Chris Bohjalian - Doble vínculo

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Mientras Laurel Estabrook practica ciclismo en una carretera solitaria, sufre el ataque de unos hombres que tratan de violarla, pero, por suerte, consigue aferrarse a su bicicleta y salvarse de milagro. Sin embargo, el choque emocional es muy fuerte y a Laurel le cuesta recuperarse, por lo que empieza entonces a trabajar en la entidad gubernamental BEDS, dedicada a buscar alojamiento a los sin techo. Cuando parece que su trabajo puede ayudarle a encauzar su vida, se produce la muerte de uno de los indigentes, Bobbie Croker.
Al limpiar las dependencias de Bobbie, aparece una caja llena de fotografías y negativos. Laurel es la encargada de restaurar las fotografías para organizar un homenaje al fallecido y Bobbie Croker resulta ser un fotógrafo lleno de talento por cuyo trabajo ella se apasiona. Pero la joven hace un descubrimiento que le hiela la sangre: entre las fotografías aparece la de una chica montada en bicicleta y que bien podría ser ella el día en que fue atacada.
Empieza entonces a investigar el pasado de Bobbie y a recrear su historia para olvidar su propia experiencia.

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– Entiendo. Lo siento.

– ¿Tienes más fotos?

Como una adivina que le estuviera leyendo la fortuna con una baraja de tarot, Laurel extendió el resto de imágenes de la casa en la mesa, ante la mujer. También se había traído las fotos de Gatsby y de las fiestas, así como las de su casa y la piscina, pero, en el último momento, decidió mantenerlas a buen recaudo dentro del sobre. Podrían contrariar a Pamela Marshfield.

– Me encantaba esta habitación -dijo la mujer, señalando un ventanal con parteluz del segundo piso que aparecía en una de las fotos-. Era la sala de juegos. Había una mesa de juego en la que mi madre, a veces, echaba la partida de bridge con sus amigas y conmigo, un gramófono sobre una consola de madera de cerezo y una mesa de billar. A Robert le encantaba el billar, y también las cartas. Era un excelente jugador de bridge, incluso desde muy pequeñín.

– ¿Robert? ¿No le llamaban Bobbie? -preguntó Laurel, dándose cuenta de que había sonado un poco sorprendida.

– No. Siempre fue Robert, hasta el día en que murió -dijo Pamela, aunque había algo de falso en su tono de voz, algo más cauteloso que triste-. ¿De dónde las sacaste?

– Las tenía un hombre que falleció la semana pasada en Burlington. Un caballero muy amable, de ochenta y dos años.

Laurel esperaba una reacción: un mínimo gesto de cabeza, una repentina y profunda aspiración, una ceja alzándose con tristeza o sorpresa. Pero la mujer sostuvo su mirada sin decir nada.

– Había sido indigente -continuó Laurel-. Mi organización, BEDS, le encontró un modesto apartamento. Estas fotos eran lo único que poseía cuando llegó al albergue.

– ¿Había alguna más?

– Sí. Unas instantáneas y algunas impresiones y negativos que sacó cuando era fotógrafo. Es a lo que se dedicaba, era fotógrafo. Y bastante bueno, por cierto.

– ¿Has traído más fotos?

– No -mintió Laurel, observando cómo la mujer estudiaba las imágenes, centrándose sobre todo en la que aparecían ella y su hermanito.

– Imagino que puedo quedarme éstas -dijo Pamela-. No tengo muchas fotos de nosotros dos juntos.

– Lo siento -le dijo Laurel-, no puede quedárselas.

– ¿No? -Parecía desconcertada. Laurel se imaginó que la mujer no estaría muy acostumbrada a que le dijeran que no-. Jovencita, ¿para qué las quieres?

– En primer lugar, no son mías. El hombre falleció sin dejar testamento, así que como estaba bajo la tutela de BEDS, su colección de fotos pasará a manos del Ayuntamiento de Burlington. Los procuradores municipales harán con ellas lo que crean conveniente, pero creo que mantendrán la colección unida, intacta. Incluso los negativos, supongo. Bobbie no tenía muchas posesiones, y esas fotos son la única cosa de valor que dejó al morir.

Los ojos de Pamela se abrieron ligeramente cuando Laurel pronunció la palabra «Bobbie».

– No me has dicho -dijo la mujer- cómo se llamaba ese hombre.

– Bobbie Crocker.

– Suena a marca de harina -masculló Pamela, y Laurel sonrió con cortesía ante la pequeña broma.

– Era todo un personaje. Un verdadero ser social. Incluso después de que lo instaláramos en un apartamento, solía pasarse muy a menudo por el albergue. Ayudaba a que los nuevos se sintieran un poco mejor. Tenía una voz fuerte y ronca y un gran sentido del humor.

– Bueno, no veo qué valor pueden tener las fotos de un indigente y por qué no podrías satisfacer los deseos de una anciana. Estoy segura de que al Ayuntamiento no le importará que me entregues las fotos, sobre todo teniendo en cuenta que resulta evidente que una vez pertenecieron a mi familia.

– Tiene razón, pero no puedo dejárselas. No son mías. De todos modos, hablaré con el procurador municipal que trabaja con mi asociación. Quizá pueda quedarse con ellas una vez que se haya catalogado toda la colección.

– Parece mucho trabajo. ¿Estamos hablando de una colección muy grande? -preguntó la mujer, y Laurel se dio cuenta de que estaba empezando a intentar sonsacarle información-. ¿Había más fotos de mi hermano y de mí? ¿Alguna de mis padres?

– No lo sé, pero no creo. De todos modos, aún no he empezado a revisar los negativos.

– ¡Vaya! Así que también eres fotógrafa -dijo, ofreciéndole una sonrisa de sarcófago egipcio-. Fotógrafa y nadadora.

– Pues sí.

– Y estás interesada en esta historia porque vives en West Egg y ves en esas fotos… ¿Qué ves? Ayúdame un poco a entenderlo, por favor.

A lo lejos, una bandada de gaviotas se posó en grupo sobre la playa y empezaron a dar saltitos pavoneándose sobre la arena húmeda.

– Creo que el hombre que falleció era su hermano -contestó Laurel con mucho cuidado-. Me interesaba saber cómo una persona tan «privilegiada», usando sus propias palabras, pudo terminar de indigente en Vermont.

– Con toda seguridad, tu indigente no podía ser mi hermano porque mi hermano murió en un accidente de coche en 1939, cuando tenía dieciséis años.

– Lo siento. Mi tía no sabía los detalles, pero me dijo que pensaba que había muerto de adolescente.

– Gracias, pero no tienes que sentirlo. Eso pasó, literalmente, hace ya una vida.

– ¿Iba usted con él?

– ¿Con mi hermano? No, por Dios. En aquel entonces yo estudiaba en el Smith College. Robert tenía una relación bastante… podríamos decir beligerante con nuestros padres, y ese día se marchó de casa bruscamente. Estaba con un amigo, un chico de diecisiete o dieciocho años. Un neumático de su coche reventó y acabaron estrellándose en una cuneta de Dakota del Norte. Seguramente, los dos estaban tan borrachos que no eran capaces de andar, y mucho menos de conducir.

– ¿Su amigo también murió?

– Era alguien que acababa de conocer en Grand Forks. Puede que la palabra «amigo» sugiera una mayor conexión de la que en realidad existía entre ambos. Sí, también murió.

– ¿Cómo se llamaba?

– Dudo que pueda decírtelo.

– ¿No se acuerda?

– No.

– ¿Recuerda el nombre del lugar del accidente?

– ¿En Dakota del Norte?

Laurel afirmó con un gesto de la cabeza.

– Estaba cerca de Grand Forks. Incluso podría haber sido en esa misma ciudad. Sucedió en la antigua autopista 2. De eso sí que me acuerdo.

– ¿Alguno de sus primos sabe algo del accidente, o de su hermano?

– Oh, jugábamos mucho con nuestros primos de Louisville. Los Fay: William y Reginald. Pero ambos han fallecido. Puede que les contaran algo a sus hijos, pero dar con ellos supondría mucho trabajo para obtener pocos resultados.

– Entonces, ¿no cree que este indigente, Bobbie Crocker, pudiera haber sido su hermano?

– ¿Qué te hace pensar que lo era? Por Dios, incluso aunque Robert no hubiera muerto, ¿por qué habría desaparecido? ¿Por qué se habría cambiado el nombre?

Laurel tuvo que morderse la lengua para no contestarle simplemente: «Debido a una enfermedad mental». De pronto, tuvo la sospecha de que si no recogía las fotos en ese momento, Pamela Marshfield lo haría por ella, así que reunió las imágenes y las devolvió al sobre. Vio que la mujer la estaba observando.

– ¿Tienes más fotos, verdad?

– No -contestó secamente.

Técnicamente, sabía que no debía entregarle las fotos a Pamela porque no le pertenecían y no podía hacer uso de ellas. Pero ¿esto realmente le importaría a alguien? Casi seguro que no. Sin embargo, Laurel no quería separarse de ellas, ni de las que se había traído ni del material que guardaba en Vermont, por un motivo crucial: tenía la impresión de que Pamela estaba mintiendo. La mujer negaba que Bobbie Crocker fuera su hermano y había infravalorado a un residente de BEDS como persona. Laurel no podía perdonarle esa actitud. Esta señora vivía plácidamente en su lujosa propiedad junto al océano mientras que su hermano falleció en el descansillo de su pequeña habitación, en lo que una vez fue un hotel venido a menos. Retener las fotos era una forma de castigarla.

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