Hindenburg estaba anonadado ante el informe y en cierto momento reflexionó en voz alta: «¡Tres mil quintales…! ¡Eso es tanto como los explosivos que se consumen en una batalla importante!» El anciano mariscal respiró aliviado y en aquel momento se sintió agradecido hacia su canciller, tanto que firmó sin titubear el decreto que suspendía provisionalmente siete artículos constitucionales que garantizaban otros tantos derechos individuales: libertad de prensa, opinión y reunión, de secreto en el correo, el telégrafo y el teléfono, y la propia libertad personal hasta que un juez no emitiera una orden de prisión, o la inviolabilidad del domicilio y la propiedad privada. El presidente había entregado el poder absoluto a Hitler.
A partir de aquel instante, las detenciones por motivos políticos se sucedieron en cascada. Las cárceles se llenaron hasta el punto de que durante los días siguientes hubieron de habilitarse tres campos de prisioneros políticos en Prusia -el primero fue el de Oranienburgo, próximo a Potsdam, inaugurado el 20 de marzo-; cerca de Munich, el 21 de marzo, el jefe de la policía política de Baviera y de las SS, Heinrich Himmler, inauguró el de Dachau. Éste será uno de los lugares más siniestros de la historia criminal del nazismo y Himmler se vinculaba en ese instante al universo carcelario, del que llegaría a ser el máximo responsable. A la custodia de este centro, constituido por una antigua fábrica de municiones reformada, se ocupó una agrupación de las SS, que se denominaría Totenkopf (Calavera) . Al llegar el verano de 1933 ya funcionaban en Alemania medio centenar de campos de internamiento, pero no adelantemos acontecimientos. Cuando se inauguró el campo de concentración de Oranienburgo, justamente tres semanas después del incendio del Reichstag , ya había unos 15.000 prisioneros políticos en las cárceles alemanas.
Para entonces se habían celebrado las elecciones del 5 de marzo. Hitler, tal como había tramado con sus colaboradores, dispuso de una semana de campaña prácticamente en solitario. Empleando los poderes concedidos por los decretos presidenciales, el ministro del Interior, Goering, impuso la censura de las publicaciones contrarias al NSDAP, secuestró y cerró periódicos, clausuró sedes de partidos, impidió mítines, detuvo a líderes políticos, espió las comunicaciones de las formaciones rivales y, al tiempo, empleando las ingentes sumas de dinero recaudadas desde el poder, los nazis realizaron una campaña monstruosa tratando de conquistar la aquiescencia de todos los alemanes. Las elecciones del 5 de marzo fueron, sin embargo, una decepción inesperada y amarga para Hitler y Goebbels. Cierto que ganó por mucho el NSDAP, pero pese a la amañada y ventajista campaña y a los múltiples pucherazos que los nazis pudieron permitirse, sólo consiguieron 17.277.328 votos, lo que equivalía al 43,9 por ciento de los sufragios útiles, es decir, no alcanzaron la mayoría absoluta, aunque Hitler se apresuró a proclamar que había logrado una victoria definitiva. Realmente, en un sistema democrático hubiera estado en dificultades, pues sólo consiguió 288 escaños en una cámara de 647, pero Hitler disimuló su contrariedad, proclamó su victoria y se dispuso a imponer su dictadura. Sin embargo, guardando aún las apariencias, el NSDAP contraía una alianza con el Partido Nacional Alemán (el Stahlhelm ), con lo que ambas fuerzas unidas contaban con el 51,9 por ciento de los votos y con el 52 por ciento de los escaños. De cualquier manera, la necesidad de esa mayoría iba a ser efímera porque Hitler no estaba interesado en el juego democrático.
Tras la derogación de los derechos individuales del 28 de febrero, los nazis iniciaron una frenética carrera en pos de todos los resquicios de poder. Los sindicatos fueron anulados y sus dirigentes detenidos; parte de los diputados comunistas y socialistas resultó encarcelada, mientras muchos de ellos optaron por el exilio. Cargos burocráticos o políticos de distrito fueron expulsados de sus puestos siempre que no fueran del NSDAP o simpatizantes. Las banderas nazis ondearían, en adelante, en sus mástiles y un nazi se hacía cargo de las funciones. Las sedes de partidos, asociaciones políticas, deportivas, recreativas e, incluso, religiosas eran asaltadas, registradas, confiscados sus archivos y sus locales. La terrible maquinaria nacionalsocialista se había puesto en marcha, cobrando vida propia, incluso sin que emanaran consignas desde la Cancillería. Las directrices estaban en la ideología, en el Mein Kampf , en los miles de discursos y de instrucciones recibidas. Personalidades de la Iglesia y de la intelectualidad hicieron llegar su alarma o su protesta hasta la Presidencia, pero Hindenburg se limitaba a responder que había pasado sus demandas al canciller, con lo que Hitler tomaba nota de sus enemigos y éstos perdían la esperanza de cualquier solución razonable. Cierto que el viejo mariscal debía tener momentos de profunda inquietud sobre la prudencia de sus decisiones, pero Hitler se las arreglaba para contentarle.
Así ocurrió, por ejemplo, el día 21 de marzo, en las ceremonias religiosas organizadas en Potsdam para celebrar la constitución del nuevo Parlamento. En la pequeña iglesia de la guarnición, donde reposaban los restos de Federico I y de Federico II, hubo un solemne tedéum, a lo largo del cual Hitler mostró la máxima cortesía y respeto por el presidente, al que luego organizó un extraordinario desfile con fuerzas de Infantería, seguidas por millares de policías, SA y SS. Aquello era a la vez un homenaje y una demostración de poder, argumentos ambos a los que el mariscal, que asistía al acto con su traje militar de gala y una impresionante colección de condecoraciones de cuatro guerras, era altamente sensible. Tedéum y desfile tenían, además, otra finalidad: el 23 de marzo se abría el nuevo Reichstag y en los cenáculos políticos no era un secreto que Hitler iba a solicitar una Ley de Plenos Poderes por cuatro años, por tanto era oportuno estrechar lazos con los amigos y mostrar el poder del NSDAP a los enemigos.
Destruido el palacio Wallot, sede del Reichstag , el nuevo Parlamento se reunió en la Krolloper a las 14.05 h del 23 de marzo. El edificio estaba rodeado por centenares de SS uniformados que, unidos a la policía, controlaban las entradas de diputados, periodistas, cuerpo diplomático y unos pocos invitados. Millares de agentes de las SA de paisano, con Goebbels a la cabeza, gritaban a coro «Queremos la Ley de Plenos Poderes… o habrá fuego». Los pasillos de aquel teatro de ópera transformado en sede parlamentaria estaban llenos de agentes de las SS, seleccionados entre los que medían más de 1,85 m de estatura; la tribuna de la presidencia se hallaba adornada por una enorme bandera nazi. Toda aquella parafernalia palidecía ante lo que iba a ocurrir. Primero, el presidente del Reichstag , Hermann Goering, sorprendió a todos al dirigirse a la cámara como «camaradas», luego, con abierto y premeditado desprecio hacia la mayoría de los diputados, comenzó a recitar el «Despierta, Alemania», canción compuesta por Eckart que desde hacía diez años era pieza fundamental de la parafernalia nazi. Los diputados nacionalsocialistas, puestos en pie, desgranaron las estrofas ante la sorpresa y la indignación generales. Luego llegó el momento de pasar lista, advirtiéndose que más de un centenar de diputados no estaba presente: los 81 comunistas -encarcelados o huidos- y 19 socialdemócratas -9 detenidos y los otros, atemorizados-. Ante la protesta socialdemócrata por los encarcelamientos y ante la petición de que fuesen puestos en libertad, el diputado del NSDAP Stoehr respondió cínicamente que «no se podía privar a aquellos diputados de la protección estatal que se les estaba prestando» .
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