Entregó muchos folletos, pero también la acosaron algunos de los dueños de establecimientos de genoestética: en la Calle de los Sueños un sueño se comía a otro sueño. Había varios peluches anuncio más trabajando en la calle: un león, una oveja mohair, dos osos y otros tres patos. Toby se preguntó cuántos de ellos serían realmente lo que afirmaban ser: si ella se estaba escondiendo a la vista de todos, otros con necesidad de invisibilidad tenían que haber descubierto la misma solución.
Si de verdad hubiera estado trabajando de peluche anuncio como había hecho años atrás, habría marcado las horas al final del día, se habría quitado el disfraz y se habría guardado el recibo de su paga electrónica. Lo que ocurrió fue que Zeb la recogió en su furgoneta. Su logo decía ahora: Publicidad selvática. Toby se arrebujó en la parte trasera, todavía dentro de su disfraz, y Zeb la trasladó a otro enclave Jardinero: un banco abandonado en la Alcantarilla. Las diversas corporaciones bancadas habían pagado a las mafias de las plebillas para que les brindaran protección, pero los Tex-Mex especialistas en robo de identidades no tardaron en entrar y salir como Pedro por su casa. Al final, los bancos renunciaron y levantaron campamento, porque ningún empleado considera un buen día de trabajo que te obliguen a tumbarte en el suelo con cinta aislante en la boca mientras un chorizo de identidades vaciaba las cuentas, después de cortarte el pulgar y acceder con tu huella dactilar.
La cámara acorazada de los bancos resultó un lugar mucho mejor para pasar la noche de lo que había sido el foso del ascensor hidráulico. Fresco, sin ratas, sin humos de gas; sólo un olor persistente del papel levemente oxidado del dinero de antaño. Pero entonces Toby empezó a preguntarse qué ocurriría si alguien de manera inadvertida cerraba con llave la puerta de la cámara acorazada y luego se olvidaba de ella, así que no durmió bien.
Al día siguiente volvió a la Calle de los Sueños. El disfraz de pato era insoportable con el calor, se le estaba soltando uno de los pies de goma y el filtro de aire de la nariz era disfuncional. ¿Y si los Jardineros la abandonaban y la dejaban dando tumbos en la tierra de los sueños, transformada en un animal-pájaro inexistente y deshidratándose hasta la muerte, para que la encontraran un día hecha un montón de hojas húmedas de un rosa falso, atascando los sumideros?
Pero finalmente Zeb la recogió. La llevó a una clínica situada en la parte de atrás del outlet de una franquicia de mohair.
– Vamos a cambiarte pelo y piel -dijo-. Vas a oscurecerte. Y las huellas dactilares y la huella de voz. Además de un poco de remodelado.
La biotecnología para cambiar el iris era arriesgada -se habían producido algunos efectos de hinchazón desagradables, dijo Zeb-, así que tendría que usar lentes de contacto. Verdes, él mismo había elegido el color.
– ¿Voz más aguda o más grave? -le preguntó Zeb.
– Más grave -dijo Toby, esperando no salir como un barítono.
– Buena elección -dijo Zeb.
El médico era chino y muy bueno. Habría anestesia y un tiempo de recuperación en la unidad de la planta superior -de lo mejor, dijo Zeb-, y cuando Toby se encontró allí, el lugar le pareció muy limpio. No hubo muchos cortes y suturas. Perdió la sensibilidad en las yemas de los dedos -la recuperaría, dijo Zeb-, le dolía la garganta por el trabajo en las cuerdas vocales y le picaba la cabeza donde le estaba creciendo el pelo de mohair. La pigmentación de la piel se veía desigual al principio, pero Zeb le dijo que estaría bien en seis semanas: hasta entonces, debía mantenerse estrictamente protegida del sol.
Pasó las seis semanas de reclusión en una célula trufa de SolarSpace. Su contacto, cuyo nombre era Muffy, recogió a Toby en la clínica con un cupé eléctrico muy caro.
– Si alguien pregunta -dijo Muffy-, tú sólo di que eres la nueva doncella. He de pedir disculpas -continuó-, pero hemos de comer carne en nuestra casa: forma parte de nuestra tapadera. Nos sentimos fatal al hacerlo, pero todo el mundo es carnívoro en SolarSpace, y les encantan las barbacoas: carne ecológica, naturalmente, y parte es cultivada, ¿sabes?, sólo se comen el tejido muscular; no hay cerebro, no hay dolor. Sería sospechoso si pasáramos, pero trataré de mantenerte alejada de los olores de la cocina.
Demasiado tarde para esa advertencia: Toby ya había olido algo que se parecía mucho al aroma del caldo de huesos que preparaba su madre. Aunque se avergonzó de sí misma, le abrió el apetito. Le dio hambre y también la entristeció. Quizá la tristeza era un tipo de hambre, pensó. Tal vez las dos iban juntas.
En su pequeña habitación de doncella, Toby leyó revistas electrónicas, practicó a colocarse las lentes de contacto y escuchó música en un Sea/H/Ear Candy. Era un interludio surrealista.
– Piensa en ti como en una crisálida -le había dicho Zeb antes de que empezara el proceso de transformación.
Claro, había entrado como Toby y había salido como Tobiatha. Menos anglosajona y más latina. Más contralto.
Se miró: la nueva piel, el nuevo cabello abundante, los pómulos más prominentes. Los ojos verdes almendrados. Tenía que acordarse de ponerse esas lentillas cada mañana.
Las alteraciones no la habían hecho arrebatadoramente hermosa, pero ése no era el objetivo. El objetivo era hacerla más invisible. La belleza es sólo epidérmica, pensó. Pero por qué siempre decían «sólo».
Aun así, su nuevo aspecto no estaba mal. El pelo era un cambio bonito, aunque los gatos de la familia se estaban interesando en él, probablemente por el tenue olor a cordero. Cuando se despertaba por la mañana, a veces se encontraba a alguno sentado en su almohada, lamiéndole el pelo y ronroneando.
Una vez que tuvo el cabello firmemente arraigado en la cabeza y el tono de su piel fue uniforme, Toby estuvo preparada para pasar a su nueva identidad. Muffy le explicó cómo sería.
– Hemos pensado en el AnooYoo Spa-in-the-Park -dijo-. Tienen mucho interés en la botánica allí, así que encajarás bien, por los hongos, las pociones y tal; me lo contó Zeb: así que puedes ponerte al día con sus productos enseguida. Tienen un huerto ecológico de café, se enorgullecen de eso, con una pila de compost y todo; y están haciendo algunas pruebas de injertos de planta que podrían resultarte interesantes. En cuanto al resto, es como organizar cualquier otra cosa: entrada de producto, valor añadido, salida de producto. Supervisar los libros y los stocks, controlar al equipo: Zeb dice que eres muy buena con la gente. Las plantillas de procedimiento ya están establecidas: sólo tendrás que seguirlas.
– ¿El producto serían los clientes? -preguntó Toby.
– Exacto -dijo Muffy.
– ¿Y el valor añadido?
– Es un intangible -dijo Muffy-. Sienten que tienen mejor aspecto después. La gente paga mucho dinero por eso.
– ¿Te importa decirme cómo me has conseguido este puesto? -preguntó Toby.
– Mi marido está en el consejo de AnooYoo -dijo Muffy-. No te preocupes, no le he mentido. Es uno de los nuestros.
Una vez instalada en el balneario AnooYoo, Toby se asentó en su papel de Tobiatha, una directora discreta y eficiente con un aire Tex-Mex. Los días eran plácidos; las noches, tranquilas. Cierto es que había una valla electrificada en torno al recinto y vigilantes apostados en las cuatro entradas, pero los controles de identidad eran laxos y los vigilantes nunca molestaron a Toby. No se trataba de un lugar de alta seguridad. El balneario no tenía grandes secretos que defender, de modo que los vigilantes se limitaban a controlar a las damas que iban entrando, aterrorizadas por las primeras arrugas y señales de decaimiento, y luego volvían a salir, hinchadas y estiradas, con la piel nueva, irradiadas y sin manchas.
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