Marc Levy - La primera noche

Здесь есть возможность читать онлайн «Marc Levy - La primera noche» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La primera noche: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La primera noche»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Los protagonistas de El primer día, Keira y Adrian, vuelven a verse las caras a la espera del final que se merecen.
La primera noche arranca con un rescate. Las investigaciones de Keira la han llevado hasta una lúgubre prisión china, de la que saldrá casi a hombros de su salvador Adrian. Sin embargo, esta no es una historia de príncipes y princesas al uso y la inquieta arqueóloga perseguirá cueste lo que cueste su objetivo: encontrar la civilización perdida. Londres y Amsterdam, pero también Rusia, Liberia y Grecia. El mundo se les queda pequeño a esta pareja de aventureros que, de nuevo, deberán enfrentarse a los conservadores de una intimidante sociedad secreta.

La primera noche — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La primera noche», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Retomaron su conversación ante el postre que Elena había elegido para los dos.

Prisión de Garther

Mi insolencia durante la comida me atrajo la simpatía de mis compañeros presos. Cuando volvía a mi celda, vigilado por dos guardias, algunos internos que volvían también a las suyas me dieron palmaditas amistosas. Mi compañero de celda me ofreció un cigarrillo, algo que, allí, debía de considerarse un regalo muy valioso. Lo encendí encantado, pero debido a mi infección pulmonar reciente al momento sufrí un violento ataque de tos, lo cual divirtió mucho a mi nuevo amigo.

La tabla de madera que hacía las veces de cama estaba cubierta por un jergón apenas más grueso que una manta. El dolor de los golpes de los guardias se reavivó en cuanto me tendí sobre ella, pero estaba tan cansado que me quedé dormido nada más acostarme. Había vuelto a ver a Keira, y su rostro me acompañó durante toda aquella sórdida noche.

A la mañana siguiente nos despertó un gong que resonó en toda la cárcel. Mi compañero de celda bajó de su litera. Se puso los pantalones y los calcetines, que había colgado de la cama.

Un guardia abrió la puerta de nuestra celda; el desdentado cogió su escudilla y salió al pasillo; el guardia me ordenó que no me moviera. Deduje que, como castigo por mi comportamiento del día anterior, no me estaba permitido bajar al comedor. Me invadió la tristeza, había contado las horas que me faltaban para volver a ver a Keira allí y ahora tendría que esperar.

Conforme iba pasando la mañana empecé a preocuparme por el castigo que le habría correspondido a Keira. Estaba ya tan pálida… y hete aquí que yo, el ateo, me arrodillé delante de mi cama y me puse a rezar como un niño, pidiéndole a Dios que Keira se librara de ir al calabozo.

Llegaban hasta mí las voces de los presos en el patio. Debía de ser la hora de salir a pasear. Todos menos yo. Me quedé en la celda, muerto de preocupación por Keira. Me subí a un taburete para alcanzar hasta el ventanuco, con la esperanza de poder verla. Los internos caminaban en hileras, avanzando hacia una zona cubierta del patio. En equilibrio de puntillas, resbalé y caí al suelo; cuando me levanté, el patio ya se había quedado vacío.

El sol estaba alto en el cielo, debía de ser mediodía. No pensaba que me fueran a dejar morir de hambre para enseñarme un poco de disciplina… No contaba mucho con que mi intérprete lograra sacarnos de allí. Pensé en Jeanne, la había llamado antes de despegar de Atenas y le había prometido que le daría noticias hoy. Quizá se imaginara que me había ocurrido algo, tal vez alertara a nuestras embajadas en pocos días.

Con el ánimo por los suelos, oí unos pasos en el corredor. Un guardia entró en mi celda y me obligó a acompañarlo. Cruzamos la pasarela, bajamos las escaleras metálicas y me encontré en el despacho donde, el día anterior, me habían confiscado mis efectos personales. Me los devolvieron, me hicieron firmar un formulario y, sin que acertara a comprender lo que estaba ocurriendo, me empujaron hasta el patio. Cinco minutos más tarde, las puertas del penal se cerraron detrás de mí: era libre. Había un coche en el aparcamiento de visitantes, se abrió la puerta, y mi intérprete avanzó hacia mí.

Le di las gracias por haber logrado liberarme y me disculpé por haber dudado de él.

– Yo no he hecho nada -me dijo-. Después de que los policías se lo llevaran, el juez salió de su despacho y me pidió que viniera a buscarlo aquí hoy a mediodía. También me pidió que le dijera que esperaba que una noche en la cárcel le hubiera enseñado un poco de buena educación. Me limito a traducirle sus palabras.

– ¿Y Keira? -pregunté en seguida.

– Dese la vuelta -me contestó tranquilamente mi intérprete.

Vi abrirse las puertas de nuevo y entonces apareciste tú. Llevabas tu hatillo al hombro, lo dejaste en el suelo y corriste hacia mí.

Nunca olvidaré el momento en que nos abrazamos delante de la cárcel de Garther. Te estrechaba con tanta fuerza que casi te ahogaba, pero tú reías, y dábamos vueltas locos de alegría. Por mucho que el intérprete carraspeara, se impacientara y nos suplicara para llamarnos al orden, en ese momento nada habría podido separarnos.

Entre dos besos te pedí perdón, perdón por haberte arrastrado a esa loca aventura. Tú llevaste tu mano a mis labios para hacerme callar.

– Has venido, has venido a buscarme aquí -murmuraste.

– Te prometí que te llevaría de vuelta a Adís Abeba, ¿recuerdas?

– Yo te obligué a hacerme esa promesa, pero estoy feliz de que la hayas cumplido.

– ¿Y tú, cómo has hecho para aguantar todo este tiempo?

– No lo sé, se me ha hecho largo, horriblemente largo, pero he aprovechado para pensar, no tenía otra cosa que hacer. No me lleves de vuelta a Etiopía en seguida porque creo saber dónde está el siguiente fragmento, y no es en África.

Subimos al coche del intérprete. Nos llevó a Chengdu, y allí tomamos un avión los tres.

En Pekín lo amenazaste con que no saldrías del país si no nos dejaba en un hotel donde pudieras darte una ducha. Consultó su reloj y nos otorgó una hora, una hora para nosotros solos.

Habitación 409. No presté ninguna atención a la vista desde la ventana, ya te lo dije, la felicidad te vuelve distraído. Sentado a este pequeño escritorio, frente a la ventana, Pekín se extiende ante mí, y a mí me trae sin cuidado, no quiero ver nada más que esta cama en la que descansas. De vez en cuando abres los ojos y te estiras, me dices que nunca habías sido consciente de lo maravilloso que es poder remolonear entre sábanas limpias. Te abrazas a la almohada y luego me la tiras a la cara; yo te deseo otra vez.

El intérprete debe de estar furioso, ya llevamos aquí mucho más de una hora. Te levantas, te observo caminar hacia el cuarto de baño, me tachas de voyeur, y yo no busco ninguna excusa. Me fijo en las cicatrices que marcan tu espalda y tus piernas. Te das la vuelta y comprendo por tu mirada que no quieres que hablemos de eso, al menos ahora no. Oigo el ruido de la ducha, el sonido del agua me devuelve fuerzas y no te dejo oír esta tos que vuelve a mí como un mal recuerdo. Algunas cosas ya no volverán a ser como antes, en China he perdido algo de esa indiferencia que tanto me tranquilizaba. Tengo miedo de estar solo en esta habitación, aunque sólo sea unos segundos, aunque de ti sólo me separe un simple tabique, pero ya no me da miedo reconocerlo, ya no me da miedo levantarme para ir junto a ti y ya no me da miedo contarte todo esto.

En el aeropuerto mantuve otra promesa; en cuanto nos entregaron las tarjetas de embarque, te llevé a una cabina telefónica y llamamos a Jeanne.

No sé cuál de las dos empezó, pero en mitad de esa gran terminal te echaste a llorar. Reías y llorabas a la vez.

El tiempo pasa, y tenemos que marcharnos. Le dices a Jeanne que la quieres, que la llamarás en cuanto llegues a Atenas.

Nada más colgar, volviste a echarte a llorar, y me costó mucho consolarte.

Nuestro intérprete parecía más agotado aún que nosotros. Pasamos el control de pasaportes, y sólo entonces lo vi aliviado. Debía de estar tan contento de haberse librado por fin de nosotros que no dejaba de despedirse, agitando la mano desde el otro lado del cristal.

Era de noche cuando subimos a bordo. Apoyaste la cabeza contra la ventanilla y te quedaste dormida antes incluso de que el avión despegara.

Cuando iniciábamos el descenso hacia el aeropuerto de Atenas cruzamos una zona de turbulencias. Me cogiste la mano y la apretaste con fuerza, como si ese aterrizaje te asustara. Entonces, para distraerte, saqué el fragmento que descubrimos en la isla de Narcondam, me incliné hacia ti y te lo enseñé.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La primera noche»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La primera noche» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La primera noche»

Обсуждение, отзывы о книге «La primera noche» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x