Margaret Atwood - El Año del Diluvio

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Margaret Atwood, una de los novelistas más prestigiosos de la narrativa mundial de hoy en día, plasma en El Año del Diluvio, su última novela, una visión postapocalíptica del mundo tras una catástrofe global. Como en su novela anterior, Oryx y Crake (algunos de cuyos personajes reaparecen en la presente obra), Atwood describe el horror de un mundo en el que la humanidad, en aras del progreso científico y tecnológico, no sólo altera el medio ambiente sino que se autodestruye. Siempre crítica con los problemas del mundo actual, la autora describe, en esta novela de anticipación especulativa, la catástrofe planetaria resultante del descontrolado abuso de las industrias farmacéuticas y de los poderes políticos y económicos que desoyen los alegatos de las ciencias ecológicas. Narrada desde el punto de vista de dos mujeres, la joven Ren y Toby, El año del Diluvio cuenta la epopeya de quienes sobreviven al desastre y, libres de la decadencia moral en que la lucha de sectas y religiones había sumido a la humanidad, emprenden una nueva vida.

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– Seguramente la causa inmediata está entre nosotros -dijo Adán Uno-. Los jóvenes lo provocaron. Y Zeb. No deberíamos haber levantado la liebre.

– La liebre se lo merecía -dijo Rebecca-. Sin falta de respeto a la liebre.

– Dos cadáveres en la acera no beneficiarán mucho nuestra reputación pacífica -opinó Nuala.

– Accidentes. Se cayeron del tejado -dijo Zeb.

– Y a uno le cortaron la garganta y al otro le arrancaron un ojo en la caída -dijo Adán Uno-. Como mostrará cualquier investigación forense.

– Las paredes de ladrillo son peligrosas -manifestó Katuro-. Las cosas se pegan. Uñas. Cristal roto. Cosas afiladas.

– ¿Tal vez preferirías que hubieran muerto unos cuantos Jardineros? -inquirió Zeb.

– Si tu premisa es correcta -dijo Adán Uno- y esto es una trama de Corpsegur, ¿se te ha ocurrido que esos tres podrían haber sido enviados para provocar exactamente un incidente así? ¿Para hacernos infringir la ley y darles una excusa para las represalias?

– ¿Cuál era tu alternativa? -preguntó Zeb-. ¿Dejar que nos aplastaran como gusanos? Y no es que nosotros aplastemos a los gusanos -agregó.

– Volverá -dijo Toby-. Fuera cual fuese la razón, tanto si es cosa de Corpsegur como si no, mientras esté aquí, seré un objetivo.

– Creo -dijo Adán Uno- que será mejor para tu seguridad, querida Toby, y también para la seguridad del Jardín, que te coloquemos en una de las células trufa en el mundo exfernal. Podrías sernos muy útil allí. Pediremos a nuestros contactos en las plebillas que extiendan el rumor de que ya no estás entre nosotros. Quizás entonces tu enemigo pierda motivación y quedemos protegidos de la agresión desde ese lado, al menos por el momento. ¿Cuándo podremos moverla? -le preguntó a Zeb.

– Considéralo hecho -dijo Zeb.

Toby fue a su dormitorio y guardó sus elementos más necesarios: los extractos embotellados, las hierbas secas, los hongos. La miel de Pilar, los últimos tres tarros.

Dejó un poco de cada cosa para quien ocupara su lugar de Eva Seis.

Se acordó de cuando quería dejar el Jardín, por aburrimiento y claustrofobia, y por el deseo de tener lo que pensaba que sería una vida propia, pero en el momento en que se estaba marchando, lo sintió como una expulsión. No: más como una dislocación, como una mutilación, como si le arrancaran la piel. Se resistió a la urgencia de tomar un poco de adormidera para calmarse. Tenía que mantenerse alerta.

Otro dolor: estaba fallándole a Pilar. ¿Tendría tiempo de despedirse de las abejas, y si no, morirían en las colmenas? ¿Quién la sucedería como apicultora? ¿Quién poseía la capacidad? Se cubrió la cabeza con una bufanda y se apresuró hacia las colmenas.

– Abejas -dijo en voz alta-. Tengo noticias.

¿Las abejas hicieron una pausa en el aire? ¿Estaban escuchando? Muchas fueron a investigarla; chocaron contra su rostro, explorando sus emociones a través de las sustancias químicas de su piel. Toby esperaba que la perdonaran por tirar sus colmenas.

– Tenéis que decirle a vuestra reina que he de irme -dijo-. No tiene nada que ver con vosotras; vosotras habéis cumplido con vuestros deberes a la perfección. Mi enemigo me obliga a irme. Lo siento. Espero que cuando volvamos a vernos sea en circunstancias más felices.

Toby siempre se sorprendía utilizando un estilo formal con las abejas.

Las abejas zumbaron y burbujearon; parecía que lo estaban discutiendo. Toby deseaba poder llevárselas consigo como si fueran una enorme mascota de piel dorada.

– Os echaré de menos, abejas -dijo.

A modo de respuesta, una de ellas empezó a subirle por el orificio nasal. Toby la expulsó sacando con fuerza el aire por la nariz. «Tal vez llevamos sombreros en estas entrevistas -pensó- para que las abejas no nos entren por las orejas.»

Toby volvió a su cubículo y al cabo de una hora Adán Uno y Zeb se reunieron con ella.

– Será mejor que te lleves esto, querida Toby -dijo Adán Uno.

Tenía en la mano un peluche anuncio: un pato rosa con pies de aleta rojos y un billete de plástico amarillo sonriente.

– El cono nasal está incorporado. Es la última tela. Neobiopiel de mohair. Respira por ti, o eso asegura la etiqueta.

Los dos esperaron a ambos lados de la cortina del cubículo mientras Toby se quitaba el vestido oscuro de Jardinera y se ponía el disfraz. De neobiopiel o no, hacía calor ahí dentro. Y estaba oscuro. Sabía que estaba mirando a través de un par de ojos blancos redondos con grandes pupilas negras, pero se sentía como si estuviera mirando a través de una cerradura.

– Bate las alas -dijo Zeb.

Toby levantó los brazos dentro de los brazos de piel y el traje de pato hizo cuac. Sonaba como un hombre mayor sonándose la nariz.

– Si quieres que se menee la cola, pisa fuerte con el pie izquierdo.

– ¿Cómo hablo? -preguntó Toby. Tuvo que decirlo otra vez, en voz más alta.

– Por el auricular derecho -dijo Adán Uno.

Oh, genial, pensó Toby. Haces cuac con el pie, hablas por el auricular. No preguntaré cómo hacer otras necesidades corporales.

Volvió a ponerse su vestido, y Zeb metió el disfraz en una mochila.

– Te llevaré en la furgoneta -dijo-. Está en la puerta.

– Muy pronto estaremos en contacto, querida -dijo Adán Uno-. Lamento… es desafortunado que… mantén la luz en torno…

– Lo intentaré -dijo Toby.

La furgoneta de aire comprimido de los Jardineros ahora tenía un logo que decía: Fiestas. Toby se sentó delante con Zeb. Pez Martillo iba en la parte de atrás, disfrazada de caja de globos: Zeb dijo que estaba matando dos pájaros de un tiro.

– Lo siento -añadió.

– ¿Por qué? -preguntó Toby. ¿Lamentaba que se fuera? Sintió una palpitación.

– Por matar dos pájaros. No está bien mencionar la muerte de los pájaros.

– Ah, vale -dijo Toby-. No importa.

– Enviaremos a Pez Martillo por los canales habituales -dijo Zeb-. Tenemos contactos entre los mozos de estación; puede ir como mercancía en el tren bala, la marcaremos como frágil. Tenemos una célula trufa en Oregón, la mantendrán escondida.

– ¿Y yo? -preguntó Toby.

– Adán Uno te quiere más cerca del Jardín -dijo Zeb-, por si Blanco termina otra vez en Painball y tú puedes volver. Tenemos un sitio exfernal para ti, pero necesitaremos unos días para prepararlo. Entretanto, espera con tu disfraz. En la Calle de los Sueños, donde trafican con genes personalizados; ese sitio está lleno de peluches anuncio, nadie se fijará en ti. Ahora será mejor que te agaches, vamos a cruzar la Alcantarilla.

Zeb entregó a Toby en el taller, donde los Jardineros que residían allí la sacaron de la furgoneta y la metieron en el antiguo hueco del ascensor hidráulico, que cubrieron con una trampilla. Allí respiró viejos humos de aceite de motor y se tomó un almuerzo frugal de bocaditos de soja y puré de nabos, acompañada de una bebida de zumaque. Durmió en un futón viejo, usando su disfraz como almohada. No había biodoro allí, sólo una lata oxidada de café Happicuppa. «Usa lo que tengas a mano» era uno de los lemas más admirados por los Jardineros.

Descubrió que no todos los miembros de la colonia de ratas del taller habían sido realojados con éxito en el Buenavista, pero los que quedaban no eran abiertamente hostiles.

A la mañana siguiente empezó con su trabajo falso: pasear por la Calle de los Sueños, dentro de un disfraz de piel falsa, graznando de cuando en cuando y meneando la cola, con una doble tabla de anuncio colgada al cuello, y entregando folletos. En la parte delantera de la tabla decía: «Los patitos feos se vuelven cisnes en AnooYoo Spa-in-the-Park. Sube tu autoestima.» En la parte de atrás: «Do it for Yoo: AnooYoo.» En los folletos, decía: «Mejoras de epidermis a bajo coste.» «¡Evita errores genéticos!» «¡Completamente reversible!» AnooYoo no vendía terapia génica (nada tan radical o permanente), sino tratamientos superficiales. Elixires de hierbas, purificación orgánica; inyecciones de nanocélulas vegetales, reafirmante de fórmula de mildiu de malla extrafina, cremas faciales potentes, bálsamos rehidratantes. Cambios de tono a base de iguanas, eliminación de manchas cutáneas, eliminación de verrugas con sanguijuelas.

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