Margaret Atwood - El Año del Diluvio

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Margaret Atwood, una de los novelistas más prestigiosos de la narrativa mundial de hoy en día, plasma en El Año del Diluvio, su última novela, una visión postapocalíptica del mundo tras una catástrofe global. Como en su novela anterior, Oryx y Crake (algunos de cuyos personajes reaparecen en la presente obra), Atwood describe el horror de un mundo en el que la humanidad, en aras del progreso científico y tecnológico, no sólo altera el medio ambiente sino que se autodestruye. Siempre crítica con los problemas del mundo actual, la autora describe, en esta novela de anticipación especulativa, la catástrofe planetaria resultante del descontrolado abuso de las industrias farmacéuticas y de los poderes políticos y económicos que desoyen los alegatos de las ciencias ecológicas. Narrada desde el punto de vista de dos mujeres, la joven Ren y Toby, El año del Diluvio cuenta la epopeya de quienes sobreviven al desastre y, libres de la decadencia moral en que la lucha de sectas y religiones había sumido a la humanidad, emprenden una nueva vida.

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¿Y si me acerco a ella cuando esté en la Fuente de Inmersión de Juventud Total y le disparo los láser?, se preguntaba Toby. O acorto la onda de la lámpara de calor. Se fundiría como un malvavisco. Un snack de nematodo. La Tierra entonaría un hurra.

Querida Eva Seis, decía la voz de Adán Uno. Estas fantasías son indignas de ti. ¿Qué pensaría Pilar?

Una tarde llamaron a la puerta de la oficina de Toby.

– Pase -dijo.

Era un hombre grande con un mono verde tejano. Estaba silbando una tonada familiar.

– He venido a podar las lumirrosas -dijo.

Toby levantó la mirada, contuvo el aliento. Sabía que no debía decir nada: su oficina podía estar plagada de micrófonos.

Zeb miró por encima del hombro hacia el pasillo. Entró y cerró la puerta. Se sentó delante del ordenador de Toby, sacó un rotulador y escribió en el calendario de mesa de Toby: «Mira lo que hago.» «¿Los Jardineros? -escribió Toby-. ¿Adán Uno?»

«Cisma -escribió Zeb-. Mi propio grupo.»

– ¿Han tenido algún problema con las plantas? -dijo en voz alta.

«¿Shackleton y Crozier? -escribió Toby-. ¿Contigo?» «Más o menos -replicó Zeb-. Oates. Katuro. Rebecca. Y nuevos también.» «¿Amanda?»

«Se fue. Educación superior. Arte. Lista.» Zeb había cargado una web: «Extintaton: dirigido por el Loco Adán. Adán dio nombre a los animales vivos. El Loco Adán se lo pone a los muertos. ¿Quieres jugar?»

«¿El Loco Adán? -escribió Toby en su libreta-. ¿Tu grupo? ¿Sois varios?» Toby estaba eufórica: Zeb estaba allí, a su lado. Después de que hubiera pensado durante tanto tiempo que no volvería a verlo nunca más.

«Contengo multitudes -escribió Zeb-. Elige un nombre en clave. Forma de vida, extinta.»

«Dodo», escribió Toby.

«Últimos cincuenta años -escribió Zeb. No tenía mucho tiempo-. Equipo de poda esperando. Pregunta por los áfidos.»

– Hay áfidos en las lumirrosas -dijo Toby.

Estaba repasando mentalmente las viejas listas de los Jardineros: animales, peces, aves, flores, almejas, lagartos, recientemente extinguidos. «Rascón -escribió. Ese pájaro se había extinguido diez años atrás-. ¿Pueden entrar en este sitio?»

– Podemos ocuparnos de eso -dijo Zeb-, aunque se supone que llevan un repelente insecticida incorporado… Tomaré unas muestras. Hay más de una forma de despellejar a un gato.

«No -escribió-. Redes virtuales privadas propias. Encriptadas x 4. Perdona ref. despellejar un gato. Tu número.» Le escribió su nueva contraseña y un número de pase en la libreta. Luego Zeb escribió su propio número y código en el espacio reservado para el inicio de sesión.

«Bienvenido, Oso Kermode. ¿Quieres jugar con un internauta general o con un Gran Maestro?», se leyó en pantalla.

Zeb hizo clic en Gran Maestro. «De acuerdo. Busca un campo de juego. Ahí te encontrarás con el Loco Adán.» «Observa», escribió Zeb en el calendario. Entró en un sitio que anunciaba trasplantes de mohair, pasó por una pasarela de píxel camuflada en el ojo de una oveja de pelaje magenta, entró en el estómago azul de un anuncio de antiácido de Helthwizer, que lo condujo a la ávida boca abierta de un cliente de SecretBurger pillado a medio mordisco. Entonces se desplegó un amplio paisaje verde: árboles en la distancia, un lago en primer plano, un rinoceronte y tres leones bebiendo. Una escena del pasado.

Una línea de letras se desplegó por delante: «Bienvenido al campo de juego del Loco Adán, Oso Kermode. Tienes un mensaje.»

Zeb hizo clic en «Recibir mensaje».

«El hígado es el mal y hay que castigarlo.»

«Vale, Crake -escribió Zeb-. Todo está bien.»

Entonces cerró el navegador y se levantó.

– Llámeme si hay alguna recurrencia de áfidos -dijo-. Estaría bien que comprobara nuestro trabajo de vez en cuando y nos mantuviera informados.

Escribió en su libreta: «El pelo está genial, cielo. Me encantan los ojos rasgados.» Y se marchó.

Toby recogió todas las páginas del taco. Por suerte tenía unas cerillas para quemarlas; había estado guardando cerillas para su Ararat, almacenándolas en un contenedor etiquetado Merengue de Limón Facial.

Después de la visita de Zeb se sintió menos aislada. Se conectaba a Extintaton a intervalos irregulares y trazaba el camino al campo de juego del Gran Maestro Loco Adán. Las palabras en clave y los mensajes revoloteaban por la pantalla: «Rinoceronte Negro a Oso Kermode: novatos en camino. Pico de Marfil a Zorro del Desierto: No temas al gorgojo. Nogal Antillano y Lotis Azul: ratón modificado, un diez. Crake a Loco Adán: autopistas de malvavisco, ¡genial!» No tenía ni idea de lo que significaban la mayoría de estos mensajes, pero al menos se sentía incluida.

En ocasiones había boletines electrónicos que parecían información secreta de Corpsegur. Muchos de ellos eran sobre extrañas irrupciones de nuevas enfermedades, o infecciones peculiares: el híbrido castorespino que devoraba las correas de ventilador de los coches, el gorgojo del café que estaba diezmando las plantaciones de Happicuppa, el microbio comeasfalto que fundía las autopistas.

Luego la cadena de restaurantes Rarity quedó destrozada por una serie de bombas letales. Veía las noticias regulares, en las que se acusaba de estos sucesos a ecoterroristas no específicos; pero también había leído un análisis detallado de Loco Adán. Habían sido los Lobos de Isaías quienes habían puesto las bombas, dijeron, porque Rarity había introducido un nuevo elemento en el menú: el leonero, un animal sagrado para los Lobos de Isaías. Loco Adán había añadido una posdata: «Advertencia a todos los Jardineros de Dios: os culparán a vosotros. Desapareced.»

Poco después de eso, Muffy vino al balneario de manera inesperada. Su aspecto tenía la elegancia habitual: sus maneras no delataban nada.

– Caminemos por el parterre -dijo.

Cuando estuvieron en campo abierto y lejos de micrófonos ocultos, Muffy susurró:

– No he venido por ningún tratamiento. Sólo he de decirte que hemos de marcharnos, no puedo decirte adónde. No te preocupes. Sólo es urgente para infiltrados.

– ¿Estarás bien? -preguntó Toby.

– El tiempo lo dirá -dijo Muffy-. Buena suerte, querida Toby. Querida Tobiatha. Báñame en luz.

Ella y su marido figuraban en la lista de bajas de un accidente aéreo al cabo de una semana. Corpsegur era bueno organizando percances de clase alta para los sospechosos con estatus, le había dicho Zeb: gente que desaparecía sin dejar rastro causaba un revuelo entre los ungidos de las corporaciones.

Toby no se acercó a la sala de chat del Loco Adán durante meses después de eso. Esperaba la llamada en la puerta, el escándalo de cristales rotos, el zipzip de un pulverizador. Pero no ocurrió nada. Cuando finalmente reunió el coraje para volver a entrar en Loco Adán, había un mensaje para ella.

«A Rascón de Oso Kermode: el Jardín está destruido. Los Adanes y las Evas han oscurecido. Observa y espera.»

Día de la Polinización

AÑO 21

De los á rboles y de los frutos en sus temporadas.

Narrado por Ad á n Uno

Queridos amigos y compañeros mamíferos: Hoy es día de banquete, pero por desgracia no tenemos banquete. Nuestra huida fue rápida, nuestro escape por los pelos. Ahora, fieles a su naturaleza, nuestros enemigos han destrozado el Tejado. Pero sin duda algún día volveremos al Edén en el Tejado y restauraremos ese lugar bendito a su antigua gloria. Puede que Corpsegur haya destruido nuestro Jardín, pero no ha destruido nuestro espíritu. Al final, volveremos a plantarlo.

¿Por qué nos atacan las corporaciones? Vaya, nos estábamos haciendo demasiado peligrosos para su gusto. Muchos tejados estaban floreciendo como la rosa; muchos corazones y mentes estaban optando por una tierra restaurada al equilibrio. Sin embargo, en el éxito están las semillas de la ruina, pues quienes ocupan el poder ya no pueden pasarnos por alto como tiquismiquis ineptos: nos temen como profetas de una era por llegar. En resumen, amenazamos sus márgenes de beneficio.

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