Marissa, por supuesto, estaba encantada ante la circunstancia de que el pediatra de su seguro sólo pudiera atenderlos el viernes por la mañana, cuando se suponía que tenía que estar en clase de matemáticas. Se encontraba sentada junto a su padre en el sofá de escay naranja, con el pie sano recogido en los cojines bajo su muslo y con la cabeza hundida en un número de Cosmo Girl!, una revista para adolescentes que David consideraba totalmente inapropiada en esa sala de espera. ¿Dónde estaban los inocentes semanarios infantiles como Highlights cuando los necesitabas? Temía que el silencio de su hija se debiera a las cosas habitualmente prohibidas que estaría leyendo en la revista. Por eso, para romper el maleficio de la publicación, y aun a costa de resultar un poco pesado, le preguntó:

– Quitando tu dedito herido, ¿qué tal estás?

– Bien.

– ¿De verdad es tan interesante esa revista? Espero que no te afecte mucho toda esa decadencia que estás leyendo. De lo contrario, tu madre me matará.

– No te preocupes, no lo hará.

– ¿Qué se te pasa por la cabeza?

– ¿Quieres decir -preguntó la niña alzando la vista de la revista- ahora mismo?

– Eso es. ¿En qué estás pensando justo ahora?

– Bueno, ya que lo preguntas, mamá dice que Laurel es demasiado joven para ti.

Su ex mujer, abogada, se encontraba en ese momento trabajando en los juzgados.

– ¿Por qué tu madre siempre anda preocupada por la edad de las mujeres con las que salgo?

– No lo sé.

– No tenía que haber preguntado, perdona. ¿A ti te preocupa que, de repente, tu madre esté interesada por la edad de Laurel?

– Oh, no es algo nuevo.

La pequeña devolvió la revisa a la cesta que había junto al sofá, bostezó y se estiró. Después, recostó la cabeza contra el brazo de su padre.

– Gracias por informarme -sólo acertó a decir David.

– No pasa nada.

– Bueno, entonces… ¿te molesta?

– ¿La edad de Laurel? No.

– ¿Y a Cindy?

– Ésa no tiene ni idea de lo que significa la palabra edad. Para ella, Laurel tiene los mismos años que mamá.

– Creo que no deberías infravalorar tanto a tu hermana.

– No resulta fácil.

– Para ser una niña con el dedo herido, estás muy despierta esta mañana.

– ¡Eh! Anoche lo tenía muy hinchado.

– Aja.

– ¿Entonces?

David se liberó el brazo y estrechó a su hija en un tierno abrazo.

– Entonces, nada. Me encanta que hablemos de esto.

Después de un largo lapso en el que ninguno de los dos dijo nada, la niña preguntó:

– ¿Vas a ver a Laurel este fin de semana?

– Sí.

– ¿Esta noche?

– Seguramente.

– ¿También el sábado?, ¿o el domingo?

David sopesó con cautela la pregunta de su hija. ¿Lo decía porque quería ver a Laurel o porque le preocupaba que la novia de su padre fuera a copar el tiempo que debían pasar en familia? Marissa y su hermana se habían vuelto más mimosas, sobre todo desde que su madre anunciara que iba a casarse con Eric Tourneau, su compañero de bufete, en noviembre. Estaba seguro de que su hija no veía a Laurel como un obstáculo para la reconciliación entre sus padres -reconciliación que era absolutamente inconcebible incluso antes de que su ex mujer se comprometiera con Eric-, aunque David comprendía que para una niña fuera fácil aferrarse con tenacidad a esa idea. Sin embargo, era posible que la pequeña considerase que Laurel estaba acaparando la atención de su padre.

– Este fin de semana lo voy a pasar con tu hermana y contigo solamente -dijo, intentando aparentar estar lo más tranquilo posible.

Como de costumbre, se quedaba con las niñas desde el momento en que las recogía el sábado hasta que las dejaba en la escuela el martes por la mañana. No había planeado que, en los días siguientes, su pareja y sus hijas coincidieran. Esa noche iba a cenar con Laurel precisamente porque quería poder centrarse en las pequeñas el resto del fin de semana. David había compartimentado con sumo esmero su vida. Una ventaja que descubrió en el hecho de salir con una chica tan joven como Laurel es que no le pedía que pensara en casarse. A la muchacha todavía no le acuciaba la presión de tener hijos porque aún tenía mucho tiempo por delante. Siempre que salía con mujeres de una edad más parecida a la suya, sentía que en la primera cita estaba siendo analizado como un futuro esposo: si pasaba la prueba -lo cual sucedía invariablemente porque estaba sano y tenía trabajo-, a la segunda o tercera cita surgía el tema de los niños. Lo cierto es que no tenía ninguna intención de volver a ser padre.

No es que no le gustaran los críos, pero estaba entregado a sus dos hijas y nunca sería capaz de hacer algo que pudiera hacerlas sentirse desplazadas o sustituibles. Su propio padre había tenido una hija y un hijo de su segundo matrimonio, cuando David todavía era un niño cuya custodia se iban turnando sus padres y, desde entonces, se sintió como un ciudadano de segunda categoría.

¿Era justo esto para Laurel? Seguramente no. Desde este punto de vista -y desde otros también-, sabía que no era la pareja apropiada para ella, ni para otras muchas mujeres. Lo que para él era una simple compartimentación de su vida, para otras personas resultaba frialdad. Una antigua novia le dijo en una ocasión, mientras rompían, que era indiferente con sus emociones. Teniendo en cuenta las heridas de Laurel, esto podría haber constituido un trastorno crítico. Pero estaba convencido de que ella no lo veía así. Pensaba que, precisamente debido a la necesidad que tenía la muchacha de protegerse en una burbuja, se tomaría las distancias que él mantenía como una muestra de que estaba ante la pareja ideal. Además, su edad ayudaba. Sabía que a ella le gustaban los hombres maduros, y comprendía por qué.

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