Marc Levy - La primera noche

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Los protagonistas de El primer día, Keira y Adrian, vuelven a verse las caras a la espera del final que se merecen.
La primera noche arranca con un rescate. Las investigaciones de Keira la han llevado hasta una lúgubre prisión china, de la que saldrá casi a hombros de su salvador Adrian. Sin embargo, esta no es una historia de príncipes y princesas al uso y la inquieta arqueóloga perseguirá cueste lo que cueste su objetivo: encontrar la civilización perdida. Londres y Amsterdam, pero también Rusia, Liberia y Grecia. El mundo se les queda pequeño a esta pareja de aventureros que, de nuevo, deberán enfrentarse a los conservadores de una intimidante sociedad secreta.

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– Siempre y cuando sus motivaciones sean de verdad las que nos ha dicho.

Cambiamos de tema pues Egorov venía hacia nosotros.

– He repasado mis apuntes de entonces, tendríamos que encontrar las primeras tumbas en esta zona -dijo, señalando el espacio comprendido entre los dos últimos gigantes de piedra-. Empecemos a excavar, no tenemos mucho tiempo.

O la memoria de Egorov era muy viva, o sus antiguos apuntes, muy buenos. A mediodía, sin ir más lejos, las excavaciones sacaron a la luz un primer descubrimiento que dejó a Keira sin palabras.

Llevábamos toda la mañana removiendo la tierra y despejando el terreno en una profundidad de ochenta centímetros más o menos, cuando de pronto aparecieron a la vista de todos los vestigios de una sepultura. Keira rastrilló el suelo, revelando un pedazo de tela negra. Extrajo unas cuantas fibras con ayuda de unas pequeñas pinzas y las metió en tres tubos de cristal que tapó en seguida. Luego prosiguió su trabajo, apartando el hielo con minuciosidad. Un poco más lejos, los hombres de Egorov repetían sus mismos gestos.

– ¡Si de verdad son sumerios, es un hallazgo fabuloso! -exclamó, incorporándose-. Un grupo entero de sumerios al noroeste de los Urales. ¿Eres consciente, Adrian, del alcance de este descubrimiento? Y su estado de conservación es excepcional. Vamos a poder estudiar cómo se vestían y lo que comían.

– ¡Creía que habían muerto de hambre!

– Sus órganos resecos nos revelarán los restos de bacterias ligadas a su alimentación, y sus huesos, las marcas de las enfermedades que los aquejaban.

Huí de esas explicaciones tan poco agradables para ir a buscar un termo con café. Keira se calentó los dedos con la taza, llevaba dos horas seguidas trabajando en el hielo. Le dolía la espalda, pero volvió a arrodillarse y de nuevo se puso manos a la obra.

Al final del día habían aparecido once tumbas. Los cuerpos que contenían estaban momificados por el frío, por lo que no tardó en plantearse la cuestión de su conservación. Keira sacó el tema a la hora de la cena, mientras hablaba con Egorov.

– ¿Qué piensa hacer para preservarlos?

– Por ahora, con estas temperaturas no hay ningún peligro. Los vamos a dejar en una tienda sin calefacción. Dentro de dos días haré que me envíen por helicóptero contenedores estancos y llevaremos dos de los cuerpos a Pechora. Pienso que es importante que permanezcan en la república de los Komis. No hay motivo alguno para que los miembros de la Academia de Moscú se hagan con ellos; si quieren verlos, que se desplacen hasta aquí.

– ¿Y qué hacemos con los demás? Nos habló usted de cincuenta tumbas, pero nada demuestra que esta meseta no albergue muchas más.

– Filmaremos las que hayamos abierto y luego las volveremos a cerrar hasta que le hayamos anunciado a la comunidad científica, con las pruebas que los respaldan, los espectaculares resultados de nuestros hallazgos. Entonces pondremos en regla las excavaciones con las autoridades competentes y tomaremos con éstas las disposiciones pertinentes. No quiero que nadie pueda pensar que mi intención es saquear nada. Pero les recuerdo que no es lo único que hemos venido a buscar aquí. No es el número de sepulturas de hielo lo que nos interesa, sino hallar la que encierra el fragmento de marras. Hay que dedicar menos tiempo a cada cuerpo, lo que hay alrededor es lo que tiene que acaparar nuestra atención.

Vi a Keira pensativa, y apartó su plato, con la mirada perdida.

– ¿Qué pasa? -le pregunté.

– Esos hombres murieron de hambre y de frío, la naturaleza los enterró. Seguramente ya no tenían fuerzas para excavar las tumbas de los que murieron antes que ellos. Además, exceptuando los ancianos y los niños, todos debieron de morir más o menos al mismo tiempo, o con poca diferencia entre unos y otros.

– ¿Adonde quiere llegar? -le preguntó Egorov.

– Piense un poco… Ha recorrido miles de kilómetros para ir a llevar un mensaje, ha sido un viaje llevado a cabo en varias generaciones. Ahora, imagine que usted y su grupo son los últimos supervivientes de esta increíble aventura… Toman conciencia de que están atrapados y que no llegarán a concluir el viaje. ¿Qué hacen?

Egorov me miró como si yo supiera la respuesta… ¡Era la primera vez que lo veía un poco interesado! Me serví otra ración de asado de carne, que estaba bastante malo, dicho sea de paso, pero al menos así podía ganar un poco de tiempo.

– Pues bien -dije con la boca llena-, pensándolo un poco…

– Si hubiese recorrido todos esos miles de kilómetros para llevar un mensaje -me interrumpió Keira-, si hubiese sacrificado su vida, ¿no haría todo lo posible para que dicho mensaje llegara a sus destinatarios?

– En ese caso, la idea de enterrarlo no sería muy sensata -dije, mirando a Egorov con una expresión triunfal.

– ¡Exactamente! -exclamó Keira-, y entonces, utilizaría sus últimas fuerzas para exponerlo en un lugar donde pudiera ser descubierto.

Egorov y Keira se levantaron de un salto, se pusieron sus parkas y se precipitaron fuera de la tienda; como no sabía muy bien qué hacer, opté por seguirlos.

Los equipos ya habían reanudado el trabajo.

– Pero ¿dónde? -preguntó Egorov, recorriendo el paisaje con la mirada.

– Yo no soy especialista en arqueología -dije con toda humildad-, pero si me estuviera muriendo de frío, lo que de hecho me ocurre ahora mismo, y si quisiera impedir que un objeto quedara enterrado bajo la nieve… El único lugar posible se impone ante nosotros de manera yo diría que evidente.

– Los gigantes de piedra -concluyó Keira-, ¡El fragmento debe de estar incrustado en alguno de los tótems!

– Sobre todo no quisiera ser aguafiestas, pero la altura media de esos bloques de piedra es de unos cincuenta metros, y su diámetro, de diez, o, lo que es lo mismo, π x 10 x 50, lo que da una superficie total que explorar de 1.571 metros cuadrados por tótem, sin contar los huecos y las grietas en la piedra, y eso siempre y cuando antes hayamos conseguido fundir la nieve que los cubre y encontrado la manera de subir hasta lo alto para poner en práctica este proyecto que yo calificaría de fabuloso.

Keira me miró raro.

– ¿Qué pasa? ¿Qué he dicho?

– ¿No querías ser aguafiestas? ¡Pues que sepas que lo eres!

– Razón no le falta -intervino Egorov-. No tenemos los medios de liberar a los gigantes de sus abrigos de hielo. Habría que levantar gigantescos andamios, para lo que necesitaríamos diez veces más hombres de los que tenemos. Es imposible.

– Espere -intervino a su vez Keira-, Sigamos pensando un poco más.

Se puso a recorrer el terreno cuadriculado de un extremo a otro.

– Soy el que lleva el fragmento -dijo en voz alta-. Mis compañeros y yo estamos atrapados en esta altiplanicie a la que hemos tenido la imprudencia de subir para ver a lo lejos por qué camino tomar. Las paredes de la montaña se han helado, y ya no podemos bajar de aquí. No hay caza, tampoco vegetación, no hay alimento ninguno; comprendo que vamos a morir de hambre. Los que ya han muerto están cubiertos de nieve. Soy consciente de que pronto me tocará a mí, así que decido utilizar las pocas fuerzas que me quedan para trepar a uno de esos colosos e incrustar en la piedra el fragmento del que soy responsable. Tengo la esperanza de que alguien lo encuentre algún día y prosiga el viaje que yo no he podido concluir.

– Una descripción muy vivida -le dije a Keira-, siento mucha empatía por este héroe que ha sacrificado su vida, pero tu relato no nos dice cuál de los gigantes eligió, ni por dónde trepó.

– Hay que parar las excavaciones en mitad de la meseta y dedicar todos nuestros esfuerzos a excavar al pie de los colosos; si encontramos un cuerpo, es que vamos bien encaminados.

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