– Nuestra nueva invitada quiere enviar un mensaje a su hijo -dijo Adán Uno-. Está preocupada por haber tenido que abandonarlo en lo que podría ser un momento crucial de su vida. Jimmy se llama el muchacho. Creo que ahora está en la Martha Graham Academy.
– Una postal -dijo Zeb-. Diremos que es de la tía Mónica. Dame la dirección, la mandaré a través de Inglaterra, uno de nuestros hombres trufa ha de viajar allí la semana que viene. Corpsegur la leerá, por supuesto. Leen todas las postales.
– Quiere que digamos que soltó a su mofache mascota en Heritage Park, donde ahora vive feliz en libertad. Se llama, eh, Mat ó n.
– Oh, Cristo en un Zepelín -dijo Zeb.
– Ese lenguaje es inapropiado -le recriminó Nuala.
– Lo siento, pero lo complican un huevo -dijo Zeb-. Es el tercer mensaje de mofache mascota de este mes. Luego serán los jerbos y los ratones.
– A mí me parece conmovedor -dijo Nuala.
– Supongo que alguna gente practica lo que predica -dijo Rebecca.
Toby fue asignada como niñera de la nueva refugiada. Su nombre en código era Pez Martillo, porque contaban que antes de irse de HelthWyzer destrozó el ordenador de su marido con una caja de herramientas para disimular el alcance de su robo de datos. La mujer era delgada y de ojos azules, y distaba mucho de dar una imagen de calma. Como todos los desertores, pensaba que era la única que había dado el paso impulsivo y herético de desafiar a una corporación; y como todos, se moría de ganas de que le dijeran lo buena persona que era.
Toby le hizo el favor. Dijo lo valiente que había sido Pez Martillo, lo cual era verdad, y lo lista que había sido al seguir un camino serpenteante e intrincado, y lo mucho que apreciaban la información que les había traído. En realidad nos les había dicho nada que no supieran ya -era el viejo material sobre trasplante de neocórtex de humano a cerdo-, pero no habría sido muy amable decirlo. Hemos de echar una red bien grande, decía Adán Uno, aunque parte de los peces puedan ser pequeños. También hemos de ser un faro de esperanza, porque si le dices a la gente que no hay nada que ellos puedan hacer, harán algo peor que nada.
Toby le dio a Pez Martillo un vestido azul oscuro de Jardinera, añadiendo un cono nasal para taparle la cara. Sin embargo, la mujer estaba nerviosa e inquieta, y no paraba de preguntar si podía fumarse un cigarrillo. Toby dijo que los Jardineros no fumaban -al menos tabaco-, así que si la veían fumando traicionaría su disfraz. Además, no había cigarrillos en el Tejado.
Pez Martillo caminó de un lado a otro y se mordió las uñas hasta que Toby sintió ganas de arrearle. No te pedimos que vinieras ni nos jugamos el cuello por una cucharadita de mierda rancia, quería soltarle. Al final, le dio a la mujer una infusión de manzanilla con adormidera, sólo para desintonizarla.
Al día siguiente era el Día de San Aleksander Zawadzki de Galitzia. Era un santo menor, pero uno de los predilectos de Toby. Había vivido en tiempos turbulentos -¿cuándo hubo tiempos no turbulentos en Polonia?-, pero había seguido sus propios impulsos pacíficos y ligeramente descabellados de todos modos, catalogando las flores de Galitzia, identificando sus escarabajos. A Rebecca también le gustaba: se había puesto su delantal de mariposas bordadas y había hecho galletas en forma de escarabajo para el aperitivo de los más pequeños, adornando cada una de ellas con una A y una Z. Los niños habían compuesto una cancioncita sobre él: «Aleksander, Aleksander, te sube un escarabajo por la nariz. Échalo en tu pañuelo, no seas infeliz.»
Era media mañana. Pez Martillo seguía durmiendo bajo los efectos de la adormidera del día anterior: Toby se había pasado, pero no se sentía demasiado culpable, y así disponía de un rato para sus tareas habituales. Se había ataviado con los guantes y el sombrero con velo de apicultura y había encendido el brasero con su fuelle: como había explicado a las abejas, pretendía pasar la mañana extrayendo panales enteros. Sin embargo, antes de que empezara el ahumado, apareció Zeb.
– Malas noticias -dijo-. Tu colega de Painball ha salido otra vez.
Como todos los demás Jardineros, Zeb conocía la historia del rescate de Toby de las garras de Blanco por parte de Adán Uno y los Capullos y Flores: formaba parte de la historia oral. Zeb también percibía el temor de Toby, aunque habían hablado de ello.
Toby sintió un escalofrío. Se levantó el velo.
– ¿En serio?
– Más viejo y más peligroso -dijo Zeb-. Ese capullo retorcido debería haber sido pasto de los buitres hace mucho. Pero debe de tener amigos en las altas esferas, porque otra vez está dirigiendo el SecretBurgers de la Alcantarilla.
– Mientras se quede allí -dijo Toby. Trató de que su voz sonara más fuerte.
– Las abejas pueden esperar -dijo Zeb. La cogió del brazo-. Has de sentarte. Fisgonearé. Tal vez se haya olvidado de ti.
Se llevó a Toby a la cocina.
– Cariño, pareces hecha polvo -dijo Rebecca-. ¿Qué te pasa?
Toby se lo contó.
– Oh, mierda -dijo Rebecca-. Te prepararé un poco de Rescue Tea, tienes pinta de necesitarlo. No te preocupes, el karma de ese tío lo matará algún día.
Sin embargo, Toby pensó que «algún día» era un momento demasiado distante.
Era por la tarde. Muchos de los miembros ordinarios de los Jardineros se habían reunido en el tejado. Algunos estaban volviendo a atar las tomateras y a levantar las matas de calabacín que había tumbado la tormenta, una más violenta de lo habitual. Otros se habían sentado a la sombra, ocupados tejiendo, atando, arreglando. Los Adanes y las Evas estaban inquietos, como siempre sucedía cuando albergaban a un fugado, ¿y si habían seguido a Pez Martillo? Adán Uno había apostado centinelas; él mismo estaba al borde del tejado en pose de meditación, con una pierna apoyada en la pared, manteniendo la mirada en la calle de abajo.
Pez Martillo se había despertado, y Toby la había puesto a trabajar cogiendo caracoles de las lechugas; les había dicho a las bases de los Jardineros que era una nueva conversa, y tímida. Habían visto ir y venir a muchos nuevos conversos.
– Si tenemos una visita -dijo Toby a Pez Martillo-, cualquier cosa como una inspección, bájate el sombrero y continúa con los caracoles. Actúa como si estuvieras en segundo plano.
Ella estaba ahumando las abejas, basándose en la teoría de que era mejor seguir actuando como si tal cosa.
Entonces Shackleton, Crozier y el joven Oates llegaron haciendo ruido por la escalera de incendios, seguidos por Amanda y luego por Zeb. Fueron directos hacia Adán Uno. Éste hizo un gesto con la barbilla a Toby: ven con nosotros.
– Ha habido una escaramuza en la Alcantarilla -dijo Zeb después de que se agruparan en torno a Adán Uno.
– ¿Escaramuza? -dijo Adán Uno.
– Sólo estábamos mirando -dijo Shackleton-. Pero él nos vio.
– Nos llamó putos ladrones de carne -dijo Crozier-. Estaba borracho.
– Borracho no, colocado -dijo Amanda con autoridad-. Trató de golpearme, pero le hice un satsuma.
Toby sonrió un poco: era un error subestimar a Amanda. Se había convertido en una amazona alta y fibrosa, y había estado estudiando Limitación de Derramamiento de Sangre Urbana con Zeb. Igual que sus dos esbirros devotos. Tres si se contaba a Oates, aunque éste se hallaba simplemente en el nivel de enamoramiento imposible.
– ¿De quién estáis hablando? -preguntó Adán Uno-. ¿Dónde ha sido eso?
– En SecretBurgers -dijo Zeb-. Estábamos comprobándolo, oímos que Blanco había vuelto.
– Zeb le hizo un unagi -dijo Shackleton-. ¡Impecable!
– ¿Tenías que ir personalmente? -dijo Adán Uno, un poco de mala manera-. Tenemos otras formas de…
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