– Primero la mala noticia -dijo Adán Uno-. A lo mejor hemos de editarla para el consumo más amplio. -Hizo un gesto hacia Toby-. Ella no tiene pánico.
– Bueno -dijo Zeb-. Ésta es la historia.
Sus fuentes de información eran extraoficiales, dijo: se había visto obligado a sacrificarse en aras de la verdad, pasando una noche observando a las chicas danzando en el Scales and Tails, donde los tipos de Corpsegur pasaban el rato cuando no estaban de servicio. No le gustaba acercarse demasiado a los tipos de Corpsegur, dijo: tenía un historial, y podrían reconocerlo a pesar de las alteraciones que se había hecho. Pero conocía a algunas de las chicas, así que les había sonsacado rumores.
– ¿Les pagaste? -dijo Adán Uno.
– Nada es gratis -dijo Zeb-. Pero no pagué demasiado.
Era verdad que Burt tenía una plantación en el Buenavista, explicó. Con el método habitual: apartamentos desocupados, ventanas ennegrecidas, electricidad pirateada. Luces de invernadero de pleno espectro, sistemas de riego automático, todo de primera. Pero no se trataba de la marihuana habitual, ni siquiera de la supermaría de la Costa Oeste. Era un híbrido estratosférico, con algunos genes de peyote y psilocibina, e incluso un poco de ayahuasca: la parte buena de la ayahuasca, aunque no habían eliminado por completo la parte que te hace vomitar hasta la bilis. Mucha gente que la había probado mataría por volver a hacerlo, y todavía no habían fabricado mucha, lo cual disparaba el precio en el mercado.
Por supuesto, era una operación de Corpsegur. Los laboratorios HelthWyzer habían desarrollado el híbrido y los hombres de Corpsegur eran los vendedores al por mayor. Lo dirigían del modo en que dirigían todo lo que era ilegal, por medio de las mafias. Pensaron que era un chiste poner a uno de los Adanes de tapadera y plantar el cultivo en un edificio que controlaban los Jardineros. Habían pagado muy bien a Burt, pero él había tratado de engañarlos vendiendo por su cuenta. Se estaba saliendo con la suya también eso, explicó Zeb, hasta que Corpsegur recibió una llamada anónima. La llamada los condujo a un teléfono móvil arrojado en un vertedero. No encontraron ADN. Era una voz de mujer, una mujer muy cabreada.
Veena, pensó Toby. ¿De dónde sacó el teléfono? Corría la voz de que se había llevado a Bernice a la Costa Oeste con el dinero que Corpsegur le había pagado.
– ¿Dónde está ahora Adán Trece? -dijo Adán Uno-. El antiguo Adán Trece. ¿Sigue vivo?
– No puedo decírtelo -dijo Zeb-, no se sabe nada.
– Recemos -dijo Adán Uno-. Hablará de nosotros.
– Si estaba tan metido con ellos, ya lo habrá hecho -dijo Zeb.
– ¿Sabía lo de las muestras de tejido de Pilar? -preguntó Adán Uno-. ¿Y nuestro contacto en HelthWyzer? ¿Nuestro joven correo con el tarro de miel?
– No -dijo Zeb-. Eso sólo lo sabíamos tú, yo y Pilar. Nunca lo discutimos en el consejo.
– Por fortuna -dijo Adán Uno.
– Esperemos que tenga un accidente con un cuchillo de destripar -dijo Zeb-. Tú no has oído nada de esto -le dijo a Toby.
– ¡No temas! -dijo Adán Uno-. Ahora Toby es de verdad una de las nuestras. Va a ser una Eva.
– ¡No he obtenido respuesta! -protestó Toby. Un bostezo animal no era muy definitivo en lo que a visiones se refería.
Adán Uno sonrió con benignidad.
– Has tomado la decisión correcta -dijo.
Toby pasó el resto de la tarde preparando una combinación de aromas que sería irresistible para las ratas y que podía sembrarse como un camino desde el taller de coches hasta el Buenavista Condos. El objetivo era eliminar las ratas del primer lugar y realbergarlas en el segundo sin pérdida de vidas: a los Jardineros no les gustaba reubicar a especies compañeras sin ofrecerles un alojamiento de igual valor.
Usó trozos de carne del montón que Pilar guardaba para los gusanos, un poco de miel, un poco de mantequilla de cacahuete -había enviado a Amanda al supermercado a comprarla-, un poco de queso rancio; restos de cerveza como elemento líquido. Cuando estuvo preparado, envió a Shackleton y Crozier y les dio instrucciones.
– Es realmente pútrido -exclamó Shackleton, olisqueando con admiración.
– ¿Crees que puedes soportarlo? -preguntó Toby-. Porque si no puedes…
– Lo haremos -dijo Crozier, enderezando los hombros.
– ¿Puedo ir yo también? -preguntó el pequeño Oates, con intención de acompañarlos.
– No queremos a nadie que se chupe el dedo -dijo Crozier.
– Tened cuidado -les advirtió Toby-. No queremos encontraros muertos en un solar. Sin riñones.
– Sé lo que hago -dijo Shackleton, orgulloso-. Zeb nos ayudará. Llevamos ropa de las plebillas, ¿ves? Se abrió la camisa de Jardinero: debajo llevaba una camiseta negra que decía: «Muerte: ¡la mejor manera de perder peso!» Debajo del eslogan había una calavera y unas tibias cruzadas, en color plata.
– Esos tipos de las corpos son idiotas -dijo Crozier, sonriendo. Él también llevaba una camiseta: «A las strippers les encanta mi barra»-. Pasaremos por delante de sus narices.
– No me chupo el dedo -dijo Oates, dándole una patada en la espinilla a Crozier.
Crozier le arreó en la sien.
– Volamos por debajo de su radar -dijo Shackleton-. Ni siquiera nos verán.
– Comecerdos -dijo Oates.
– Oates, ya has soltado bastantes palabrotas -le reprendió Toby-. Tú puedes ayudarme a alimentar a los gusanos. Y vosotros largaos -les dijo a los otros dos-. Aquí está la botella. Que no se os caiga dentro del taller, y sobre todo que no caiga en la madera, o algún pobre desgraciado tendrá que vivir con ese olor mucho tiempo. -Y dirigiéndose a Shackleton añadió-. Dependemos de vosotros.
Era bueno dejar que los chicos de esa edad creyeran que hacían trabajo de hombres, siempre y cuando no se emocionaran demasiado.
– Adiós, mojacolchones -dijo Crozier.
– Das asco -dijo Oates.
A la mañana siguiente, Toby estaba dando una clase en la Clínica de Estética: Hierbas Afectivas, para chicos de entre doce y quince años. Botánica Maníaca, lo llamaban los chicos, que era mejor de cómo llamaban a algunas otras asignaturas: Caca de Vaca a las normas de uso del biodoro violeta, Bosta y Boñiga al Apilado de Compost.
– Sauce -dijo-. Analgésico. A-N-A-L-G-É-S-I-C-O, deletreadlo en vuestras pizarras.
Hubo chirriar de tiza, demasiados chirridos.
– Basta con eso, Crozier -dijo Toby, sin mirar.
Crozier era un chirriador crónico. ¿Había oído que susurraban «Bruja Seca»?
– He oído eso, Shackleton -dijo.
La clase estaba más inquieta que de costumbre: réplicas del terremoto causado por Veena.
– Analgésico, ¿qué significa?
– Calmante -dijo Amanda.
– Exacto, Amanda -dijo Toby.
Amanda, que siempre se comportaba sospechosamente bien en clase, se estaba portando aún mejor. Amanda se las sabía todas. Estaba demasiado versada en las artimañas del mundo exfernal. Sin embargo, Adán Uno creía que los Jardineros habían sido de gran beneficio para ella, y ¿quién iba a decir que Amanda no estaba experimentando un cambio vital?
Aun así, era desafortunado que Ren hubiera sido atraída a la órbita hiperatractiva de Amanda. Ren era muy maleable: se arriesgaba a estar siempre bajo el dominio de alguien.
– ¿Qué parte del sauce usamos para fabricar el analgésico? -continuó Toby.
– ¿Las hojas? -dijo Ren.
Demasiado ansiosa por complacer, y respuesta equivocada de todos modos, e incluso más ansiosa de lo habitual. Ren debía de estar sintiendo la pérdida de Bernice, o quizá la culpa: de qué forma tan despiadada habían dejado de lado a Bernice en cuanto apareció Amanda. Se creen que no los vemos, pensó Toby. Suponen que no sabemos lo que pretenden. Sus presuntuosidades, sus crueldades, sus tramas.
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