Margaret Atwood - El Año del Diluvio

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Margaret Atwood, una de los novelistas más prestigiosos de la narrativa mundial de hoy en día, plasma en El Año del Diluvio, su última novela, una visión postapocalíptica del mundo tras una catástrofe global. Como en su novela anterior, Oryx y Crake (algunos de cuyos personajes reaparecen en la presente obra), Atwood describe el horror de un mundo en el que la humanidad, en aras del progreso científico y tecnológico, no sólo altera el medio ambiente sino que se autodestruye. Siempre crítica con los problemas del mundo actual, la autora describe, en esta novela de anticipación especulativa, la catástrofe planetaria resultante del descontrolado abuso de las industrias farmacéuticas y de los poderes políticos y económicos que desoyen los alegatos de las ciencias ecológicas. Narrada desde el punto de vista de dos mujeres, la joven Ren y Toby, El año del Diluvio cuenta la epopeya de quienes sobreviven al desastre y, libres de la decadencia moral en que la lucha de sectas y religiones había sumido a la humanidad, emprenden una nueva vida.

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Cualquier otra Semana de San Euell habríamos ido al Heritage Park a buscar setas con Pilar y Toby. Era emocionante, porque nunca sabías con qué te ibas a encontrar. Había familias de las plebillas cocinando al aire libre y peleándose, y nos tapábamos la nariz para evitar el hedor de la carne chisporroteante; había parejas revolcándose en los arbustos, o gente sin hogar bebiendo o roncando bajo los árboles, o locos de pelo alborotado hablando entre ellos o gritando, o drogados disparando. Si llegábamos hasta la playa, podía haber chicas tomando el sol en biquini, y Shackie y Croze les decían «cáncer de piel» para recabar su atención.

O podía haber varios tipos de Corpsegur en patrulla de servicio público para decir a la gente que echara la basura en los contenedores, aunque en realidad -decía Amanda- estaban buscando pequeños camellos que hacían negocio sin dar la parte correspondiente a sus amigos de la mafia. En esos casos oías el chisporroteo de un pulverizador y algunos gritos. Ha ofrecido resistencia, decían a los que pasaban al llevarse al tipo a rastras.

Sin embargo, nuestra excursión a Heritage Park se canceló ese día por la enfermedad de Pilar. Así que en lugar de eso tuvimos Botánica Silvestre con Burt el Pel ó n, en el solar de detrás del Scales and Tails.

Llevábamos pizarras y tiza porque siempre dibujábamos las hierbas silvestres para memorizarlas mejor. Luego borrábamos nuestros dibujos, y la planta seguía en nuestras cabezas. No hay nada como dibujar una cosa para verla de verdad, decía Burt.

Burt dio vueltas por el solar, recogió algo, lo levantó para que lo viésemos.

Portulaca oleracea -dijo-. Nombre común: verdolaga. Se encuentra cultivada y silvestre. Prefiere la tierra revuelta. Fijaos en el tallo rojo, las hojas alternas. Es una buena fuente de omega-3. -Hizo una pausa y torció el gesto-. La mitad no estáis mirando y la otra mitad no estáis dibujando -dijo-. ¡Esto podría salvaros la vida! Aquí estamos hablando de sustento. Sustento. ¿Qué es el sustento?

Miradas en blanco, silencio.

– Sustento -dijo el Pelón- es lo que sostiene el cuerpo de una persona. Es comida. ¡Comida! ¿De dónde sale la comida? ¿Clase?

Recitamos juntos:

– Toda la comida sale de la tierra.

– Exacto -dijo Burt-. ¡De la tierra! Y luego la mayoría de la gente la compra en el supermercado. ¿Qué ocurriría si de repente no hubiera más supermercados? ¿Shackleton?

– Cultivaríamos en el tejado -dijo Shackie.

– Supongamos que no hay tejados -dijo el Pelón, empezando a sonrosarse-. ¿De dónde la sacaríais entonces?

Otra vez miradas inexpresivas.

– Iríais a recolectar -dijo el Pelón-. ¿Qué quiere decir recolectar, Crozier?

– Encontrar cosas -dijo Croze-. Cosas que no has de pagar. Como robar.

Reímos.

El Pelón no hizo caso.

– ¿Y dónde buscaríais esas cosas? ¿Quill?

– ¿En el centro comercial? -dijo Quill-. Por detrás. Donde tiran cosas como botellas viejas y…

Quill era un poco corto, pero también se lo hacía.

Los chicos se hacían el tonto para que el Pelón perdiera los nervios.

– ¡No, no! -gritó el Pelón-. ¡No habrá nadie que tire nada! ¿Nunca habéis salido de esta plebilla? ¡Nunca habéis visto un desierto, nunca habéis sufrido una hambruna! Cuando llegue el Diluvio Seco, aunque lo sobreviváis, moriréis de hambre. ¿Por qué? ¡Porque no estáis prestando atención! ¿Por qué pierdo mi tiempo con vosotros?

Cada vez que el Pelón daba una clase, tropezaba con algún obstáculo invisible y empezaba a gritar.

– Bueno, pues -dijo, calmándose-. ¿Qué es esta planta? Verdolaga. ¿Qué podéis hacer con ella? Comerla. Pues, venga, seguid dibujando. ¡Verdolaga! ¡Fijaos en las formas ovaladas de las hojas! ¡Fijaos en su brillo! ¡Fijaos en el tallo! ¡Memorizadlo!

Yo estaba pensando que no podía ser verdad. No imaginaba que nadie -ni siquiera Nuala, la Bruja H ú meda - pudiera tener relaciones sexuales con Burt el Pel ó n. Era muy calvo y sudaba un montón.

– Cretinos -murmuraba para sus adentros-. ¿Para qué me preocupo?

Entonces se quedó muy quieto. Estaba mirando algo que había detrás de nosotros. Nos volvimos: Veena estaba allí de pie, al lado del hueco en la valla. Debía de haberse colado. Todavía iba en zapatillas; y se cubría la cabeza con la mantita amarilla, como si fuera un chal. Bernice estaba a su lado.

Se limitaron a quedarse allí. No se movieron. Enseguida dos hombres de Corpsegur también cruzaron la valla. Eran Combat; sus trajes grises brillaban y les hacían parecer un espejismo. Habían sacado los pulverizadores. Noté que me ponía pálida; pensaba que iba a vomitar.

– ¿Qué pasa? -gritó Burt.

– ¡Quieto! -dijo uno de los hombres de Corpsegur-. Su voz sonó muy alta por el micrófono que llevaba en el casco. Avanzaron.

– Atrás -nos dijo Burt. Tenía aspecto de que le hubieran disparado con una pistola aturdidora.

– Acompáñenos, señor -dijo el primer hombre de Corpsegur cuando nos alcanzaron.

– ¿Qué? -dijo Burt-. ¡Yo no he hecho nada!

– Cultivo ilegal de marihuana para su venta en el mercado negro, señor -dijo el segundo-. Será mejor que no se resista a la detención.

Condujeron a Burt hacia el hueco en la valla. Todos fuimos en silencio detrás de él: no entendíamos lo que estaba ocurriendo.

Cuando llegaron a Veena y Bernice, Burt separó los brazos.

– ¡Veena! ¿Cómo ha ocurrido esto?

– ¡Eres un hijo de puta degenerado! -le soltó-. ¡Hipócrita! ¡Fornicador! ¿Te crees que soy idiota?

– ¿De qué estás hablando? -dijo Burt en tono de súplica.

– Supongo que pensabas que estaba tan colocada con esa hierba venenosa tuya que no podía ver -dijo Veena-. Pero lo descubrí. ¡Qué estás haciendo con esa vaca de Nuala! Aunque ella no es la más culpable. Capullo retorcido.

– No -dijo Burt-. ¡Lo juro! Nunca he… Sólo…

Yo estaba mirando a Bernice y no tenía ni idea de lo que estaba sintiendo. Ni siquiera estaba colorada. Estaba pálida como la tiza. Blanco nieve.

Adán Uno se coló por un hueco en la valla. Daba la sensación de que siempre sabía cuándo ocurría algo inusual. Amanda decía que era como si tuviera un teléfono. Puso la mano sobre la mantita amarilla de Veena.

– Veena, querida, has salido del barbecho -dijo-. Qué maravilloso. Hemos estado rezando por eso. Pero dime, ¿qué está pasando?

– Apártese, por favor, señor -dijo el primer hombre de Corpsegur.

– ¿Por qué me has hecho esto? -le gritó Burt a Veena cuando se lo llevaban.

Adán Uno respiró hondo.

– Esto es lamentable -dijo-. Tal vez sería sensato reflexionar sobre las fragilidades humanas que compartimos…

– Eres idiota -le soltó Veena-. Burt tiene un enorme cultivo en el Buenavista, justo debajo de vuestras sagradas narices de Jardineros. También ha estado traficando en vuestras narices, en ese estúpido mercado vuestro. Esas barritas de jabón envueltas en hojas: ¡no todo era jabón! Se ha estado forrando.

Adán Uno parecía apesadumbrado.

– El dinero es una tentación horrible -dijo-. Es una enfermedad.

– Estúpido -le dijo Veena-. Botánica orgánica, ¡vaya chiste!

– Te dije que había un cultivo en el Buenavista -me susurró Amanda-. El Cabolo está bien jodido.

Adán Uno dijo que todos deberíamos irnos a casa, y eso fue lo que hicimos. Me sentía francamente mal por Burt. Lo único que se me ocurría era que, después de que nos pasáramos tanto con ella ese día en el Árbol de la Vida, Bernice había vuelto y le había contado a Veena que Burt y Nuala tenían un lío, y también le había hablado de que sobaba axilas, y eso había puesto a Veena tan celosa y cabreada que había contactado con Corpsegur y lo había acusado. Los de Corpsegur te animaban a delatar a vecinos y familiares. Incluso podías ganar dinero así, decía Amanda.

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