David Solar - El Último Día De Adolf Hitler

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30 de abril de 1945. Diez días después de cumplir 56 años, Adolf Hitler, doblegado por el desastre en el que sumió a la todopoderosa Alemania, asediado por las fuerzas soviéticas que se acercan a su última guarida, pone fin a su vida con un disparo de revólver, escondido en su búnker bajo las ruinas de la Cancillería, junto a Eva Braun. En este riguroso y documentado texto, David Solar desgrana minuto a minuto las últimas 36 horas de vida de Hitler. Ante el cataclismo final del que fuera su imperio, se apresta a vivir sus últimas horas: se casa con su amante Eva Braun después de quince años de relación; dicta sus testamentos, privado y político, se desespera de rabia e impotencia y, tras algún asomo de esperanza, se resigna a morir. El autor analiza en esta minuciosa reconstrucción los antecedentes biográficos y el contexto histórico, nacional e internacional, que permitió la llegada de Hitler al poder.

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Aquella tragedia económica puso de moda el nazismo. Las diatribas de Hitler contra el capital especulativo, contra el vampirismo judío, contra la conjura internacional antialemana, contra el endeudamiento exterior contraído por los ministerios socialdemócratas, comenzaron a tener sentido y las afiliaciones al NSDAP siguieron un ascenso proporcional al del paro. En 1929, 108.000 alemanes tenían el carnet nazi, en 1931 serían 400.000 y en 1932, 800.000.

Aunque la tragedia económica alemana desencadenada por el crack de 1929 fue determinante para el ascenso del nazismo, no fue la causa única. Tuvo suma importancia, también, el problema de las reparaciones de guerra: los vencedores trataban de igual a igual a los vencidos en acuerdos y foros internacionales, pero no se olvidaban de cobrar las indemnizaciones de guerra que Alemania debía pagar como responsable único de la contienda. Una nueva comisión estudió en 1929 el caso y arbitró que Berlín podría cumplir sus obligaciones en 57 plazos anuales de 1.988 millones de marcos, ¡con lo que terminaría de pagar principal e intereses en 1986! Que se mantuviera aquella exigencia once años después de terminada la Gran Guerra exacerbó a la mayoría de los alemanes, ya bastante atribulados por su precaria situación económica.

Una de las formaciones que actuaron como portaestandartes de la protesta fue el NSDAP, que acusó al Gobierno de convertir Alemania en una colonia franco-británica. Otro partido contrario a la aceptación de tales reparaciones de guerra era el Nacional Alemán, conocido como Stahlhelm (Casco de Acero), una de las grandes formaciones alemanas, que estaba en un momento de crisis. La empresa común de oponerse a la aceptación de las reparaciones de guerra unió por algún tiempo al Partido Nacional y al NSDAP. Era una alianza ideológicamente contra natura y cuantitativamente desigual: el Stahlhelm tenía un millón de afiliados y en sus ficheros se hallaban las familias de mayor prosapia, los grandes terratenientes, militares, magistrados e industriales de ideología conservadora y monárquica. Por el contrario, el NSDAP tenía poco más de cien mil carnés, estaba compuesto por un grupo de revolucionarios iluminados, seguidos por burgueses arruinados y obreros resentidos con el marxismo; predicaban la revolución, la destrucción del viejo orden y pedían un sistema dictatorial para salvar la patria. Fue un matrimonio de intereses: la derecha buscaba el empuje nazi, la violencia de sus SA y la oratoria de Hitler, de Goebbels y demás líderes nazis; por su lado, Hitler -que hubo de acallar fuertes protestas en el seno de su partido por aquella «unión con los reaccionarios»- veía en esa alianza una aproximación al mundo del dinero y de la industria, un bautismo de respetabilidad, una forma de seguir escalando, poco a poco, los peldaños del poder.

Pese a la oleada de protestas contra los acuerdos de las reparaciones de guerra, éstos se pactaron en la conferencia de La Haya el 6 de agosto de 1929.A cambio de su aceptación, Alemania consiguió que Francia se comprometiera a evacuar la cuenca del Sarre (margen izquierda del Rin) en 1930, cinco años antes de lo previsto en los acuerdos de posguerra. El muñidor de aquel tratado, Stressemann, ministro alemán de Asuntos Exteriores, no pudo contener las lágrimas y exclamó: «¡Demasiado tarde, no lograré ver Alemania totalmente libre!»; acertó: estaba gravemente enfermo y falleció ese mismo año.

Pero la pelea continuaba; para impedir el acuerdo de La Haya era necesario conseguir cuatro millones de firmas y elevarlas al Reichstag . El Partido Nacional Alemán y el NSDAP lograron las rúbricas necesarias y el Reichstag renunció a debatir la cuestión, prefiriendo pasarla a referéndum. Las urnas confirmaron mayoritariamente los acuerdos y la extraña coalición sufrió un estrepitoso fracaso y se disolvió. Sin embargo, Hitler había conseguido el apoyo de la poderosa prensa conservadora y se había ganado la confianza de los grandes industriales alemanes.

El NSDAP comenzó a cosechar inmediatamente los frutos del acuerdo; en las elecciones regionales del otoño-invierno de 1929 los nazis consiguieron el 6,8 por ciento de los sufragios de Baden, el 8,1 por ciento de los de Lübeck y el 11,3 por ciento de los de Turingia, donde Wilhelm Frick alcanzó las primeras carteras ministeriales para el partido, las de Policía y Educación.

Más importante para la escalada del nazismo fue la descomposición gubernamental. Alemania no podía hacer frente al pago de la deuda en aquellos momentos de crisis y el Gobierno decidió acudir al sacrificio general para cumplir con el compromiso de La Haya, detrayendo un 3,5 por ciento del salario de los trabajadores para reunir la cantidad, pero el aumento del paro hizo disminuir la cifra de los contribuyentes, de modo que el porcentaje fue aumentado a un 3,75 por ciento. Esas 25 centésimas de diferencia promovieron una tempestad político-sindical que el canciller Hermann Müller pretendió zanjar acudiendo al presidente Hindenburg, para que impusiera el 3,75 por ciento por medio de un decreto, tal como era su potestad, acogiéndose al artículo 48 de la Constitución. Hindenburg, que no estaba cómodo con aquel jefe de Gobierno y que había tomado una profunda simpatía al líder centrista Heinrich Brüning, se negó a emplear ese poder. Como era lógico, Müller presentó la dimisión y Hindenburg nombró canciller a Brüning. El viejo mariscal, carente de toda sutileza política, había destruido de un plumazo el sistema parlamentario tramado en Weimar. En adelante, los jefes de Gobierno ya no saldrían de las mayorías parlamentarias, sino de los poderes que la Constitución otorgaba al presidente. Por esa puerta se colaría Hitler en la Cancillería.

El presidente había abierto la «caja de Pandora» y los efectos de tal decisión se verían inmediatamente. En el verano de 1930 la crisis económica cayó como un alud sobre el escenario político. Brüning intentó subir los impuestos y fue derrotado en el Parlamento, por lo que disolvió el Reichstag e instauró los nuevos impuestos por decreto. La disolución del Parlamento le obligó a convocar elecciones, que fueron fijadas para el 14 de septiembre. Para entonces, la situación en Alemania era desastrosa: el paro ascendía a tres millones de trabajadores, los horarios laborales habían sido reducidos y los salarios igualmente, en consonancia con la disminución horaria. La inflación se había disparado, al tiempo que se retraía la producción industrial y la agrícola se almacenaba en los silos por falta de compradores.

La crisis política y la económica sumieron al electorado en la apatía y en el desaliento a las veinticuatro formaciones que disputaron las legislativas, salvo al NSDAP, que crecía como la espuma al socaire de las desdichas nacionales. Goebbels, jefe de campaña de los nazis, organizó seis millares de mítines, precedidos o seguidos de grandes desfiles militares de las SA, amenizados por charangas que atronaban los escenarios con sus marchas militares y cerrados por espectrales desfiles nocturnos con antorchas. Aquel maquiavélico propagandista editó un breviario para los oradores nazis que, aparte de los asuntos de interés local, siempre debían tocar en sus discursos el tema judío, la «puñalada por la espalda», el irracional pago de las indemnizaciones de guerra impuesto a Alemania, la ocupación del suelo patrio -aún estaban los franceses en el Sarre-, la corrupción republicana, oportunamente apoyada en un reciente escándalo de suministros a la municipalidad de Berlín, del que -formidable coincidencia para los intereses nazis- eran responsables unos industriales judíos. Las esperanzas de Hitler en aquellos comicios, según confesó a algunos de sus amigos, se cifraban en la obtención de tres millones de votos y entre cuarenta y cincuenta escaños.

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