Nuala asomó la cabeza por la puerta.
– Toby, querida -dijo-, ¿puedo hablar un momento contigo?
Su tono era lúgubre. Toby salió al pasillo.
– ¿Qué ha ocurrido?
– Has de ir a ver a Pilar -dijo Nuala-. Ahora mismo. Ha elegido su hora.
Toby sintió que se le encogía el corazón. Así que Pilar le había mentido. No, no mentido; simplemente no le había contado toda la verdad. Había sido algo que había comido, pero no por accidente. Nuala apretó el brazo de Toby para mostrarle su compasión. Aparta tus manos húmedas de mí, pensó Toby. No soy un hombre.
– ¿Puedes ocuparte de mi clase? -le pidió-. Por favor. Estoy enseñando las propiedades del sauce.
– Por supuesto, Toby, querida -dijo Nuala-. Haré el sauce llorón con ellos.
Esa canción almibarada era una de las favoritas de Nuala; la había compuesto para niños pequeños. Toby se imaginaba las caras que le pondrían los chicos más mayores. Pero como Nuala no sabía mucho de botánica, hacerles cantar al menos ocuparía el tiempo.
Toby se apresuró a alejarse al oír el sonido de la voz de Nuala:
– Toby ha tenido que ir a hacer una misión caritativa, así que ¡vamos a ayudarla cantando la canción del sauce llorón!
Su voz intensa y un poco desafinada de contralto se elevó por encima de las voces carentes de lustre de los niños:
Sauce llor ó n, sauce llor ó n,
ramas que ondean como el mar,
mientras descanso en mi cama,
ven y qu í tame el penar…
El infierno sería una eternidad de las letras de Nuala, pensó Toby. De todos modos, no se trataba del sauce llorón sino del sauce blanco, Salix alba, con su ácido salicílico. Eso era lo que calmaba el dolor.
Pilar estaba tumbada en su cubículo, en su cama, con una vela de cera de abeja ardiendo todavía en su recipiente de lata. Estiró sus delgados dedos marrones.
– Querida, Toby -dijo-. Gracias por venir. Quería verte.
– ¡Lo has hecho tú! -dijo Toby-. ¡No me lo dijiste! -De tan triste, estaba enfadada.
– No quería hacerte perder tiempo preocupándote -dijo Pilar. Su voz había menguado a un susurro-. Quería que tuvieras una buena vigilia. Ahora ven a sentarte a mi lado y cuéntame lo que viste anoche.
– Un animal -dijo Toby-. Una especie de león, pero no un león.
– Bueno -susurró Pilar-. Es una buena señal. Tendrás la ayuda de la fortaleza cuando la necesites. Estoy contenta de que no fuera un gusano. -Se rio por lo bajo; luego su rostro se contorsionó de dolor.
– ¿Por qué? -preguntó Toby-. ¿Por qué lo has hecho?
– Recibí el diagnóstico -dijo Pilar-. Es cáncer. Muy avanzado. Así que es mejor irse ahora mientras todavía sé lo que estoy haciendo. ¿Para qué demorarlo?
– ¿Qué diagnóstico? -dijo Toby.
– Envié unas muestras de biopsia -dijo Pilar-. Katuro me la hizo, tomó las muestras de tejido. Las escondimos en un tarro de miel y las llevamos clandestinamente a los laboratorios de diagnóstico de HelthWyzer West, bajo una identidad diferente, por supuesto.
– ¿Quién las pasó? -dijo Toby-. ¿Fue Zeb?
Pilar sonrió como si disfrutara de un chiste privado.
– Un amigo -dijo-. Tenemos muchos amigos.
– Podemos llevarte a un hospital -dijo Toby-. Estoy segura de que Adán Uno lo autorizaría…
– No reincidas, mi Toby -dijo Pilar-. Conoces nuestra opinión de los hospitales. Es lo mismo que si me arrojaran a un pozo ciego. Además, no hay cura para lo que me he tomado. Ahora, por favor, pásame ese vaso, el azul.
– ¡Todavía no! -exclamó Toby. ¿Cómo posponerlo, retrasarlo? ¿Cómo mantener a Pilar con ella?
– Es sólo agua, y un poco de sauce y adormidera -susurró Pilar-. Alivia el dolor sin dejarte fuera de combate. Quiero mantenerme despierta lo máximo posible. Estaré bien durante un rato.
Toby observó a Pilar mientras ésta bebía.
– Dame otra almohada -pidió Pilar.
Toby le pasó uno de los sacos rellenos de farfolla que había a los pies de la cama.
– Has sido mi familia aquí -dijo-. Más que los demás.
Le costaba hablar, pero se resistía a llorar.
– Y tú has sido la mía -dijo Pilar con sencillez-. Acuérdate de cuidar del Ararat del Buenavista. Mantenlo renovado.
Toby no quiso contarle que habían perdido el Ararat del Buenavista por culpa de Burt. ¿Para qué disgustarla? Apoyó a Pilar en la almohada: era extrañamente pesada.
– ¿Qué has usado? -preguntó. Se le estaba cerrando la garganta.
– Te he enseñado bien -dijo Pilar. Los ojos se le arrugaron en las comisuras, como si todo fuera una broma-. A ver si lo adivinas. Síntomas: calambres y vómitos. Luego un periodo de respiro en el cual el paciente parece mejorar. Pero entretanto, el hígado se va destruyendo lentamente. No hay antídoto.
– Una de las amanitas -dijo Toby.
– Chica lista -susurró Pilar-. El Ángel de la Muerte es un amigo para cuando lo necesitas.
– Pero será muy doloroso -dijo Toby.
– No te preocupes por eso -dijo Pilar-. Siempre está la adormidera concentrada. Es la botella roja, ésa. Ya te diré el momento. Ahora, escúchame con atención. Esta es mi voluntad. Como decimos, las mortajas no tienen bolsillos. Los moribundos deben legar a los vivos todas las cosas terrenas, y eso incluye el conocimiento.
Quiero que tengas todo lo que he reunido aquí: todos mis materiales. Es una buena colección y confiere un gran poder. Guárdalo bien y úsalo bien. Confío en que lo hagas. Ya conoces algunas de estas botellas. He hecho una lista en papel del resto, has de memorizarla y destruirla. La lista está dentro del tarro verde: ése. ¿Lo prometes?
– Sí -dijo Toby-. Lo prometo.
– Las promesas en el lecho de muerte son sagradas entre nosotros -dijo Pilar-. Eso lo sabes. No llores. Mírame. No estoy triste.
Toby conocía la teoría: Pilar creía que estaba donándose a la matriz de la vida por propia voluntad, y también creía que eso debería ser cuestión de celebración.
Pero ¿qué pasa conmigo?, pensó Toby. Me están abandonando. Era como cuando había fallecido su madre, y luego su padre. ¿Cuántas veces tendría que pasar por el proceso de quedarse huérfana? No gimas, se dijo con gravedad.
– Quiero que seas Eva Seis -dijo Pilar-. En mi lugar. Nadie más posee ni el talento ni el conocimiento. ¿Puedes hacer eso por mí? ¿Me lo prometes?
Toby lo prometió. ¿Qué más podía decir?
– Bien -susurró Pilar, soltando el aire-. Ahora, creo que es el momento de la adormidera. La botella roja, ésa es. Deséame lo mejor en mi viaje.
– Gracias por todo lo que me has enseñado -dijo Toby.
No puedo soportarlo, pensó. La voy a matar. No. Voy a ayudarla a morir. Estoy cumpliendo sus deseos.
Observó mientras Pilar bebía.
– Gracias a ti por aprender -dijo Pilar-. Ahora voy a dormir. No olvides decírselo a las abejas.
Toby se sentó junto a Pilar hasta que ésta dejó de respirar. Entonces colocó la colcha por encima de su cara calmada y apagó la vela. ¿Era imaginación suya o la vela se había avivado en el momento de la muerte de Pilar como si le hubiera insuflado un soplo de aire? Espíritu, diría Adán Uno. Una energía que no puede aferrarse ni medirse. El inconmensurable espíritu de Pilar. Se había ido.
Pero si el espíritu no era material, podía influir en la llama de una vela. ¿Podía?
Me estoy volviendo tan ñoña como todos los demás, pensó Toby. Estoy podrida. Lo siguiente que haré será hablar con las plantas. O con los caracoles, como Nuala.
Sin embargo, Toby fue a contárselo a las abejas. Se sintió como una idiota al hacerlo, pero lo había prometido. Recordó que no bastaba con pensarlo: tenías que pronunciar las palabras en voz alta. Las abejas eran las mensajeras entre este mundo y los otros mundos, le había dicho Pilar. Entre los vivos y los muertos. Llevaban la palabra hecha aire.
Читать дальше