En cuanto nos quedamos solos, Keira vino a sentarse a mi lado.
– Hydra es una isla preciosa, Adrian, tu madre es una mujer maravillosa, me encanta toda la gente de aquí, pero…
– Yo tampoco aguanto más aquí -dije, interrumpiéndola-. Sueño con largarme de aquí contigo. ¿Qué, ya estás más tranquila?
– ¡Huy, sí! -suspiró Keira.
– Nos hemos evadido de una cárcel china, tendríamos que poder escaparnos de aquí sin mucho problema.
Keira miró hacia el mar.
– ¿Qué te pasa?
– Esta noche he soñado con Harry.
– ¿Quieres volver a Etiopía?
– Quiero volver a ver a Harry. No es la primera vez que sueño con él, Harry me visitó con frecuencia en mis noches en la cárcel de Garther.
– Regresemos al valle del Omo si es lo que quieres, prometí que te devolvería allí.
– Ni siquiera sé si todavía tengo mi sitio allí, y además están nuestras investigaciones.
– Ya nos han costado bastante caro y no quiero que corras más riesgos por mi culpa.
– No es que quiera ponerme en plan soberbio, pero he vuelto de China con mejor salud que tú. Aunque supongo que la decisión de proseguir o no nuestra búsqueda es cosa de los dos.
– Ya sabes cuál es mi punto de vista.
– ¿Dónde está tu fragmento?
Me levanté y fui a buscarlo; estaba en el cajón de mi mesita de noche, donde lo había guardado al llegar a casa. Cuando volví a la terraza, Keira se desató el cordón de cuero y dejó su colgante sobre la mesa. Acercó un fragmento al otro y, en cuanto estuvieron reunidos, el fenómeno que habíamos presenciado en la isla de Narcondam volvió a producirse.
Los fragmentos adoptaron el color azul del cielo y empezaron a brillar con una intensidad fuera de lo común.
– ¿Quieres que dejemos de investigar? -me preguntó Keira, mirando fijamente los objetos, cuyo fulgor disminuía ya-. Si volviera al valle del Omo sin haber descifrado este misterio, ya no podría hacer bien mi trabajo, me pasaría los días pensando en lo que podría revelarnos este objeto si reuniéramos todos los fragmentos. Además, hablando de promesas, me hiciste otra también: hacerme ganar cientos de miles de años en mis investigaciones. ¡No te creas que ese ofrecimiento cayó en saco roto!
– Sé lo que te prometí, Keira, pero eso fue antes de que asesinaran a un cura ante nuestros ojos, antes de que estuviéramos a punto de despeñarnos por un barranco, antes de que nos catapultaran desde lo alto de un acantilado al lecho de un río, antes de que pasaras varios meses en una cárcel china… Y además, ¿tenemos siquiera la menor idea de la dirección en la que debemos buscar?
– Ya te lo he dicho, creo que el fragmento podría estar en la zona del Ártico; no es muy preciso, pero ya tenemos una pista.
– ¿Por qué allí y no en otra parte?
– Porque pienso que es lo que nos indica ese texto escrito en lengua gueze, no he dejado de pensar en todo esto mientras me pudría en mi celda en Garther. Tenemos que regresar a Londres, debo estudiar en la gran biblioteca de la Academia, necesito tener acceso a ciertos libros, y también tengo que volver a hablar con Max, hay algunas preguntas que me gustaría hacerle.
– ¿Quieres volver a ver a tu querido impresor?
– No pongas esa cara, mira que eres ridículo; y no he dicho que quisiera verlo, sino hablar con él. Ha trabajado en la retranscripción de ese manuscrito; si ha hecho el más mínimo descubrimiento, todo lo que pueda decirnos al respecto nos será muy útil, y sobre todo quiero comprobar algo con él.
– Entonces volvamos, Londres supone un buen motivo para marcharnos de Hydra.
– Si es posible, me gustaría pasar también por París.
– ¿Para ver a Max, entonces?
– ¡Para ver a Jeanne! Y también para hacerle una visita a Ivory.
– Pensaba que el viejo profesor había dejado el museo y se había ido de viaje.
– Yo también me he ido de viaje, y mira, aquí estoy de vuelta; quién sabe, a lo mejor él también lo esté.
Keira fue a preparar sus cosas, y yo a mi madre, para que se fuera haciendo a la idea de que nos marchábamos. Walter sintió mucho que fuéramos a dejar la isla. Había agotado todas sus vacaciones de los próximos dos años, pero todavía contaba con pasar el fin de semana siguiente en Hydra. Le dije que no cambiara sus planes, lo volvería a ver encantado la semana siguiente en la Academia donde había decidido ir yo también. Esta vez no dejaría que Keira investigara ella sola, sobre todo desde que me había anunciado que primero quería pasar por París. Saqué, pues, dos billetes para Francia.
Ivory se quedó dormido en el sofá del salón. Vackeers lo cubrió con una manta y se retiró a su habitación. Se pasó buena parte de la noche dándole vueltas en la cabeza a unas ideas que no le dejaban conciliar el sueño. Su antiguo cómplice solicitaba su ayuda, pero hacerle ese favor implicaba comprometerse. Los próximos meses serían los últimos de su carrera, y que lo sorprendieran en delito flagrante de traición no le entusiasmaba en absoluto. Por la mañana temprano fue a preparar el desayuno. El silbido del hervidor despertó a Ivory.
– Ha sido una noche corta, ¿verdad? -dijo al sentarse a la mesa del desayuno.
– Es lo menos que se puede decir, pero para un duelo de tal calidad, creo que valía la pena -contestó Vackeers.
– No me he dado cuenta de que me había quedado dormido, es la primera vez que me pasa, siento mucho haber abusado de su hospitalidad de esta manera.
– No tiene importancia, espero que este viejo Chesterfield no le haya dejado la espalda molida.
– Creo que soy más viejo que él -se rió Ivory.
– Ya le gustaría a usted, es un sofá que heredé de mi padre.
Se instaló un silencio entre ambos. Ivory miró fijamente a Vackeers, se bebió su taza de té, tomó un biscote y se levantó.
– Ahora ya sí que he abusado de su hospitalidad, regresaré a mi hotel para que pueda asearse tranquilo.
Vackeers no dijo nada y observó a Ivory dirigirse hacia el vestíbulo.
– Gracias por esta magnífica velada, amigo mío -añadió Ivory mientras cogía su gabardina-. Tenemos muy mala cara los dos, pero hemos de reconocer que no habíamos jugado tan bien desde hacía tiempo.
Se abotonó la gabardina y se metió las manos en los bolsillos. Vackeers seguía sin decir nada.
Ivory se encogió de hombros y descorrió el pestillo; entonces reparó en la notita que había encima del pequeño velador junto a la entrada. Vackeers no apartaba los ojos de su amigo. Ivory vaciló, cogió la nota y descubrió una serie de cifras y de letras. Vackeers seguía mirándolo fijamente, sentado en su silla en la cocina.
– Gracias -murmuró Ivory.
– ¿Por qué? -gruñó Vackeers-. No me irá a dar las gracias por haber aprovechado mi hospitalidad para rebuscar en los cajones de mi casa y sustraerme el código de acceso a mi ordenador.
– No, en efecto, jamás tendría esa frescura.
– Menos mal.
Ivory cerró la puerta tras de sí. Tenía el tiempo justo de pasar por su hotel a recoger sus cosas y tomar de nuevo el Thalys. En la calle paró un taxi.
Vackeers caminaba nervioso por su apartamento, del vestíbulo al salón una y otra vez. Dejó su taza de té sobre el velador y se dirigió al teléfono.
– Amsterdam al habla -dijo en cuanto su interlocutor contestó-, Avise a los demás, tenemos que organizar una reunión; esta tarde, a las ocho, conferencia telefónica.
– ¿Por qué no lo hace usted mismo a través del sistema informático como solemos hacer? -quiso saber El Cairo.
– Porque mi ordenador está estropeado.
Vackeers colgó y fue a asearse.
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