Chris Bohjalian - Doble vínculo

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Mientras Laurel Estabrook practica ciclismo en una carretera solitaria, sufre el ataque de unos hombres que tratan de violarla, pero, por suerte, consigue aferrarse a su bicicleta y salvarse de milagro. Sin embargo, el choque emocional es muy fuerte y a Laurel le cuesta recuperarse, por lo que empieza entonces a trabajar en la entidad gubernamental BEDS, dedicada a buscar alojamiento a los sin techo. Cuando parece que su trabajo puede ayudarle a encauzar su vida, se produce la muerte de uno de los indigentes, Bobbie Croker.
Al limpiar las dependencias de Bobbie, aparece una caja llena de fotografías y negativos. Laurel es la encargada de restaurar las fotografías para organizar un homenaje al fallecido y Bobbie Croker resulta ser un fotógrafo lleno de talento por cuyo trabajo ella se apasiona. Pero la joven hace un descubrimiento que le hiela la sangre: entre las fotografías aparece la de una chica montada en bicicleta y que bien podría ser ella el día en que fue atacada.
Empieza entonces a investigar el pasado de Bobbie y a recrear su historia para olvidar su propia experiencia.

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– Dime otra vez -le pidió Vanessa a Talia con un tonillo de desinterés e indiferencia adolescente en su voz que devolvió a la joven catequista a la conversación-, ¿por qué vamos a hacer esto del paintball?

Talia se inclinó hacia la jovencita, posando los codos en las rodillas de sus vaqueros pitillos y, mostrándole la sonrisa más amplia que pudo, le contestó:

– Porque, y aquí tendrás que confiar en mí, estoy convencida de que nos lo vamos a pasar que te cagas, bomba, mogollón de bien, ¿vale?

Pensó que también tendría que decirle esto a Laurel, y, además, con estas mismas palabras, la próxima vez que la viera.

Capítulo 11

Unas veces Laurel y su jefa nadaban una al lado de la otra, y otras lo hacían separadas por un cierto número de calles, dependiendo de lo abarrotada que estuviera la piscina cuando llegaban. En el agua, nunca echaban carreras ni hablaban. De hecho, no se prestaban mucha atención la una a la otra mientras contaban los largos que iban haciendo. En una ocasión, Laurel le preguntó a Katherine en qué pensaba cuando nadaba y su jefa se dio cuenta de que apenas lo hacía. Le contestó que, por lo general, en el agua dejaba la mente en blanco y que si le venía alguna idea a la cabeza solía ser de lo más prosaica: lo rápido que se curaban las heridas con tanto cloro; el gorro, que le estaba pellizcando el lóbulo de la oreja; por qué todavía no le salía bien el giro bajo el agua a pesar de las pacientes lecciones que le daba su trabajadora social…

Tampoco es que Laurel tuviera grandes pensamientos en la piscina. No se ponía a reflexionar sobre los agujeros negros ni a recitar a Wordsworth, pero solía resolver problemillas cotidianos, o encontrar soluciones a los dilemas a los que se enfrentaban los residentes del albergue: cómo conseguir que alguien volviese al programa de asistencia temporal; si una mujer con un bebé debería ser propuesta para un programa de alimentación complementaria; posibles ex residentes de BEDS que estarían dispuestos a tener un compañero de cuarto… A veces, también pensaba en su pareja y se preguntaba si esta vez habría dado con la persona con la que vivir.

Laurel regresó a Vermont el martes por la tarde y la mañana del miércoles estaba en la piscina, a una calle de distancia de la mujer a la que consideraba tanto su mentora como su jefa. Mientras nadaba, le vino a la memoria la conversación que había mantenido con Pamela Marshfield, como ya le había sucedido el día anterior durante las horas que se pasó conduciendo. A pesar de que la anciana lo negaba y de las dudas de su madre y de su tía, Laurel estaba más convencida que nunca de que Bobbie Crocker era el hermano pequeño de Pamela. No tenía pensado coger un vuelo a Chicago para ver una tumba o un mausoleo con el nombre de Robert Buchanan grabado en mármol o granito, por lo menos de momento, principalmente porque no estaba segura de qué podía demostrar con ello. Intentaba no pensar en conspiraciones, pero había pasado demasiado tiempo con esquizofrénicos paranoides y era capaz de imaginarse lo peor. Después de todo, hasta los paranoicos tienen enemigos. Además, seguía dándole vueltas a esa posibilidad que le hacía echar humo: los Buchanan, Daisy, Tom y su hija Pamela, habían abandonado a un miembro de su familia que les necesitaba; a un hermano; a un hijo. Al igual que a muchos de los indigentes a los que había conocido en su trabajo, a Bobbie Crocker le habían dado de lado esas personas que se supone que tienen que estar ahí a las duras y a las maduras. Pero, al contrario que muchas de esas familias, el clan de los Buchanan disponía de recursos suficientes para haber ayudado a Bobbie cuando lo necesitó, en lugar de tomarlo por un loco de la colina a quien ocultar o abandonar.

Por eso, con cierto rencor, Laurel comenzó a maquinar un plan en su cabeza. De entrada, tenía previsto encontrarse con Serena Sargent el viernes, pero había otras personas a las que podía ver, incluyendo a algunos de los inquilinos del Hotel New England. Empezaría por los tres hombres que habían asistido al funeral. También debía trabajar con las fotos que dejó Bobbie, hacer con ellas algo más que echarles un vistazo por encima mientras se tomaba un yogur o miraba las noticias. Tenía que realizar un inventario de las imágenes de las que disponía y tomar algunas notas sobre ellas: quién aparecía en las fotos y cuándo y dónde habían sido tomadas. Debería empezar a hacer hojas de contacto de los negativos de Bobbie para ver qué había de interesante en ellos. Podría comprobar si había más vínculos con la casa de West Egg u otros indicadores de esa triste coincidencia que le había conducido de una mansión en el estrecho de Long Island a un albergue para indigentes en Burlington y, por lo menos durante un breve momento, a una pista forestal en la que Laurel estuvo a punto de ser asesinada.

Además, en algún lugar en su ficha de BEDS debían de estar sus números de la Asociación de Excombatientes y de la seguridad social, dígitos que podrían abrir un montón de posibilidades. Se supone que no tenía que aprovecharse de su acceso a esta información, pero Crocker estaba muerto y, de momento, no parecía que a nadie le pudiese importar.

Nadie en BEDS se percató de que Laurel había estado hurgando en las fichas de los residentes. Tom Buley, un asistente social que, seguramente, llevaba trabajando en la asociación desde que Laurel estaba en el parvulario, se encontraba ojeando los archivos cuando ella se dejó caer por el pequeño trastero en el que los trabajadores sociales acumulaban los documentos de los indigentes que pasaban por el albergue. Tom hizo un comentario sarcástico sobre los viejos armarios ficheros de metal de la asociación, sugiriendo que se habían utilizado en películas de serie B de los años cincuenta sobre bombas atómicas y que ya debían de ser auténticas antiguallas cuando los donaron a BEDS. Laurel sonrió, encontró con rapidez la delgada carpeta de Bobbie y se pasó un buen rato estudiando su formulario de admisión.

Vio que el hombre le había dicho a Emily Young que sólo había estudiado hasta el último año del bachillerato, que era un veterano de guerra y que estaba soltero. No sólo había marcado la casilla donde ponía «soltero», sino que, junto a la de «casado», había un garabato -Laurel supuso que era de puño y letra de Bobbie- en el que se podía leer «¡Ojalá!, ¡quién sabe!». No había proporcionado un teléfono de contacto para casos de emergencia. Tampoco dio muestras de haber tenido un empleo. A la pregunta «¿Cuándo trabajó por última vez?», había escrito: «Cuando estaba de moda la música disco». Decía que no tenía más problemas de salud aparte de «ser un maldito viejo», ni problemas dentales «¡porque no tengo dientes!». Laurel no estaba segura de qué pensar ante el hecho de que Emily le hubiera permitido escribir tantos comentarios en el formulario, o de que muchas de sus respuestas estuvieran incluidas entre signos de exclamación.

Bobbie reconocía que le habían diagnosticado una enfermedad mental. Al lado de esas líneas, Emily había anotado «podría tratarse de trastorno bipolar o paranoia, más probablemente esquizofrenia». Laurel constató que en unas casillas afirmaba que había participado en terapias y que había recibido tratamiento psicológico y psiquiátrico en un hospital. En cuanto a las fechas, sólo ponía «recientemente». Admitía -de hecho, presumía de ello- haber tenido un serio problema con el alcohol, pero que «¡lo había mandado a paseo!» hacía años. No tenía domicilio y afirmaba ser un indigente crónico. Estaba en posesión de un número de Medicaid, otro de la Asociación de Excombatientes y otro de la seguridad social, todos añadidos, aparentemente a posteriori, por Emily.

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