Margaret Atwood - El Año del Diluvio

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Margaret Atwood, una de los novelistas más prestigiosos de la narrativa mundial de hoy en día, plasma en El Año del Diluvio, su última novela, una visión postapocalíptica del mundo tras una catástrofe global. Como en su novela anterior, Oryx y Crake (algunos de cuyos personajes reaparecen en la presente obra), Atwood describe el horror de un mundo en el que la humanidad, en aras del progreso científico y tecnológico, no sólo altera el medio ambiente sino que se autodestruye. Siempre crítica con los problemas del mundo actual, la autora describe, en esta novela de anticipación especulativa, la catástrofe planetaria resultante del descontrolado abuso de las industrias farmacéuticas y de los poderes políticos y económicos que desoyen los alegatos de las ciencias ecológicas. Narrada desde el punto de vista de dos mujeres, la joven Ren y Toby, El año del Diluvio cuenta la epopeya de quienes sobreviven al desastre y, libres de la decadencia moral en que la lucha de sectas y religiones había sumido a la humanidad, emprenden una nueva vida.

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– Entonces lo rodearon los Asían Fusión -continuó Oates con excitación-. ¡Tenían botellas!

– Él sacó una navaja -dijo Croze-. Hirió a un par.

– Espero que no haya daño duradero -dijo Adán Uno-. Igual que deploramos la existencia de SecretBurgers y las depredaciones de este…, de este desgraciado individuo, desaprobamos la violencia.

– El puesto tumbado, carne por el suelo… Las únicas heridas que tiene son cortes y hematomas -dijo Zeb.

– Esto es desafortunado -dijo Adán Uno-. Es cierto que en ocasiones hemos de defendernos, y hemos tenido problemas con este…, hemos tenido problemas con él antes. Pero en esta ocasión, ¿me da la impresión de que hemos atacado primero? -Frunció el ceño mirando a Zeb-. ¿O hemos provocado un ataque? ¿Es correcto?

– El capullo se lo merecía -dijo Zeb-. Deberían ponernos una medalla.

– Nuestras maneras son las maneras de la paz -dijo Adán Uno, torciendo aún más el gesto.

– La paz no lleva a ninguna parte -dijo Zeb-. Hay al menos cien especies más extinguidas desde el mes pasado. ¡Se las comen! No podemos quedarnos aquí sentados viendo cómo se van apagando las luces. Había que empezar en alguna parte. Hoy SecretBurgers, mañana esa puta cadena de restaurantes gourmet. Rarity. Eso ha de terminar.

– Nuestro papel respecto a los animales es dar testimonio -dijo Adán Uno-. Y salvaguardar el recuerdo y los genomas de los difuntos. No puedes combatir a la sangre con sangre. Pensaba que estábamos de acuerdo en eso.

Hubo un silencio. Shackleton, Crozier, Oates y Amanda estaban mirando a Zeb. Zeb y Adán Uno estaban mirándose el uno al otro.

– Da igual, ahora es demasiado tarde -dijo Zeb-. Blanco está furioso.

– ¿Cruzará los límites de las plebillas? -preguntó Toby-. ¿Hará una incursión aquí, en el Sumidero?

– Con el humor que gasta ahora, no cabe duda -dijo Zeb-. Los tipos comunes de las mafias ya no le dan miedo. Es un painballer reincidente.

Zeb advirtió a los Jardineros reunidos, apostó una fila de observadores en torno al tejado, y situó a los más fuertes al pie de la escalera de incendios. Adán Uno protestó, diciendo que actuar como tus enemigos era ponerse a su altura. Zeb dijo que si Adán Uno quería organizar las cuestiones de defensa de alguna otra manera era libre de hacerlo, pero en caso contrario debería mantenerse al margen.

– Hay movimiento -dijo Rebecca, que estaba vigilando-. Me parece que vienen tres.

– Pase lo que pase -le dijo Toby a Pez Martillo-, no eches a correr. No hagas nada que llame la atención. -Se acercó al borde del tejado para mirar.

Había tres pesos pesados mostrando músculos en la acera. Llevaban bates de béisbol, pero no pulverizadores. No eran de Corpsegur, pues, sólo matones de las plebillas buscando venganza por el destrozo en SecretBurgers. Uno de los tres era Blanco: Toby podía localizarlo desde cualquier ángulo. ¿Qué iba a hacer? Machacarla allí mismo hasta matarla, o llevársela a rastras para matarla más lentamente en otro sitio.

– ¿Qué pasa, querida? -dijo Adán Uno.

– Es él -dijo Toby-. Si me ve, me matará.

– No te aflijas -dijo-. No te va a hacer nada malo.

Pero, puesto que Adán Uno pensaba que incluso las peores cosas ocurrían por razones en última instancia excelentes aunque insondables, a Toby no le resultó tranquilizador.

Zeb le dijo que era mejor que escondiera a su invitada especial, por si acaso, así que se llevó a Pez Martillo a su cubículo y le dio una bebida calmante, con mucha manzanilla y un poco de adormidera. Pez Martillo se quedó dormida, y Toby se sentó a su lado con la esperanza de que no terminaran las dos arrinconadas. Se dio cuenta de que estaba buscando armas. Supongo que puedo atizarles con la botella de adormidera, pensó. Pero no es muy grande.

Volvió al tejado. Todavía llevaba su traje de apicultora. Se ajustó los pesados guantes, cogió el fuelle y se bajó el velo.

– Quedaos a mi lado -dijo a las abejas-. Sed mis mensajeras.

Como si pudieran oír.

La lucha no duró mucho. Después, Toby oyó a Shackleton, Crozier y Oates narrando la historia completa a los más pequeños, a los que se había llevado Nuala. Según ellos, había sido épico.

– Zeb estuvo brillante -dijo Shackleton-. ¡Lo tenía todo planeado! Debieron de pensar que como somos tan pacifistas y tal, podían venir y… En fin, fue como una emboscada: retrocedimos por la escalera, con ellos persiguiéndonos.

– Y entonces, y entonces -dijo Oates.

– Y entonces, arriba, Zeb dejó que el primer tipo se le echara encima, y entonces cogió el extremo del bate de béisbol del tipo y lo lanzó, y el tipo casi aplastó a Rebecca, y ella tenía esa horca de dos dientes, y bueno, el tío cayó gritando desde el borde del tejado.

– ¡Así! -dijo Oates, agitando los brazos.

– Entonces Stuart pulverizó al siguiente con el hidratante de plantas -dijo Crozier-. Dice que funciona con los gatos.

– Amanda le hizo algo, ¿no? -le dijo Shackleton con cariño-. Como algún movimiento de Limitación de Derramamiento de Sangre, un hamachi o, no sé lo que hizo, pero también se cayó por encima de la barandilla. ¿Le diste en los huevos o qué?

– Lo realojé -dijo Amanda recatadamente-. Como a un caracol.

– Luego el tercero echó a correr -dijo Oates-. El tipo más grande. Todo rodeado de abejas. Eso lo hizo Toby, fue genial. Adán Uno no nos dejó perseguirlo.

– Zeb dice que la cosa no ha terminado -dijo Amanda.

Toby tenía su propia versión, en la cual todo se había movido muy rápido y muy despacio al mismo tiempo. Ella se había situado detrás de las colmenas, y luego los tres aparecieron justo allí, emergiendo del último rellano de la escalera. Un hombre de rostro pálido con un mentón oscuro y bate de béisbol, un Redfish con cicatrices, y Blanco. Blanco la había localizado inmediatamente.

– Te he visto, culoseco -gritó-. ¡Te haré carne picada!

Su velo de apicultora no era ningún disfraz. Blanco había sacado el cuchillo; estaba riendo.

El primer hombre se había enredado con Rebecca y había pasado de algún modo por encima de la barandilla, gritando en la caída, pero el segundo todavía estaba acercándose. Entonces Amanda -que se había quedado a un lado, con aspecto etéreo e inofensivo- había levantado el brazo. Toby había visto un destello de luz, ¿era cristal? Pero Blanco casi estaba encima de ella: no había nada entre ambos salvo las colmenas.

Toby derribó las colmenas, tres. Ella llevaba el velo, pero Blanco no. Las abejas salieron zumbando con rabia y fueron a por él como flechas. Blanco huyó corriendo por la escalera de incendios, aleteando y dando palmadas, seguido por una nube de abejas.

Toby tardó un rato en volver a poner las colmenas derechas. Las abejas estaban furiosas y picaron a varios Jardineros. Toby pidió disculpas a las víctimas, y ella y Katuro las trataron con calamina y manzanilla; pero ella se disculpó más profusamente con las abejas, una vez que las hubo ahumado lo suficiente para adormilarlas: habían sacrificado a muchas de las suyas en la batalla.

47

Los Adanes y las Evas tuvieron una reunión tensa en la sala oculta detrás de las cubas de vinagre.

– Ese mierda no nos habría atacado sin autorización -dijo Zeb-. Corpsegur está detrás: se han enterado de que estamos ayudando a algunos tipos, así que están trabajando para catalogarnos de terroristas fanáticos, como los Lobos de Isaías.

– No. Es algo personal -dijo Rebecca-. Ese tipo es peligroso como una serpiente, sin faltar al respeto a las serpientes, y va detrás de Toby, nada más. Una vez que mete su pértiga en un agujero, cree que es suyo. -Cuando Rebecca se cabreaba tendía a recuperar su antiguo vocabulario, aunque luego lo lamentaba-. No es mi intención ofender, Toby -dijo.

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