Bajo el nombre de cada santo, Toby escribe sus notas de agricultura: lo que se ha plantado, lo que se ha cosechado, la fase lunar, los insectos huéspedes.
«Día de los Topos -escribe hoy-. Año 25. Hacer la colada. Luna creciente.» El Día de los Topos formaba parte de la Semana de San Euell. No era un buen aniversario.
En el lado positivo, ya debería haber algunas polibayas maduras. La fuerza del gen híbrido de las polibayas es que da fruto en todas las estaciones. Quizás a última hora de la tarde irá a recogerlas.
Dos días antes -en San Orlando Garrido de los Lagartos- hizo una anotación que no estaba relacionada con la agricultura. «¿Alucinación?», había escrito. Ahora cavila sobre esa anotación. En ese momento pareció una alucinación.
Fue después de la tormenta del día. Toby se hallaba en el tejado, comprobando las conexiones entre los cubos: del único grifo que había dejado abierto abajo no salía agua. Encontró el problema -un ratón ahogado que atascaba la toma- y se estaba volviendo hacia la escalera cuando oyó un extraño sonido. Era como un canto, pero no un canto que hubiera oído antes.
Examinó con los prismáticos. Al principio no vio nada, pero luego en el extremo del campo, apareció una extraña procesión. Parecía formada únicamente por gente desnuda, aunque un hombre que iba delante llevaba ropa, y una especie de sombrero rojo y, ¿podía ser?, gafas de sol. Detrás de él había hombres, mujeres y niños, de todos los colores de piel conocida; al concentrarse, vio que varias de las personas desnudas tenían abdómenes azules.
Por eso había decidido que tenía que ser una alucinación: por el azul. Y por el canto cristalino sobrenatural. Había visto las figuras sólo un momento. Estaban allí, luego se desvanecieron como humo. Debían de haberse internado entre los árboles para seguir aquel sendero.
Había dado saltos de alegría: no pudo evitarlo. Había tenido ganas de bajar corriendo por la escalera, de salir corriendo del edificio, de ir tras ellos. Pero era una esperanza demasiado grande, esperar que vivieran otras personas, tantas otras personas. Otras personas que parecían muy sanas. No podía ser real. Si se dejaba cautivar por esos espejismos, si permitía que esos cantos de sirena la atrajeran al bosque de los cerdos, podría ser la primera persona en la historia en ser destruida por las proyecciones excesivamente optimistas de su propia mente.
Al enfrentarse a un vacío excesivo, decía Adán Uno, el cerebro inventa. La soledad crea compañía igual que la sed crea agua. ¿Cuántos marineros habían naufragado en busca de islas que no eran más que un resplandor?
Toby coge el lápiz y tacha el signo de interrogación. «Alucinación», dice ahora. Claro. Simple. No cabe duda.
Toby deja el lápiz, recoge el palo de la fregona, sus prismáticos y el rifle, y sube al tejado por la escalera para examinar su territorio. Todo está tranquilo esta mañana. No hay movimiento en el campo: no hay animales grandes, no hay cantantes desnudos teñidos de azul.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde ese Día de los Topos, el último antes de la muerte de Pilar? En el año 12 tuvo que ser.
Justo antes de eso se había producido el desastre de la detención de Burt. Después de que se lo llevaran los hombres de Corpsegur y después de que Veena y Bernice se marcharan del solar, Adán Uno había convocado a todos los Jardineros a una reunión de emergencia en el Jardín del Tejado. Les había contado la noticia, y los Jardineros se habían quedado de piedra al comprenderla. La revelación era demasiado dolorosa, demasiado bochornosa. ¿Cómo se las había arreglado Burt para tener una plantación en el Buenavista sin que nadie sospechara?
Gracias a la confianza, por supuesto, piensa Toby. Los Jardineros desconfiaban de todos en el mundo exfernal, pero confiaban en los suyos. Se habían unido a la larga lista de confesiones religiosas que se habían despertado una mañana para descubrir que el vicario se había largado con los fondos de la iglesia, dejando atrás un rastro de niños víctimas de abusos sexuales. Al menos, Burt no había abusado de los niños del coro, o nadie tenía noticia. Había cotilleos entre los niños -comentarios crudos de los que suelen hacer los niños-, pero no era respecto a niños. Sólo niñas, y sólo manoseos.
El único de los Jardineros al que no había sorprendido y al que no había horrorizado la plantación era a Philo el Niebla, aunque a él nunca le sorprendía ni le horrorizaba nada.
– Me gustaría probar esa hierba, a ver si es tan buena -fue todo cuanto tenía que decir.
Adán Uno había pedido voluntarios para que acogieran a las familias que se habían encontrado desplazadas tan de repente: no podían volver al Buenavista, había dicho, porque estaría plagado de hombres de Corpsegur, de manera que tenían que despedirse de sus posesiones materiales.
– Si el edificio estuviera en llamas no volveríais a entrar para rescatar unos pocos trastos y baratijas -dijo-. Es la forma que tiene Dios de poner a prueba nuestro apego al reino de la ilusión inútil.
Se suponía que a los Jardineros no tenía que importarles esta parte: cosechaban sus posesiones materiales en vertederos, de manera que siempre podían coger otras, en teoría. No obstante, hubo llantos por una copa de cristal perdida y una desconcertante disputa por una plancha para hacer gofres rota pero de gran valor sentimental.
Adán Uno pidió entonces a todos los presentes que no hablaran de Burt y el Buenavista, y menos de Corpsegur.
– Nuestros enemigos podrían estar escuchando -dijo.
Decía eso cada vez con más frecuencia. En ocasiones, Toby se preguntaba si no se estaba poniendo paranoico.
– Nuala, Toby -había dicho cuando los demás se estaban marchando-. Un momento. ¿Puedes pasarte por allí a ver qué pasa? -le dijo a Zeb-. No creo que haya nada que hacer.
– No -dijo Zeb-. Nada que valga una mierda, pero echaré un vistazo.
– Lleva tus ropas de plebilla -dijo Adán Uno.
Zeb asintió con la cabeza.
– El traje de motero solar. -Se alejó hacia la escalera de incendios.
– Nuala, querida -dijo Adán Uno-. ¿Puedes arrojar algo de luz sobre lo que ha dicho Veena sobre Burt y tú?
Nuala empezó a gimotear.
– No tengo ni idea -dijo-. ¡Es mentira! ¡Es muy irrespetuoso! ¡Es muy hiriente! ¿Cómo puede pensar una cosa así de mí y… Adán Trece?
«No cuesta tanto de imaginar -pensó Toby-, considerando la forma en que te frotas con cualquier pernera.» Nuala flirteaba con cualquier cosa de sexo masculino. Sin embargo, Veena había estado en barbecho durante el tiempo del flirteo, así pues ¿qué había levantado sus sospechas?
– Nadie de aquí lo cree, querida -dijo Adán Uno-. Veena ha debido estar escuchando algún rumor, quizás un agent provocateur enviado por nuestros enemigos para sembrar la disensión entre nosotros. Preguntaré a los porteros si Veena recibió alguna visita inusual en días recientes. Ahora, querida Nuala, deberías enjugar tus lágrimas e ir a la Sala de Costura. Los miembros desplazados de nuestra congregación necesitarán muchas prendas, como colchas, y sé que te gustará ser de utilidad.
– Gracias -dijo Nuala con sinceridad.
Puso su expresión que decía «sólo tú me entiendes» y se dirigió apresuradamente hacia la escalera de incendios.
– Toby, querida, ¿crees que podrás reunir ánimo suficiente para ocuparte de los deberes de Burt? -preguntó Adán Uno cuando Nuala se hubo marchado-. La Botánica de Jardín, las Hierbas Comestibles. Te convertiríamos en Eva, por supuesto. Hace tiempo que pensaba hacerlo, pero Pilar ha valorado mucho tu papel de ayudante, y creo que estabas contenta con ese papel. No quería privarla de ti.
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